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La hora del lobo
Una aproximación a la escritura última de Ernesto Carrión

Por José Luis Corazón Ardura


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A mitad del camino entre la muerte
y el fuego del lenguaje
hecho cenizas
E.C.

La noche y el día

Una cierta intranquilidad suele ser provechosa en el encuentro de una escritura apropiada a la realidad y suele provenir de una desconfianza iconoclasta que desde la subversión de la palabra o el silencio atraviesa el lenguaje en el sentido que César Vallejo ubicara en la línea mortal de equilibrio. La necesidad de limitar el lenguaje partiendo de los juegos de la palabra, en esa supuesta cadena entre sujeto y verbo, revela que lo poético deviene en los restos del incendio que esconde la escritura, mostrando el cambio y el límite del paso de la noche al día, cuando no solo está en juego la relación del escritor con su obra, sino la incorporación de la realidad al espacio literario. Es la distancia del autor con el tema tratado uno de los motivos que llevan a esa transcripción que habita tras los episodios que van configurando la vida y los libros. Si se opta muchas veces por seguir escribiendo con la misma penuria que domina los hechos que constituyen la realidad, la relación que mantenemos con el lenguaje posibilita el inicio de esa diversificación que algunos autores enfrentan a la capacidad de su escritura. Se puede constatar que en muchos de sus libros, Ernesto Carrión relaciona la presencia de los mismos a la transformación que provoca la lectura en el espectador, a través de la filiación que pueden establecerse, no solo con las relaciones familiares en un sentido baudeleriano, sino con la descripción de un mundo donde el escritor acusa la soledad que le constituye. De alguna manera, en su escritura abunda la transformación del autor cuando cambia su status de la poesía a un espacio más narrativo, cuando transgrede algunas normas tópicas acerca de la novela, cuando pasa de ser hijo a ser padre, señalando hacia una literatura que puede enmarcarse dentro de ese género propio del arte destinado a expresar las complejas relaciones filiales. El caso de su literatura es un caso excepcional. Pocos escritores se han adentrado de manera tan profusa y barroca en la creación literaria, habiendo publicado más de veinte libros en los últimos años. La calidad de su trayectoria ha sido profusamente premiada no solo en Ecuador, sino en Colombia, Cuba o México, donde en 2017 ganó el Premio Lipp de la Feria de Guadalajara y el Premio Casa de las Américas con el libro que tiene usted ahora entre las manos, titulado Incendiamos las yeguas en la madrugada.

Su estilo aparentemente heterodoxo viene marcado por la irrupción de esta obsesión por la creación de libros, una reflexión donde la propia práctica literaria se convierte en una escisión entre el impulso constructor y la deriva y el naufragio propios de la destrucción. Es editor y ha realizado importantes antologías de poesía, entre las que cabe señalar Los animales blancos, dedicada a la poesía de Antonio Gamoneda, ha publicado textos escritos por pacientes en hospitales psquiátricos y cabe pensar que bajo su impulso de escritura habitan espacios para la paranoia, la angustia y la invención poliédrica. Inspiraciones que cabe buscar en el juego de Macedonio Fernández o Borges, en las prácticas de Antonin Artaud o Jacobo Fijman, a la hora de crear un juego de ficciones con el lector, en la profusión poética y prosística y estética de Lezama Lima o en el caso de Edmond Jabés, buscando en la relación con el libro que se establece al escribir o al leer, creando a partir de los textos comprendidos como un artefacto literario, un objeto que nos sirviera para rememorar el carácter agonizante de las palabras más allá de la poesía o el lenguaje, tratando de hallar su origen en la aurora, en la niebla o en las constelaciones alquímicas del conocimiento ante la ausencia de un mundo perfecto:

Un libro debe empezar por el final de un hombre. Un hombre debe acabar, con dignidad clarificadora, en el momento justo en que se quiebra el misterio de su procedencia. Digamos: cuando su destino se infla como un pelícano muerto. Hay una tragedia mística y hermosa al comenzar un libro. Todo hombre debería evolucionar dentro del libro, tanto en el que escribe él mismo, como en el libro que respira entre sus manos y que solamente lee (Nadie solamente lee) [...] El final de un hombre es el comienzo de otro libro. El final de un libro es el comienzo de otro hombre. Aquí hay un libro y un grito. No mascar el freno. Prohibido recordarlo[1]

