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Durante la presentación

 

Ciento y un monos del Lenguaje,
a partir de "Cementerio en la luna" de Ernesto Carrión

Por José Manuel Barrios





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I

Antes que el hombre llegara a la luna, el Mono ya dejaba su marca en el satélite.
La Nasa lanzó sus monos en los 50s y los 60s, y los rusos entre 1983 y 1996.
Mucho se sabe de la suerte de estos primates a nivel biológico pero muy poco
sobre sus expectativas, sus terrores o sueños. Lamentablemente, los primates
no pudieron escribir la bitácora de su alunización.


Cementerio en la luna, del ecuatoriano Ernesto Carrión, es un viaje introspectivo. Derrotero y memoria del Don Juan ecuatoriano lanzado a seducir lo inubicuo del fenómeno poético. Los pormenores de un novel poeta en su momento de iniciación son la plataforma del excurso, teoría de la forma, la gestión y el lobby del campo literario latinoamericano. El narrador, M​, es nuestro poeta, quien relata sus aventuras de adoración y entuque con el fin de ser admitido en la “rosca divina”, a saber, la logia de los poetas. El Mainstream de los Mirlos, lo cual vale como regocijo del cuerpo plegado sobre la expectativa de su obra, el alcance de sus palabras.

El libro es un trabajo a dos aguas. Da cuenta (de forma verosímil) de lo patético inherente a la pulsión creativa y su desarrollo social. La percepción de los lazos afectivos como signos, las cofradías como sintagmas, la divulgación como peldaño a la confrontación de lo monstruoso.

Los poetas admiran a poetas ridículos cumpliendo así la constelación de su narcisismo. La pesquisa de la imagen gloriosa es también la amnivalencia del poema, el cual debe decir sin decir, desarrollando un margen que da cuenta de la parcialidad de su cuerpo. La vida es un signo virgen que debe ser magullado desde el incendio social (Rimabud), la visión demoníaca (Blake), o bien la esquizofrenia (Pessoa).

Es aquí donde las estrategias de autoficción muestran su faz carnavalesca con la construcción de la otra máscara:

“Ciertamente en el mundo no se puede ser original, joven ­me dijo el viejo Rigoberto. Y siguió: El artista mediocre copia, el genio roba.
­Y eso lo dijo Picasso robándole a Oscar Wilde, quien había dicho: El talentoso toma prestado pero el genio roba, quien a su vez habría robado aquella frase de un dicho popular.
­Estoy de acuerdo. Rigoberto, oiga usted esta frase de T. S. Eliot que se la presto: Los poetas inmaduros imitan; los poetas maduros roban; los malos estropean lo que roban, y los buenos lo convierten en algo mejor.”

Todavía tengo la imagen: era el año 2008. Estaba en Buenos Aires junto a la poeta Amalia Gieschen. Habíamos recogido a Carrión para ir a tomar unas copas junto a los poetas Jorge Boccanera y Susana Cella. Después de no sé cuántas cervezas nos fuimos caminando a la estación de Metro, Ernesto, Amalia y yo. Cuando fuimos a cruzar la 9 de Julio Ernesto se detiene y grita: ­¡Estoy en Buenos Aires! ¡Estoy en Buenos Aires!
Acto seguido se baja los pantalones y enseña su verga a los transeúntes. Amalia tiene un ataque de risa y dice:
­No lo puedo creer! Le vi la verga a Carrión!

II

Vidas Ejemplares

Cementerio en la luna presenta, además, otros dos relatos paralelos. Uno de ellos, el Centésimo Mono, es el soliloquio de una máquina deseante que aborda las conexiones de su cuerpo con los objetos que lo rodean: imágenes, relatos, fragmentaciones de fluídos y territorios. El mono es una parodia del hombre en tanto signo. Hace muecas, imita los gestos del amo, pero ninguno de ellos podrán rescatarlo de su condición de especie subalterna.

A partir de un diálogo teórico con las obras de Fanon y Bhabha, Carrión nos vuelve a situar en el problema de las dinámicas poscoloniales. Dinámicas que sitúan al ciudadano guayaquileño dentro de una lógica de subalteridad con respecto a la hegemonía de Quito, no a través de la denuncia (lo cual sería trágico) sino más bien desde la risa.

Se intentaba cambiar la alimentación de una colonia de monos en una isla cercana a Japón. Se supone que debían comer papas, pero éstas estaban sucias por lo que los monos las rechazaban. Luego una mona habría lavado la primera papa, lo que supuso que aceptaran el alimento. La imitación alcanza su potencial cuando el sujeto número 100 ejecuta el mismo acto de lavar la papa. Lo que genera una reacción en cadena en toda una especie. Y ya todos, en cualquier parte del mundo, están haciendo una y otra vez lo mismo. Como ahora se da con el Internet y las redes sociales. Todos subiendo fotos de gatitos. Todos aprobando o desaprobando. Como una colonia esquizofrénica de imitadores virtuales. Un desastre.

Esa risa, a veces estridente, otras muy puntual, le permite trascender el problema de la mímica a partir de la différance. El narrador se reconoce como otro, tan subalterno como patriarcal debido al poder de la letra. Esta conciencia, para nada banal, permite que el libro esquive los escollos interpretativos de la oposición. No se remite al choque, más bien se va de copas con el poder para reencontrar la fuerza.

El mono es un espejo del hombre también por lo que guarda de familiar. El ancestro subdesarrollado de lo antropomorfo, quien a su vez también aprende mediante la imitación. Sin embargo, lo que nos confronta de su imagen es algo mucho más terrible: la jaula común del sistema, invisible e infranqueable tanto para el homo como para la bestia.

¿Es esta jaula la muralla china del lenguaje?

Cementerio en la luna nos da la pauta de la imaginación. Es, de alguna forma, una colección de epitafios, y por otra un arte poética. Aparecen las bitácoras de Fernando Pessoa, José María Panero, Goethe y muchos otros. Todos al servicio de este excurso caribeño, semantopófago que husmea con su estilete los pasillos oscuros de la memoria para celebrar su intimidad. Una fiesta en los cráteres de la luna donde los cuerpos comienzan a escribir.

Guayaquil, 8 de noviembre del 2015



 



 

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