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Claudio Maldonado

Por Ernesto González Barnert


Claudio Maldonado Maldonado (Curicó, 1977). Reside años en Temuco. Es un escritor que viene trabajando con artesanía y cada vez con mayor soltura su obra. Se nota. Bien. Y creo que en un par de años tendremos un libro suyo para leer y releer con aprecio y envidia si realmente decide ir aún más fuerte, de cabeza. Decide dar un cuento o novela aún más radical en lo que plantea. El arte es más débil que la necesidad, pero hay que ir de frente contra eso. La tiranía es hoy peor: tácita. Por eso, hay que sofisticar la armonía vulgar, el refrito cotidiano del parlar más o menos común. Darle aristocracia barrial, recuperar el sentido común sin clichés, no embotar la lengua madre. No más el democratismo azuzado de los polos, solos de oreja, simpatía con el débil o fuerte, esquematismo sociológico, vulgaridad mental de creer en la estadística o publicidad. Sí, ficcionalizar con mayor radicalidad, la amplitud de singularidades coexistiendo, sin culpa…culpa progresista. Tenemos que cuidar la inteligencia, no herirla con ese chachareo profesoril, citadesco de la moda con retraso y cantinflero de clase media, evitar el abusado tono surrealistante o realista criollo –tan párroco- y a la vez barroco. La maldición de verlo todo en película, dos horas, final pseudo feliz o patético. Típicas caídas del autor medio chileno para esconder que tiene muy poco que decir. Sí, menos sentimentalidad y más ley –digo tanto para narradores o poetas- en medio del enrarecido paisaje post belaniano. No nos olvidemos que escribir es rayarse -siguiendo a nuestro Diego-. Escribir es perderse en la oscuridad y la distancia, pero sin tomarse nada en serio, pero tampoco riéndose de todo. Escribir es dar con la heroicidad y razón que los lectores necesitamos en estos tiempos.

II

Tengo en la punta de la lengua este fragmento de Jonathan Franzen, cito: “Veo a demasiados escritores jóvenes apresados por su identidad étnica o sexual; no les anima hablar desde otras singularidades o fronteras.”

III

“El escritor precede, no va a la zaga. La dinámica vive en la mente del escritor, no en la magnitud de la audiencia.” escribe Don De Lillo y continua en la misma carta: “Escribir es una forma de libertad personal. Nos libera de la identidad colectiva que vemos forjarse a nuestro alrededor. Al final, los escritores no escribirán para ser héroes proscritos de alguna subcultura, sino para salvarse a sí mismo, para sobrevivir como individuos”.

Creo que II y III, explican de alguna manera eso del democratismo azuzado de los polos, simpatía con el débil o fuerte. Algo muy presente en lo que se escribe hoy en Chile. Por eso me pareció atinado acordonar –aunque sea débilmente esa zona- para tomar razón.

Y a tener ojo con Maldonado Maldonado un escritor que sabe que este asunto de escribir es bastante duro, áspero, y nos empuja a arrojar casi todo el cargamento por la borda para salvar el resto, ese resto que es ser feliz. 

- ¿Cuál es tu mayor defecto como escritor?
- Dudar mucho de lo que escribo y eso me lleva a pasar largos tiempos en el abismo leyendo y volviendo y cayendo y leyendo. Ese sería el defecto “autobombo”, pero sin duda mi mayor defecto aún está por verse. Por ahora tengo muchos defectos,  y los quiero como a buenos primos que son, el español, mi única lengua, a veces me devora, tengo problemas que arreglar en la construcción de diálogos, ajustar un sistema propio de puntuación, volar más y más con los extremos interesantes de un relato. 

- ¿Qué piensas de la afirmación de Gustavo Flaubert, cito: “¡Qué sabios seríamos, si conociéramos a fondo no más de cinco o seis libros!”?
- Me parece una afirmación muy convincente. Todo radica en la importancia de releer,   no me imagino  estar toda la vida leyendo seis libros  ¡Habría que elegirlos con pinza!  Pero hay libros que condensan todo el espíritu de la humanidad: La divina  comedia, Hamlet, La consolación por la filosofía de Boecio, La piel de zapa de Balzac, el Aleph, en fin, todo radica en la importancia de releer, cada día, por ejemplo, descubro más significados nuevos en la actitud del viejo en silla de ruedas de la novela de Paul Auster El Palacio de Luna, cuando reparte los ahorros de su vida a los peatones que a esa hora caminan por la ciudad. La sabiduría quizás entonces no está en petrificar las acciones que pasaron, para retenerlas y estudiarlas. Por lo menos yo prefiero evocar de mil maneras distintas. En lo posible con humor. 

