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en
uno de sus múltiples viajes -fuera y dentro del corazón del alcohol-
pero siempre lejos de sí como un gallus, Sigbjorn Wilderness escribió
que la vida misma era algo parecido a la desolación que nos asalta, eternamente,
al atravesar el poema de La Tierra Baldía sin entenderlo. Un hombre que,
aterrado por su crueldad, su ignorancia, su miedo al desalojo, ya no pertenece
o distingue el mundo que ha creado.
poco
o nada queda de el homo eticus que, sin echar un vistazo al cráneo de la
luna, ajustaba los escombros de sus pensamientos para estar a gusto con sus semblantes
que desaparecen. Pues muy a pesar de que alcanzaba plena conciencia de sí
mismo (rozando su clavícula con otras), sucedía a la par de este
"viaje" un viraje hacia la incertidumbre, un asentamiento del dedo en
la llaga, un tensar geométricamente correcto, donde la lisura mentía
o miente; provocado por lo limitado de la expresión y los sentidos, en
esa fragilidad que otorgan la experiencia y la expectativa humana (sin embargo
en este acuerdo no entraría jamás la desesperación o la angustia,
que de idéntica manera sólo se somete a sus contrarios. Y ya que
el prójimo es esta masa ad infinitum -sin andamiaje posible- la desesperación
está condenada a retorcerse en sí misma, hasta el fin de los días.)
es
entonces cuando el discurso se piedra ante un hombre encerrado en sus sentidos,
enajenado por la frustración y el desarraigo. Enamorado de un sentimiento
oceánico hacia sus semejantes (que no le pertenecen). Escindido por las
opciones-decisiones, que irremediablemente lo obligan a interpretar y ser interpretado.
Imposibilitado a desmadejar el cortinaje de un mundo donde hay más llanto
del que pueda comprender... Encaramándose entre sujeto y objeto como un
suicida reprobado alrededor de sus urnas. Como ese fiel gallinazo, quemándose
en su gula, que no logró retornar sobre el último aire. Aferrándose
a esta cáscara indecente,
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no sé mentir, como todos, afirmado contra una vacuidad más completa
que el sueño. Ya he perdido la risa, la fidelidad en los gestos; y la dureza
de mis rodillas, que ahora se
paralizan por los desplomes del amor y mi
deriva en su aplazamiento -que no deja de
secarse contra mi palma abierta-.
Hacedor de agotamientos, sin acertar a desmembrarme
en la unidad del otro,
de mí jamás se conocerá estabilidad posible. Ni mis cuarteles
de viajes,
ni mis cartas de caricias propensas a indagar un paraíso.
no estas rojizas riberas donde la tierra reconoce por su hambre al
huésped.
aquel que se somete a sus verdades que no existen…
al
menos yo me someto a nuestros cerdos, que son reales…
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aún no comprendo este sol que, en trance de relato, se posa suavemente
sobre la fraternidad de la violencia que va dejando mi casa, hundida en sus contornos.
Señal del
efugio del tiempo que obliga su movimiento a la abstracción
absoluta (¿acaso también a
mi abstracción absoluta?)
y
quedándome más cerca, jugando mayor rato, observo como el lenguaje
-esta aspereza
como categoría- va ciñéndome a un follaje
de inmenso lirio. Como este cuerpo aguijado,
que retiene mi cuerpo, a pesar
de su atalaje, no es de antaño. No me pertenece.
así,
solamente mi compañero de llagas habita en la espesura.
comba las
manos que no podrán vivir sin despulpar la sombra que florece a su ida.
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el viejo
bibliotecario, ciego como los topos, a pesar de la evolución más
creativa, contaba historias fantásticas a su reloj de arena. Los hijos,
dimensión moral que habrá
muerto en equilibrio, se agarrarán
de los árboles por el placer repetido de esquivarlo todo.
Cristo
se ocupará nuevamente de callejuelas estridentes llenas de insectos. No
paseará el
Amor, pero los hombres se irán llenando de condiciones.
nosotros
jamás fuimos nosotros, eso queda claro -on me pense?- y así
será el poema: el
último poema que nos proteja del viaje
hacia nosotros mismos. Piensa, por ejemplo, que no
hay hombre que no sueñe
con su banal cadáver. Rigor Mortis. Que tu coartada será
perfecta
al haber pasado tan rápido por esta tierra.
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tres, cuatro días en el bar, inventando el animal que acaricie
el despojo. Siento mi lengua, empozada, duplicándose en su charco que ha
revisado mis dientes, como buscando
al andrajo que sostiene su baba.
he
llegado a pensar que la sangre fluía alguna vez por mi cuerpo. Que alguna
vez
recorrió, desde la comisura de mis labios, hasta la recaptura
necia de mis costras. ...para
luego terminar así, tan conmovedoramente,
tan insulsamente en los brazos de otros.
¿pero es posible sumergirse
entre la sombra?; quiero decir, ¿Entre la sombra aborrecible y
su
colmena apedreada, sin que nos invite a partir tan poca gente? ¿Y es posible,
quiero
decir una vez partidos, idos, aherrojados a ningún futuro,
echar ancla en el mar, después
de haber nacido en él, sin
orientar los vientos?
