Proyecto
Patrimonio - 2006 | index | Ernesto
Carrión | Autores |
LA
INVALIDEZ A LA QUE LLEVA LA ESCRITURA*
(desde
la poética de Jorge Martillo Monserrate)
Ernesto
Carrión
PRIMERO
Hablar
de los propósitos y órdenes creativos de cualquier obra o poeta
en particular ha de ser siempre labor inquisidora, esclarecedora de ciertos márgenes
estéticos y morales atribuibles de manera más correcta a quien realiza
el estudio o el proyecto de entender una obra, que al generador de dicho trabajo
en sí. Por esto, y por muchos otros elementos que tienen que ver más
con la capacidad deconstructora de un texto, al igual que con la libertad ejercida
por el arte -en el ámbito de la interpretación- es que considero
este oficio como necesario en el propósito de ir limpiando las vías
de la poesía de juegos de abalorios o de discursos abúlicos que
no intenten siquiera acercarse al enigma del mundo. Pero a su vez como un oficio
de canallas, en el que siempre quedamos debiendo y donde siempre nos quedan debiendo
en el mejor lugar del mundo: el poema. Espiar es un acto de por si poco
amistoso. Y espiar, escudriñar, y hasta perseguir es lo que hacemos
cuando estudiamos
una obra en particular. Concientes de que "las teorías de un hombre
sobre el lugar y la función de la poesía no son independientes de
su visión de la vida en general".
Por otro lado la conquista
del lenguaje (para quienes se lanzan en el ruedo de hacerla) es una capacidad
que pasa de la necesidad y del destierro a la tiranía; y que ha mostrado
que no ha de servir sino de receptáculo o puente por donde vagan los proyectos,
afectos, deseos, memorias, mentiras, dolores y demás experiencias -accidentales
o no- que nos mantienen en distancia o en cercanía con lo que llamamos
mundo. Porque el lenguaje de la poesía, a pesar de tener intenciones comunicativas
e intentar volcar la supuesta intimidad de quien la escribe, hacia un orden humano
que maneja diversas concepciones éticas-estéticas del entorno (obviamente
con el deseo de derrocarlo, abriendo las interrogantes de siempre) nos arrastra
a un desamparo donde la ambigüedad es lo único que impera; ya que
el lenguaje sagrado, inteligible no puede existir. Escribir es precisamente esa
contradicción que hace del fracaso de la comunicación una comunicación
segunda: palabra para el prójimo pero palabra sin el otro.
Sin
embargo el poeta está destinado a elegir, y toda poesía vota por
su existencia. Comienza entonces una meticulosa vigilancia de lo vivido, que sumada
a las experiencias de lectura y a los propósitos que nacen de la íntima
necesidad de narrar algo, van fabricando un particular estilo de escritura. Siempre
bajo la humilde premisa de ser comprendidos o incluso, algunas veces, sólo
hasta de ser leídos.
Y es en este rescate, en este escudriñamiento,
en este intento desesperado del escriba por inventariarlo todo (condición
más que evidente en la poética de Martillo) donde escuchamos a Hegel
repetirnos: el arte sigue siendo para nosotros, por el lado de su mas alta
destinación (Bestimmung) algo del pasado (ein vergangenes)"
"el arte que se erige como autorreflexión propia, que puede únicamente
avanzar como pasado o no avanzar del todo, callándose triunfalmente sobre
su propio fracaso" . Momento que todo poeta presiente, y que de poseer la
madurez necesaria, lo hace. Accediendo a ese silencio que le es impuesto por la
palabra y que, en definitiva, es el único origen.
Que quede claro
entonces que el artificio del que nace la escritura es lo único que puede
redimirla; ya que sólo la negación del lenguaje da acceso a la ausencia
de límite de lo que es, que es nada. Y que lo que les molesta
del mundo, a los poetas, no es su representación, sino su falta de transparencia.
Falta de transparencia que va evidenciándose más, a medida en que
aparecen nuevas formas de narrar la misma angustia.
Esta es la relación
constructiva y destructiva que debería atravesar todo poeta con el lenguaje.