- ¿Háblanos de tu cocina literaria, qué autores o creadores constituyen tus pilares fundamentales?
- Maupassant siempre está presente; me gusta ese patriotismo tragicómico en el que se mueven sus relatos, patriotismo que en estos tiempos, por fortuna ya tiene cabida sólo para los payasos o para los republicanos. Chejov es uno mis escritores más queridos, por su simpleza y su profunda convicción de sentir que  gran parte de las virtudes del ser humano son una apariencia, una veladura para disfrazar lo precario de nuestras vidas. Poe, aunque todos lo saben, es todo, Borges es todo el lenguaje hispanoamericano. Germán Marín me parece que se ha enquistado en mi educación de segunda juventud y eso me ha permitido conocer otras vías de lectura digamos socio política.  Enrique Vila Matas, Pitol y Bolaño: el padre lumpen que nos muestra a la aldea mucho más allá del horroroso. De Manuel Rojas aún conservo la primera edición de Punta de Rieles  y lo leo siempre. Y es así como en mi cocina, tengo también a Nicanor Parra, a Enrique Lihn a Rodrigo Lira y al gran Pepe Cuevas. Cortázar constituye el pilar central, a partir de esa columna es que pienso y termino una posible creación. Por lo menos hasta ahora.

- ¿Cuáles son los diez libros que recomiendas leer?
- 1 Historia Universal de la Infamia            (Borges)
2 La Conjura de los necios                        (John Kennedy Toole)
Monsieur Pain                                         (Roberto Bolaño)
El mercader de Venecia                        (Shakespeare)
Un animal mudo levanta la vista  (Germán Marín)
 Exploradores del abismo         ....     (Enrique Vila Matas)
7   Las once mil vergas                                (Apollinaire)
8   Apología de Muerte a Crédito   . .     (Louis Ferdinand Céline)
9) La peste                                     . . . .. .        (Albert Camus)  
10) Patas de Perro                                         (Carlos Droguett)  

- ¿Que novela te hubiese gustado escribir y por qué?
- Las cinco novelas de Gargantúa y Pantagruel de Rabelais. Me hubiera gustado escribirlas porque no tienen límites, la violencia no tiene parangón, ni la risa, y todo lo que pueda suceder es sorprendente. Básicamente me hubiera gustado escribirla por el placer de reventar la imaginación.

- Nabokov proponía a sus alumnos un cuestionario sobre las cualidades que debía de tener un buen lector. Proponía una lista de 10 y había que elegir 4:

1. El lector debe tener cierto sentido artístico.
2. El lector debe ser socio de un club del libro.
3. El lector debe tener un diccionario.
4. El lector debe identificarse con el o la protagonista.
5. El lector debe concentrarse en el punto de vista socioeconómico.
6. El lector debe tener memoria.
7. El lector debe preferir una historia con acción y diálogo a una que no los tenga.
8. El lector debe haber visto antes la película basada en el libro.
9. El lector debe ser un autor en ciernes.
10. El lector debe tener imaginación.
¿Cuáles son las 4 buenas?

- ¿Cómo definirías al escritor?
- El escritor es un sujeto común y corriente, a veces un poco ridículo, a veces un poco alejado del sentimiento colectivo. El escritor es un soldado de las ideas y como buen milico quiere irrumpir con estas para remover o provocar alguna sensación. Algunos prefieren las trincheras, otros la artillería y otros la aviación. El soldado chileno joven está cada día más privatizado. Y está tan ansioso de un golpe que anda inventando bombitas especiales para canonizar nuevos nuevos movimientos.

- ¿Qué escribes hoy? ¿Qué proyectos escriturales no te dejan dormir?
- El nuevo cuento gay de Chile, es un proyecto de cuentos que fantasean con los esqueletos de la buena literatura infantil.

