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"Euforia" de Martín Acosta: la alienación de alienarse a sí mismo
La Liga de la Justicia Ediciones, 2013
Por Eduardo Farías Alderete
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Para entender el concepto de alienación aplicado a la reseña de este libro debemos aclarar que es en el sentido hegeliano, es decir, la idea de algo ajeno y hostil a lo que es propio de cada uno. Martín Acosta es un poeta joven (24 años), quien con oficio y una constante visión crítica sufre la angustia primaria del poeta, su relación con la Poesía, el misterio de las palabras de cada verso o la utilización de la palabra. Preciso: rebelarse o ser receloso con el concepto poesía, con las miserias de la forma y lo tortuoso del fondo. Dentro de esto lo vemos abstraerse de roles, alienarse como observador, incluso como figura de una pareja interpelando de esta forma:
¿Quieres detener el viento que se infiltra
y endurece tus pezones a través del agujero
de tu blusa?
¿Obligar a dos cosas comunes y corrientes
a convivir, como dos hermanos
que tienen que vivir juntos?
La profundidad del ego poético que apela directamente a la primera impresión del lector, en el sentido de la esencia del ser que busca superar la alteridad del lector. Hay dos lectores de la poesía (la mayoría son poetas): el lector que busca el disfrute de la poesía, la musicalidad y el fondo, utilitario o no, y el lector que busca adentrarse en la alteridad del escritor, el tratamiento afilado o no de los sentimientos. Este poemario es para el segundo de los lectores.
La cotidianeidad intimista apunta descarnadamente a un análisis de la vida misma en el encierro de cuatro paredes, una humanidad que se desarrolla en el desarraigo del mundo adentrándose en su interior.
Una capacidad casi sobrehumana (capacidad de poetas) de sobrellevar cualquier dolor, y es más el dolor que muchos poetas tratan de sobrellevar verso a verso, el dolor de vivir; ése es el justo sentido de la Euforia. Acosta golpea esto con una ironía inusitada:
No tienen para qué comprar flores
ni recuerdan fechas, planifican poco y no se proyectan,
les gusta lengüetear el momento,
no discriminan porque gustan de muchos lectores
y no saben nunca el nombre de su acompañante
ni dónde pasarán la noche ni con quién,
no suspiran ni quitarán jamás horas de sueño.
¡Pero ay las ansias de perro en celo que tienen!
Y esto acerca de los poemas. Cómo deberíamos ver los poemas. Los poetas cómo deben verlos o los lectores comunes. Aquí no se puede hablar de un sentido utilitario de los poemas muy a pesar de lo que algunos puedan pensar. Pero Martín Acosta no se escapa del leitmotiv de todo poeta: la poesía como algo inasible, indescifrable y sumamente criticable. Un gran porcentaje de los poetas se vuelcan a desnudar a esta madre, a esta amante o hermana, sin asco, sin temor a que un lector desprevenido se haga una mala imagen.
El conflicto del yo real, el concreto, con el yo poético (hablante) es notorio y aquí es donde quiero detenerme. El impulso de alienarse tiene una doble función: la catarsis de sanarse a sí mismo a toda costa o, en su defecto, fomentar un juego en que el lector entre en la dimensión del hablante y se identifique con él. Acosta utiliza este juego sin aspavientos; asola, intuye e impulsa esta dinámica certera.
Estructuralmente, el poemario tiene tres fases, a saber: Las meras palabras, La voz del cuerpo y Griterío del mundo. La visión de Las meras palabras nos toma de la mano a la laberíntica realidad de la alienación de la realidad dentro y fuera del hablante lírico y la visión abstracta de lo que le rodea, sin abandonar la visión personal y crítica de aquélla. En La voz del cuerpo se invita a éste a ingresar a este juego despiadado de versificar una visión postural del poeta:
Hagamos un pacto y dejémonos ser.
Dame un poco más de auspicio como hasta ahora.
Dame calcio, dame tejidos, dame la densidad
cruda de las partículas, que sin ti soy nada,
que sin ti simplemente no hay ninguna cabida.
Ven y no te muevas de donde estás.
Y aquí la alienación opera en animales, en personas, manteniendo una impertérrita ajenidad, notable. El sexo no escapa al leitmotiv, pero no es ni siquiera redentor, es un elemento más dentro de la cosmovisión. Es contraproducente a esta altura hablar de alienación; la pérdida de identidad para adherirse a otras entidades a una visión ajena se quiebra, entrando punzante en la mente del lector.
Griterío del mundo: hay una visión cínica en el sentido filosófico griego y no en el común. El mundo como representación de malignidades es digno de ser vapuleado con versos afilados y mortalmente atingentes. Hay un desapego total, el mundo casi como un ente execrable:
Tengo la lengua reseca y un buquetazo tremendo
por el sabor malsano que me deja
parte del mundo al probarlo.
Y luego, dentro de esas representaciones, una actitud denunciante y desmitificadora. El ciclo de la alienación como actitud sanadora ha completado su ciclo.