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LA NIEBLA COMO TERRITORIO PARA ABOLIR EL POEMA

Andrés Villalba Becdach
Texto leído en la Alianza Francesa de Guayaquil, el 14 de julio de 2010 con motivo del
lanzamiento del libro Fundación de la niebla.


La poesía es un estorbo, un paraíso del parasitismo, una fuerza conservadora de ausencias, un lenguaje cargado de malas intenciones que habla de aquello que siempre se escapa, y nos recuerda todos nuestros emprendimientos fallidos ya que expresa la esencia de lo que no poseemos, o de lo que tuvimos y a propósito perdimos: es el devenir del fracaso. Y el taladro hondea y su eco perdura. Claudicar en la vida es poseerla sin apuntalarse en el talento, y es que en esta jaula invisible que se nos presenta ante el terror de ser libres, no hay nada más decoroso que buscar el fracaso. Por eso la alegría no es un sentimiento poético. ¿De qué se trata todo este desmadre sino de una insana variante de la masturbación? La poesía puede cruzar los semáforos en rojo, acumular deudas y operar como juez y parte, porque la arbitrariedad de la imagen permite esos lujos. Y es una ventaja suprema el hecho de que esté completamente fuera del mercado, sin competencia, así cada publicación viene a ser un escándalo y se accede no a un hombre sin cualidades de musil sino cualidades sin hombres, para olvidarse de las muletas del personaje.Y en eso radica el heroísmo de su inutilidad que trabaja en la parte más húmeda del cerebro, donde las metas son los obstáculos y se conquistan llaves donde no hay puertas: es que el agua contiene al vaso. Y la emoción dura lo que la espuma en la cerveza: hay un instante perpetuo y pirotécnico que abre sus infinitas posibilidades y el mundo gira al revés pero se evapora, se apaga rápido, y lo único que queda es la cerveza caliente y sin gas: o sea la vida cotidiana. El poema es inútil pero imprescindible. El poema como redención por el castigo de existir. Quizá porque en todo poema exista una manera de comunicarse con las piedras. Es que uno es todos sus animales a la vez, por eso no hay que creer en la barbarie de la inspiración. Hay que dejarse llevar por el malabarismo de las palabras y engullir imágenes. Acrobacia y vértigos. Hay imágenes tan límpidas que pueden llevar a espesos viajes siderales. Hay imágenes tan pulcras que deberían ser sodomizadas. Imágenes del subconsciente, crípticas y de oscuro origen que penetran la realidad con la fantasía. No sé si sea por ahí donde Ernesto Carrión trace sus apuestas, pero aunque él apueste a perdedor, igual triunfa.

Ernesto Carrión es hoy por hoy nuestro referente icónico, está cerca de ser lo mejor que tenemos como dice el poeta y crítico literario Juan José Rodríguez. Ernesto es un talento anormal, que tiene una obra tan ambiciosa como inabarcable pese a su mediana edad. Su proyecto poético es insólito y no tiene paragón en la poesía ecuatoriana. Este libro que es a su vez el primer tomo del segundo volumen llamado Los duelos de una cabeza sin mundo, y que es parte de una trilogía única titulada Ø, compuesta de 10 libros, (algo que creo imposible, ya que cuando termine de escribir el décimo libro, Ernesto estará pensando en sus futuros diez libros, y nos llamará a altas horas de la madrugada, completamente trastocado a leernos sus primicias).

Fundación de la niebla quizá se aleja un poco del Carrión descarnado, borracho, altanero, desmedido y majadero, al que nos tenía acostumbrados y sometidamente entusiasmados: “hoy solo limpiamos esa embriaguez horrenda”

¿Qué quiero decir con esto? Que este libro tiene un mérito doble, muestra una faceta oculta y desconocida del autor, faceta que para muchos es negada pese a que quieran forzar su encuentro. En este libro Carrión conserva su estilo fundacional, pero se renueva y bautiza con una temática delicada, con una tesitura sutil en la limpidez, depuración y labranza de cada verso. La respiración y prudencia de cada verso. Una demostración de sutileza que comprueba el alcance hilarante de nuestro poeta. La pirotecnia de la delicadeza poética rebasa los caballos de la mirada. Pero Carrión es fiel al frenesí que se renueva en cada página, a la piromanía que se oficia desde la incontinencia de su impronta: su dejo filosófico exuda un torbellino de imágenes ya que tiene terror de la herida de la página en blanco y su devenir: “escribo para despertar enterrado –a medio cuerpo- en la página en blanco” “Nadie soy yo. Nadie soy yo. Nadie. Esta escritura deforme no puede ser el mundo.” “Pero cada estrella que se termina es una mariposa de mármol resquebrajada por el centro como cerilla quemada” “A nada nos conduce este físico río de escribir contra corriente” “Maciza soledad la de entregar unas palabras lisiadas para el placer de otros”

Fundación de la niebla, es la precisión de un título para una escritura evanescente que habla sobre la posibilidad de no escribir un libro, -“se escribe desde la niebla hacia la niebla”-.

