Ernesto
Guajardo: ahora duele escribir
Un poeta comprometido
con su historia
Por Juan Cameron
Gran Valparaíso.cl, 27 de junio de 2005
Ernesto Guajardo, periodista y lector de RIL editores, ha puesto
su oficio a merced de la historia reciente y de su propia historia.
La temprana pérdida del padre a manos de la dictadura militar
marca esta trayectoria. Pero el desarrollo estético alcanzado
en su escritura lo señala como poeta más
allá de los motivos recurridos y reiterados.
A menudo pequeños signos o ciertas señales dan cuenta
del metarrelato, motivo utilizado por el autor para enfrentar la obra.
Esta técnica se aplica en El primogénito, del
poeta Ernesto Guajardo, con lograda eficiencia y buen gusto, hasta
casi culminar su lectura. Sin embargo, en la última sección
de las cuatro que lo componen, se da cuenta de la situación
supuesta o reconstruida por el lector. El recurso equivale, en la
plástica, al dibujo del entorno para determinar los límites
de la imagen central.
Uno de los primeros indicios entregados por Guajardo es la dedicatoria:
"a Celso Alamiro Guajardo Bettancourt (1923-1974) / a Fernando
de la Cruz Olivares Mori (1946-1973)". Las fechas de ambos fallecimientos,
cercanas al Golpe Militar, sindican el asesinato de estas personas
a manos de los organismos represivos. Entre los más decidores
destaca el verso "¿cuántos nombres constituyen
nuestras ocho letras?" (poema 19 de la segunda sección)
referido al apellido del mismo.
El primogénito, representación del autor en tercera
persona, y cuyo título toma en su primera parte, intenta a
su vez reconstruir algo perdido a través de indicios que, aunque
unidos en una superficie, tampoco consiguen el objetivo propuesto:
"regresa el primogénito./ busca extraviados fragmentos/
y sólo excrementos de aves marinas/ moscas/ bolsas plásticas/
y graffittis/ encuentra sobre las rocas". En este sentido, contenido
y forma actúan al unísono.
La ausencia del padre, como eje central de un poemario, y a la vez
propuesto como una sinfonía para exorcizar los fantasmas, la
habíamos visto hace poco en Lengua ósea, de Gabriel
Cereño. En el caso de este último, el padre es una figura
desconocida que se arma por medio de documentos, acciones y la recuperación
de un apellido hasta muy poco ignorado por el poeta. En Guajardo se
trata de una figura que le es arrancada en forma violenta y definitiva.
Para comprender el motivo es necesario volver a su primera publicación, Por la patria, impresa a mimeógrafo durante el último
año de la dictadura. A los veintidós años el
poeta es más directo y no se observa siquiera el sentido estético
que lo reconoce como tal en este libro de madurez. Pero allí
encontramos textos iniciales que habrán de desarrollarse con
plenitud y hasta su agotamiento. Uno de ellos, "Cuando fueron
a buscar a mi viejo" describe la situación: "Cuando
fueron a buscar a mi viejo/ Dios estaba borracho/ cuando ellos acariciaron
la puerta con las culatas/ y/ los vehículos rodearon todas
las ventanas/ y las puertas/ que al mar daban la vista,/ cuando/ rompieron
los colchones y nadaron en los entretechos// Dios/ estaba durmiendo".
Expuesto ya el asunto en la primera sección, la siguiente,
"Los vástagos", lo retoma ahora desde la exclusiva
visión del hijo: "vástagos nos hicieron/ arrojados
de los vientres, extraviados/ de las rugosas palmas". Desde esta
perspectiva no existe ninguna posibilidad. Guajardo concluye con el
verso "y el viento no trae ninguna respuesta". Por otro
lado, la imposible cartografía de esta búsqueda, que
se continúa en "Los antiguos", está señalada
como reflejo para permitir a las víctimas la visión
de un tiempo y de sus protagonistas, para ellos, irremediablemente
perdidos: "Qué será de esos rostros/ indagan los
antiguos".
El cierre en cambio, "Acta est Fabula", resulta un experimento
muy logrado, pero también merecedor de una publicación
o separata. Al denotar la cuestión central surge la duda en
torno a la necesidad de integrar esta sección a una obra ya
resuelta. Una nota encontrada por el autor, junto a Soledad Escudero,
aclara a pie de página, sirve de sostén para un relato
a ratos directo, a ratos desconsolador: "qué puede importar
Celso Alamiro Guajardo Bettancourt/ qué/ si ya fueron entregadas
las palmaditas en la espalda/ los besos en la frente". La carta
que una madre escribe a una asistente social en pro de su hijo esquizofrénico,
invierte la imagen en el territorio semántico y, en este sentido,
y solamente en éste, corresponde al corpus de la obra. "La
visión no puede hacerse palabra", dice allí; y
también "ahora duele escribir".
Luego de una atenta revisión, resulta curiosa la ausencia de
este joven creador en varias antologías nacionales. Tal vez
la reiteración del motivo a través de su obra provoque
desconfianza en ciertos estudiosos. Reacción del todo injusta
dado el oficio conseguido, el que, sin duda alguna, puede dar frutos
a continuación, en sus próximas publicaciones, cuando
ya el exorcismo consiga cicatrizar ese vacío.
Ernesto Guajardo Oyarzo nació en Santiago de Chile, en 1967,
y se ha formado en Bibliotecología y Periodismo. En poesía
ha publicado Por la patria (1989 y 1997), Nosotros, los
sobrevivientes (1994), Las memorias (1996) y El primogénito (2000) y es autor, además, del reportaje testimonial El
fulgor insomne: la vida de Marcelo Barrios (2000), que comentáramos
ya en estas páginas. En 1993 participó en el encuentro
"Literatura y compromiso", en España, y al año
siguiente fue jurado del certamen Jaime Gil de Biedma, en ese mismo
país.