- ¿Esboza un panorama literario del Temuco actual?
- A ver: Guido Eytel está organizando un encuentro de narradores para marzo. Yo hago gestiones para publicar de una vez mi libro. Luis Marín sigue escribiendo y también nos amenaza con nuevas historias. Terminará el verano y veremos que pasa. El panorama temuquense esta desierto, pero todo desierto puede florecer.

- ¿A qué le teme Claudio Maldonado?
- A que mi hijo lo pase muy mal.  

- Por último, ahondemos en tu narrativa, sus aristas, fisuras, etc.
- Propuesta, obra, evolución laboral.
Mi narrativa nace de la necesidad de manifestar ciertas situaciones que se dan en las relaciones humanas. Esto a través del lenguaje del cuento. La verdad es que yo escribo, como nos enseña Borges, para ser feliz, por un goce estético,  goce que no hay que verlo de manera superflua, pues esto exige un intento serio de escribir más o menos bien. Ahora ese "más o menos bien" debe tener cierta honestidad y valentía, un cierto rechazo al sentido común, preocupación por querer construir literatura y no otra cosa.

 En relación a mis escritos puedo decir que mis primeros cuentos eran meras anécdotas, donde de forma imperiosa debían llevar un final atronador, un nocaut rotundo y necesario, combo rotundo que no debía esquivar lo extraordinario. Eran básicamente catarsis de hombres que no podían controlar sus necesidades fecales (Cacatastrofe), niños golpeados que prometían continuar con la violencia (La cadena feliz del edén). Fue en concurso liceano donde obtuve mi primer premio (una plagio subconsciente a un cuento  "desconocido" de Maupassant), donde el jurado me floreó con un bonito diploma y  ¡una calculadora científica! Que a los días vendí para comprar el primer casete de Los Tres (1991)

En mis primeros años de universidad (95,96) participe en diversos talleres literarios, donde la narrativa era el pariente extraño de la fiesta, y también en los recitales donde frente a los vates se debía leer siempre el más breve. Fue en el taller Ernest Miller Hemingway dirigido por el narrador Guido Eytel donde por primera vez corregí un texto y lo volví a corregir hasta  convertirlo en un cuento de largo aliento Pegafuerte: un boxeador tronado de tercera categoría que se enfrenta a los designios de su mujer que no está satisfecha a nivel sexual. Luego escribí Bombero Chico Bueno; un cuento tragicómico, al estilo Buster Keaton, donde un bombero enloquece al no poder apagar su propio incendio. Es así como todas las creaciones posteriores establecían su territorio en la provincia conocida, en un pueblo de una languidez desarmante: Curicó. El tópico del cuento chileno campesino (Manuel Rojas, Eduardo Barrios, Droguett) fue fraguando con los años un corpus de cuentos que denomine Santo Sudaca, nombre que lleva uno de los cuentos más representativos del libro; donde el personaje es un cansado profesor que bajo los efectos de una extraña droga revisa la demencia de un oficio y de una vida muchas veces absurda. 

Dicho lo anterior  y en el intento de no  caer  en el criollismo  de Mariano Latorre, o en  el socialismo sacro de la colonia Tolstoiana me di a la tarea de crear historias de campesinos de provincia perdidos en un anonimato inveterado, pero con infiernos universales escondidos.  Mi deseo no era mostrar una realidad social sumida en la gravedad de un panfleto, una manifiesta denuncia contra nuestra “decadente realidad” sino más bien un fabular con las conciencias de hombres  pervertidos  por sus propios actos  y por sus posibles  intentos de salvación Es por eso que en Sultán, un pobre campesino llega  a la capital para participar en un concurso donde hará el ridículo de su vida, o el habitante de las costas que llega al pueblo para espantar sus instintos pederastas.

 Este libro ha sido una primera aproximación al oficio de escribir cuentos, en la actualidad siento que esa carga de "realidad" o de espacios conocidos ya no es tan importante en mis escritos. En estos últimos años ese  placer estético está proyectado a explorar ficciones que tienen que ver con el arte de escribir cuentos, con conflictos y cuestionamientos acerca del ejercicio de  escribir cuentos en esta parte del mundo. Si bien es cierto mi nuevo libro aún está en ciernes, creo que está un poco más maduro en su lenguaje y quizás lleva un poco más simpleza en cuanto a lo que quiere mostrar, al querer buscar más preguntas que respuestas y eso yo creo que el lector (el lector que yo busco) lo agradece. ¿por qué el cuento y no otro medio? creo que el cuento es la mejor síntesis para condensar una historia que se abra a la historia secreta de todo buen cuento. Esa es mi meta y mi obsesión.

