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La Novela de dios
Novela de Dios de Ernesto Carrión. La Caída Editorial. Argentina, 2013
Por Roberto Echavarren
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Ramón del Valle Inclán escribió una novela llamada La cara de dios, Martín Caparrós, Un día en la vida de dios, y Ernesto Carrión La novela de dios. Textos que llevan a estos autores y a Carrión en particular más lejos de lo que pensábamos para intentar envolver una mente sintética más allá del antropomorfo imaginario naturalista, de la sicología del tipo y del modelo de la familia: mujer e hijos. En un sentido, dios es lo que queda fuera de ese mundo cerrado, tan cerrado como el cosmos de Aristóteles y Ptolomeo frente a los espacios siderales infinitos o indefinidos de que escriben Juana Inés de la Cruz, Nicolás de Cusa, y Giordano Bruno. Abrir una “novela de dios” es intentar salir a ese afuera que sólo puede ser cósmico, como lo atestiguan las fotografías de las galaxias en las páginas finales del libro de Ernesto Carrión.
Ese imaginario salido fuera se manifiesta primero por la recreación de la pareja en la vida del artista; Diego y Frida. Diego Ribera y Frida Kalho, una pareja de pintores, no es la pareja que funda una familia en el sentido corriente y tiene hijos, sino una pareja artista, cuya unión ocurre en otro plano, el plano de la creación. No tienen hijos, sus hijos son sus obras. Aparece el motivo del hijo que no nace. Pero en lugar del hijo, nace un dios. Nace la visión del afuera, la visión de dios. Un hijo que no nace. Un dios que nace. En la pareja artista, la conciencia se desfamiliariza. Queda suspensa del artificio, de la mecánica y del ciborg. Frida Kalho es esa novia maquinal, una muñeca articulada como Coppelia, que baila en el ballet del mismo nombre, ballet basado en el cuento “El hombre de arena” de ETA Hoffman; es la novia asaltada por sus solteros en El Gran Vidrio de Marcel Duchamp, que engendra virgen, y se sabría traicionada por los apetitos menos artísticos de Diego Ribera. “Se enternece en lo que carece, dios empieza allí a contarlo todo…con corazón abierto y bisexual”. Estos dos personajes artistas dan origen a un pensamiento del afuera (afuera con respecto a las marcas de género, con respecto a las costumbres), dan origen a dios.
A partir del episodio Ribera/Frida Kalho, el relato de dios en el libro de Carrión se independiza de la vida familiar, del ámbito unitario de un sujeto verosímil, de un sujeto identitario que cumple sus deberes matrimoniales y sus responsabilidades civiles en un mundo social realista.
Al abandonar la unidad familiar, el ego se aferra en segunda instancia, para afirmarse y existir, en una comunidad de realizadores, de escritores, pensadores, investigadores, con los que comulga en una especie de comunión universal a través del correo, una cadena postal imaginaria, una serie de cartas a otros, o a las obras de otros, podríamos decir, cartas a textualidades que admira y que lo estimulan. Le gustaría ser amigo de Lezama Lima, Björk, Ezra Pound, Jesús, Leopoldo María Panero, Buda, James Joyce, y otros más, a los que escribe cartas imaginarias en fechas imaginarias. Ya no es un hombre de familia sino que firma como “Un átomo de Cesio” (nombre tan falso como verdadero, en esta dimensión del pensamiento y de la celebridad). Rescato un fragmento de lo que escribe a Charles Darwin:
Tú has querido aliviar la danza de las figuras escribiendo teorías
Has venido a revisar el cerebro como un periódico amarillo
Lleno de montos y cabezas y nombres de lugares animalescos.
Mas si somos animales necesitamos una ética animal. Un feroz ajuste.
A la serie de cartas a autores, poetas y pensadores, sigue un texto dedicado a José Kozer acerca del barroco concebido como el acto mismo de la creación divina, una plena escritura del afuera. Se trata de “imágenes en libertad absoluta a las que había que ponerles una soga al cuello” o de “la raja de la mierda de los asteroides”; es una escritura de afuera y por fuera, más allá de cualquier identidad. El texto reemplaza la frase inicial del Evangelio de Juan, “En el principio era el verbo”. Goethe había escrito en Fausto: “En el principio era la acción”, y Carrión: “En el principio era el barroco”. No cualquier verbo, sino un verbo barroco. Vale decir una lengua es estado de incandescencia, fusión, ebullición y explosión. Un inicio de la plena vida de la lengua y de la plena experiencia del afuera de dios. El barroco sería hacer trizas cualquier identidad a favor de un connubio de la sobreabundancia, un dejar rolar, y a la vez una valentía, una libertad, una decisión, un riesgo. No un mero despliegue de destreza verbal sino una visión real y fluida que asocie en su verdad esas imágenes disparadas y vividas. Que para ser verdaderas deben reunir un motivo endócrino al motivo celeste, como si los genitales se inscribiesen en el cielo. Atribuir al cielo un motivo endócrino: “Semen en las lunas y en los arco iris abiertos a su transexualidad y pureza”. El cuerpo erotizado y el cosmos son una sola cosa. En mi opinión este es el momento más alto del libro y merecería ser leído en voz alta. No conozco otro ejemplo más eficaz de alta temperatura definitoria acerca del barroco, entendido como una capacidad de pensar que es una capacidad de experimentar que es una capacidad de hacer, a través de imágenes realizadas y yuxtapuestas. Esta consagración del barroco (o neobarroco, siempre nuevo) es algo así como una consagración de la primavera de la escritura, un incentivo y un legado frente a tanta poesía estreñida y torpona. El barroco es nuestro legado porque es una promesa de renovada vida en la mayor amplitud de un afuera divino. En este caso José Kozer es aludido como el depositario insigne de esta manera.
A partir de allí La novela de dios deviene una tentativa palmaria de nombrar y definir a dios. Comienzan las definiciones: “dios es mi nombre mezclado con el mis padres”, “él era la trizadura”, o “leche condensada”, o “monos que surfean” y por fin llega: “yo soy el tiempo”. Se trata de un asedio a dios, y de un empoderamiento divino. De acecharlo hasta verlo en fotografías de las estrellas, de las galaxias, y también del espacio negro sin luz del universo. Aquí encontramos un eco de la obra suprema del brasileño Haroldo de Campos: las Galaxias, infusa también del afuera barroco. Y de “Las Nubes Magallánicas” de la poeta uruguaya Amanda Berenguer.
Novela de dios es notable tanto por su diseño, su disposición o estructura, como por su escritura. Es un proyecto plenamente realizado. Un jalón de nuestra poesía en Latinoamérica.