Proyecto Patrimonio - 2011 | index | Ernesto Carrión | Autores |



 



 

EL VACÍø DE MI NOMBRE

[La Historia Prohibida de la Poesía]

Texto leído en el Encuentro de Literatura Ecuatoriana “Alfonso Carrasco Vintimilla” 2008

Ernesto Carriøn


a mí mismo no me tengo,
a mí mismo no me soy…
José de Jesús Martínez

1. El origen del mal: una procesión en mi cabeza 

¿Estoy vivo o estoy muerto?/ ¿Soy un hombre o soy una mujer?/ ¿Soy quien redacta estas palabras o soy estas palabras pronunciadas ante ustedes?/ ¿Soy lo que queda entumecido sobre la página llena o sólo una intención?/ ¿Soy un golpe o esta tristeza absurda?/ ¿Soy la obsesión en lo que observo o lo observado?/ ¿Soy esta cantidad de negros, indios y judíos enredados en el acuario de mi sangre; o soy estos putos, patanes, pederastas, niños orinando en cuadras ordenadas como soldados, estos hombres y mujeres colgando sus corbatas sobre negros letreros, estos moribundos y vivos, estos lisiados, prostitutas, ciegos y frágiles muchachas -víboras todos con capucha?/ [1] ¿Soy esta procesión o acaso un verso que no será jamás entendido, condenado a perecer detrás de las rodajas azules de mi cerebro?

“Escribir es mantener la lucidez en medio del torbellino; se trata al fin y al cabo –como dijo Perlongher- de una lucha atroz y solitaria por deformarlo todo”[2]. Entonces ese “todo”, que menciona aquí el poeta, abarca justamente todos esos símbolos con sus respectivos significados. Toda esa aglutinación de representaciones desgastadas como arrugas bajo la piel del mundo.

Para ser un poeta menor, en la década de los noventa, supe que tenía que distanciarme de dos amplias tendencias que recorrían –una mi patria y otra mi ciudad- entre cordilleras de libros, cuadernillos, ediciones de autor, revistas y/o antologías preparadas con honradez y leídas por quizás no más de 100 personas. (Cantidad exagerada que, obviamente, representaría la turba de lectores que tiene la poesía en el Ecuador.)

Una de estas tendencias sería, claramente, aquella diseñada como resultado de una asimilación particular del canon andino-céntrico propagada hasta nuestros días donde, me atrevo a decir, aparece resuelto el mecanismo del poema por una regla parecida a esta:

Elemento concentrador de la naturaleza + Brevedad + Reflexión metafísica

Ecuación que me daba como resultado un divorcio de la voz poética con la energía misma del texto propuesto. Donde encontraba, además, una atrofia muscular en el sentido estricto de la imaginería poética; quiero decir que existía una abulia en el trabajo de imágenes que propusieran, en su engranaje lúdico, llevar el poema hasta identidades y connotaciones otras.

(La preparación de las imágenes, y cómo éstas funcionan alineadas a la intención del autor, y a esa realidad revelada o por revelarse, asegurarán la libertad única del poema. “Asegurarán que el poema, sea siempre esa caja cerrada que ha de llevar la llave únicamente por dentro”).   

La otra tendencia tenía que ver exclusivamente con una poesía no citadina, sino que más bien utilizaba la ciudad como telón de fondo o como un pretexto que permitiera armar, inteligentemente, un libro de poemas que no sufriera caídas o errores mayores. Se trataba de una poesía donde aparecía la ciudad como una “totalidad intuitiva”, acaso con vida y sensibilidad propias. Donde aparecía, de manera similar, la amada como esa excusa donde el discurso poético lograba asentarse para volver hacia reflexiones de orden filosófico, psicológico y metafísico. Poemarios donde primaba la brevedad en forma y contenido.

Queriéndome alejar, entonces, de ambas maneras de construir un libro, los problemas ante los que me encontré fueron los siguientes: ¿cómo identificar mi voz? Y peor aún, si separamos la voz poética del autor del poema, ¿cómo iniciar mi trabajo en la poesía?

