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VERBO DE ERNESTO CARRIÓN O PRACTICAR
LA BELLEZA CON NUESTRAS CENIZAS
Por José Kozer
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La poesía de Ernesto Carrión es inmensa porque constituye un continuo: en cuanto tal, incesante prolongación, serie incontenible de ramificaciones, conforma un mundo de despliegues y repliegues dentro de una estable inestabilidad, pugna consigo misma, y se abalanza como manifestación de arrojada verosimilitud registrando, desde una modernidad que no abandona la tradición y el lenguaje normativo (para desparramarlo, para reconfigurarlo mediante anacolutos y desplazamientos) mundos abiertos que reculan de un salto mortal (casi) al Origen: poesía que denota connotando, apuntala lo apenas factible y capaz de ser apuntalado, el apuntalamiento más parece desapuntalar, mas no deja de ser un arco que abarca Origen y última férula, último sitio, que es la vuelta al Origen, y a su vez, registro de un largo recorrido, vía el lenguaje, el riesgo de acercarse a formas máximas, extremas de desconocimiento, abarcando, fragmentando: fragmentación que hurga en la nebulosa del Ser, sin alejarse demasiado de la casa, asidero, centro vital, tabla quizás, para el poeta, de salvación.
Verbo, desde su razón de ser que es la búsqueda del Origen, se lanza hacia un destino que es por supuesto incógnita, y hace de su trayecto la riqueza misma del mundo: estela que el lenguaje nos revela, forja de vida cotidiana, sabiduría doméstica, desamparo astral que se refugia en “[Mi] mujer mi madre [que] es Isabel”: sitio, vientre, y vientre más tarde chupado como una toronja al nacer aquello que tiene que nacer, por mor de continuidad de la vida, la vida del lenguaje y su cristalización, el poema. Si bien es cierto que “[Nadie] tolera la desaparición de sí mismo:” también es cierto que hay Paraíso original y terrenal, y atisbo del Paraíso final: Origen, regreso, recuperación. Y todo como parte de un continuo, intermezzo si se quiere, mas siempre realidad augural, alba a ocaso y ocaso que augura la luz matinal: ahí emana ese continuo, vibrando, y vibra restallando su interior luminosidad, para iluminación de lectores pacientes y vinculados a la más arriesgada expresión, los paños menores de la violencia, asediados por “el arte de la tolerancia, el cuidado facial:” Ahí, qué duda cabe, se manifiesta “[El] juego de los préstamos.” Un juego donde se restaña la herida del Origen perdido por la vía del amor que hay que cebar, y donde lo cotidiano no es lo trivial: el objeto más llano y artificioso (cold cream) no es banal, sino por el contrario, una parte del Todo, y Todo en sí, en cada momento: ese lujo que otorga la vida y que es su Purgatorio, y posible Paraíso (no hay Infierno ulterior, sólo el del vía crucis del mal vivir que conlleva no saber morir).
Verbo es parte de un proceso de escritura que pese a la juventud de Ernesto Carrión ya implica un número amplio y nutrido de publicaciones, núcleo en expansión continua, proceso que es variación, mudanza y concentración: polifonía, y “melodía destobillada”. Bordado original: salto donde el Camino es práctica (escritura) y selva que exige guía, y que encuentra guía en el seno de la casa, en la esposa y en los hijos que “nacen despacio”, y donde “el cuerpo de mi hijo es pequeñito el mío también”. Ahí el hijo avanza mientras que la esposa vuela (especie de “ que voy de vuelo” de San Juan de la Cruz). Y el Todo, con todo lo presente, o mejor, con todo lo que se va presentando, no está hinchado artificiosamente, sino que es natural; tiene su razón de ser, su lugar, aquí, y para luego; destino propio y mediante la poesía, destino de todos. Así, Verbo viene a ser un nuevo acierto de Ernesto Carrión, y dígase de paso, un acierto más de la joven editorial peruana Cascahuesos, de Arequipa (en este caso en una edición conjunta con Rastro de la Iguana Ediciones, de Guayaquil) que con paso firme, gusto fino y capacidad de riesgo, viene acogiendo lo mejor de la nueva poesía latinoamericana, para convertirse ya en editorial imprescindible.