La transformación personal y ficticia de su mundo aparentemente organizado
por el poema que es en si mismo la fuente de todo mal.
Y es en esta invalidez
a la que lleva la escritura -que se abría primeramente al mundo como una
posibilidad de comunicación-revelación para los otros- donde el
poeta se arroja a la autorreflexión propia, a la evocación y transmisión
más que a la comunicación. Apoyándose en el absurdo supuesto
de que su tránsito personal por el mundo es o debe ser necesariamente el
de los otros y, por lo tanto, universal. Apartándose, casi sin evidenciarlo,
del resto de sus prójimos, mientras eleva sus poemas intimísimos
en búsqueda del esclarecimiento de su sino y de su tranquilidad personal.
Cabe recordar aquí la acotación de Octavio Paz sobre la condición
dual y solitaria del poeta: siempre con un pie sobre la tierra y el otro a distancia
de ella.
Sin embargo no todo está perdido, pues esta invalidez a
la que lleva la escritura -sobre todo la autorreflexiva o perseguidora de uno
mismo-, posee una fuerza creadora en el seno del poeta. En palabras de Jorge Riechman:
Toda la Buena poesía es poesía didáctica. Autodidáctica,
para ser mas precisos: enseña al poeta que la escribe cosas (sobre si mismo
y sobre el mundo) que el desconocía. Lo peor (casi) que puede decirse de
un poeta, es que ninguno de sus poemas le enseñó nunca nada.
De
esta manera la poesía de Jorge Martillo Monserrate propone un transito
trágico y desesperanzador donde nada es salvado ni salvable. Y donde lo
único que le queda al escriba es convertirse en esa especie de detective
salvaje, que va tomando apuntes de los seres y cosas que aparecen y desaparecen
por sus calles y casas mientras sus pertenencias se amontonan en lugares entregados
a la pesadilla. Donde las ruinas crujen alrededor de sus muertos que se van apropiando
lentamente de lo poco que le queda de libertad a su memoria. Ráfaga que
de por sí se encuentra ya deteriorada por la fantasía del mundo
que no tuvo nunca, por los excesos del alcohol, o por la misma intención
de arriesgarse a adornar su barbarie.
La obra de Martillo, a mi parecer,
puede dividirse en tres etapas:
......... - La
etapa que comprende exclusivamente su libro Aviso a los Navegantes.
.........
- La etapa que comprenden sus libros: Fragmentarium, Confesionarium, Vida póstuma
y Maremagnum.
......... - Y la etapa que
comprende su último libro llamado provechosamente Últimos versos
de un poeta decadente, que hace menos secreta la pérdida del poeta
y del sujeto.
Y es a partir de esta clasificación que comenzaremos
la lectura.
AVISO
A LOS NAVEGANTES: ULISES EN LAS TABERNAS DEL PUERTO
(…)
y si cayera la Ciudad y un solo hombre
escapara
llevará a la ciudad
dentro de él por los caminos del exilio
él será la Ciudad
José
Emilio Pacheco
Aviso a los
navegantes, como bien afirmara Cristóbal Zapata en su ensayo sobre
los novísimos, instaura una nueva manera de hacer poesía en Guayaquil.
Forma que marcaría prácticamente la lírica de los años
noventas dejando en el puerto un grupo de poemarios que intentarían sumergirse
en la hazaña que realizara este libro: hacer de la ciudad una extensión
orgánica en la cual se desparrama un discurso subjetivo concentrado sobre
todo en el YO poético, de la mano de la pesadumbre y de elementos culturalistas
y clásicos, sometidos obviamente al rigor del trópico. Así
desfilan poetas como Mario Campaña y su libro Cuadernos de Godric,
Marcelo Báez y su libro Puerto sin rostros, Luis Carlos Mussó
y el Libro del Sosiego, Ángel Emilio Hidalgo y Beberás
de estas aguas, por citar unos cuantos. Si bien, por otro lado, ya existía
el establecimiento de escritores como Fernando Nieto Cadena y Paco Tobar García
en la escena literaria del Puerto (quienes de por si hundían los orígenes
líricos en el corazón de la ciudad), hay que recordar, sobretodo,
que el coloquialismo de Nieto Cadena varía cuando cambia de residencia,
y que su poesía -a pesar de que se mueve sobre la ciudad- lo hace con mayor
fuerza sobre el apego a la identidad, sobre la música salsa y otros géneros
marginales, sobre la jerga popular y sus apropiaciones. Al igual que Paco Tobar
García, quien a pesar de afincarse en Guayaquil, debe ser considerado sobre
todo un poeta cósmico, más que de cualquier país o urbe.
