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LA NOVELA DEL POETA
Cementerio en la luna de Ernesto Carrión

Por Maritza Cino Alvear

 




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Oh alma mía no aspires a la vida inmortal pero agota el campo de lo posible”
Píndaro

 

Podríamos referirnos a la construcción de esta novela “Cementerio en la luna” de Ernesto Carrión, como él la define en una reciente entrevista: “un artefacto artísticamente extraño”.

Esta suerte de artefacto autoreferencial exhibe una función significativa y arbitraria en la composición de sus tres apartados: El centésimo mono, gabinete de belleza y los capítulos… numerados en XVI.

Unidad en la que la voz del poeta-personaje, acerca al lector hacia una evocación- exploración por los espacios de los poetas, cómo asumen la escritura y cómo se tejen  los intereses del poder y el delirio de la fama.

Los  indicios de este discurso narrativo precisan una época, una etapa, una experiencia que a manera de crónica- confesión o confesión-crónica, lanza el poeta-mono “a la llana y sin rodeos” parafraseando a Goistisolo premio Cervantes 2014, para decir algo singular e inédito,  sobre esos dos tipos o esferas de escritores. La de quienes conciben su tarea como una carrera y la de quienes la viven como una adicción. Al decir de Goistosolo: La primera cuida de su promoción y visibilidad mediática, aspira a triunfar. El de la segunda, no.

“El cumplir consigo mismo le basta y si, como sucede a veces, la adicción le procura beneficios materiales, pasa de la categoría de adicto a la de camello o revendedor. Llamaré a los del primer apartado, literatos  -asevera el poeta- y a los del segundo, escritores a secas o más modestamente incurables aprendices de escribidor”.

Este artefacto narrativo  de Ernesto Carrión, que obtuviera recientemente Mención de honor en El Concurso de novela Corta Miguel Donoso, 2015, nos alude a estas categorías,  nos presenta el quehacer de las argollas poéticas, “esos entuques que a decir del personaje, se han dado siempre”.

En este discurso narrativo  se exhiben a quemarropa  los  embustes del rosquete de  la capital, en el 2009, donde el mundo y el cuerpo de estos poetas contemporáneos aludidos, -maquillados-desmaquillados, ubicados uno a uno contra el  paredón de belleza,  pasan  a  ser caricaturizados, diseccionados por un nuevo miembro que participa y asiste a este hundimiento y  decadencia.

Como  si el  poeta iniciado  hubiera imaginado en su deseo de aceptación y reconocimiento que el  otro lado de la luna fuera tan distinto a la cara que observamos,  y esa cara oculta de la luna que pudiera ser un lugar oscuro pero diferente,  sea  utilizada como  punto final de diversas misiones especiales.

Un sinnúmero de   tareas y misiones son las que urde el  Cuy-personaje,  líder del rosquete, uno de los más simpáticos y movedizos,  todos girando sobre sí mismo  tras la conquista de un canon.

Asistimos a la novela de la poesía, a la reflexión sobre la escritura poética, la imitación, las influencias, el plagio, los premios, los festivales y encuentros de poetas y sus  excesos;   pero sobre todo a la denuncia de lo no poético del mundo de los poetas, la banalidad, la degradación, el arribismo  y el paroxismo de la fama.

Un mea culpa del poeta-mono que en sus ritos de iniciado  se encuentra  en el mismo escenario, con el lado oscuro de la luna,  siendo uno más de la manada.

“¿hay escapatoria a la manada   a esa ganancia en rebaño  alguien me escucha  alguien que no sea ese alguien que ordena aquí me escucha?”

“Al final de qué se trata la poesía y estos encuentros sino de eso: un poco de tristeza, locura, soledad y ganas de un poeta que busca disolverse contra la tristeza, locura y soledad y ganas de otro poeta”

“Pensé entonces: la sed de la poesía engendra monstruos. Pero ningún monstruo puede engendrar a la poesía. Al menos no una tenaz y primitiva” p. 139.

