Por
Jorge Edwards
Santiago se ha empezado a
llenar de pequeñas sociedades no secretas, pero privadas; de grupos que
almuerzan o toman un aperitivo un día fijo de la semana; de charlas en
comités de redacción de revistas más o menos marginales; de seminarios
sobre la historia contemporánea del país, o sobre el tema de la
literatura y el exilio, en organizaciones que han adquirido un aspecto
más o menos institucional y que funcionan bajo el alero protector de la
Iglesia, o de las Naciones Unidas, o de la social democracia europea. No
tienen, ni pueden tener, la virulencia de los clubes revolucionarios,
tal como los describía Michelet. pero en cambio alcanzan, a menudo, el
furor crítico y el fervor reformista de los salones stendhalianos. Lo
que ocurre es que los personajes de Stendhal habían conocido el ciclo de
la Revolución y la Restauración. Eran capaces de sentir una sospechosa
nostalgia del pasado prerrevolucionario y a la vez de aspirar a una
nueva época, a ese final de siglo en que Stendhal calculaba que
alcanzaría a cien lectores.
El
asistente a estas reuniones conserva una discreta paranoia, que no es
comparable, en ningún caso, a la de los años 74 o 75. Uno se pregunta si
la mirada del portero del edificio, sorprendida en un espejo, o si la
niña de aire inocentón que entra al ascensor, en el piso donde uno tiene
que bajarse, significan algo. Uno se encoge de hombros, pero recuerda,
en seguida, que un funcionario del sistema, aficionado a la literatura,
le ha dicho que los agentes de seguridad pululan por todo el centro, "en
una forma que usted ni siquiera podría imaginarse".
La revista, por lo demás, no es
clandestina. Circula con autorización legal, entre suscriptores, y ha
organizado un debate interno, invitando a tres escritores, sobre la
situación de la literatura en estos años. Aunque no estaba previsto que
ocurriera así, cada exposición arranca de los años anteriores al golpe
de Estado, y el cuadro que resulta es más complejo de lo que podría
pensarse a simple vista. Uno de los asistentes trabajó en la editorial
Quimantú, la editorial nacionalizada en la época de Allende. Después del
ll de septiembre del año 73 quedó sin trabajo y tuvo que ganarse la vida
de mil maneras, esperando el llamado a la puerta fatídico y clásico de
los agentes de seguridad. Hasta aquí, un caso típico, que calza bien en
los esquemas del periodismo de propaganda. Pero la confesión a puerta
cerrada, en la sala de redacción de la pequeña revista, permite entrever
otras realidades.
En vísperas
del golpe, el personaje en cuestión estaba a punto de salir de Quimantú.
Había preparado una antología de cuentos chilenos y uno de los
comisarios de turno había objetado el texto de Olegario Lazo Baeza, un
general en retiro fallecido en los años sesenta y que fue autor de
relatos militares, en un estilo derivado del naturalismo francés y del
criollismo latinoamericano. Según la acusación comisarial, el cuento de
Lazo Baeza tenía pasajes denigrantes para la clase proletaria. El
responsable de la antología, en consecuencia, tendría que enfrentarse
con la asamblea de los obreros de Quimantú. Ahí se haría el ajuste de
cuentas.
El otro asistente dio
testimonio de que las cuotas de partido también funcionaban en materias
literarias: tantos cargos, o tanto espacio, para poetas socialistas.
tanto para comunistas, tanto para la izquierda cristiana, etcétera,
etcétera.
En cierto modo
escribí mi propia confesión en Persona non grata. En la mesa
redonda conté algo de la complicada historia de las censuras del libro.
El libro fue prohibido en Chile en 1974, pero circuló en forma
clandestina, y recibí cartas de lectores que lo habían tenido en
préstamo por 24 horas y que se habían pasado una noche en vela para
alcanzar a leerlo... No era el hábito de la lectura lo que se había
perdido.
Los mensajes del mundo
socialista eran más oscuros, menos directos, pero tampoco faltaron. "No
dijiste nada que nosotros no supiéramos, pero te atreviste a decir que
el rey estaba desnudo." Imposible citar al autor de esta frase. que vive
y trabaja en un país de Europa del Este. Un editor italiano dijo que le
gustaba mucho el libro, pero que sus compromisos con Fidel Castro le
impedían publicarlo. Así de sencillo! Y quizás sería presunción afirmar
que el editor que se atrevió a publicarlo perdió su puesto, pero algo de
eso hubo.