 



 

EL NUEVO CUENTO GAY DE CHILE
(FRAGMENTO)

Primer Concurso de Cuento Breve
El nuevo Cuento gay de Chile

Ediciones literarias “La Soga”, junto con el  auspicio del Instituto de Artes Plásticas y Escénicas Maribel Landaeta Lafinur y junto con el patrocinio de COLIPATRIG (Colectivo por la liberación del patrimonio gay) invita a todos los escritores y escritoras de Chile a participar en el primer concurso de narrativa breve El nuevo cuento gay de Chile. La temática del cuento deberá girar en torno al mundo gay del Chile Contemporáneo. Informaciones en: www.elnuevocuentogaydechile.blogspot.com.

Enfrascado en la importancia de las tres primeras líneas, cayó la tarde en la provincia deslavada. El premio del concurso era un dinero suculento y un espacio respetable en los sillones tricolores de la nueva narrativa nacional. El plazo capotaba al otro día y mis pobres limosnas de talento se habían escondido en los más profundos subterráneos de la falta de imaginación. El vacío de yacer encarcelado en la mazmorra del dios de la impotencia me hundió en la vasta selva de la literatura, y me llevó a la caza de un luz que iluminara al triste genio, pero al correr de las pisadas fatigadas por la duda, la selva me ocultó sus lagos y sus ríos encantados, sus árboles parlantes, sus pájaros de nieve, sus lobeznos disfrazados de centauro. A cambio de la veladura la selva me dejó en una espesura infinita de pinos y eucaliptos, en un hedor olvidable de lagunas y charcos, en el cantar monocorde de un tropel de animalejos desgraciados que me hicieron pensar  en el fervor suicida de Luz Mendiluce, en la histeria solitaria de Carlos Argentino Danieri, en la desbocada irrealidad de Berta Trepat. Respiré y volví a creer en la importancia de las tres primeras líneas de mi cuento inexistente. Debía construir un remolino de soles danzando al son furioso del mundo gay de la nación. La Ruta era la huella interminable de un oficio destinado a las cenizas de un fuego sin gloria, donde sólo me quedaba caminar entre columnas repetidas de neblina espesa y vegetal.

Llegué a las sombras de un bosque muerto. Ahí los búhos y los cuervos disecados posaban como estatuas en las ramas calcinadas. Acerqué mi mano a los panales y estos, al sentir la cercanía de mi cuerpo, se entregaron en pedazos al polvillo pedregoso de la tierra. A pocos metros, un montón de liebres destazadas por unas trampas caza osos, creyeron leer mis ojos y saber que la escena no causaba en mi terror, sino más bien la inquietud movediza del sujeto que no soporta demasiada realidad.

