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(Sello
de fidelidad: a manera de Antipoética)
Del
Libro Proyecto de Demolición de Ernesto Carrión
Fallor
ergo sum. Toda poesía aparece como la necesidad de mentirse o contradecirse
que posee el individuo: me engaño, luego existo. Las disculpas,
no como remedio a un pasado o futuro mediato, sino más bien como una asimilación
de voluntades que a través de los años terminan agrupadas en sus
yo deshechos.
Y es que - para usar la palabra- el que escribe adopta un
rictus que elabora en viva humareda, pensando sea ese puente con los otros; ese
hilo delgadísimo que, doblado levemente hacia la libertad, jale a toda
hora de sus agrietadas argollas de vigía (unus homos nobis vigilandos
pestituit pem).
Pero la mano que ha hecho poesía no será
nunca la mano que se ha hundido en el sexo de una loca, la que ha sobado el lomo
de un gato que se arqueaba brevemente en la mitad de la sala, ni la que ha disparado
un revólver en la cara de un hombre -por odio o por vergüenza-, que
es lo mismo. Menos la que ha marcado el surco del cabello de la amada, una noche
cualquiera, debajo de las sábanas, donde siempre se contemplan las cobardías.
Dije
alguna vez que escribía para desterrarme/ VACIARME, pero esto es tan cierto
como el halago de quien dice eres un hombre importante, cuando hasta hoy no he
conocido un hombre que sea imprescindible. ¿Se escribe para una época?
¿Se escribe para una causa? ¿Se escribe por venganza, por remordimiento,
por reconocimiento?
¿Se escribe para los vivos, para los muertos?
Lo único cierto, es que se escribe para seguir de pie y con la mentira
en la boca. Para contradecirnos. Para largarnos y volver, con el escupitajo en
la cara como una cicatriz abierta por la condena.
La aspiración
por la escritura es sólo la aceptación de no salvarse (la Bestia
vencida dixit). Un ocultamiento de lo pasado, canalizando el dolor por medio
de los instrumentos del lenguaje que, desde el instante en que el escriba los
escoge, ha de reconocerlos como falsos, quizás bellos, musicales, nunca
innovadores, falsos; cayendo en cuenta de que está estetizando el horror
de su miseria íntima.
Decía Pavese: el hombre madura, o deja
de ser niño, cuando se da cuenta de que contar sus problemas y sufrimientos
no los soluciona. De ahí que el escriba nunca deje de hacerlo, deseando
mezquinamente que su trabajo (equilibrado entre la música, la realidad
por revelarse y las herramientas estéticas de su orfebrería sagrada)
traspase el entorno y los límites de sus objetos. Que toda su radicalidad
hacia el mundo, por ese fraude del Jauja prometido, se vierta sobre el poema y
su deformidad constante.
En todo caso, la poesía, que alguna vez
parecía combate -no aceptación del mundo en su presentación/
representación-, termina luego siendo mera resignación, cuando se
ha perdido toda esperanza. Los más bellos poemas que he leído han
brotado de un poeta que ha debido experimentar la pérdida total de una
experiencia que lo hacía más humano (humano en el sentido heideggeriano
de la palabra). Sin embargo, aquí hemos de diferenciar: por un lado está
el poeta, que bajo su voz o la fabricación de su voz -que no ha de ser
lo mismo necesariamente- realiza esta escritura falsa o de supervivencia, y por
otro lado aquel que se apropia de la historia de otros para escribir, y que consigue
-en contadas ocasiones- una mejor manera de desahogo.
El disfraz libera
al actor a la hora de interpretar su papel.
Entonces ha de quedarnos claro
que quien quiere ser leído, miente. Y que sólo nos revela esa
cantidad de lo insoportable que está dispuesto a asumir para seguir con
vida.
Así, este libro miente; o es quizás,
en definitiva, el único registro de esta guerra desenfadada, en la que
he pasado mis años, tratando de asesinar al niño que vigila y que
no permite que el hombre continúe; que agradece el deterioro, con
la mentira en la mano, con el rugido en la sangre multiplicando el sonido hasta
inquietar el texto...
AÑOS DE FRECUENTAR LA MIERDA. ....
.. .. .. .. .. .. . ...ESE CABALLO DE PALO
DEL POEMA EN EL QUE ENTRAMOS
TODOS.
Santiago de Guayaquil, 2004. Aún durmiendo en
el país salvaje.