La censura implícita,
indirecta, continuó con Los convidados de piedra. Los personajes
actuales de Zapallar. reducto de veraneo de las viejas clases feudales,
se sintieron aludidos y anunciaron que si me presentaba en esa costa, me
expulsarían a patadas. La convivencia chilena se había perdido en todas
partes, y uno trabaja ahora bajo esas presiones, en ese mundo. Mi
conclusión personal fue que el exilio no constituye una escapatoria
suficiente. Viví en el exilio una experiencia de censura doble, unida a
la sensación, que para mí es incómoda, casi paralizadora, de una soledad
elemental.
En la mesa redonda
hubo una reacción interesante. Un joven, con agresividad mal disimulada,
dijo que las tres intervenciones tenían algo en común: el trauma
producido por la Unidad Popular, en los tres casos, era más profundo y
visible que el de la dictadura. Le explicamos, con toda calma, que
habíamos descrito de un modo personal todo un período en que nuestro
trabajo como escritores había sufrido presiones, limitaciones, amenazas.
Hacer un corte artificioso en el período era arbitrario. Y uno de los
problemas de ahora era el de la creación estética de contragolpe,
simplificadora. Frente al patrioterismo oficial, que trata de rescatar
el folklore para sus fines de propaganda, las peñas populares, donde se
hace una canción protesta más o menos disimulada, o los conjuntos que
recorren el mundo con su cancionero de denuncia. Rescatar el trabajo
literario `de calidad" volver al ejercicio riguroso de la crítica, son
maneras de salir de la dicotomía implacable en que se nos ha
colocado.
Para celebrar su
cincuentenario, en el "año de la mutualidad del yo", Enrique Lihn ha
publicado un libro, A partir de Manhattan, y lo ha leído en el
patio de una galería de pintura. entre los árboles, a un grupo de
colegas suyos cincuentones y de jóvenes estudiantes. Son poemas de
viaje: instantáneas de Nueva York; el encuentro con un compañero de
generación que lleva 25 años expatriado y que no ha salido, todavía, de
un café de la calle Ahumada; reflexiones sugeridas por un cuadro de
Monet o de Francis Bacon.
Enrique Lihn desdeña la vieja música de las palabras, conoce "les torts
de la rime", y su poesía se vuelve cada vez más conceptual, más
discursiva. Cada poema es una carta a un lector que es una especie de
doble del autor. Cada concepto es enfrentado a su contrario, aquilatado,
neutralizado, rescatado en última instancia, cuando parece que ha sido
despojado de todos sus jugos vitales.
Hay un poema que hace sonreír a todo el
mundo, y que provoca, en los burgueses que han asistido, porque asisten
a todos los actos de esa galería, miradas inquietas. "Nunca salí del
horroroso Chile.. ." dice el primer verso. El dogma sacrosanto de la
Junta es el dogma patriótico, la exaltación de lo que se supone que es
la chilenidad. El comunismo es una doctrina extranjera que atenta contra
las esencias criollas. Dice Enrique Lihn:
Nunca salí
del horroroso Chile
mis viajes que no son
imaginarios
tardíos sí -momentos de un momento-
no me
desarraigaron del eriazo
remoto y
presuntuoso...
Eso de "remoto y presuntuoso" es de una absoluta vigencia. Así
somos, salvo que nuestra presunción se dobla fácilmente en complejo de
inferioridad. Pero ya se sabe que todos los sentimientos son
ambivalentes. El poema de Lihn me recuerda un poema de la extrema
juventud de Neruda y que se titulaba República:
Patria,
palabra triste
como termómetro o
ascensor...
Algunos pensarán que soy iluso, divagatorio, pero la verdad es
que el debate constitucional ha tomado fuerza en Chile en estos meses,
aun cuando se trate de una fuerza expresada a menudo entre líneas. El
tono es clásico, puesto que se discuten cosas tan fundamentales como la
soberanía del pueblo o la división de los poderes del Estado. El debate
se había insinuado a fines del año pasado, cuando se formó el grupo de
los 24. que representa desde conservadores hasta socialistas y que se
propone ofrecer alternativas constitucionales frente al trabajo a
puertas cerradas, lentísimo, sumiso a los dictados del poder, de los
constituyentes áulicos. Pero desde agosto de este año, con un discurso
del expresidente Frei en Viña del Mar, cobró virulencia.
