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Centrífuga o la punta del iceberg
de Alfonso Grez
Por Ernesto González Barnert
Un viernes en la noche ya no esperas sorprenderte en Santiago, sobre todo si Santa Rosa 57 apagó las luces hace un par de años y las lecturas que hemos frecuentado en el último tiempo, poco y nada traen a colación. Y vamos que con algunos ex talleristas (Andrés Florit, Fernando Ortega, Juan Pablo Pereira, Marcelo Guajardo Thomas) nos reunimos para escuchar a Alfonso Grez, su segundo libro, en una presentación regada y grácil en mi casa, guiada por él y su deseo de empaparnos del espíritu y montaje de su obra y claramente ganó el gallito, aflojó nuestra desconfianza. Me recordó con sus poemas y comentarios pertinentes sobre lo humano y divino que a veces en la noche puedes ver salir dos o tres veces el sol. Y eso que Centrífuga es la punta de iceberg sobre aguas ora frías ora inquietantes de su temporada sin timón y en el delirio en el friso de la “realidad”, entendiendo por ella -la ilusión- que apuntalan los medios de comunicación y educación con el visto bueno del Poder. Ahí pone el dedo Grez y, naturalmente, no tapa el sol. Pero la empresa en estos tiempos es correcta e hidalga.
Centrífuga es una verdadera suma poética llevada a buen puerto por el autor, amigos escritores y editor que hicieron de faro en el camino… en su propio camino. Y que el autor no se resta de nombrar y agradecer. Recordándonos que las mejores obras saben escuchar más que escribir. Y borrar, tachar, inclinarse para pasar la puerta del amor. Y que, hoy, nos entrega tanto el acabado final como los primeros sacados que llevaron a tal, es decir, nos regala: Centrífuga (Ediciones del Temple, 2010) y una serie inicial de tres libros en una cajita como primera parte de la entrega total que terminará por impartir más adelante con lo mejor de la obra gruesa, más allá que lo que convoca y el propio autor ofrece a esta carnicería siempre abierta las 24 horas es el libro nº 27 de la colección Temple, lo principal.
Digamos también que este poemario desborda a partir del ataque a las torres gemelas, donde el autor estaba en calidad de cineasta y viene a ser el cúlmine de su visión y crítica, su yo acuso, a partir del suceso y no reducible al mismo hecho con minúsculas. Desde el corazón mismo del Imperio y sus vasos comunicantes (la prensa, la televisión en toda su programación diaria y sus auspiciadores [el avisaje comercial que Grez toma de la realidad y le da un vuelco poético impresionante la mayoría de las veces], el mismísimo cine) y la literatura como cuña a todo este paisaje.
Mas que una obra sabia es una obra inteligente. Que bien pilota las aguas del corazón como de la tinta, lo público y privado en una bogada llena de ironía y dureza, el boceto de una película de terror en la que nadie se asusta. Y, sin embargo, es mucho lo que hay que temer y esclarecer y seguir acusando. Sin duda, la Literatura de Terror en Chile, la escriben los poetas. Y este libro no es la excepción.
Con un estilo directo y sobrio, bien trabajado visualmente, atento a sus propios borrones y palabras no dichas, a la ambición de una obra mayor y no a una-obra-segura-en-boca-de-todos, una que sabe correr riesgo y no solo caer de pie sino que con aplauso, errar de querer más, ser un túnel del que sale aire frío. Un libro que todavía no podemos dar por superado ni completamente leído, quedan años para seguir encontrándonos con él y su obra gruesa, empaparnos de su noticia (y acantilado).
Saludamos a Alfonso Grez que entra de lleno y con justicia a las páginas de la poesía chilena, con una obra en progreso y a la vez finalizada en su llegada final. Un tramo concluyente realizado con un tiempo excelente que lo coloca en la avanzada del pelotón que viene pedaleando su Obra Mayor. Definitivamente, un pixelado naranjo en flor en el jardín de mi biblioteca.
(pausa comercial)
“y a mi hijo amado le dejo mi bien
más preciado: mi biblioteca” (la cara de
decepción del hijo amado) abre la puerta
en penumbras: la biblioteca es señorial,
palaciega, varios pisos de cuero empastado
y nobles maderas (la cara de decepción del
hijo amado) entonces toma un libro al azar,
lo abre y los ojos le brillan: en el libro hay
una libreta de ahorro, toma otro y otra,
otro libro y otra libreta así (de felicidad,
la cara del hijo amado) y a continuación,
el nombre del banco.