La identidad de los poetas corresponde a un carácter proteico y cambiante que parece transformar la realidad. Una colección de sujetos metamórficos donde cabe la posibilidad de llegar a identificarse con las cosas que cuentan y donde se comprueba que la escritura ciertamente se dice de muchas maneras que pueden bordean la neurosis o el delirio, ese extraño arte de hacer surcos a través de las líneas escritas con el objeto de hacer corresponder los sucesos a una forma literaria de presencia. No se trata de que la escritura sea una simple cuestión de identificación con el mundo porque cosificar la realidad no es lo mismo que conocerla. La suma de poemas o textos que van a configurar cualquier libro de Ernesto Carrión deviene extraña a su propia escritura, como ordenados en torno a una estructura secreta que consigue descubrir que el asunto central sea considerar su propia ausencia. ¿Cómo podemos identificarnos con una escritura que no sólo atenta contra sí misma, sino apostando por decir las cosas de manera distinta, optando por no diferenciar entre poesía o prosa a la hora de presentar un cierto naufragio de la razón? Ernesto Carrión es autor de libros que componen una travesía por los problemas de la escritura a la hora de ordenar la memoria y la realidad, mostrando las dificultades poéticas que plantea saber cuál es esta naturaleza cambiante de un escritor abocado a desarrollar una obra extravagante y excesiva, donde lo que se impone no es solo la alianza de la poesía y la historia a través de la ficción literaria, sino el adentramiento en tierras no tan extrañas a su carácter imaginal alucinado, como la novela o el espacio cinematográfico. Podemos considerar que el eje central que proponía Ernesto Carrión en sus recientes títulos Un hombre futuro (Amargord, 2017) y Revoluciones cubanas en Marte (Universidad de las Artes, 2017) estaba vinculado a la relación con el padre, en una rememoración que ordena la verdadera identificación con la ausencia. La reflexión continua acerca de la juventud y la madurez puede darnos algunas pistas para saber qué significan estos dos libros en una trayectoria donde abundan los ejemplos de su violenta relación con la poesía y con la palabra, con relación a muchos de los temas que aparecen en Incendiamos las yeguas en la madrugada:

Pero un hombre futuro no tiene nombre. No tiene rostro ni apellido. Un hombre futuro, como yo, avanza hacia la niebla sin ponerse de pie. Porque mi padre, que tuvo un nombre, ya no existe. Porque yo, que no lo tengo, sigo con vida. Yo heredaré América y su retrato de víctima. Y no haré por América nada. Y me cruzaré de brazos hasta verla morir[2].


Poética y ficción

Es habitual en Ernesto Carrión la creación de ficciones donde la influencia del duelo atraviesa una escritura melancólica. En Verbo (2013) señalaba esta influencia del exilio y la extrañeza negativamente: "Heme aquí sin patria y sin poemas. Quiero que los sentidos de la piel sean devorados por los sentidos de la nada que sí tiene un signo temido: ------------. El que no tenga poesía ni país está en el paraíso"[3]. O también al identificar el espacio poético con un sentido apropiado a la realidad de la literatura: "Arena literaria: escribo y trago la piedra. En todo lo sentido hay literatura" (Verbo, p. 27) Esta fascinación por el texto como espacio abismal conduce a ver las palabras en caída libre, pero existe una falta con relación al verbo a través de un enfrentamiento ante la carencia impersonal: "Al fin en nuestra casa el fin contra todos los verbos. Yo con ella y tú, juntos por el tallo de la imagen hacia lo infinito sin ningún presente. Qué, hacia lo probable sin contexto" (Verbo, p. 84) No se trata tanto de identificarse cuanto de corresponderse en esa operación sobre el lector que supone intercalar descripciones, sucesos imaginarios, cosas de la juventud, junto a la memoria posterior, el recuerdo y la organización narrativa que por elusión hablan de la relación filial. Y en ese ejercicio poético que consiste en evitar el verbo asoma la carencia y lo irreparable: "Avanzo hacia el final de esta escritura, de esta poesía que ya no puede servirme [...] Sobre la ola scorpii mis antiguos poemas se desesperan, tragan agua, presienten que les ha llegado la extinción desde su propia fuente" (Verbo, p. 65) No se trataría tanto de novelar el dolor de una manera concisa y ordenada a base de oficio literario, como de ordenar las circunstancias alejándose de una enumeración descriptiva. No supone la marcha definitiva de un mundo poético, ya que de la poesía no se puede salir indemne y tampoco cabe el tono elegíaco. Este cambio de escritura es la transformación del escritor y anuncia la diferencia estilística de una escritura que nos muestra el vacío poético o la falta de poesía porque la realidad es inagotable. El duelo se convierte en una marca en la identidad que constantemente acucia como un dictum dirigido a la conciencia poética: "Sin embargo -como se afirma en Los diarios sumergidos de Calibán- mi lenguaje es mi ideología". ¿Podemos buscar la alianza de la identidad y el propio autor como un personaje en un texto? ¿Qué es el sujeto de la poesía? ¿Quién es el sujeto de la prosa novelada? ¿Cómo se concilia un cambio de escritura si el autor es doble, si el artífice es uno y otro?

