Presentación Cyborg Democracia de Ernesto Carrión
Por Gabriela Alemán
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Hay libros que parecieran imponerse a los tiempos, libros que corren como un rio caudaloso arrastrando escombros y detritos en su precipitada carrera hacia la nada.
Cyborg Democracia es uno de esos libros.
Es difícil hablar de un adentro o un afuera en él, porque la realidad sucumbe ante una ficción tan arrolladora, que la misma idea de un límite desaparece.
Leí Cyborg Democracia en el aeropuerto de Bogotá mientras el cielo se empecinaba en destruir la ciudad, tanto como lo intentó el cielo de Quito aquí esta tarde. Sólo que Bogotá recibe ese azote continuo desde hace más de 2 meses y la ciudad no puede más. Las veredas han sido arrasadas, el asfalto de las calles ya no se sostiene y ha cedido a un hueco sin bordes que crece tragando perros, calles, casas y una manera de vida a su paso.
Sentada, leyendo imágenes como esta, uno siente el agobio que produce entregarse a las palabras del libro,
¨Alguien trata de derrocar un gobierno en Sudamérica. Usted no conoce la fórmula para curar el cáncer; y un periodista es degollado en Afganistán como una gallina. Nosotros seguimos viajando; mientras las ondas, garabateados puntos y guiones de tacones de plomo, impregnan de permanencia ficticia las casas terrestres. Este planeta se calcina o se enfría, nadie entiende esto; y el feto de una niña pequeña es encontrado en el inodoro de un colegio católico. Tres hombres armados con cabelleras y uñas postizas han asaltado un banco, con los ojos llenos de anís, de una ciudad alemana. Alguien habla de ese pañuelo amarillo de una rara enfermedad que arrean los cerdos. Y han descubierto que el dolor corrige el orden. Si alguien llora en el África, un huevo de oro salta de pronto de la boca de un banquero suizo y un indio del Amazonas compra zapatos. Cada uno agita su cajita de carne como una yegua ciega. En apretada subasta un holandés pierde su pene para ejecutar pictóricamente la última cena; mientras la mayoría de los billetes de un dólar tienen residuos de cocaína en los Estados Unidos. Todos los homeless del mundo saben que la brisa de marzo es un jardín degollado. Hay cadáveres convocados en todas partes con el propósito de pintar un pensamiento. ¿Cuál es este pensamiento? Nosotros seguimos viajando.¨
Mientras leía, les decía, el texto se imponía a la situación que me rodeaba, la situación de un aeropuerto poblado por sobrevivientes del diluvio. Cuando lo terminé, es un libro contundente y corto, comencé a caminar por los corredores blanquecinos, de luz blanquecina de morgue que puebla los aeropuertos del mundo, ese sinónimo de no lugar donde solo se reproduce la fealdad y el anonimato, y las palabras de Ernesto se fueron confundiendo con las que oía en ese corredor abarrotado. Un hombre explicaba con una voz cansina y neutra, despoblada de emoción, a alguien que lo escuchaba del otro lado del audífono, que había perdido su casa, sus tierras y a su hija y su mujer. En ese orden. Otra gente arrastraba bultos buscando un boleto para salir de la ciudad, los carteles que marcaban los vuelos de entrada y de salida asaltaban los sentidos con sus pantallas intermitentes color carmesí señalando un CANCELADO que a nadie parecía interesar. Para ese momento los poemas de Ernesto, que en alguna parte del texto describe así, me pregunto si el poema no es otra cosa que una intención rota. Una zona cerrada por el otro hacia donde nada es posible, ya me habitaban. Habían dejado de ser suyos, para convertirse en parte de mi percepción.
Creo que el mayor logro de cualquier libro, sea de lo que fuere, poesía, narrativa o dramaturgia, es lograr que el lector lo habite, se pelee con él, lo viva. Y eso es lo que logró Cyborg Democracia en ese aeropuerto apocalíptico donde perdí el vuelo, donde me colocaron en un avión con destino opuesto para luego enviarme, en microbús fletado, a Armenia. Las palabras de Ernesto, las de su texto, comenzaron a cruzarme, hologramas presentes en un tiempo y espacio que ahora eran ajenos a él y que, en cambio, me pertenecían.
Las voces que circulan dentro del espacio clausurado del texto se abren, sin embargo, a ecos de otros ecos. Los cyborgs no se pueden desligar de una tradición literaria y cinematográfica, no podemos soñar sin recordar lo que vino antes y ese antes está poblado de Phillip K. Dick, de Huxley, de Bradbury , de Orwell y de Ridley Scott, entre otros muchos. La democracia, por otro lado, no se puede concebir sin traer a la memoria a la Grecia antigua (y también, ahora, a la moderna) y, para algunos, a los magníficos ensayos de ese gran genio que es Gore Vidal y que define la democracia como el lugar donde se llevan a cabo numerosas elecciones a un gran costo sin enfrentarse a cuestiones claves y con candidatos intercambiables. De partidos que en realidad son un solo, el de la propiedad. El de las grandes corporaciones. El partido del dinero.
Una democracia, entendida como la entiende Vidal produce cyborgs. Cyborgs conectados continuamente a ipads, iphones, ipods, teléfonos inalámbricos, computadoras, y aún más. Nuestra modernidad no permite ya otra cosa. Y allí se confunden los límites nuevamente y el organismo biológico sucumbe al cibernético.
En la vertiente de esa tradición que maneja Carrión en su poemario,
¨EL CAPITAL DESEA QUE TODOS SEAMOS INFIELES , DE ESA MANERA TERMINAMOS COMPRANDO LOS MISMOS BENEFICIOS PARA UNA SOLA PIEL, MULTIPLES VECES , USANDOLOS. DESUSANDONOS.¨
O
¨POBRE PEDAZO DE MI, SERAS CORTADO EN TAJADAS COMO CORTEZA EMBRUJADA EN LOS SUPERMERCADOS DEL FUTURO. TE PASEARAN EN UN CARRITO A UN COSTADO DE LAS CARNES REFRIGERADAS, LOS PECES ENLATADOS Y MEDIA LIBRA DE FRUTAS TROPICALES. PERDIDO COMO EL AMOR EN UN HOROSCOPO CHINO, IRAS ROTO. HUECO IRAS HASTA EL FINAL DE LOS DIAS MARCANDO EL CALCULO EN TUS FOTOS DESCARGADAS. CONTANDO NUESTRO VIAJE. DESLENGUANDO TU HAMBRE.¨
Creo que el espacio de una presentación está ligado a esa hambre de la que habla Carrión. Hambre de más, de devorar lo que tengo a mano para volverlo parte de mí. Hincar el diente en el texto y transfórmame con él.
Les propongo que devoren este libro tan exquisito que propone DADAIF y su indie.art.
Este libro de cartón reciclado, de pulpa de madera trasformada.
Que lo lean en fruterías, en un bus, bajo la lluvia, en un aeropuerto. Y que esos fragmentos de historias, ruinas de lo que pudo ser, les invada como una corriente eléctrica. De esas que unen a la única criatura que todos somos y que respira siempre al unísono solo que con ritmos entrecortados.
Quito, noviembre 2011