De
las dos líneas en la poesía norteamericana: la que viene de Whitman
(coloquial y prosaica de donde mas adelante se nutriría la generación
Beat) y la que viene de Poe (esteticista y compleja de donde se nutrirían
poetas como Pound, Wallace Stevens, T. S. Eliot) la que le interesaría
a Martillo, para empezar su trabajo poético, seria la primera. Reconociendo
entre los atributos (de esta llamada poesía de la experiencia aparecida
en los sesentas) cierto hermetismo y dificultad, al igual que su carácter
culturalista que va enlazando el surrealismo de la vanguardia con las técnicas
del collage. Poemas en los que recurrentemente encontramos alusiones al cine,
a la música jazz, al blues, al comic, etc...
Todos estos, elementos
que emplearán los escritores siguientes dentro y fuera de Guayaquil, aunque
dejando bien marcada la distancia con Martillo. Asi, aparecerá en escena
el esteticismo hedonista de poetas como Roy Sigüenza y Franklin Ordóñez
(marginales como Martillo, pero en este caso, desde su sexualidad) y no menos
nutridos de una pura tradición Cernudiana. El a veces irracionalismo humorístico
de Pedro Gil (quien abrazará la consigna marginal como emblema). El confesionalismo
casi autobiográfico en poetas como Cristóbal Zapata. Y el ruralismo
conceptual y semiológico, por así llamarlo, en el poeta Galo Alfredo
Torres.
Aviso a los navegantes, deja marcadas estas pautas. De ahí
se lanza a una exploración por la ciudad y sus lugares de preferencia.
Se trata de una voz marginal reflexiva, que obtiene un paneo poderoso de Guayaquil
en un frágil reordenamiento de su memoria:
recuerdas
aquellas cervezas en la oscuridad del melba/ esas lenguas enroscándose
como serpientes en el barrio las peñas/ la ropa tendida en los ventanales
carcomidos por el tiempo/ el rumor de las lanchas cruzando el río entre
el verde manto de lechuguines/ aquel par de borrachos abrazados y casi llorando/
acaso guardas mis palabras cuando el sol caía como naranja chupada/recuerdas
qué hora marcaba el reloj del puente en la calle de la amargura/ mi índice
lujurioso mostrando el camino de los polvos/ el chillar de los félidos
alunados al llegar a la fortificada ciudad del amor/ acaso la grotesca figura
que formó tu vestido en el piso/ mis manos sobando la porcelana de tus
senos inflados/ mi entroíto de armadillo en tu hendidura de durazno/ tus
piernas atadas a las mías como piola de cometa en cables eléctricos/
recuerdas mi lengua en tu pelaje húmedo como laguna donde ahogarse
Desde
su primer poema -Plegaria del Navegante- la voz poética se arroja
hacia una introspección bucólica, consagrada a la muerte, transparentándose
en una declaración fiel de su destino, donde esta suerte de Ulises preferirá
entregarse o resignarse al dolor de la escritura y del movimiento constante, reconociendo
a su vez esta autodevoración fungida por la palabra que tendrá que
atravesar (y que atravesará Martillo hasta el ultimo de sus libros) en
la medida en que su facultad falsificadora intente ir purgando sus temores:
viento
y mar podrían conducirme donde mi amada
desteje pretendientes o
a
los lagos de averno y lucrino: oh el castigo es vivo y palpable
mis manuscritos
tiemblan como peces bajo el agua
viento que sopla de popa/ negra nave que asciende
lomos del ponto/ frigio/ sigeo mar
del sonoro canto de sirenas: cera derretida
en los oídos
y amarras ciñendo al mástil mi cuerpo podrán
salvarme/
mas quien de las furias de eolo y Poseidón:
cuiden mis
regresos/ el azote de mis palabras en el papel/
el impulso del vino
que
el amor sea un infinito batir de olas
…
si Virgilio exclamo: que tierra
ya, que mar, puede ofrecerme refugio
que podré yo decir/ escribir/ adonde
ir: oh viento/ oh mar
No hay intención -en la
voz poética- de salvarse o de evitar el tránsito que le ha impuesto
el destino. Más bien existe una aceptación total del desarraigo.