Acordando entonces que el poemario no debía suceder como una operación matemática o de reflexión pura (menos aún como breves narraciones sobre la cotidianidad de mi vida),  sino que éste debía levantarse como una propuesta en debate con la realidad, comprendí que un poeta menor, evidentemente, sería alguien que elaborara textos divorciados de todo preciosismo (sin alejarse de la estética) y de todo intelectualismo donde no esté implicado su protagonista (sin alejarse de la ética). Wittengstein, de por medio. Y que mi libro debía iniciarse en el sitio donde se han consumido todos los libros posibles y todas las voces posibles. Que debía transformar mi trabajo en un devenir progresivo de mi identidad (recordando que las identidades fueron derribadas desde la modernidad, y que ya nadie es un “todo como tal”, una identidad clara o transparente, sino una extensión de seres, cosas y conocimientos en los cuales deambulamos fragmentariamente. Y que -como dijo Bretón- “la historia de la poesía moderna es únicamente la historia de las libertades que se han tomado los poetas respecto al Yo”). Comprendí entonces que mi máscara –en la primera etapa de este trabajo- se convertiría en miles de máscaras que me ayudarían a reflexionar sobre nuestro tiempo. Sobre el por qué estamos en un sitio que siempre parece más ficticio que la página en blanco. Máscaras que también me ayudarían a distanciar mi trabajo de ese yoísmo excesivo, de los poetas de entonces, que –bajo la propuesta de intimar con el lector- terminaban distanciándose por la carencia de los elementos que mencione hace un momento.

Entonces a partir de esta idea aparecería La muerte de Caín donde, en la búsqueda de remorder el vacío de mi nombre, abusaría de las libertades de la fragmentación para atravesar las páginas de mis libros como Adán y Eva, como Calígula y Safo, como Marc Chapdman y Billy the Kid, como Yukio Mishima y Rimbaud, etc. Páginas en las que la poesía pierde su “misión ornamental” y se convierte en otra cosa: se me ocurre un tratado rizomático que llegaría quizás a resolverse en su etapa segunda, y ni esto.

Surgiría –con el reflexionar de mi trabajo sobre los años- la creación de una obra que llevaría por título: ø (que representa el símbolo del vacío). Trilogía conformada de la siguiente forma: La muerte de Caín (cuarteto integrado por los poemarios: El Libro de la desobediencia, Carni vale, Labor del Extraviado y La Bestia vencida); Los Duelos de una cabeza sin mundo (quinteto formado por los poemarios: Fundación de la niebla, Demonia Factory, Monsieur Monstruo, Los Diarios sumergidos de Calibán y Proyecto de Demolición: Promesa de territorio*); y 18 Scorpii.

Alzaría entonces con mi cabeza de gallo miles de aristas que, en mi confesada obsesión, intentarían responder a mi tiempo histórico, a mi realidad social y a mi propio nombre. Entiéndase una cabeza de gallo iluminada por las miles de velas que encienden mis otros yo dentro de mi cráneo.

2. Nuevas formas de tratar los traumas de la guerra moderna. 

Este texto está escrito, si ya han caído en cuenta, para aquellos que no creemos en la poesía como mero artificio/ como objeto inanimado que provoca únicamente experiencias estéticas/ para aquellos que nos sentamos a cenar, esta tarde, sobre el cadáver fresco del poema contemporáneo/ para quienes creemos que su vitalidad radica en ese golpe profundo sobre la mejilla de todo este desorden de signos y significados -sobre toda esta pérdida de civilidades que nos deshumanizan en el proceso de abrir los ojos por temor a gritar.

Para abordar desde la poesía los traumas de la guerra moderna, imaginé un sistema que se agitara en  el mismo núcleo de lo considerado “civilización” por Marcusse hasta hoy. Esto es: Sometimiento-Rebeldía-Sometimiento. Yo trabajaría en cambio: Rebeldía-Sometimiento-Rebeldía. Por eso, la trilogía de la que hablo (que encierra 10 libros) tiene como subtítulo en su primera parte: en el nombre del hijo, en su segunda: en el nombre del padre, y en su última nuevamente: en el nombre del hijo.

La muerte de Caín trata – en su tejido complejo- de releer y reescribir nuestra realidad judeocristiana (como bien apuntara el poeta chileno Héctor Hernández Montecinos, en el epílogo que cierra este libro, editado este año por la Casa de la Cultura Ecuatoriana), y de enfrentarnos ante la duda de uno mismo con respecto a los dolores del mundo, que siempre son los mismos. Las incógnitas se presentan en este libro, no únicamente desde la soledad u orfandad del hombre ante su creador (el libro de la desobediencia), sino también desde la soledad del hombre entre sus semejantes que viven de espaldas a esa búsqueda de verdades que padece la voz (Carni vale). Las máscaras más que máscaras se vuelven soportes técnicos para realizar esas puestas en escena de momentos cruciales de nuestra condición judeocristiana. Donde la única intención es la desintegración de la mentira en la que vivimos, sin llegar a ninguna respuesta. Cito:

