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Ernesto Garratt y el fantasma del padre
«Casa propia», Editorial Hueders, Santiago, 2019, 153 págs.

Por Pedro Pablo Guerrero
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 15 de diciembre de 2019



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Casa propia aparece en un momento expectante para el escritor, periodista y crítico de cine Ernesto Garratt (1972). Su anterior novela, Allegados (2017), está lista para ser distribuida como audiolibro, en la voz del actor Sebastián Fernández, y se negocian los derechos para convertirla en película y serie de televisión. El director será Óscar Godoy ("Ulises", "Bala loca"), a través de Tanu Producciones, de Juan Tomicic, ganador de un Premio Goya por efectos especiales con "El día de la bestia" (1996), de Álex de la Iglesia.

"Los guiones los está haciendo Enrique Videla, yo no —dice Garratt—. Pastelero a tus pasteles. Me sale más fácil crear el mundo a partir de la novela". También celebra, agradecido, la versión en inglés que hizo la traductora estadounidense Jessica Sequeira, quien le comentó que Allegados fue una novela que anticipó el estallido social.

En la segunda parte de la saga, Casa propia (Hueders), el protagonista reflexiona que la condición de allegado hace perder todo ("el coraje, la dignidad, la privacidad y hasta el nombre"), menos la capacidad de temer. "Ser allegado es como tenerle miedo a todo y no solo es una condición habitacional. Ya no estoy allegado, pero sigo siendo un allegado. Se mantiene el estado mental. Ahora puedo tener casa propia, pero es muy difícil olvidarse de eso cuando ves a otras personas sufriendo lo mismo que tú sufriste".

Al comienzo de Casa propia (2019), el protagonista y su madre arriendan una pieza en un sucio caserón de Rodrigo de Araya. En su último año de educación media (1989) se mudan al pequeño departamento de Macul que compran con subsidio habitacional. La escena en la que entran a él por primera vez es una de las más emotivas de la novela. "Fue tal cual —dice Garratt—. Un sueño, una de las experiencias más felices de mi vida. Son momentos que no se olvidan, como cuando nació mi hija o cuando me casé. Fue nacer de nuevo: no tener casa es una falta de dignidad terrible. Me cambió la vida. Puede sonar escatológico, pero tener una casa propia es tener un lugar donde ir al baño tranquilo".

En el opresivo mundo real de la saga se va infiltrando, progresivamente, una dimensión paralela en la que habita el vampiro Mihai. Es un universo fantástico violento, pero que ofrece también remansos como su amor por Mina: una relación de pareja que se consolida en esta segunda novela de forma simétrica a la que tiene —de este lado de la realidad— el personaje con una compañera de colegio. Ambos mundos se comunican a través de espejos, haciendo temer al protagonista por su estabilidad mental. El narrador dice tener los superpoderes de volar, leer la mente y predecir el futuro. "Era importante explicar su origen, porque en esta novela subí el volumen de la metáfora. La condición de allegado conlleva muchas veces problemas mentales que surgen de estar sometido a toda clase de abusos", dice.

Garratt admite que siempre le han interesado la magia y lo paranormal como recursos literarios, pero no quería que la referencia fuera macondiana. "García Márquez es Dios, pero no puedo imitar su mundo porque no lo conozco. El que sí conozco tiene más que ver con la ciencia ficción cutre, lo fantástico y el cine, que es de donde yo vengo. Traté de incorporar estas herramientas del arte B y usarlas a mi favor. Los mundos de Alan Moore —que también es Dios—, Grant Morrison y Neil Gaiman". Resalta además la ayuda del escritor chileno de ciencia ficción Luis Saavedra, a quien reconoce como su mentor a la hora de balancear los mundos que se cruzan en sus novelas.

Escribir es una manera de recordar y olvidar al mismo tiempo, según afirma el protagonista. "Al hacer autoficción —dice Garratt—, tienes que realizar un ejercicio de memoria y poner límite a la exageración de los recuerdos para hacer más verosímil la narrativa. Hay muchísima rabia y odio, pero también cariño, porque mucha gente nos ayudó y fue súper decente y generosa".

La figura materna adquiere, en Casa propia, un pasado menos borroso. María Teresa fue madre soltera a los 43 años. Quedó embarazada de un estudiante peruano de 26 años, llegado a Chile durante la Unidad Popular y que, tras el golpe, fue repatriado a su país en un avión enviado por la dictadura izquierdista de Velasco Alvarado.

¿Escribir le ha servido para ajustar cuentas con el fantasma del padre?
—Sí, ha sido fundamental. Estaba pensando el otro día en las dos películas que más me gustan: "El Padrino" y "Superman". Ambas tienen en común a Mario Puzo como guionista y hablan de cómo no puedes evadirte de la sombra del padre incluso cuando viajas a otro planeta. Este libro es sobre mi madre, pero también sobre el padre que nunca conocí. Fui a Perú hace un año o dos con mi hija y mi mujer. Allí supe cuál era el nombre del asesino de mi papá y el de la cárcel donde estaría. Mi nuevo proyecto es ir a entrevistarlo.

Garratt tenía dos años cuando murió su padre. Hay distintas versiones sobre las circunstancias de su homicidio. "Le pegó un escopetazo el dueño de una tienda que al parecer no comulgaba con su ideología —dice—. Me interesa reconstruir esa muerte porque quiero encontrarle un sentido a la ausencia del padre. Está la visión romántica de que era un guerrillero, pero también pudo haber muerto, no sé, en una pelea de curados. Tengo que revisar archivos judiciales. Forma parte de otro libro, de otra búsqueda. Hay que encontrar el valor para hacerla".




 

 

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Ernesto Garratt y el fantasma del padre
«Casa propia», Editorial Hueders, Santiago, 2019, 153 págs.
Por Pedro Pablo Guerrero
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 15 de diciembre de 2019