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ERNESTO CARRIÓN Y LA ENDEMONIADA POSMODERNIDAD

José Kozer





 

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Me identifico con Ernesto Carriøn porque somos grafómanos. El término grafómano no me satisface, creo que los dos somos grafófilos. Escribimos, no desde una obstinación malsana ni desde una neurótica visión, sino desde una necesidad interior, que participa de la vocación y de un afán doble: el de mejorar el mundo, lo cual per se no es misión de la poesía, pero sí un añadido que bien llevado no deja de ser parte del fundamento poético; y el de intentar, vía poética, trabajo incesante, dejar una huella, más que amena desgarrada, una huella para todos los que buscan, como Carriøn, una espiritualidad. Ésta, la espiritualidad, no se chupa el dedo, tiene bases prácticas para la consecución de la propia escritura, y sabe plantar los pies en el mundo, testigo participante, ser inmerso. Huella desgarrada, en efecto, porque toda la poesía auténtica se rebela contra el escándalo de la muerte (la frase es de Canetti) y atestigua su horror, su para mí en última instancia incoherencia, falta de justificación. Morir no es sólo un absurdo, es un hecho innecesario e injustificable, y dada su radical presencia, no hay poeta verdadero que pueda eximirse, ausentarse, de su gravitación. Demonia Factory, de primera y pata, y en última instancia, es un grito desgarrado y desgarrador surgido del timor mortis conturbat me clásico, y su concomitante horror a la muerte: así, este libro de poemas es una Danza Macabra más. Y es mucho más.

Lo es porque Demonia Factory es astral y es una habitación: lo astral agorafóbico de que hablara Pascal, que irradia desconocimiento y certidumbre: la certidumbre de la Muerte, el desconocimiento de nuestro paradero ulterior. Mas lo astral, para Carriøn, es, por inefable, por impalpable y tal vez en exceso mayestático, irreal. Lo que interesa es la habitación (invadida por lo astral, por el horror infinito) una habitación que por supuesto pertenece a una casa, casa que contiene como es lógico una familia: y en la familia, madre, padre, o luego, esposa, hijo, son ejes de pobreza, de malestar social, de agolpamiento de las miserias de la vida, la historia (de América Latina, y cómo no, del mundo): casa con la historia de mujeres que son la muerte, mortíferas mujeres que, modo lapidario, aforístico casi, aparecen en boca de maestros de varias naciones (maestros griegos, romanos, judíos, búlgaros, alemanes, uruguayos y demás, todos vinculados por la Eva aplastante que acaba por convertirnos en guiñapo de hombre, tras ser violada, ninfa algo procaz, por Neptuno: dios irrisorio, desde que los dioses griegos pasaron, por desgracia, a ser papel mojado, tinta simpática).

Voz joven, la de Carriøn, voz que aún no busca la entrada al monasterio pese a la necesidad de claustro, de refugio espiritual que su obra manifiesta: voz, al contrario y de momento, que se busca en la calle, en el cuarto trastero y último de la casa, cuarto de la noche oscura, noche de la violencia, de la madre violada con el palo en ristre para arriarle una buena tunda al hijo, que por serlo merece la paliza: por el camino costroso y polvoriento, del que reconoce que para alcanzar la luz, Bateau Ivre, tiene primero que tocar fondo oscuro, y ahí, en el riesgo de estar sumido en oscuridad, sin báculo y a ciegas, cargando el hachón y la tea de las tinieblas, realmente cegado, trepanar la luz, para extirpar la oscuridad: cirugía poética de escalpelo y bisturí, exorcismo ante la locura, y la falta generalizada de cordura del mundo actual, y quizás el de todos los tiempos. Casa, Patria, pobreza, masacre, perversión, cuerpos mutilados, descuartizamiento enseñoreado, Poder, intemperie casa adentro, la verdadera intemperie del desvalimiento cotidiano, con todas sus “mañanas sin importancia”: ahí la aparición del hijo, la pareja, la posibilidad, no de vencer a la Muerte, sino de vivir la plenitud de la luz, de la vida, soñando realidades factibles, cónyuges de carne y hueso con quienes compartir, y quizás, quizás, la entrada a la Isla, una Isla donde no dejan de existir Danza Macabra y Muerte, pero donde también hay generosidad lezamiana, bullanga habanera, malecón que se abre al mar, que es la libertad, y que impide los desastres del mar, pues no hay ciudad que no precise de una defensa, ni ciudadano que pueda vivir todo el tiempo en el desgarramiento y la invalidez del extirpado. Demonia Factory tiene ese contenido de sabiduría, es un libro iniciático, con un autor que entre púas y estacazos, ha iniciado, lo vaticino, el camino al monasterio: no necesariamente un monasterio de monjes y devociones sino un monasterio en casa, con los hijos, la consorte, la mesa larga puesta con la frugal comida, esa comida que da para cuatro y debe dar, pan multiplicado, pez en la multiplicación sagrada, para todos.

“Y vi en mis ojos rehacer a las estrellas espléndidas muertes” dice Carriøn, voz apocalíptica, voz donde se funden Peter Greenaway, Blake, Viel Temperley: y yo añadiría que vio a las estrellas asimismo renacer de las espléndidas muertes para hacer que Ernesto Carriøn fuese un poeta astral y de la casa, un poeta latinoamericano joven, camino de una sabiduría diversa y diaria, práctica y solidaria, que se reconoce Ecuador de un sitio, sitio que es también Uruguay y La Habana, que es América Latina y Bulgaria, sitio parido por la madre poesía, y que el hijo acoge. Hay que pasar, Bateau Ivre, por los diversos infiernos de la tierra, y conocer el instinto de muerte, la necesidad suicida (“hubo un tiempo en que la voluntad de morir fue mi patrona”) para generar poemas, textos, como los que conforman (y celebro) Demonia Factory. Libro posmoderno por abierto, y libro, auguro, para todos los tiempos, de mano y voz que se manifiestan en lengua viva castellana, y en lengua sucia y numinosa, riesgosa, que no teme estallar, Big Bang y Little Bang, por los confines de lo actual.

“HIJO   NO TIENES LÁPIDA
AÚN PUEDO ENVIARTE FLORES
TODAS     LAS   NOCHES
SOBRE   CUALQUIER    RÍO”

es un verso incandescente y a la vez objetivo porque reconoce que donde imperó, en una anterior modernidad, la metáfora llevada por el surrealismo a ciertos extremos, y la metonimia que sustituye moderadamente una cosa por otra, lo pequeño por lo total, y viceversa, ahora, necesidad histórica, exigencia del momento que vivimos, precisa del recurso estilístico del anacoluto, recurso ideal para desplazar, modificar de modo abrupto, trasladar con vertiginosidad, actualizar y renovar el monólogo interior que sigue y persigue al pensamiento poético en su ceguera: recurso que Carriøn practica con toda naturalidad, movilizando el eje poético de sus escrituras por la mayor cantidad de esferas posibles, zapping que bien conoce su generación y que Ernesto Carriøn blande con punzón luminoso.



 

 

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