El primer verso del libro dice: “un libro quebrado como un verso al final de la hoja”, y nos transporta inevitablemente, en un desenlace de ruina circular, al último verso del libro que está precisamente en el final de la hoja y dice: “dejar la página en blanco para que empiece el poema verdadero:”  y luego está sobre la página siguiente el número 1.

Esta ambigüedad no es gratuita. El libro apuesta por un destino efímero y por su destrucción: “un libro cercado por su paso capaz de interrumpir un libro, un libro que no sea nunca un libro cuando se abra”.

Carrión se aferra al poema, pero aquí el poema no existe. He aquí una de las claves de este libro, el poema no existe porque la niebla es inasible, inaprehensible, impalpable, nos quedamos con la obscena ceremonia del tajo: “un espejismo sonámbulo: el poema. Un arañazo en la piedra. Otra muerte incompleta: el poema” “Todo lo que has ido dejando se ha vuelto cartón y pesadilla para el poema” “Calca el poema el mundo que no existe” “Este cuerpo es un lugar que existe por la anoréxica bala de un poema”

La alucinación, los trances envidiables y la perpetua noción de extravío con los que se mueve Carrión hacen que no sepa donde pone su cabeza. Esta no tiene lugar ni espacio: vuela por las estaciones del mundo sin encontrar un nombre. La cabeza como posibilidad de no tener una cabeza, una cabeza que huye de su cabeza hasta fundirse en la niebla, o encontrar asidero en plataformas estelares, refugios de fango, o explanadas de arena para marcar su territorio. Un autor que se deslinda de su cabeza pasa usurpar futuro a la realidad desde la quemazón de las derrotas porque jamás se palpa a sí mismo. –Cabeza compañera de túnel-. Un hombre de aire que se pregunta: ¿qué es una cabeza, un cuerpo, un destino, un azar?

Un hombre en busca de un encuentro inesperado, hasta asombrarse con un pellejo-territorio también fugaz, o el sosiego de un jardín donde el poema despliegue sus aristas luminosas, hasta sumergirse siempre dentro de uno mismo, porque uno mismo es el abismo. Una cabeza taciturna y porfiada que se niega a compartir sus claudicaciones, su insoslayable experiencia comatosa, su destino de animal.

Carrión sólo puede ser cuando es la carencia de su propio ser, cuando se arrastra a una habitual tentativa a la desintegración, cuando una escena vacía es la única fortuna del después, cuando relampaguea la invisibilidad del especimen porque acarrea con un fardo muy pesado: el de nombrar y reinventar al mundo con la estridencia de su palabra. “soy solo feliz cuando has bebido tanto y tanto que no recuerdas mi nombre: un ataúd, que cargas en silencio, lleno de fantasmas”Aquí no habrá silencio Al menos entre nosotros nunca No quieres soltar este excesivo equipaje de culpas que soy yo”

Así la escritura es una búsqueda que se incinera a sí misma: “voy a trazar un círculo sobre mi cuerpo para saber de qué color es la tristeza” donde siempre cruje el reflejo del vacío, la desazón de un papel mojado para fumar o de otro papel mojado donde el desgaste de las letras se diluyen. La escritura como un acto de huida permanente que adivina las leyes de la derrota y el desmoronamiento, la escritura como una interrogante y no un decreto. El poema que se aferra a su rastro de despojos, al frenesí impostergable de la claudicación. La escritura de Carrión siempre presentada en la luminosidad de su desollamiento, como un quebranto, y donde reza algo tan poderoso como esto:

Entiendes que no hay más puerta que las palabras. Este es el infierno que visitaste dormido: una jaula de cucharas oxidadas donde los magos te perseguían para contribuir con la imagen. La palabra sigue en su fango, alerta a cada uno de tus movimientos. Clarean el vacío, la casa, el amor, dios, la mujer, la dicha. Todo tiembla Sólo esperan el desenlace de este drama:

Y luego NADA. Ninguna clave. Así, -cuanto más leo a los pesimistas, más aprecio la vida- diría Cioran. El poeta es un animal pasado de realidad y hay que vivir ebrio de eso.

Compadre, te lo digo con toda sinceridad, y con tus palabras, yo me niego a creer que tu ambición poética se acabe algún día, me niego a creer que esa ruleta radiante de palabras puedan pirarse, me niego a creer que todo lo que tocas perecerá.

 

 

 

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P0r Andrés Villalba Becdach