el mar existe. Y el cielo puro que cruje entre el cemento. Así la lluvia existe, y la débil danza de su aguja que va deshilachando cada sombra, que por eso dura. Y dios existe; pero igual que un gran artista de maravillosas dotes, nada tiene que ver él con su obra. Pero yo, que sólo me contemplo en el cuerpo que se apaga. Entre la multitud que asienta y que acongoja; que beso las criaturas que después no son, también existo. Yo, que he visto a las garzas nevando sobre los manglares, bebiendo la carroña del estero, iluminando las aguas detrás de nuestras casas, donde nuestro grupo humano estudia, palmo a palmo, esa moral y ese excremento que nos hace. Yo, que aún sueño poseer los mil discursos que habrán de derrotarme. Y me digo, por un día siquiera, sería bueno ver las cosas en su origen. Sería bueno que los caminos opuestos fracasaran una vez en calma. Por un día siquiera, sería bueno que el anverso y el reverso no estorbaran. Ver las cosas como hubieran sido. Porque sé que he terminado como todos, siendo el hombre que jamás deseé

(de El Libro de la desobediencia)

En La muerte de Caín existe, de igual manera, un planteamiento insoportable, por así decirlo, con respecto a la muerte o a la falta de ésta. A la condena de volver a la existencia, a esa consigna de que “volver es siempre parecido a la derrota/ porque volver es siempre parecido a la derrota” (Labor del Extraviado). El sujeto queda entonces suspendido en la incomprensión entre sus semejantes, olvidado en su orfandad divina, sumergido ante la falta de certezas u absolutos, arrinconado por la demencia terrestre de no poder escapar o morir, definitivamente.

Caín (hasta hoy condenado por su fratricidio a vagar por el mundo) cierra este libro con una carta tristísima. Cito un fragmento:

Es hora de partir.....Oh Padre.............devuélveme al degüello....................a la inocencia.

Yo te pido mi muerte por toda una vida entregada al seguimiento de tu vida de tu rabia.

Cansado estoy de golpetear el sueño......................................de conseguir el sueño en horas desbordadas...........................................................................como ovejas

Bajo este cielo ácido.................................................................y celeste

(de La muerte de Caín)

Recuerdo que alguna vez el poeta Ángel Emilio Hidalgo reflexionaba –respecto a mi trabajo- que era la duda constante (ese tono pobre de certezas) lo que ubicaba mi “poesía” lejos del trabajo de otros escritores. Hidalgo sostenía, en aquella conversación, que la poesía ecuatoriana está plagada, en gran parte, de certidumbres. Y que mi trabajo lograba una suerte de ruptura, dinamitando el canon ecuatoriano desde adentro.

Llámese angustia sostenida o un work in progress impulsado por el vértigo, la culminación de La muerte de Caín iniciaría el quinteto en el que me encuentro actualmente trabajando, titulado Los Duelos de una cabeza sin mundo (que es a su vez hermano de la Muerte de Caín).

Hablaré de este trabajo muy brevemente, deteniéndome únicamente en lo teórico-formal, ya que hasta hoy tengo terminados sus tres primeros libros: Fundación de la niebla (inédito), Demonia Factory, que ganara el VI Premio Latinoamericano de poesía Ciudad de Medellín 2007 (Zignos, Lima, 2007/ Eskeletra, Quito, 2008) y Monsieur Monstruo, del que Santa muerte cartonera publicara su primera parte: “Toma esta cabeza mestiza por donde rodará un dios judío” (México D.F., 2008).

A pesar de que pueda sospecharse o definirse mi trabajo como un desborde contenido (por la hibridación de géneros y el abuso del lenguaje –pienso más que esto sucede por la aceptación de un mestizaje que apela a un enramado voraz-), Los Duelos de una cabeza sin mundo prosigue con la clarificación de la crisis: esa búsqueda personal y colectiva de lo que es un hombre. Se trata de cinco poemarios que arrancan desde el enfrentamiento ante la página en blanco, ante la gravísima pregunta de: ¿quién es el autor: el que escribe estas líneas o el que reposa segmentado sobre el cuaderno a la espera de algún lector? Peor aún, se cuestiona si acaso el espacio donde surgen el lenguaje, la observación y el hombre son el mismo. Cito:

Hay un caballo partido y sin compensaciones en el lugar donde movemos la mirada. La frase vuela hacia abajo y entra por los espejos hasta palpar su tronco. Su trono verdadero. Arriba nace el Lenguaje. Detrás de la mirada que retiro sé que existo. Arriba nace el Lenguaje. Detrás de la mirada que coloco sé quien ya no soy (no soy un hombre honesto). El caballo partido entra a mi casa partida con intención de durar. Trae consigo volcanes y montañas fracturadas que me abrazan expectantes como un mandril enfermo. Trae la cabeza de la luna, cansada de soñar la superficie del mundo.