“Quizás no me molestaba la traición de mis amigos a sus propios trabajos creativos…..el asunto que me emperraba era qué pasaría conmigo. ¿Cómo seguir en el mundo de la poesía si me tocaba ahora copiar la nueva forma que estaban ellos copiando. (¿Flama ficticia? ) y qué pasaría con mi libro Cementerio en la luna (el que había estado trabajando durante meses al puro estilo de ellos)?. Mi estilo (¿era mío?) era la prueba de mi reconcentrado amor por la poesía (además de la necesidad inmensa de aceptación que yo demandaba)” p.154

Estas citas abordan interrogantes y cavilaciones del poeta sobre su experiencia estética junto a la manada y su destino a solas con la poesía. Devela también la complicidad y conspiración de la divina rosca, en la capital de un país imaginario.

El novelista francés Michel Butor refiriéndose a la poesía y la novela, manifiesta:

"La poesía se despliega siempre en la nostalgia del mundo sagrado perdido. El poeta es el que se da cuenta de que el lenguaje, y con él todas las cosas humanas, está en peligro. Las palabras corrientes ya no tienen garantía; si pierden su sentido, todo empieza a perder su sentido – el poeta intentará devolvérselo.

Así un poema puede sacralizar, eternizándolo, un momento sagrado de la existencia, una epifanía. Y es una nostalgia que, a través del deseo, critica la realidad para proponer su transformación.

El novelista, en cambio, trabaja con lo cotidiano, lo prosaico; pero reelabora lo prosaico y lo cotidiano de manera que a través de su forma aparece una nueva forma de poesía, una poesía reflexiva que se ve a sí misma surgir a partir de lo cotidiano; la novela busca integrar en su estructura "todo lo que pensábamos en un principio que carecía de interés" -lo que Beckett llamaba el caos”.

El novelista es así el que ve que se está esbozando una estructura en lo que lo rodea, y el que va a perseguir esa estructura, hacerla crecer, perfeccionarla, estudiarla, hasta el momento en que sea legible para todos. Es el que ve que las cosas a su alrededor empiezan a murmurar, es quien va a llevar ese murmullo hasta la palabra.

Desencanto y necesidad de decir, de no ocultar…  he descifrado en Cementerio en la luna, este  artefacto raro en el que el narrador satiriza  ese murmullo, ese ruido  evocador que desentona con la esencia  de la poesía.

La novedosa construcción de este discurso narrativo  es un  logro  de su autor. Tres apartados que expanden riqueza expresiva al texto. Y que bien podrían ser leídos independientemente.

Una novela que sugiere algunas lecturas, aunque la que predomine sea una. Tal como están cumplen una función, una unidad muy bien lograda de antelación referencial que se inicia con el título.

Luego, El  centésimo mono y su efecto: un comportamiento aprendido que se propaga rápidamente desde un grupo de monos hasta todos los monos, una vez que  alcanza un número crítico de iniciados. Este fenómeno es otro referente,  insertado antes de cada capítulo con ingenio poético, malabares fonéticos del centésimo mono  para aludir al comportamiento de la manada.

O en el caso de gabinete de belleza como breves ensayos ágiles y mordaces sobre poetas que transitan por estas páginas generando intensidad y tensión al relato.

Un Novelar sobre la poesía y los poetas  que fue escrito a una velocidad  extraña, como extraño es su artefacto.  

Revela una vez más una necesidad compulsiva de desahogo, crítica y sentencia… por que al fin y al cabo frente a este oficio de la divina rosca, un cementerio en la luna es lo que merecen todos los poetas… abrazados por… “la pura y lechosa luminosidad de la nada”.

 

10 de noviembre 2015

 

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Maritza Cino (Guayaquil, Ecuador, 1957)
Licenciada en Lengua Española y Literatura. Poeta y catedrática universitaria. Es autora de los poemarios: "Algo parecido al juego", (Guayaquil, 1983); "A cinco minutos de la bruma" (Guayaquil 1987); "Invenciones del retorno" (1992); "Entre el juego y la bruma" -antología- (Guayaquil, 1995); "Infiel a la sombra" (2000). Textos de Maritza Cino han sido incluidos en importantes antologías nacionales y extranjeras: La palabra perdurable (Quito 1991); Between the silence of voices: An anthology of contemporary ecuadorean women poets (1997); Poesía y cuento ecuatorianos (Cuenca 1998). Poesía erótica de mujeres (Mayor Books, Quito 2001). 



 



 

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"Cementerio en la luna" de Ernesto Carrión.
Por Maritza Cino Alvear