Al poco andar encontré a un hombre que escribía sentado en las raíces de un sauce talado. Por minutos lo miré escondido tras un zarzal enfermo. Parecía absorbido en el afán de estampar los signos de su pensamiento, a sus pies tenía tres libros enormes, que de vez en cuando, no sin esfuerzo los tomaba, pero jamás abría. Abrumado por la escena, no sentí la noche caer sobre el bosque muerto, hasta que el cielo apizarrado de frío me dio las fuerzas y  me acerqué. La conversación con este hombre  fue más o menos así: 
     —¿Tú también buscas al nuevo cuento gay de Chile? —le dije a sus espaldas. Levantó la cabeza y al mirarme con ligero asombró me tendió la mano. Era un hombre de piel morena, de estatura baja, la cabeza un tanto amelonada, nariz corva y en la firmeza de sus ojos una férrea voluntad oculta bajo ese aspecto tan poco atractivo.
     —Digamos que ya casi lo encontré —inquirió— y en vista de tu llegada creo que serás de gran ayuda  para el final, el personaje de mi cuento  se ha perdido en los más profundas subterráneos de la falta de imaginación.
     Revisé mis labios y entendí que no era yo quien hablaba, sus palabras forjaban en los míos un silencio que no quería alimentar con más silencio. El hombre se subió al sauce talado, sacó de su levita un fajo de carillas borroneadas y con elegancia hizo el ademán de iniciar la lectura de su obra.
    —Antes de que leas, quién ha escrito esos  libros —le dije— ¿De ahí has robado las ideas para el cuento?
   —Cuando llegué fue  como si me estuvieran esperando, pero de poco me han servido —indicó guiñando una y otra vez el ojo en dirección al suelo. .
    Al principio pensé que lo del guiño era un tic nervioso, pero al instante me di cuenta  que aquella torpe musaraña era una invitación a ojear los libros. Cual fue mi sorpresa cuando al abrir el primero, “Antología de la Literatura Gay Contemporánea” comprobé que sus 547 páginas estaban en blanco. Así ocurrió con LAS 776 páginas de “Orígenes y Perspectivas del Chile Culinario Gay” y lo mismo con las 818 de la  “Historia Socio Política del mundo Gay en Chile”. Todas las hojas en un perfecto y brutal blanco.
—Es como si te las hubieran dejado para que los escribieras  —le dije en un tono burlón.
—Debes ayudarme con el final de mi cuento, debes leer mi cuento breve, en los últimos momentos mi personaje se me escapa de las manos  —respondió, volviendo a fijar el tic nervioso en las carillas borroneadas.
    Su cara delgada y marcada adquirió ese aire frío y superior, esa imitación de la arrogancia del erudito que se enfrenta al profano. Agotado de palabras a medias, de supuestos, equivocaciones y miedo al tiempo perdido es que me dispuse a dejar al hombre atrás. Pensé en las lecciones mal aprendidas de la escuela, pensé algún lugar del bosque sin papeles borroneados, pensé en decirle adiós, pero su ruego de payaso degollado congeló mi decisión.   

        —Espera espera Mi nombre es Saulo Goldman.  soy de Valparaíso. Tengo 28 años y a los tres tomaron mi crianza mis dos únicos tíos (un par de maricones macanudos) y una nana negra del Guayaquil.
-¿Y tus padres ya  no existen?

- En 1980, en  un barcito del cerro Placeres, mis padres fueron claramente baleados por un marino borracho que no aguantó que los dos jóvenes, con el correr del vino y la noche, transformaran a su gorra en cenicero.
-¿Y como has  llegado al bosque muerto?
-A los 15 años, quizás debido a mi abominación por los espejos, descubrí mi desprecio por las ruidosas discotecas, que me lanzaron al ruido silente de las bibliotecas que hicieron conocer al gran cuentista azteca  que me hizo soñar con…
- Con ser el gran prosista de los siete mares,  publicado y traducido hasta en los más remotos parajes del África y del Indostán.
- Con el correr de los premios y de las revistas, con el pasar de los recitales, las invitaciones a la radio y una beca del Estado, que no dude en ganar, poco a poco he ido  gestando un pequeño nombre en la jauría de nuevos talentos. Mis cuentos se han ido conociendo, pues jamás escapan a los problemas reales de la gente, algunos me han puesto el mote de precursor del Neo Criollismo Chileno, otros que sólo soy el reflejo moralino del simplón que nunca quiere despegarse de la grisura empalagosa de la realidad real de las grandes mayorías
-Pero has dado la pelea con tu cuento gay, sólo falta que trabajes el final como me has dicho. Si quieres
-Quizás por eso es que es tu estas aquí, pues tu serás mi único público, la otra mitad y el final de la historia, el tiempo aquí ha sido una dulce tortura, pero ya es hora que me vaya de la selva, debo contarte la historia, y debes escucharla bien, pues debes ayudarme a entender porque el final se deshace como castillos de mierda en el desierto. 

                        (fragmento)

 

LECCIÓN DE BICICLETA                       
                                                            A Tereza  
   
Los irrecuperables colores del atardecer me incitaron a corretear por el viento de las calles tranquilas de la población, pero al abrir los ojos la pantalla me cegó de tal manera que mis constelaciones se perdieron en un punto de la imagen de tv: el llanto de una golfa cara que pedía ayuda para dejar por siempre su adicción  a los  consoladores de vaca holandesa. Y en el destello fulgurado de aquella cosa mala, sentí la urgencia de atrapar un sentimiento de paz, para liberarme del morbo grotesco que siempre me succiona las formas, los deseos, las manías, ciertas literaturas inseparables a mi risa.