(de Fundación de la niebla)

Este trabajo avanza hacia la consolidación –por paradójico que se escuche- de una identidad desatomizada desde el mismo proceso de escritura, la intimidad humana, el reconocimiento de nuestras raíces (o su acuario –como decía Rubén Astudillo) y la asunción de un tiempo histórico propio y compartido.

3. No existe el Poema: Demolición de las identidades 

[…] Siendo más honesto: creo que mi trabajo poco o nada tiene que ver con la poesía. La poesía íntegra y hermosamente cerrada bajo el puño donde apoyar la cabeza. Creo en la crisis y en la revelación de ésta. En que el poema no es un gato de porcelana sobre la repisa de mi casa, o el trazado fotografiado de la manzana cayendo sobre el incendio de la hierba. Creo que el poema no es un acto político o religioso, pero que sí es un acto de amor y por lo tanto político y religioso. Que no es un instrumento “mesiánico” o de tortura; pero que sí tiene la obligación de rompernos el hígado, de mordernos las costillas, de ponernos dientes donde los perdimos. De llevarnos a palpar el hambre en el hueco de la palma, en esas noches de soledad sostenida que decidimos evadir con suma violencia.

Se trata, más que de una literatura menor (Deleuze y Guattari), de una poesía o literatura borderline, alejada de lo estético como dimensión fundamental del pensamiento post-estructuralista. Que rechaza -citando a Payeras-, desde sus propios orígenes “ser o formar parte de esa llamada Literatura Nacional”[3].

Yo creo en los planteamientos y recursos de los que, hoy por hoy, hace mano la incipiente poesía latinoamericana. Creo firmemente en el levantamiento de libros saboteadores que funcionan como obras totales, en libros sableadores y multiplicadores de la angustia. En esos libros que nos obligan a cuestionarnos la complejidad de sobrevivir al movimiento y a ninguna verdad. Creo en estos libros de múltiples caídas: el verso dentro del poema/ el poema dentro de un cuerpo/ el cuerpo dentro de un libro compacto que encierra su crisis ante un tiempo violento, desintegrador y quemimportista.  

El libro, entonces, nunca más como el racimo de poemas que narren el tránsito de mi humanidad a través de este cuerpo que se está largando noche adentro como mis ojos; sino que (además de narrar mi tránsito humano), sea un libro que busque –a toda costa- reubicar la bruma o la crisis de no tener ni género, ni nombre, ni cuerpo, ni verdad, ni rasgo específico dentro de la demencia de la posmodernidad. Un libro que demuestre mis contradicciones y que me vaya dando un rostro a medida que se va escribiendo con algo que parezca ser mi mano. Un libro que atosigue al lector y que lo torture hasta que pierda su hipocresía. Que no le de reposo esta noche, ni la siguiente, ni la otra.

lo que más me gustó de ti fue ese deseo de ser salvaje mordiéndote los dedos entre cigarrillos Ahuyentar en la oscuridad a quien te diera la gana bajándote el pantalón o escupiendo lenguas tribales en bares de lujo Más de una vez buscaste pleitos para burlarte de Dios pero no los hallaste Eras el desdichado infundado que dormía en parques helados de ciudades lejanas Fuiste el poeta nocivo con suerte bien aplaudida para tus enemigos de turno El amante inservible como marido para tus amantes El padre cansado antes de la jornada o aparecido milagrosamente El llorón que en lo espeso de su pausa traga un pensamiento como quien traga un molusco a tientas vivo Satanás penetrado por Satanás al final de la fiesta Este antro donde rápidamente las palabras toman asiento

(de Monsieur Monstruo) 

Santiago de Guayaquil, octubre de 2008.


* * *

Notas

[1] Ernesto Carriøn, Monsieur Monstruo.
[2] Néstor Perlongher, Prosas Plebeyas.
[3] Javier Payeras, Lecturas Menores.
* El título de este libro, que cierra Los Duelos de Una Cabeza sin Mundo, ha sido modificado a la fecha por el autor.


 

 

Proyecto Patrimonio— Año 2011 
A Página Principal
| A Archivo Ernesto Carrión | A Archivo de Autores |

www.letras.s5.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez S.
e-mail: osol301@yahoo.es
EL VACÍø DE MI NOMBRE.
[La Historia Prohibida de la Poesía]
Texto leído en el Encuentro de Literatura Ecuatoriana “Alfonso Carrasco Vintimilla” 2008.
Ernesto Carriøn.