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            FUNDACIÓN DE LA NIEBLA DE ERNESTO CARRIÓN
        Por Paul Guillén
         
        
        
        QUISIERA EMPEZAR  ESTA PRESENTACIÓN CON DOS DATOS TAL VEZ CIRCUNSTANCIALES: El primer dato es que  en el año 2007 tres poetas peruanos de los más importantes, publicaron libros  que en sus títulos estaba incluida la palabra NIEBLA, hasta en un semanario  local, alguien firmó una nota intitulada algo así como “un año de niebla” o “poesía  de niebla”, me refiero a los libros: En  el hocico de la niebla de Jorge Pimentel, Banderas detrás de la niebla de José Watanabe, y Como un carbón prendido entre la niebla de Antonio Cisneros. Empezando el 2008, Leopoldo Chariarse, otro poeta peruano  importante, nos entregaría la antología Resplandor  en la niebla. El segundo dato es que el libro Fundación de la niebla de Ernesto Carrión empieza con un epígrafe  del poeta camerunés Paul  Nyunai, lo cito: “Y te obstinas en buscarme fuera de  ti / Allí donde no puedo estar / Soy tú en ti / La unidad increada”, se trata  de unos versos del poema “Suprema esencia”. Quería hace este comentario, porque  soy admirador de los poetas que se llaman Paul, ¿por algo será, no? por ejemplo  entre mis poetas Paul favoritos están: Paul Celan, Paul Éluard, Paul Valéry, Paul  Verlaine, y ahora gracias a Ernesto Carrión, Paul Nyunai.
Nyunai, lo cito: “Y te obstinas en buscarme fuera de  ti / Allí donde no puedo estar / Soy tú en ti / La unidad increada”, se trata  de unos versos del poema “Suprema esencia”. Quería hace este comentario, porque  soy admirador de los poetas que se llaman Paul, ¿por algo será, no? por ejemplo  entre mis poetas Paul favoritos están: Paul Celan, Paul Éluard, Paul Valéry, Paul  Verlaine, y ahora gracias a Ernesto Carrión, Paul Nyunai.
      
          Antes de empezar mi  comentario sobre el libro de Ernesto quisiera decir algo muy general sobre la  poesía ecuatoriana: es poco conocida y frecuentada en el medio literario  peruano, cuando debería ser al revés debido a nuestra cercanía geográfica.  Algunos esfuerzos se han desplegado con antologías binacionales Perú-Ecuador de  poesía y cuento. Una de ellas es Álbum de  arena, coordinada por Ernesto Carrión y Maurizio Medo; otra antología se  titula simplemente Poesía Perú-Ecuador y fue preparada por el poeta peruano Carlos Villacorta. En ese sentido, el año  pasado la editorial Alfaguara publicó la Antología  de poesía. Literatura de Ecuador, selección de Iván Carvajal y Raúl  Pacheco, el libro incluye desde poetas modernistas como Medardo Ángel Silva,  poetas vanguardistas como Hugo Mayo, pasando por los más conocidos en el ámbito  latinoamericano Jorge Enrique Adoum, Jorge Carrera Andrade y César Dávila  Andrade, hasta poetas últimos como Ernesto Carrión y Juan José Rodríguez. En esa  antología también podemos leer a Alfredo Gangotena, poeta relativamente  conocido en el Perú, es un caso similar a César Moro, gran parte de su poesía  la escribió en francés, y mantuvo una fructífera amistad con poetas, pintores y  cineastas como Henri Michaux, Jules Supervielle, Jean Cocteau o Max Jacob. Uno  de los descubrimientos notables, por lo menos para mí, en esa antología es la  poesía de Gonzalo Escudero, poeta al que he leído con sumo placer, y me  desconcierta su poca resonancia fuera de las fronteras de su país, cuando  debería ser considerado como uno de los poetas latinoamericanos de primera  línea. Digo esto para problematizar la idea generalizada que la poesía  ecuatoriana no tiene una fuerte tradición literaria, cuando escucho eso se me  viene a la mente la poesía de Escudero y Gangotena, y no puedo dejar de pensar  lo contrario, creo que la poesía de Carrión va por esos caminos. Me interesa en  demasía la poesía de Carrión, sobre todo que un poeta como Raúl Zurita ha  expresado que es “uno de los poetas imprescindibles de la ya extraordinaria  generación de poetas latinoamericanos”. De acuerdo, es una extraordinaria  generación. Títulos como Demonia Factory o La muerte de Caín de Ernesto  Carrión, así, lo confirman. Pero también otros títulos como Coma de Héctor Hernández Montecinos, Síncopes de Alan Mills, Frágiles trofeos de Jerónimo Pimentel, Lesley Gore en el infierno de José  Carlos Yrigoyen, Degenerativa de  Alejandro Tarrab, Cabaret Provenza de  Luis Felipe Fabre, Muletología de  Juan Salzano o Doxa de Ezequiel  Zaidenwerg, por mencionar unos cuantos.
          