Y encontré el camino a la casa de Nicordio, el pillete desarrapado que ahora es mi hijo y que a futuro me convertirá sólo en un padre solo. Meses sin vernos, yo preso en el castigo de la vieja Zara, y él seguro contando los minutos en que mis promesas de un encuentro feliz se deshacían, como borbotones de grasa en la parrilla inclemente de la desconfianza. Pero nos encontramos en un instante dulce: el momento en que su madre le aullaba a la luna montando el caballo del placer por el placer.

Un silbido nos bastó para segar  el olvido y montarnos en un viaje hacia la dulce irrealidad.
     —Padre, mi bicicleta es mala calidad. El tío de turno intentó vestirse con tu cuerpo y me obligo a darle duro a los pedales por el campo de la construcción.
     —Pero Nicordio, sabes que tu bicicleta no aguanta el paso del tiempo en el  camino, debieras colgar sus movimientos y soñar con rutas que no existen.
     —Padre: los frenos fueron  chicha en la frenada que mantuve para alcanzar las ruedas; círculos muy brutos que se pierden en el canal de los mojones insensato 
     —Tal vez la cadena pudo servir para colgar a ese tío tan fuera de foco Nicordio, cegarlo en la ironía es lo que queda entonces, como castigo eterno a incitaciones tan torpes. No hay bicicleta de humo que no sea sólo para volar en sueños.
      Y entonces Nicordio vio en mi bolso una bicicleta tamaño gigantesco; para padre e hijo sentados en el tubo principal. A partir de este punto es que mis alegrías son tan puras como la rabieta de un hijo exigiendo ternura. Pues la bicicleta de tamaño gigantesco nos llevaría a un hermoso recorrido en círculos prefijados por el amor noble.
      —Siéntate en el tubo y de lado Nicordio, siéntate bien para que no enredes tus zapatos en los rayos.
      —Me duele, padre, tal vez si abro las piernas, una en este lado y la otra…
     —No Nicordio, ¿ves que de esa forma pierdes tus bolitas? No quiero que lastimes tus bolitas  tan notables y menudas de pureza.
     —Debemos poner un chaleco o un cojín para no sentir la pulsión horrible de unos saltos destinados sólo a romper los pocos dientes de leche que aún se afirman en la justificación de mi  inocencia.
   —¡Pero qué lenguaje Nicordio, qué lenguaje! Yo a tu edad prefería el silencio, ese silencio que tontamente creía  era de rapaz astucia.
     Y después de arrancar la cama de la madre, que no paró de galopar en el delirio de la baba erótica, partimos en la bicicleta gigantesca. Nicordio sabía que sólo una moneda de cien pesos sería el capital para el gasto innecesario. Nos conducimos con sigilo y en primer orden por los parques del Jardín Degenerado: montón de sauces que rodean un canal  de gatos y perros sin dueño podridos para la mera diversión de las ardillas y ratones de las casas con talento para el buen dinero. El Jardín Degenerado nos regaló las primeras alegrías con Nicordio. Detrás de los sauces las parejas de hombres retorcían sus pestañas al ritmo de Fangoria, retorcían las hembras su manos arriba y abajo en forma de colibríes esquizoides, saludando nuestro bello pedaleo, la risa de horizonte de Nicordio, la constatación de un padre que era yo, y que se reflejaba en el espejo de la bicicleta gigantesca para el mundo que nos unía en la visión irredenta de un Jardín Degenerado que se esfumaba al ritmo de la confianza de Nicordio que ya no temía sentir el peso de sus botines en los rayos del dolor. Dejamos el Jardín Degenerado y enfilamos a la plaza del Muro de los Fantasmas Lloriqueantes de la Salvación Popular. Una plaza bastante apta para que Nicordio juegue en los balancines de la memoria inútil. Mi cansancio fue aceptado por los banquillos de la plaza, en un lado del muro tres jóvenes de cara muy fea me pidieron que por favor les diera fuego, y yo como no tenía problemas para dictarles una burla les quemé con un aliento los hermosos bellos públicos de su coraje: “tengo fuego pero en mis latinoamericanas”. Estamos en Demosgracias y es por eso que no agredieron los gritos de Nicordio, que volaba de risas junto al resbalín del futuro helado, que con los cien únicos pesos llenarían de dulzura el buen viajar en bicicletas gigantescas.
     —Padre, ¿y porqué hay tantos nombres en el muro?   
      —Son los fantasmas que mató Pinocchio, ese capo que no estaba con los salvadores populares.
     — Pero Pinocchio  se murió el año pasado, ya no hay como castigarlo
      —Busquémonos entre los nombres Nicordio, en una de esas nos avisan de algo nuevo…
      Nicordio estaba pendiente del helado, y el negocio de aquel placer estaba a un par de cuadras de la plaza del muro. Una lengua verde con un palito rosado fue lo que alcanzó a comprar con el dinero. Montamos la bicicleta y ya Nicordio no presentaba quejas por el ripio y las constantes saltaduras de vacío que nuestra contemplación nos entregaba.
 Volvimos por el mismo camino que daba al Jardín Degenerado. La noche tenaz, como la manta de un genio trastornado por silbar secretos, nos hizo ver a los hombres y a las mujeres despidiendo sus acciones, más de alguno dormía embebido de infección y  pelos rojos, otros aguardaban las micros de la santería eficaz. Yo y Nicordio, el viaje de un padre cansado, la imagen de un niño extasiado con la simpleza de un viaje hacia el olvido.
     —Padre, sé que ya tu estas medio tocadiscos, y que tus fuerzas sólo sirven para representar el tiempo que se pierde, pero de todos modos deberé hacer el intento eterno del teatro y la mentira, te diré que no olvidaré estos destellos, te sangraré la soledad cuando no vuelvas a existir y este momento sólo sean los espejos de una desconfianza, que sólo mi maldad futura podrá entender.
      —Nicordio, mañana compraremos una bicicleta a tu medida, trataremos de que sea de hueso duro, pues los caminos necesitan de tus pies ansiosos, ahora debo partir, una vieja me ha entregado una pantalla y no hallo forma de sacarla de mis ojos.
     Con sus manos me pidió que no me fuera, con sus piernas me pateó la decepción.
     Llegué de noche, muy de noche a mi casa de tablones arrugada, la noche era innombrable, pero no menos que otro nuevo despertar. 