Ernesto Carrión se refería a esta fragilidad del poema y la distancia del autor en Fundación de la niebla: "Nunca veremos al hombre que monta el poema". Esa imagen animal que suele repetirse en su obra está relacionada con lo salvaje, con el dominio de lo irracional, son los caballos, las yeguas o las mulas que ayudan en el transporte que supone alcanzar la realidad con procedimientos poéticos. Es obvia la presencia de hechos relacionados con su biografía, pero también esa forma de hacer aparecer una reflexión aparentemente distanciada de los hechos, a través de una plétora de libros ordenados como un ciclo, creando un cierto espacio de pesadilla, de desarreglo, de conocimiento de los hospitales y sus fugas mentales. Este dominio de lo irracional relacionado con una cierta animalidad del pensamiento, conduce a una relación de corte negativo con la poesía.

En Viaje de gorilas ya había escrito acerca de este aprendizaje poético:

1. La Poesía Nunca Será Sólo Tuya.
2. La Poesía Nunca Se Quedará Contigo.
3. La Poesía Es Caprichosa y Perra.
4. La Poesía Siempre Sabrá Dejarte[4].

En primer lugar, parece que la poesía es algo compartido y que está fuera de la propiedad, no pertenece a nadie y estamos condenados a verla ausentarse. Precisamente, después de la escritura aparece una ironía donde el abandono de la poesía significa adentrarse en un viaje acompañado de personajes secundarios llamados Suerte, Pastor rockero, Hipótesis, Esperanza, para mostrar también a los verdaderos personajes enmascarados en los nombres de Dios o Autor. Esa busca del fin del ser humano no es necesariamente la descripción de la muerte del autor. El pesimismo dirige hacia el abandono de una cierta literatura que se ha querido buscar en esa mezcolanza llamada posmodernismo -quizá refiriéndose a lo que hay después de Rubén Darío-, cuando lo único que pretendía era ofrecer una lucha digna contra las palabras y donde a veces resulta difícil intentar saber quién es el autor de esa travesía literaria llevado por una stultifera navis que no trata tanto de hacernos discurrir en tono moral, como de construir una obra "con todos los materiales no ficticios que encontré en mi cabeza y con todos los materiales ficticios que encontré en el mundo"[5].

Metafísica de la juventud

En el caso de Un hombre futuro, a pesar de tener como fondo la desaparición del padre, Ernesto Carrión ha dispuesto una especie de novela tradicional breve, buscando entre el recuerdo de la juventud propio de los libros de formación y la relación que establecemos cuando la figura paternal aparece deslucida o apartada, como en sombra. Es esta materialidad de los hechos y su correspondiente entendimiento lo que conduce a dividir el libro en cuatro partes situadas en diferentes momentos temporales y espaciales. En primer lugar, realiza una descripción de la estancia durante la adolescencia en La Habana durante los años 90, donde se entrecruzan episodios amorosos junto a cuestiones vinculadas a la figura del padre:

Un hombre es un fantasma de sí mismo si alguien no toma su historia y la pone por escrito. Un hombre, una vez que muere, es un fantasma lleno de luz por descubrir entre la ficción y la realidad de los relatos de otros hombres. Mi padre, caminando hacia mí por primera vez en La Habana como un selvático oso revolucionario, era un fantasma lleno de luz al que necesitaba darle un cuerpo futuro[6].

