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De cómo meterse el mundo en la cabeza


Por Fabián Darío Mosquera
fmosquera@telegrafo.com.ec

La Casa de la Cultura editó, recientemente, un poemario con textos de pacientes psiquiátricos.

Entre abril y mayo de 2008, el poeta guayaquileño Ernesto Carrión logró, en el marco de un proyecto de la Subsecretaría Regional de Cultura, concretar una vieja ambición, surgida, como suele pasar, a partir de la lectura de un libro. Carrión entró en contacto, hace años, con Globo Rojo, texto publicado por la casa española Hiparión, en 1989, que muestra el resultado de un taller literario realizado con internos del Manicomio de Mondragón y dirigido por Leopoldo María Panero, notable escritor madrileño que en ese momento residía en el sanatorio, y cuya genialidad y desequilibrio mental son proverbialmente conocidos, por igual, en el mundo de la literatura contemporánea en lengua castellana.

“Ese libro”, explica Carrión,  “construyó en mí la fabulosa duda de lo que puede uno como creador -o “mostrorum artíficex” de mundos igualmente artificiales- hallar en este grupo de desplazados”. Así lo afirma, reconociendo de manera manifiesta a Panero como antecedente, en una de las anotaciones introductorias de Identidades a plazo, recopilación de textos de pacientes del Hospital Psiquiátrico Lorenzo Ponce, libro trabajado durante esos meses, publicado recientemente bajo el sello de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, y que forma parte de La completa antología del desastre, proyecto más amplio que contempla el resultado futuro de talleres a realizarse con lo que Carrión llama “cofradías atemorizantes”: enfermos terminales, pandilleros y reclusos penitenciarios.

Jorge Elizalde, Nelly Orbea, José Betancourt, Amparo Rodríguez, Washington Espinosa, Julia Rivas, Guadalupe Montaño, María Cifuentes, Glenda Cueva, Fátima Bermúdez, Gloria Galarza y Francisco Alvarado fueron los talleristas. Todos diagnosticados con esquizofrenia. Muchos, recluidos durante la misma cantidad de tiempo que llevaban sin escribir: 25 años.

Carrión explica un poco la metodología de taller: “construcción de metáforas a partir de listas de elementos diferentes. Por ejemplo, elementos que tuvieran que ver con su entorno, así como listas de emociones y elementos de la naturaleza. Elaboración de un diario que manejaron todos los días que duró el taller. Cartas autobiográficas, cartas a Dios, descripciones de compañeros, del profesor del taller, trabajos descriptivo-narrativos a partir de fotografías, temas...”.

El resultado es un poemario de gran fuerza aforística (“La felicidad es la madre del olvido”; o “La nieve como un cisne nos embruja”, dice Fátima Bermúdez. “Casi nunca sueño contigo/ mi mente te conduce a todas partes”, dice Nelly Orbea. “La felicidad es un espejo que da libertad a todos”, José Betancourt. “Soy como la lluvia: no tengo problema en caer”, María Cifuentes).

Nos encontramos frente a un texto que confirma la noción de que la poesía tiene algo (mucho, más bien) de esquizo, en la medida en que la palabra asume toda su potencia liberadora, transgresora en relación (y ruptura) con los núcleos reguladores del sentido. La palabra/goce.

(SIN TÍTULO)

Los peces son relámpagos.
Mi casa es y tiene luz.
El tigre del desierto está sin sol.
El manto tiene atardecer negro.
Papel de las estrellas
donde escribo mi poema favorito
Donde nací: la comarca. Inspector Dios.
(Francisco Alvarado)

El volumen viene con una cuarta de forros del poeta mexicano Rodrigo Flores, quien expresa lo siguiente: “los manicomios (llamados eufemísticamente “hospitales psiquiátricos”), (son) espacios conventuales donde lo más evidente es la clausura y el cerrojo; pero también, como demuestran cada uno de los textos recopilados por Ernesto Carrión en este libro, su negación, es decir, la libertad. Lucidez, miedo, esperanza y testimonio son conceptos clave en las escrituras reunidas en Identidades a plazo”.

Se advierte, en estas páginas, todo el pálpito de dolor subyacente en las historias singulares. Los pacientes que participaron, a pesar de su conflictiva relación con ese consenso que llamamos realidad -y que los desplaza hacia los márgenes-, insisten en hablar sobre ciertas instancias socioculturales, digamos, canónicas. Allí está la familia, la infancia ya remitida al stablishment educativo, Dios, el anhelado idilio de la relación de pareja, el agrio testimonio (muy lúcido en su delirio) de la vida en un psiquiátrico. A pesar de que ciertos trabajos poseen un dejo al estilo de Carrión (lo cual es entendible, siendo él esa especie de “curador” de un discurso que fluye sin respetar un cauce rígido), cada uno de los escribas alcanza a esbozar una voz, una identidad clara y unívoca.

(RECUERDOS)

1.- Mi primer enamorado
2.- Mi primera maestra de primer grado en la escuelita
3.- Mi primera faldita de la escuelita
4.- Mi primera violación cuando tenía 8 años de edad
5.- Mi mala reputación
6.- Mis sentimientos heridos
7.- La golpiza que me dieron
8.- Mi inteligencia de ese entonces
(Nelly Orbea)

El compilador de este libro paga con respeto la honda experiencia que los internos le permitieron vivir: “rescato la desconexión vital que los torna lúcidos y puros en sus intenciones aforísticas. Prueba infinita de que el poema, en su “caja complejamente cerrada por dentro”, que nos fue dada al igual que cada cuerpo -como un secreto o un instrumento de magia-, puede por momentos abrirse hacia nosotros para descifrar y renombrar con coraje el mundo.”.

 

 

 

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