Una voz que, a diferencia de otras, no intenta ennoblecer su realidad. Diría,
más bien, que hay un obstinado empeño en todo este libro por separar
el arte de la vida; ya que en Martillo existe una marginalidad doble: una cifrada
por las palabras que emplea, lugares que transita y costumbres que va mostrando
en una cantidad considerable de poemas. Y la otra su condición marginal
frente a un sistema social establecido, en el cual no puede funcionar, o no le
interesa. Así aparecen también otras costumbres buenas del poeta
como su apego férreo a la bebida, que le brinda compañía
durante el viaje, y que no dejará de rendirle homenaje en ninguno de sus
libros:
Bebed/ bebed suplica el ebrio
con las manos crispadas en la copa/ es una tentación: callo y empiezo a
destejer sueños/ a recuperar fantasmas en los aposentos de mi castillo/
franqueando la fosa/ el laberinto de sus escaleras/ y llegan a susurrarme historias
de espejos mudos y amoríos eternos/ oh sus palabras son soplos fríos/
y al pintar al alba se marchan/ vuelvo a transcurrir en más fantasías:
ríos de aguas infinitas/ y converso con amigos asesinados en días
grises/ me anuncian puñaladas/ seremos vecinos digo y ríen felices
(…) oh necesidad de embriagarme/ de encontrar la nave sé escondida en la
neblina del mar (…) bebed/ bebed: otra vez el grito/ la tentación que intenta
vencer/ callo y mientras el licor viaja por mi cuerpo/ pienso en la nave anclando
en el puerto perdido
Además de ofrecer la voz
de este Ulises arrojado a una ciudad despedazada por la cotidianidad y el desamor;
Martillo ofrece en esta etapa una poética dueña de un pastizaje
bastante peculiar donde encontramos elementos clásicos, elementos de la
poesía Beat, equilibrándolas con imágenes arrancadas del
más puro surrealismo.
Ante el problema moderno de su falta de pertenencia
con el mundo, existe la intención oculta de ir preparando la voz de un
condenado (leer los poemas de las páginas 69, 71, 75 hic novae vital
porta est, terra incognita, katábasis) que ocupará la segunda
etapa de su quehacer poético. Estamos ante su libro de mejor factura; libro
en el que su búsqueda, a través de la escritura, se tornará
su propia derrota. En el que logrará amalgamar una cantidad considerable
de referentes culturales, que van dejando rastros de su sensibilidad y carácter:
(ausente la negra banda de Jazz no sollozaría
un spiritual
o flee as bird to the mountains
algún compañero
pensando que el caería en la guerrilla
y otro en como financiar mis
funerales
a paso lento llegaríamos a la ciudad pintada a cal
y enverdecida
por los ciruelos
.........
afuera alguien
esta gritando locuras
las ballenas han apagado sus grifos y bostezando esperan
que cambie
la luz del semáforo
pedazos de periódicos lamen
el suelo como a culos en
higiénicos de cines porno
un viejo ha sembrado
margaritas en la punta de su bastón y silba/
y silba hasta llegar al
cielo
.......
