Texto de Como un caracol nocturno en un rectángulo de hielo
LOWELL
Cal, tú llegaste tiritando con los músculos de un rostro sumergido suavemente en sus veinte años
Y te ubicaste entre todos como una porcelana en bancarrota
Un hombre que viaja del hielo hacia el acero es un hombre que bebe. Tú ardías por dentro y te sangraban las manos
Las piezas de ajedrez en tu camisa estampada eran tu sueño de morir junto al océano
Llorabas por la salvación de tu alma. Jurabas, rebuznando de alcohol, que ibas a renacer como estambre encima de las ramas y hacia las ventanas. Que ibas a dejar de sentir tu cabeza separada del cuerpo y su meseta
Que era la luna un reflejo de la roja manzana abandonada por la víbora como un bloque de oro
¿Serían cuchillos lo que veías crecer en tu nuez de gallo? ¿Niños amontonados con palas haciendo guardia en el monte de la muerte?
Velaste junto a la puerta prohibida que también rebuzna. Oíste a los Señores de la Lengua, a nuestros pecadores, a cada uno de los pacientes depositando uno tras otro esos cuerpos, esos costales de un alimento tan deshonesto que carece de sangre igual que el falo de un dios
Y odiaste a todo aquel que nos odia y que nos ama: esos que se alimentan de la mirada social o de la espina de un cerdo
Luego leíste en la puerta, insistentemente entre líneas –y debajo de los rostros de indígenas tallados con acero conquistador-: “aquí la salvación / aquí el dolor del mundo / aquí el cuerpo entre cuerpos”
Aquí lo que fracasa se ilumina a la deriva como un carbón que siendo al fin cenizas sabe que el presente, aún sin voluntad, es nervio rojo
Entonces tan contagiado con las infinitudes de la sinrazón vuelves al hielo en tus ojos. Están perfectamente abiertos mirando cómo pasa un bosque lleno de hombres sedados y de niños, pilos de niños con palas montando guardia en el vacío de la noche sobre un barco de cruces encendidas
Esos hombres no saben que el sol actúa solo, que corrige demasiado tarde lo que hacemos. Y los rostros de esos inmóviles fantasmas que están sentados junto a ti soñando con un vaso de whisky se han tornado montañas de hielo, auténticos espejos enterrados sobre un paraíso de nieve
Sobre las avenidas, afuera de la clínica, los semáforos arden
Para que se deslice la vida como una lata muerta
pero brillante