John Ruskin (1819- 1900, justo el año cuando fallecen Nietzsche, Stephen Crane, Oscar Wilde y Eça de Queiroz) el crítico de arte inglés, comentando el cuadro prerrafaelita de John Everett Millais, Sir Isumbras at the Ford, establece tres categorías de pintores (las hago extensivas a otras artes): un grupo, el más abundante, que trabaja con pincel pretencioso, busca impresionar, y acaba apagándose con sus exabruptos y en el fondo, ñoñerías; un segundo grupo en verdad auténticos, devotos, pero incapaces de trascender ciertos límites, barreras impuestas por la Naturaleza, y que termina por tropezar con una realidad unívoca que encierra y limita: dejan una obra valiosa pero que no se sale del marco insalvable de los propios límites; y por último, una tercera categoría de creadores que Ruskin considera capaces de “inventiva”, y en quienes esa inventiva los lleva continuamente a rebasar los propios límites, a romper con los moldes recibidos y adquiridos, ampliando la tradición al crear una nueva tradición (de ruptura): son los fundadores de nuevas corrientes, le devuelven brío y renovación a la acumulada tradición, a todas las artes.
A este grupo minoritario, blanco de vituperios y de la incomprensión del momento, pertenece la creciente obra de Ernesto Carrión. Obra que procede desde un controlado desbordamiento, y que alcanza bordes inéditos, cercanos a los abismos, donde el poeta en vez de parapetarse en la comodidad de lo alcanzado, busca nuevos derroteros, insaciable, implacable, sin concesiones. Obra donde confluyen la calle, la casa, el cuarto y la atalaya, la vida propia y la ajena, en concisa expansión textual: admirable verticalidad, que es diversidad, que no descarta cielos, tierra ni mundo soterrado. En cuanto tal, reconfigura “dantescamente” el viaje extremo, mas subvirtiendo el orden de la Comedia, de manera que Verbo primero se inscribe como Paraíso, luego Infierno, y en adelante 18 Scorpii, Purgatorio, Tercer cielo, y en un magnífico final de pugilato, la sección K.O., seguida por La vida entera y un breve Exeunt titulado Antes del fin. Libro breve y al mismo tiempo inabarcable, por su lenguaje tirante y comedidamente desmesurado, normativo en la ruptura y roto en la reconfiguración de nuevas normas, necesarias en el actual momento histórico, inestable y desconcertante.
El talento indiscutible de Ernesto Carrión se vuelca una vez más en este nuevo libro de prosa poética, para estipular, a la manera Zen, que “El que no tenga poesía ni país está en el paraíso.” Lo está. Ya no precisa manifestarse, ni ser ni estar, le basta con existir para la Nada: el dictum de Carrión me hace recordar las palabras de Miyamoto Musashi (El libro de los cinco anillos): “En el Vacío está la virtud, y no existe el mal. La sabiduría tiene existencia, el principio tiene existencia, el Camino (Tao) tiene existencia, pero el espíritu es la nada: es el Vacío.” Vacío donde no hay “ningún mandatario…sino el Olvido.” Inolvidable olvido. Ya el poeta se desatiende, hace y desaparece, y nosotros, lectores, entes de continuidad, lo acogemos, respondemos, lo inscribimos en nuestra propia existencia. Y aunque este mundo sea agua, “Todos estamos en el fondo inaugurando un verso”, o visto desde la perspectiva de quienes no son creadores, participando en la ristra de textos que nos deja Ernesto Carrión. Luego del maravilloso texto de los árboles, memorable texto, nos deja (Antes del fin) y “not with a bang but with a whimper” en vez de un Gran Final, una serie de lápidas, un lapidario escueto, que es el reencuentro con el Verbo, punto anterior de la Nada. Ahí el poeta, como se dice que dijera Paul Celan, “expone (y añado que se expone) no impone.”