Martillo se sirve de la ciudad, como
mencione antes, a manera de una extensión orgánica de su propia
voz. Discurso ambicioso no solamente por tocar los temas comunes de la lírica:
la muerte, el amor (en la figura de una niñamujer que el autor nombra
constantemente), el tiempo, el sentido de la existencia, etc. Sino por lograr
que su discurso cohabite en su entorno real y poético, con sus vicios y
obsesiones. En fin poemas donde ubica sirenas en las esquinas, hace ballenas de
los buses, y de los buses navíos, hace de la cerveza su mar de oro liquido,
donde no solamente arrastra a hippies o a músicos negros en su travesía,
si no que también lleva a escritores como Faulkner o Malcom Lowry (uno
de los grandes bebedores de la historia) hacia las tabernas del puerto. Poemas
donde Ulises navega día tras día, en este mismo mar de alcohol,
sin importarle verdaderamente ninguna Itaca, consciente de que su destino esta
en ninguna parte y de que su condena, lejos de ningún sino, el mismo la
ha ido cocinando a través de este viaje. Fortaleciendo ese verso que reza
que el poeta si se pierde es por sus propias manos.
LOS
REGISTROS DE UN CONDENADO
Pero
la maldición vivía para él
en el ojo de los muertos.
Malcom
Lowry
De la segunda etapa poética
de Martillo formada por sus poemarios Fragmentarium, Confesionarium,
Vida Póstuma y Maremagnum (este formalmente dentro de su
libro Ultimos versos de un poeta decadente) se desprende una voz confesionaria,
atormentada y cotidiana que hace uso de una simplicidad oral, y de una brevedad,
que si bien tiene logros positivos en Fragmentarium (por no existir quiebre
alguno en todos sus cantos) en otros casos como el de Confesionarium o
Maremágnum, cae en una simplicidad que, si bien podría ser
intencional, no aporta mayormente al discurso lírico; si no que propone
una peregrinación por la sombra, que muchas veces conduce a su lector hasta
las orillas del tedio.
En Fragmentarium,
que da inicio a todo este registro del Condenado, aparece una construcción
verbal que, en completa y devota confesión, no busca únicamente
redimirse sino también encontrarse a través de la elaboración
de un discurso, intentando alejarse de su propia voz que es quien esgrime el castigo
que no ha de ser otro que el estar en el mundo. Entendiendo que sólo lo
fragmentario, cuya integridad reside expresamente en la mutilación, en
la ausencia de punto final, puede ser inmune a la luz:
Se evidencia, desde
un canto no numerado, que abre el libro, un desdoblamiento, realizado por el poeta,
que nos remite a aquella propuesta occidental que inscribe la escritura como posible,
únicamente, desde el espacio virtual de la auto representación y
de la duplicación. Alternancia dialéctica de presencia y ausencia
que termina en un interjuego metaléptico entre lo precursor y lo tardío.
Voz que, más que atormentada, fragmentada, lucha por ser en la medida en
que rehúsa ser eso que la puede definir:. Cito:
Podría
decir que era un pecador
Que sus confesiones lo conducían al infierno.
Creía
en ángeles como en demonios.
Señor, sus extravíos inquietaban
mis horas.
Todo confesor es cómplice, un catador de faltas.
Si no
expresamos el infierno la oscuridad nos condena.
Tránsito
por el infierno personal de Martillo, autoexorcismo que no logra rescatarlo del
abismo por el que nos guía: un mundo que se desvanece a medida de que se
lo nombra o mundo que se desvanece se lo nombre o no.
La poética
de esta segunda etapa de Martillo, gravita, como mencione anteriormente, alrededor
de una brevedad excesiva, ya no aparecen referentes clásicos, ni la ciudad
emergiendo de cada poema, ni ese pastizaje beat del que hiciera uso en Aviso
a los Navegantes. Sin embargo, a pesar del desdoblamiento realizado por Martillo,
estos cuatro libros están inmersos todavía en el discurso subjetivo
del YO poético. Discurso que en Confesionarium encuentra su mayor
debilidad; ya que la voz (que intenta sigamos constatando su itinerario doloroso)
se llena de una simplicidad que obedece a su completa oposición hacia formas
más refinadas o elaboradas, sin alcanzar esa tenacidad en la economía
del lenguaje de la que hablaba Cicerón.
