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ELICURA CHIHUAILAF
DE SUEÑOS AZULES Y CONTRASUEÑOS
Huerga y Fierro, Madrid, 2002.
Por Julio Espinosa Guerra
Publicado en el número 2 de la
revista de poesía “La Estafeta del Viento” de Casa de América,
otoño – invierno, 2002 – 2003)
Elicura Chihuailaf (Quechurewe, Chile, 1952) es un creador
silencioso y larvario. No ha publicado gran cantidad de libros, pero
se le respeta como al que más. Su hablar es pausado y cuando
recuerda a sus antepasados muertos, llora, sin vergüenza, con
orgullo. Él mismo dice que su escritura
comenzó como un diálogo consigo mismo, sin pretensiones
de éxito, hace tiempo atrás, un día que, internado
en el Liceo de Hombres de Temuco, comprendió que si hablaba
con sus amigos de la añoranza por su tierra y su cultura, sería
incomprendido. Que sus poemas se hayan llegado a editar en Chile tiene
mucho de azaroso y poco de soberbia; que actualmente esté traducido
y publicado en muchas lenguas y países, también. Lo
mismo ha sucedido con el libro que hoy comentamos.
De sueños azules y contrasueños no es un texto
común. Fue escrito bilingüe – mapuzungún/ castellano–
por un autor bilingüe. Al leerlo se siente que el viento y la
fuerza telúrica son parte de él; pero también
se deja ver el dolor, la soledad, el miedo y la incomprensión
de una sociedad diferente y poco preparada para la diversidad. Así,
sus páginas, sus poemas, se tornan una puerta abierta para
comprender el mundo: su mundo, su búsqueda, enfrentado o, más
bien, relacionado con el nuestro. Al fin de cuentas, Elicura tiende
un puente verbal entre su pueblo y el nuestro: ofrece un fogón,
un mate y el diálogo que nos hace falta.
Fácil sería sostener que se trata de una poesía
etnocultural; más no pensamos que sea justo hacerlo, especialmente
porque adjetivándola también minimizamos y estereotipamos
su importancia, segregándola más a un campo socioantropológico
que al literario y poético; incluso, si así fuera, el
mismo Elicura y los demás mapuches estarían en todo
el derecho de considerar “etnocultural” toda la poesía del
resto del mundo, viendo en ella más que sus valores literarios,
los psicológicos, sociológicos y sociales que les ayuden
a “comprender” nuestro comportamiento. Puesto de esta forma parece
absurdo, tan absurdo como si nosotros usáramos y abusáramos
de esta postura al hablar, leer, gozar y analizar su hacer artístico.
Para percibir esta obra en su verdadera naturaleza no basta con “saber”
de poesía y poetas; no basta con
poseer un título de lingüista ni con estar en la punta
de la ola en cuanto a innovaciones poéticas se refiere. No,
no basta. Para lograrlo, para acercarnos a este fogón de palabras
debemos realizar un ejercicio mucho más fácil y, por
lo tanto, mucho más complejo, especialmente para los eruditos:
sacarnos todos los prejuicios y teorías poéticas modernas
y posmodernas de encima, esos que nos dicen “cómo debe ser”
un buen poema, hoy, en el siglo XXI, en el año dos, y comprender
que no todo es globalizable y que sólo en la diversidad podemos
encontrar a “ese otro” que somos nosotros mismos, nuestra naturaleza
íntima. Pero tampoco basta con ello. También hay que
asumir que Elicura nos habla desde otro punto de la misma esfera,
es otra de las infinitas perspectivas posibles, tan diferente a la
poesía occidental como el “Romancero gitano” y los “Poemas
de cante jondo” de García Lorca, que precisan del “duende”
para abarcarlos; o los poemas orientales primitivos, tan difíciles
de traducir y de interpretar; o los poemas de las culturas precolombinas,
nunca valorados en su justa medida; poemas, los de Chihuailaf, igual
de impenetrables si mantenemos las puertas cerradas a la diferencia.
Para este poeta en específico – y los mapuches en general –
la poesía es la forma de ver y comprender el mundo; no está
escrita; se traspasa de generación en generación, de
boca en boca: es el estado natural de su ser. El poema La llave
que nadie ha perdido comienza con un par de versos lapidarios,
íntimamente relacionados con el pensamiento mercantil del sistema
político, social y económico imperante: “La poesía
no sirve para nada/ me dicen”. Mas para Elicura y los suyos esta es
una oración ajena a la verdad, una infamia incomprensible para
su cultura, porque para él, para ellos, la poesía es
todo, son los días y su cotideaneidad, las noches, las lunas,
las estaciones (Brotes de Luna fría/invierno, Luna de verdor/primavera,
Luna de los primeros frutos/fin de la primavera y comienzo del verano,
Luna de los frutos abundantes/verano; Luna de los brotes cenicientos/otoño);
por eso más adelante, en el mismo texto, señala: “La
poesía es el canto de mis/ Antepasados/ el día de invierno
que arde/ y apaga/ esta melancolía tan personal”. Imposible
medir con nuestra vara esta perspectiva de la vida. Dichosos nos tenemos
que sentir al permitírsenos observarlo a través de ojos
tan diferentes. Innecesario e ineficaz teorizar.
Para los mapuches no hay nada en el universo que no esté dentro
de ellos mismos; por eso nunca dicen que la literatura comienza con
ellos, sino que son la expresión de un pasado y un futuro.
Poseen una memoria colectiva que los hace pueblo y nación autónoma.
Su percepción del tiempo no es lineal, sino circular; no hablan
de norte y sur, sino de oriente y poniente. Su mundo es el nuestro,
pero otro, y Elicura Chihuailaf ha venido a mostrárnoslo, puesto
que asegura: “Es válido contar a los chilenos [y a todos los
seres humanos, agregamos nosotros] la filosofía de nuestra
gente, qué pensamos, cómo vemos el mundo”.
De sueños azules y contrasueños nos extiende la mano.
Sabe que puede ser incomprendida y rechazada; mas está en nosotros,
lectores occidentales, hacerle cabida en nuestra biblioteca a un libro
que, con justicia, se puede decir, está lleno de poesía.