Fundación de la niebla de Ernesto Carrión
El vacío dicho
Fernando Balseca
Al leer –respirar, sería mejor, porque estos poemas nos agitan– Fundación de la niebla se comprueba que la palabra del poeta, en medio de los desmanes de las ideologías del siglo XXI, aún mantiene una inmensa capacidad para provocar estremecimientos interiores porque sus verdades, abrigadas en el cuidado por la expresión, ponen de manifiesto que lo que circula como discursos de poder en nuestras sociedades, al final, valdrá poco. La poesía apela a otra fortaleza, a la de uno solo. Ernesto Carrión nos demuestra que consumimos poemas para consumirnos, para quedarnos, momentáneamente, no sólo sin respuestas sino ni siquiera con preguntas, porque la constatación del lugar pantanoso en que moramos nos deja poco para hablar.
La magia de estas líneas atesoradas, depuradas, decantadas y medidas radica en que la voz poética no es sustentada desde ningún discurso de saber; antes bien, la poesía se sostiene por sí misma, por la cadencia de la frase, por la profundidad del tema, por la potencia de las imágenes que desatan asociaciones inusuales en nuestra mente. Su autoridad es la de no-saber, y por eso mismo se anima a exploraciones hondas y de provecho para el hombre. La voz de Carrión se incrusta en nuestras cabezas –pronto aprenderemos que la testa está desprendida de nuestros deseos– para conmocionarnos en nuestra soledad. La poesía es mejor cuando nos enrostra la soledad, no únicamente como la vía necesaria para el acto de lectura sino, fundamentalmente, como un estado de ánimo que nos resguarda de la agresividad de estos tiempos tan bulliciosos y contaminados de palabrería.
Es tan sutil el manejo de la palabra que, en última instancia, Fundación de la niebla apuesta por el no-libro, en la medida en que va desmoronando esa antigua relación por la cual la poesía complace al lector con alegrías y trinos. Aquí el lector es invitado a deshacerse, a irse junto con las líneas finales de cada texto, a viajar a otra parte en la perspectiva de tomar distancia de sí, de uno mismo, de desdoblarse para verse mejor en las palabras atinadas de otro. La maestría de Carrión nos golpea con conceptos-sensaciones que nos desarman y nos inutilizan pero, a la vez, consiguen removernos del lugar mental en que estábamos para emprender la conquista de nuevas comprensiones en contra de las creencias establecidas. Estamos ante unos textos poéticos que rezuman pensamiento y que nos proporcionan un placer notable para saborear el peso y la trascendencia de la palabra poética.
Esta poesía quedará en la tradición de nuestras letras hispanoamericanas. En una época en que esperamos –acaso inútilmente– que cambie drásticamente la sociedad exterior, la niebla que envuelve el acto de existir y de escribir nos construye un velo necesario: es a través de la falta de luz que vemos de mejor manera el universo que nos rodea, parecería decir esta paradójica poética de Carrión, en la que el motivo del acto de la escritura también interesa porque escribir es asumir una definición de vida –una función en la vida–, pues se trata de cincelar las palabras que quedarán resonando para otros a lo largo de las eras por venir.
Fundación de la niebla es un libro necesario para recordarnos nuestras divisiones internas, nuestras roturas, las voces que nos habitan y que nos descontrolan, pero sobre todo para sentir que la condición humana es algo que día a día, en el acto de asumir la palabra, se va concretando en medio de dubitaciones, pasiones e instantes de sosiego. La poesía serena y directa –sin rodeos– de Ernesto Carrión nos trae el mensaje de nuestra singularidad en la diversidad de los escenarios por los que transitamos, en los que impera la sensación de oquedad, orfandad y finitud. La poesía es autosuficiente: es inicio y fin de algo, es fundante, es constituyente de humanidad. La de Carrión nos prepara para la vida plena de sentido. Y también para afrontar la nada en que existimos. Pero, al nombrar el vacío, nos da ánimo para ahuyentarlo por un momento.
Fotografía: cortesía de Diana Coca.