Siguen dentro de su universo
poético, la ausencia del amor, la ebriedad permanente, las pesadillas de
ángeles y demonios (posiblemente alumbradas en deliriums tremens), en definitiva
su confesión absoluta como un ente marginal que sólo puede violar
buenas costumbres y avanzar hacia el pasado en búsqueda de su fracaso,
de su silencio. Entonces sigue registrándolo todo. Cito:
Los
domingos apestan a cerveza rancia/ toda alegría se detiene/ la espuma resbala
al vacío/ me siento atrapado en pozos que habito para morir/ nada cambia,
la muerte es cada esquina, en cada pesadilla/ Sólo sé que la cerveza
me colma como una mujer que ríe/ sólo sé que el domingo avanza
como una luna apedreada por los amantes
En Vida Póstuma
sus anotaciones se vuelven más palpables, más concientes. Se realiza
una descripción detallada de las pertenencias del poeta, una observación
rigurosa de su entorno, constituido fundamentalmente por la necesidad de huir
o desvanecerse.
Se sostiene el discurso elevado desde Fragmentarium, con
su ya conocido: Yo pecador me confieso, emblema de Jorge Martillo que pretende
mostrar su sinceridad absoluta, incluso, hasta consigo mismo; en una sociedad
llena de patrañeros y de abusadores, los unos de los otros.
El lenguaje
de este libro, sigue sumido en el arte de la brevedad; pero a diferencia de lo
sucedido en Confesionarium, aquí gana fuerza en ese despliegue comprometedor
de su caos y en esa completa vigilia por la que nos introduce la voz poética.
Vida
Póstuma es, sin duda, un recuento casi puntual de un poeta, sobre ese
desierto tiránico que lo rodea y sobre esos bienes terrenales que ha ido
apilando en su morada. Sobre ese intento de orientarse, que engendra en sí
toda escritura, ese saber donde se está, para entender hacia dónde
se dirige.
Aquí el hombre, como afirmara Cayrol no nace de la mirada
ajena sino primeramente de su propia mirada a una pluralidad de objetos:
Mis
prendas quedarán colgadas detrás de una hoja de puerta/ les caerá
láminas de polvo/ les caerá el vacío/ les caerá mi
ausencia/ mis camisas colgadas del cuello atrapadas por el anzuelo del cáncamo/
los hombros derrotados como puchos de cigarrillos/ las mangas simulando al espantapájaros
que regaló los sembríos a las aves/ los cuellos lascados como cuerda
de suicida/ los botones sin los abrazos de los ojales/ los bolsillos repletos
de nada/ mis camisas sucias tendrán grabados mis últimos días/
el olor de las mañanas/ el hedor de las tardes/ el carmín de la
amante que dijo hasta luego y no dijo adiós
La
constante alusión a la muerte ( a su muerte ) es el detonante que mueve
toda esta experiencia. Un poeta que , como anuncia a través del libro,
ya despojado de la máscara atreve a extirparse la memoria, con estos ejercicios.
Con esta labor detectivesca de Martillo con su propia vida; haciendo de la escritura,
ese movimiento y acontecimiento. Esa intención de encontrar dirección
posible.
Voz poética llena de vacilaciones que denota el deseo del
desvanecimiento del sujeto y del poeta. Pienso, una voz más clara, llena
de prosaísmos, que a su vez propone el final de esta etapa, más
concretamente en Maremágnum donde Dios sigue siendo ruin, donde
el poeta saluda todavía a esas formas oscuras que son sus únicas
compañeras y sigue bebiendo las 17 cervezas del domingo, religiosamente.
La
escritura empieza a menguar de la mano de Martillo, y ante este acontecimiento
que el poeta presiente, surgen sobre él incógnitas que van cuajándose
en una constante contradicción. Nos anuncia o se nombra vivo, luego muerto
y feliz, a ratos triste, conforme, para luego tornarse disidente. Desplazamiento
de incógnitas, donde lo único que busca el poeta es definirse. Cito:
Uno
busca trampas para caer/ para sentir insano o sano placer/ eso no importa/ vivir
es la consigna/ caminar por la cuerda floja
……….
