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CEMENTERIO EN LA LUNA
Mención de Honor del Concurso de Novela Breve "Miguel Donoso Pareja" 2015.
Ernesto Carrión
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XII
(fragmento)
Sabíamos con El Cuy que en los festivales internacionales de poesía joven había que dispararse a malo y a bien varón. O sea, había que desayunar cerveza, almorzar tequila o pisco y cenarse un whisky o ron con poca coca cola. Y al día siguiente mirar sentados en las mesas de sombrillas los cuadros (rojos y blancos, blancos y rojos y rojos y blancos de nuevo) de los manteles. Luego encima los cachos de pan en las canastas, el chocolate caliente o el café hirviendo y los huevos a la copa y tanta mermelada y mantequilla por las puras alverjas, porque nosotros con El Cuy ya empinábamos tan masculinamente nuestras cervezas enormes como fusiles negros de guerra bien lubricados y lubricándonos el esqueleto. Con nuestras gafas asentadas sobre los platos rojos de nuestros ojos como dos cabrones malditos. Rebuscando ahora en nuestros bolsillos las funditas con la sustancia para seguir la fiesta. Santa Cocaína. Creo que hasta una canción le hizo El Cuy (que iba así: me sube, me baja, me sube, me baja, me baja, me sube, me sube, me baja, pero cómo puede ser que me suba mientras baje y que me baje subiendo…). Viaje entonces al baño de ladrillos rojos que era el infierno. Puerta mal cerrada pero frente al espejo. Y: Traxx Cruack Suuak. Otra aspirada. Y luego la ropa que iba picando por la llegada del sol y la falta de ducha, pero qué carajos importaba si lo que había que hacer era ser el poeta más radical de aquel encuentro de poetas jóvenes de Latinoamérica. Y ese premio sólo se lo llevaba el más orate.
Algo de belleza había sin embargo en esa cuadrilla de chicos alrededor de una mesa de billar del hostal. Leyendo y leyendo por días sus poemas entre ellos. Tramando siempre publicaciones. Algo de belleza había. Eso no puedo negarlo. Sí. Había belleza en eso: la poesía sólo para los poetas. La magia. El misticismo. El delirio. La desnudez de nuestras vidas personales, intelectuales, pseudo-delincuenciales, pseudo-vagabundas y sin pudor. Expuestas ahí a la mirada de los otros poetas. Y entonces garfios de exclamaciones caían en la mitad de la habitación hacia la mesa de billar, sobre los muebles rojos, cerca de la botella de pisco, de las dos botellas de pisco, de las tres botellas de pisco. Caían desde un cielo invisible esas exclamaciones de garfios, y ellos decían: ¡Uh Ah! Mira cómo le duele. Pero qué rico cómo le duele allí (en su niñez-madurez-vejez. O en su cuerpo-mente-sueños. O en su patria-mundo-nomundo). Y eso es la poesía. Eso es la… Debe de serlo. Seguro que sí.
Ninguna mejor anécdota que ésta (para qué contar las mesas de debates, las lecturas con poco público, los almuerzos elegantes, las presentaciones de libros, los chicos caminando abrazados por media calle bajo la lluvia cantando una canción de Gustavo Cerati, y las universidades con sus salones abiertos y allí aguardando muchachos más jóvenes esperando qué sino escuchar la poesía de otro país como si viniera de un mundo distinto, lleno de maleza, de dureza duplicada, pero ajena realidad al fin. Pero para qué narrar la compartición de los panes, los cigarrillos y el vino. O de la marihuana alzándose como un dedo verde y chupado de los bolsillos de las camisas arrugadas de los poetas): una poeta argentina llamada Florencia Campos gritó –con un pollito rostizado cubierto de papas fritas y un montón de hilachas de lechugas blancas, verdes y marrones en un plato que sostenía con ambas manos- ¡Yo estoy endemoniada! Y dicho esto (gritado esto) lanzó el plato hacia el techo. Y el pollito rostizado con sus alitas quemadas fue deslizándose por las paredes junto con las papas y las lechugas marrones, verdes y blancas hasta terminar en el piso. Todos los poetas se callaron. Estábamos todos bebiendo en la habitación del Cuy. Florencia Campos, para asentar su demonización, empezó a sacar la lengua y a moverla de un lado hacia el otro. Luego escupía un poco y empezaba a tocarse la vagina con hartas ganas. Con su mano derecha clavada dentro de sus jeans. Volvió a la carga: ¡Que estoy endemoniada digo! ¡Estoy malditamente endemoniada! ¡Tan endemoniada estoy que voy a cogerme a todos los poetas en esta habitación! ¡Y uno por uno! Lo que sí sucedió. Esa noche Florencia se dejó entucar de cinco poetas hombres y de dos poetas mujeres (ahí no puedo decir que haya habido mucho entucamiento, pero igual. Así como que me tocó de cuarto y que lo hice. Sí. Sólo cerré mis ojos y gracias a la marihuana llegué hasta el final. Igual todo embarrado de todos mis compañeros poetas). Al final de qué se trata la poesía y estos encuentros sino de eso: un poco de tristeza, locura, soledad y ganas de un poeta que busca disolverse contra la tristeza, locura, soledad y ganas de otro poeta. Al final puedo decir que Florencia Campos -aunque nunca se comió el pollito rostizado con las papas que El Cuy le había comprado en el restaurante de abajo- sí se comió a la tercera parte de los invitados al encuentro de poesía joven. Probando así que en serio estaba endemoniada y que era bien loca y bien arrecha como poeta, por lo que terminó llevándose el premio imaginario del mejor de todos.
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CEMENTERIO EN LA LUNA, se presentará el próximo 10 de noviembre, en Guayaquil, en el Museo Presley Norton. Y la presentarán los poetas: Martiza Cino (Ecuador) y Manuel Barrios (Uruguay)