La segunda parte está dedicada a esta figuración, en el sentido de saber que ya no solo estamos rodeados de fantasmas, sino que es probable que formemos parte de esa cohorte rememorada. Los ideales abandonados, los deseos incumplidos o las promesas rotas aparecen discretamente tratados bajo la presencia de la revolución cubana y su incidencia en la sociedad latinoamericana. Es entonces cuando Ernesto Carrión se refiere a la violencia política derivada por la aparición del terrorismo y las prácticas apoyadas por Estados Unidos para promover el poder en Ecuador en unos tiempos de desasosiego social generalizado. Entretejiendo la historia del país a través de esta filiación por el comunismo, aparece no solo la reflexión sobre el ser humano, sino la historia personal del propio autor con el objeto de poder llegar a conversar con quien ha desaparecido. Este hombre nuevo es también producto de unos ideales que trataron de olvidar el pasado para concentrarse en el presente y en el futuro, contrastando con la posición recordatoria del autor que, como se reserva a los poetas, anda perdido viajando y buscando, a destiempo, su propia imagen edípica. Es así como la tercera parte se convierte en una historia particular de la escritura de un autor que no siempre coincide con Ernesto Carrión, pero donde se apuesta por comprenderla como una insurrección personal, "como la captura de cierta intimidad que estaba desapareciendo mientras ingresaba en la tercera década de mi vida". El proceso de crecimiento del escritor se ve ampliado con la llegada de un hijo y con nuevos libros intempestivos, extraños y herméticos. Mientras continúa exponiendo los encuentros sucesivos con el padre, coincidiendo con la inserción de una historia donde se relata la estancia de Ernesto Guevara en Guayaquil y donde se desliza su posible homosexualidad antes de convertirse en Che, las conversaciones se convierten en un acercamiento entre ambos que es también la reflexión sobre su muerte, con relación a la situación de violencia que padece América: "Mi padre, quien estará alejandose hacia la nada cuando acabe este libro, resume con el gesto violento de su muerte la contradicción que es América"[7]. En definitiva, Un hombre nuevo propone desde una prosa realista comprender qué papel ha tenido el padre a la hora de ausentarse en vida, manteniendo una distancia apropiada a la lejanía con la que se encuentra uno con los monstruos interiores del desconcierto, la comprensión y la desaparición del otro.

Revoluciones cubanas en Marte supone contradecir de nuevo la manera que tiene la escritura poética de no establecerse en el poema, sino en su paradoja. ¿Qué significa el dolor en la escritura de dos libros tan distintos con el mismo tema? Una literatura de duelo ante la historia que muestra también su parte iconoclasta, abandonando las referencias personales para continuar exponiendo una rememoración no ya familiar, sino acercándose de nuevo a explorar el cadáver del padre desaparecido desde la distancia, tocando los huesos que vienen a transfigurarse en un poema que conviene a la reflexión existencial desde la mortandad. Ciertamente, las referencias que Ernesto Carrión deja caer están vinculadas a una literatura que no ha dudado en mezclar la imaginación novelística con los hechos históricos, pero también abundan ocultas otras influencias literarias donde cabe señalar otros textos que tratan de pasar el duelo poéticamente, como Rodolfo Hinostroza en Los huesos de mi padre o Eduardo Espina en Todo lo que ha sido para siempre una sola vez, escritores que han reflexionado en torno a la presencia de la muerte de la madre o el padre, inspirados sin ninguna duda por ese sentimiento de orfandad que César Vallejo supo concretar a través de Los heraldos negros y Trilce. En el caso de Carrión estamos ante un despojamiento que no cae ni en la culpabilidad, ni en la exhibición de un dolor comprensible. Más acá, convierte la tristeza en una apropiación de la muerte a través del ruido incomprensible que resuena en el dolor. No en vano, la cercanía con la poesía de Antonio Gamoneda le llevaría a establecer una peculiar relación con el espacio inhóspito de la palabra y esa complicidad dió lugar a la escritura de un frontispicio que iniciara ese libro. Al final, una nota de Raúl Zurita nos despide, señalando la alianza de lo poético y la actualidad, "de la época convulsa en que vivimos, de la historia en que condenados a la poesía, nacemos, matamos, vemos morir a los nuestros y morimos"[8]. Sin duda, Revoluciones cubanas en Marte constituye, más que un ejemplo utópico de los ideales políticos particulares, la formulación de una manera de adentrarse en ese límite donde Ernesto Carrión ha situado su escritura como una manera de exponer la propia destrucción del lenguaje en la poesía y en la prosa. Estructurado en torno a cuatro partes que tratan de situarse en los días anteriores a la desaparición de su padre, la plétora de poemas se resiste a caer en un sentimentalismo tópico o en un pliego de cargos filial. Los títulos corresponden a esa línea que hace caer la política del lado del poema, mostrando que un suceso puede ser la prueba de los hechos que siguen embarrando la historia de América, donde no solo se borran patrias o países -como se afirma en el libro-, sino permaneciendo en este duelo que une escritura y vida en una fuga existencial que narra nuestra absurda condición mortal.