Ni
pienso, ni existo, ni nada/ bebo religiosamente todas las noches
………
Estoy
feliz/libre de preocupaciones/ no tengo que pagar la renta/ ni cuidarme del sida/
ni saludar a nadie/ he muerto/ qué felicidad/ lo mejor de la vida ha sido
morirse
………
No queda más que irse
a casa/ hundirse en la oscuridad del lecho/ en las líneas de un verso que
desea expresar lo imposible
………
soy un
pecador/ soy una mierda/ soy humano y me duele serlo
………
La
franqueza que exhibe Maremágnum, toma matices cada vez más
banales creando simultáneamente un deslizamiento hacia sus obras anteriores,
pero llegando a la vez, a ese lugar de cielos sombríos -que es la tierra-
habitado por muy pocos hombres meritorios de los que pueda hablarse; lugar que
alguna vez mencionó Celan, donde existirían -de igual manera- poquísimos
poemas.
La imagen de la ciudad (tan bien trabajada en Aviso a los navegantes
por Martillo) es rescatada, en este libro, y con mayor fuerza hacia el final,
a través de la acumulación de los días y las rutinas que
emplea la voz. Rutinas tan ordinarias, aquí citadas con desparpajo, como
ir a comprar el periódico o el desayuno. Bordeando con frecuencia la simplicidad
que intenta por momentos ganar rigor, a fuerza de reflexiones sicológicas
y filosóficas, que salvo pocos casos, logra su cometido.
Maremágnum
no realiza detenidamente, como su libro anterior, un inventario de sus pertenencias,
despojadas del poeta; sino que mas bien, fluye en su contradicción de ser
y no ser, de mano de un lenguaje despojado de artificios y de imágenes
elaboradas con esa paciencia extrema que emplean otros poetas; donde, a mi parecer,
gana únicamente en honestidad de la más cruda:
Fui
un hijo de puta/ mentí/ fingí/ hurté/ nunca dije basta/ ni
ya es hora de parar/ viví en moteles amarrado a sábanas y sudores/
escribiendo en las paredes "aquí desnudos fuimos felices"/ fui
un hijo de puta
LA
INVALIDEZ DEFINITIVA: CLARIDAD DE UN POETA DECADENTE
Pero,
¡qué sucede cuando el poeta llega a lo desconocido?
Acaba por
perder la noción de sus visiones.
Arthur Rimbaud
Últimos
versos de un poeta decadente , como el título anuncia, es el tomar
conciencia de Martillo hacia su voz extenuada. La Poesía le ha mostrado
sus derroteros y lo ha llevado, a secas, por el laberinto de su cotidianidad en
el deseo de extirparle algunos poemas. Esta última etapa de Martillo está
cifrada por su regreso a la ciudad, que le ha indicado que nada pudo hacer para
acabar con ella. Voz que llena de desaires y rudezas, e incluso de enfermedad
y hastío permanece inquebrantable en cada canto donde conjuga su deseo
de venganza con la continuidad de su fracaso absoluto.
Se mantiene la intención
poética de enunciar con descaro sus ruinas, cada vez con mayor vulgaridad
y simpleza, que no tienen otra función que la de propagar su condición
marginal. Cito:
Ojalá que en tus
baches se inyecte el sida/ porque el fuego/ las pestes/ los piratas/ tampoco los
políticos y financistas/ lograrán destruirte
……..
Demonia/
si no puedes darme de beber/ aráñame la cara/ es noche y hace calor/
las ratas del estero han invadido mi casa/ saltan como putas antes de venirse
Poesía
libre de relieves donde Martillo, desterrado tanto de la palabra como de la vida,
no posee más discursos que decir, ni ánimo alguno para continuar
su viaje a través de la palabra.
Presumiblemente inconsciente,
el texto se torna lento, casi estático; a pesar de que en " A Bordo
de mí mismo" cite algunos lugares por los que ha transitado. Diría
más bien, excusa, para volver a la ciudad que él mismo llamo Maldita
y en la que sabe, debe acabar.