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no hablo de este vértigo, de este derecho a la vida o a la muerte que me
ha sido
negado. Hablo mejor de esta piel, que es acaso una mazmorra de
lluvias llenándose
en silencio. Un rastro como el deseo que no espera
dos veces para humillarnos. Una barca
destrozada, en la mitad de la arena,
que no ha caído en cuenta de su derrumbamiento.
hablo mejor de
las leyes de los romanos, que daban siempre al marido el derecho o
beneficio
sobre su progenie. Hablo de los Hurones, los Hotentotes y los Griegos donde
el
robo era permitido y recompensado.
hablo de aves y ranas,
que he crucificado en el bosque -con tres clavos por el vientre-
contra
un árbol firme.
hablo de tanto pueblo considerado idiota.
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mi padre, honrado como su padre,
se ha pasado 58 años enamorando mujeres
que no han podido ganarse el pan
sin la entrepierna.
Misses
Rose, no se casó jamás
y guardó luto hasta su muerte
por un joven doctor
que no llegó a desposarla.
Mi abuela,
negra como el silencio en la boca del siervo;
cuidó de 14 nietos
y de hijos a los que ofende su color de tierra.
Luis Alberto Bustamante
-amigo de pubertad-
pasó 27 años del trabajo a su casa,
y
estudió religiosamente a pesar de su cariño hacia ROMA PAGANA
(no
cumplió jamás los 28).
El cornudo de Da Silva que perseguía
gulas terribles -en ninguna parte-
trató bien a toda mujer y toda
mujer pateó su trasero noble.
Y lo que quiero decir es
que
he visto el amuleto corroído que acaricias con tu mano
vida pretérita.
La
sal de los sacrificios sobre tu playa tomada.
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(¿en qué queda la provocación del demonio tocando su mano
eólica, semilla de mi medrugo, si al final no vencerá la locura;
o la alegría más sencilla, que se escandaliza como
el amor,
por llevar asechanza? ¿Los pasos que -en sus viejos semiciclos- no dejan
musgo o colonia sobre perfecta piedra; no dejan sol de raíces, dilatándose
en la suma de
mis convicciones?)
mas ahora, todo degollado,
ya asesinado todo de una buena vez, ¿qué quedará por
penetrar
bajo ese túnel almíbar de la vigilancia embriagadora y su presencia
que nos iba
haciendo libres? ¿qué por abrir palpitante, refregándose
las uñas, sin mejores motivos,
que la preparación del futuro
para regalar a la poesía?
en este sitio de nombres clandestinos
-de escuela impregnada en el dolor más puro- sólo
resiste
ese Sísifo, mirando rodar su piedra mientras transcurre el desolar de las
hojas, sobre
su espalda breve; sobre sus hombros sin porte, sin estatura
mayor a la de una rosa vencida
que tose junto a un puente, que es puente
sólo a fuerza de sus paseantes.
pero que en la lejanía
de la noche, arqueando la madrugada donde el gallo encanece a golpe
de
relámpago, se aferra a cualquier figura que aprecie su latido.
a
cualquier bulto indeciso y tembloroso que postergue el mundo.
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de mi madre recordaré la celda de su mueca. Doblemente feroz cuando lograba
acariciarme acaso dentro. Los papalotes y ardillas que chillaban empapándose
de árbol. El
patio que se fue quemando, olvidado y desafiante, como
todo lo demás, sin cumplir sus
deseos. El vicio que ha tenido desde
siempre su tejado propio… ...... ¿Volveré
acaso yo
a la casa abandonada? ¿al trabajo descuidado por amor a
la luna? ¿A las mismas enseñanzas
que no lograron convertirme
en ningún hombre?
¿al júbilo que hoy mueve su
hojarasca como cosa visible?
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quedará acaso en una pesadilla de Cleopatra un lugar de nosotros, donde
todo perezca. Darle bulto a ese dios que aborrezco, consciente del gusano que
clausura el
fracaso. Sin embargo el muerto, o mejor dicho el no-muerto,
es quien camina
mientras palabras nos devoran cuidadosamente sobre un tablado
donde el mundo
ensaya el mundo. La queja nos parece diferente. El hambre,
siempre el hambre.
No dibujes un animal que se parezca demasiado a nosotros
mismos, dijo dios, mientras
su imagen se evaporaba en mis narices, apretándome
el sombrero. Hermoso es el oficio
del que duerme despacio sin oír
a Pelletier buscando su cabeza. Has tenido tantos años para
perfeccionar
tu arte y no lo has hecho, has tenido tantos años para hacerte algún
hogar y
no lo has hecho; que tu espíritu no conoce otro remedio
que cantarle al franco muro que
elevaste entre el que piensas eres tú,
y el que termina perdonándose a sí mismo.
entonces el
sol ya estaba en lo alto, atado en la mitad del cielo.
a la orilla del
río volvería la música, otra vez encabritada y funesta abrazándose
a su tabla
de lloviznas. Monte para arriba, resollaba el silencio. Yo recordaría,
más tarde, que mi
fuerza radicaba en el desgano. Que nada podría
salvarme de no admitir la mentira. De no
matar al hombre. Rey que mendiga
su espejo en la palabra inocente.
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ha sido fiel la
serpiente que ha creado al hombre. La represión consiste en hacer (en cómo
negocias tu derecho a mirar de frente). Porque hagas lo que hagas dañarás
a
otros. Porque en toda voluntad está el demonio.