Incendios en la madrugada

Este es precisamente uno de los temas principales de Incendiamos las yeguas en la madrugada, novela que trata de enfrentar muchos de los presupuestos de la literatura a finales del siglo XX correspondientes al espíritu de la Generación X, a través de la historia de unos compañeros de colegio en Guayaquil durante un periodo comprendido entre 1992 y 1995. Es muy pertinente ver desde esta novela una manera de mostrar dónde quedaron los presupuestos de esta generación ahora que cumplieron con creces la cuarentena, para saber cómo ha evolucionado el tiempo en estas décadas y cuál es su influencia en una literatura actual, ofreciendo un retrato verídico de la juventud en un tiempo y espacio determinados. Podemos considerar que es importante señalar cómo se expresa un autor cuando relata su propia generación, considerada como apática y perdida, entre el mundo de la calle y el espacio de internet, y que al final, no trataba más que calificar con ese título cualquier periodo donde la juventud se sentía de alguna manera alienada, como puede ser su caso, mi hermano, hipócrita lector. A propósito de esta vuelta al pasado, en el sentido de continuar narrando las andanzas adolescentes de una determinada clase social, es interesante ver cómo Ernesto Carrión introduce muchos temas que constituyen los mecanismos de los ritos de paso hacia la madurez. Por un lado, se trata de un proceso de crecimiento y descubrimiento en un sentido positivo desde una perspectiva vitalista y real. Por otro, no esconde un cierto sabor agridulce apropiado a las experiencias existenciales. Este quizá sea uno de los temas principales de una narración que bien puede inspirar una obra cinematográfica actual porque los factores que nos ayudan a pasar la juventud son ciertamente semejantes y porque la estructura narrativa lo permite. Es la inexorable aceptación social de nuestra individualidad y la busca de un espacio en la sociedad, después de conocer el lado salvaje de la marginación proveniente de un mundo nocturno cuyo final parece situarse en esa hora del lobo con el que se caracteriza el periodo inmediato al amanecer, como fuera definido por Ingmar Bergman: "es el momento entre la noche y la aurora cuando la mayoría de la gente muere, cuando el sueño es más profundo, cuando las pesadillas son más reales, cuando los insomnes se ven acosados por sus mayores temores, cuando los fantasmas y los demonios son más poderosos...". Efectivamente, Incendiamos las yeguas en la madrugada cabe situarse en un espacio literario que muestra cómo afecta la vivencia de los paraísos imaginarios que acompañan también al consumo de drogas y a la pesadilla resacosa posterior que le acompaña. Es cierto que los malos sueños son tradicionalmente simbolizados con caballos -por ejemplo, la palabra en inglés es nightmare, "yegua de la noche"- y que son animales nocturnos habituales en la escritura de Ernesto Carrión, pero también en la literatura que busca en la conciencia de saberse inmerso en el descubrimiento del deseo, el placer y el dolor de la existencia. Ciertamente, los personajes de esta novela viven en esta polaridad. La narración no es simplemente una relación de vicisitudes juveniles donde no cabe el tono moralista, sino que ofrece también una visión de cómo están organizadas las sociedades capitalistas, desde el núcleo familiar hasta los desvíos por las carreteras perimetrales que llevarán tarde o temprano a ingresar en el espacio social adecuado. Aunque seguramente cualquiera pueda compartir una cierta desafección con el presente, es bueno recobrar una cierta juventud del pensamiento: "Y volvieron los chicos a mirar hacia el cielo, hacia el espacio negro sobre sus cabezas, percibiendo cómo se extendía la muerte de la ciudad desde el fondo de sus corazones". ¿Es comprensible que un cierto nihilismo propio de los finales de siglo conduzca a que los protagonistas se dediquen a experimentar en una secuencia continua por las calles, a delinquir para conseguir aplacar el deseo que retorna en cada jornada, a buscar casas con pileta donde perseguir un cierto desfondamiento relacionado con la propia concepción temporal relatada, a acudir a locales nocturnos fascinados por una luz negra? Es más que probable que el descubrimiento del riesgo, la angustia o el vacío sea una cuestión epocal tanto en un sentido histórico concreto, como relacionado con la propia experiencia de la juventud y su inclusión con aquellos que crecen con nosotros, como se afirma en esta novela, "fugándonos de nuestro presente sin ingresar al futuro".