Koheleth decía que"Todas las
palabras trabajan hasta el agotamiento", precio considerable sentido en este
poemario, donde no existe otra angustia que la del poeta que va perdiendo sus
facultades. Cito:
Eso sí la poesía
me abandono/ la poesía me abandono/ daría lo que me resta de existencia
por un solo verso/ podría describir más travesías/ pero sé
que será inútil
Y es esta anunciación
que realiza Martillo, sobre su futuro como poeta, que muestra su conciencia como
creador. Que arroja luz sobre todos estos años de escritura en los que,
a pesar de hacernos partícipe de una voz fragmentada, bucólica,
maldita- por momentos-; ha trabajado con paciencia y en pleno conocimiento de
su fin. Esto es lo que hace, finalmente de su obra, un trabajo global y un testimonio
visible de esa relación constructiva-destructiva que sucede entre el poeta
y la palabra.
PARA TERMINAR
Muchos han
sido los poetas que, a través de los tiempos, han abandonado la escritura,
o la vida sin la escritura. No sólo porque la escritura demuestra su fracaso
comunicativo, o hace de gala de ello; sino también porque el escritor que,
obligatoriamente debe padecer esa dualidad mencionada por Paz, no puede ver la
realidad ubicada frente a él, como el resto de sus semejantes. Esto evidentemente
debe conllevar a desplazamientos en el campo social y sicológico de un
hombre. No intento acudir a algún precepto de Heiddegger, si no aclarar
que, a mi parecer, es oficio o condena de todo poeta el escudriñar como
un animal en acecho; el ahondar como un sicólogo-filósofo- antropólogo,
siendo algunas veces, incluso él su sujeto de estudio; y el burilar con
las propias manos las vísceras de la realidad. Allí donde los demás
sólo se concentran y conviven sin cuestionarse. Siempre con la posibilidad
de extraviarse en el asco o en la locura.
No creo de ninguna manera en
la poesía como refugio, creo más bien en la poesía como destierro,
como tiranía. La pienso un súcubo enorme que ha absorbido -a través
de los años- a poetas como Hölderlin, Rimbaud, Pavese, Celan, Artaud,
Pessoa, por nombrar algunos, para luego abandonarlos destrozados. Y entre esa
vasta galería de poetas que existe -obviamente no la que he citado- (esto
lo realizo por placer personal, más que ilustrativo) hay quienes se dejan
absorber por ella hasta perecer plácidamente, posiblemente publicando poemas
de calidad limitada o acampando temporadas en el alcohol, para volver al infierno.
También hay quienes logran abandonarla antes de que ella los abandone exangües.
Y obviamente, también existen los últimos, aquellos que, avizorando
la futilidad y el extravío (o ya perfectamente extraviados de la vida común),
y cerca de que ella los ultime, deciden darse muerte por mano propia.
La
poesía que los invalidó -aquella que hasta nuestros días
no nos atrevemos a definir, pero que intuimos existe- siempre se entiende mejor
en palabras del propio Pavese:
Y acordarse
sobre todo de que hacer poesías es como hacer el amor: nunca se sabrá
si el propio gozo es compartido.
Vacío de no
significar que nos significa. Atisbamiento del horror más puro, haciéndose
palpable, mientras el escritor ejerce su trabajo. No hablo, obviamente, de la
narrativa que puede funcionar ficcionando, si desea o no, y que tiene alcances
sociales superiores al igual que una comunidad mayor de lectores. No del teatro,
que desde sus inicios reconoce su origen en el reclamo social. Hablo de la poesía,
que no puede ser de ninguna forma de orden político, moral o religioso
(sin dejar de serlo). Que no es objeto de deleites mayores. Hablo de la poesía
que nace de la disidencia y de la contemplación pura. Que debe provocar
la pregunta que nos conlleve al entendimiento de nuestra condición de errantes
(quizás). O al menos a la irritación necesaria para cuestionar nuestras
formas de vida y nuestra razón de vida, siempre sin motivos.
*Texto
leído en el marco del Encuentro de Literatura Ecuatoriana "Alfonso
Carrasco Vintimilla", durante el mes de noviembre del año 2005.