          Ahora sí, quisiera  comenzar mi comentario sobre el libro de Ernesto. Fundación de la niebla de Ernesto Carrión empieza su recorrido con  el verso: “un libro quebrado como un verso al final de la hoja”, este  rompimiento, esta quebradura, esta partición nos lleva a pensar en una unión  entre la materialidad del libro (el papel, la tinta) y el cuerpo (la carne, la  sangre). Papel, tinta, carne y sangre están quebrados dentro del libro y el  mundo. Este quebrarse también se ha producido en la cabeza del poeta. Es un  poeta quebrado que nos invita irremediablemente a asistir a una horrible fiesta,  donde la niebla es una gran masa de cuerpos no individualizados: “éramos 400  millones de rostros / fundiéndose en la niebla”. Esta gran masa o turba que es:  “UN SOL DE ÓRGANOS INFINITOS TENDIDO / BAJO PEDAZOS DE BLANCO CIELO”, hará que  el poeta pierda su nombre y su identidad: “y desparecieron tu nombre”. Todo  esto ocurre, porque el poeta y la turba tienen una herida en la cabeza, ¿se  habrá producido una lobotomía? La lobotomía de la cultura y la ignorancia me  pregunto yo. Un aspecto importante es que el poeta se vale de cierta imaginería  bíblica y apocalíptica, para situar los poemas, mediante esa barrera en contra  de la racionalidad utilitarista e instrumental, pensemos en los títulos de sus  anteriores libros La muerte de Caín, Demonia factory, La bestia vencida, etc. En Fundación  de la niebla existe la idea y el símbolo de la “cabeza” que quiere huir de  esa lógica: “cabeza que no duerme en su cabeza / para sentirse viva”. Y aún es  más cuando el poema se dirige a la “cabeza” le dice: “Pero aún tú y yo no  conocemos nada de este mundo”, el poeta y la cabeza están fuera del mundo  salvaje en el cual vivimos, hay una partición entre el cuerpo y la cabeza.  Estas imágenes de la cabeza y del cuerpo, me hacen recordar las fotografías tan  poderosas de Joel-Peter Witkin, donde sale un hombre sin cabeza, esta situación  de que el cuerpo no es uno con la cabeza le lleva al poeta a preguntarse sobre  lo que es un hombre: “¿somos un hombre —cabeza—? / ¿qué es un hombre?”. Esta  desunión entre lo corporal y la cabeza (el logos) resulta en que el cuerpo le  pide a la cabeza que le dé un poema negro. Esta incompatibilidad entre el  cuerpo y la cabeza se torna más explícita más adelante: “odio despertar junto a  ti y odio tus sueños —cabeza—. / soy sólo feliz cuando has bebido tanto y tanto  que no / recuerdas mi nombre: un ataúd, que cargas en silencio, / lleno de  fantasmas”, por un lado, la cabeza estaría conjeturada como el lugar del logos,  del sueño y la imaginación, en tanto, el cuerpo es un lugar, donde imperan los  fantasmas y la culpa, esto daría como resultado una disyunción entre lo  sensorial, lo sensual y el raciocinio. Por un lado, a la cabeza le dolería  tener un cuerpo, por eso, necesita embriagarse para olvidarse del cuerpo, y por  otra parte, en tanto cuerpo odiaría tener esa cabeza, la cual le hace sentir  dolor y desesperación. Es un infierno esa situación de ser “cabeza” y “cuerpo”  escindidos. Al cuerpo lo que le queda es tratar de reconocerse para saber si  existe y recobrar su nombre: “voy a trazar un círculo sobre mi cuerpo para  encontrar / mi cuerpo Voy a trazar un círculo sobre mi / cuerpo para ubicar el  territorio desde el que escribo (…) Voy a trazar un círculo sobre mi cuerpo /  para alumbrar mi nombre”.
        Teoría del poema:  LA LEPRA ES LA ESCRITURA “escribir para no ensanchar más la mirada entre el /  objeto y nosotros”, y “Toda mi vida he escrito / como si fueran mis últimos  minutos. Líneas sin sentido / en las que trazo el mapa de agua de un organismo  muerto”. LOCURA, VIDENCIA, POESÍA. Me refiero en general a las partes II y III  del libro, me quedo con la idea que Ernesto concibe a la poesía como  fotografía, pero una fotografía de seres incompletos: “un caballo incompleto  que acaba de salir del túnel de los retratos”, una fotografía que dé cuenta de  lo sobrenatural dentro de lo cotidiano: “Un violín respirando / en la mano de  un muerto”.