Una marca de interrupción discurre a modo de paréntesis. "Arde lo que será", -como escribiera Paul Éluard-, un tiempo que corresponde a la escritura de ese incendio que provoca la creación literaria, donde lo que se quema no es solamente el paso hacia una edad sin inocencia, sino el propio espacio recobrado de la finitud y la existencia a través de la enfermedad, la tragedia o el impulso del deseo que conducen a esa sensación nihilista de vacío autodestructor. Este conocimiento de la ausencia, acaso debido a que nada fue como fue, ligándose a la aparente nostalgia que suscita una narración histórica, es paradójicamente, en el caso de Erneso Carrión uno de los centros que articula su obra literaria: la postulación de una ficción compartida. No se trata por tanto de hablar simplemente de que pudiera enmarcarse tópicamente en un realismo crudo, de atracción por la literatura del mal, de dejar las letras en manos de la propia experiencia. ¿Por qué el arte se convierte en algo compartido por todo el mundo, como en la banda sonora de aquellos años cuyo final es la muerte de Kurt Cobain? ¿Porqué razón somos capaces de comprender el exilio y la distancia al escuchar algunas canciones epocales que suenan en esta novela, mostrando que la autodestrucción huele como un espíritu adolescente (Smells like a teen spirit)? Un buen resumen de Incendiamos las yeguas en la madrugada sería la traducción del acróstico título del grupo Beastie Boys: "Chicos entrando a estados anárquicos hacia la excelencia interna" (Boys Entering Anarchistic States Towards Internal Excellence) Ernesto Carrión introduce citas y referencias a la juventud de aquella época como una invitación a la lectura en movimiento a trvés del vértigo de las ciudades contemporáneas, en ese trasiego de un lugar a otro, donde se va abriendo la madrugada. Si bien los episodios se alinean en torno a qué va a pasar con ese fragmento de vida que corresponde a un grupo de amigos durante cinco años, es importante señalar esa invitación a la escritura que supone volver sobre el paso del tiempo con relación a los procesos de representación de la memoria. Una de las claves de la escritura de Ernesto Carrión es precisamente mostrar ficciones que no son un simple correlato de las vicisitudes personales, sino mostrar con constancia cuáles es el tipo de libertad que desde la individualidad viene a desarrollar su escritura. Este dualismo entre la realidad y el deseo, entre la poesía y la prosa, entre su apuesta arriesgada y excesiva, notablemente real y poderosa, es uno de los vértices de un obra que supone un cambio de ritmo en su propia trayectoria y en la literatura ecuatoriana de las últimas décadas. Esa conciencia de la libertad y sus límites, esa correspondencia con la muerte que proviene trágicamente en forma de accidente, es considerar cuáles son los verdaderos deseos que pueblan nuestros sueños a la hora de crear nuestro espacio en el mundo, sabiendo que la libertad es relativa y siempre por venir. La pesadilla o el mal sueño se convierte entonces en un incendio que logra que el principio del día sea claro y distante, como entra la bruma al amanecer. Es veloz el paso del tiempo a lomos de esas yeguas, como polvo que deja el siglo, aun sabiendo que, como se afirma en este libro, "el sitio desde donde yo escribo ya no existe".

 

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Notas

[1] CARRIÓN, Ernesto, Viaje de gorilas, Universidad de Cuenca, Premio Nacional de Poesía Jorge Carrera Andrade, 2013, p.23.
[2] CARRIÓN, Ernesto, Un hombre futuro, Amargord, Madrid, 2017, p. 118.
[3] CARRIÓN, Ernesto, Verbo [Bordado original], Rastro de la Iguana/Casacahuesos, 2013, p. 18.
[4] CARRIÓN, Ernesto, Viaje de gorilas, op. cit., p. 28.
[5] Ibidem, p. 70.
[6] CARRIÓN, Ernesto, Un hombre futuro, op. cit., p. 34.
[7] Ibidem, p. 118.
[8] CARRIÓN, Ernesto, Revoluciones cubanas en Marte, Universidad de las Artes, Guayaquil, 2017, Finalista Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador 2017.



 

 

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