Uno de los factores decisivos de la
situación chilena es la radicalización de Frei en la oposición, más
pronunciada en estos meses. Al mismo tiempo empiezan a escucharse voces
conservadoras, sintomáticas, que expresan reticencias frente a la
perpetuación del poder personal. Se dice que se ha producido un choque
serio entre Jorge Alessandri, expresidente de la República y presidente
actual del Consejo de Estado, y Enrique Ortúzar. el hombre que dirige
los trabajos de la constitución oficialista. No se sabe mucho de este
supuesto conflicto, pero es posible atar algunos cabos. Desde el rápido
viaje del general Pinochet a los funerales de Franco, el intento de
identificación del régimen con el franquismo ha sido evidente. Los pasos
dados por Pinochet para desprenderse de la dirección colegiada y asumir
el poder único han tenido similitudes sorprendentes con los que dio,
desde antes de terminar la guerra, su modelo peninsular.
Pues bien, "El Mercurio" de este
domingo, en su comentario político de fondo, tiene una frase clave. En
los párrafos finales de "La semana política", a la derecha de la página
editorial, se lee: "Lo aconsejable sería... que no diera lugar a nadie a
sospechar siquiera que este régimen tiene o aspira a tener alguna
semejanza con el franquismo, y que prepare con serenidad y tiempo el
esquema político destinado a construir una institucionalidad objetiva..
." Los conciliábulos secretos de don Enrique Ortúzar ya habían dado
lugar a la sos-pecha hace mucho rato, y cuando se ru-moreó que había
estallado el conflicto interno, el general Pinochet. en uno de sus
dasayunos con los periodistas, dijo que los trabajos constitucionales
esta-ban muy adelantados, pero que faltaba definir el problema de la
"generación del poder". ¡Nada menos!
En otras palabras, faltaba todo. Entre
tanto, el grupo de los 24 ha salido a la palestra en diversas
oportunidades. La semana pasada, en una manifestación en Valparaíso, su
portavoz decía: "La institucionalidad programada por el gobierno y la
que nosotros proponemos son dos caminos diferentes. El del gobierno es
el camino de la imposición. El nuestro es el camino del acuerdo." Y el
discurso agregaba: "Cada uno de estos caminos tiene su propia lógica. El
oficial, la lógica de la guerra, fundada en la fuerza. El nuestro, la
lógica de la paz, fundada en la razón. Entre ellas es preciso
escoger."
La historia va dejando atrás toda clase de secretos, pero
los secretos de la historia, como los cadáveres de las novelas
policiales, terminan por aparecer en alguna parte. Así ha sucedido, por
lo demás, con los cadáveres de los desaparecidos. Después del famoso
caso de Lonquén, se han planteado algunos otros, incluso el de unas
tumbas del Cementerio General de Santiago.
Pero también, inevitablemente, surgen
secretos anteriores al golpe de Estado, como se vio en la mesa redonda
literaria de que hablaba al comienzo. En una entrevista reciente, que le
han hecho con motivo de cumplir los ochenta años de edad, Clotario
Blest, personaje ya legendario de las luchas sindicales chilenas,
fundador de la CUT (Central Unica de Trabajadores), ha revelado lo que
él mismo ha calificado como un "secreto tremendo". Ha dicho que Salvador
Allende lo encontró en la calle Morandé, a pocos metros del palacio de
la Moneda, en julio de 1973, y le reprochó que no hubiera ido a
visitarlo durante toda su administración.
Clotario Blest, "Don Clota", como suele
llamárselo en Chile, fue a visitar a Salvador Allende en su despacho de
la Moneda ocho días después de ese encuentro en la calle, y escuchó,
asombrado, la confesión siguiente: "Clotario, yo no soy el presidente de
Chile, soy un ente decorativo. Yo no mando, aquí mandan los partidos que
me llevaron al poder. Digo una cosa, ordeno una cosa, y no se hace;
prohibo algo y se hace. Este es mi papel."
Tenía razón don Clotario al calificar
de tremendo este secreto, escuchado a pocas semanas de la muerte de
Allende en ese mismo sitio. Por mi parte, soy un partidario absoluto de
exhumar los secretos de la historia. Hay que desenterrar los cadáveres
de Lonquén y hay que revelar los secretos amargos y a veces disparatados
de los años recientes. Es la única forma de evitar que los errores o los
crímenes de la historia se repitan.
Santiago, 10 de diciembre de 1979