 

LA RATA DE JUDAS
    
El día que desapareció Don Huense dos enormes cerdos eran sacrificados por los empleados del aseo. Los hombrecitos poco doctos en el arte de matar marranos, a punta de hachazos en el vientre los hicieron morir hasta el desangre. Mi destino, si es que existe, fue ser el único docente en estar al fondo del colegio, saboreando el exterminio de aquellos infelices, listos para ser despellejados en un tarro de agua hervida.

En cuanto a Don Huense, mi patrón, puedo decir que aquella mañana llegó muy temprano en su Mercedes negro. Esperábamos las monedas del mes con una sacra devoción entre los dedos, envenenados hasta la náusea la cadena de miserias que todos ayudábamos a tirar. El hombre no era de buen pagar y no traía buenas nuevas.

“Buenos días profes, pónganse de pie: les diré que la matrícula anda baja, que la plata del estado no ha llegado entera y ustedes no han jugado bien con los puntitos de asistencia. Los niñitos no están viniendo a clases y es su culpa. Yo creo que ustedes me fallan; los niñitos ya no vienen y por favor no me aleguen, que yo soy Don Huense Huenur Jaramillo, el que sostiene este local, el que no duerme tranquilo por ustedes. Yo sé que los niños no agradecen, aquí se les da letra, número y puchero. Y ellos saben, si no están aquí estarían en la cárcel y como dice el dicho del nicho al libro hay mucho trecho pues.

“Pero don Huense, si usted sabe que los buses ya no aguantan el camino. Pero Don Huense, si usted sabe que los chicos ya no creen y las sillas y las mesas se desarman con tocarlas. Recuerde la promesa que hizo en marzo: un quintal de harina, zapatitos y un atado de cuadernos nuevos. El agua que se bebe no está pura. Aunque diga que se viene del estero, la mierda de sus vacas cae justo haya en el filtro”.

Y entonces Don Huense, con su gordura infinita, su abrigo de piel de lobo y su boina nerudiana, nos miraba con sus torvos ojos pardos. De la chistera del más falaz de los magos y en un rictus rayano en la liturgia, cerraba los ojos y nos hacia ver que nada de lo dicho era verdad. Entonces, arrepentidos, nos poníamos en fila, primero los hombres, luego las mujeres y al final el director. Perdidos en sus manos grandes y duras nos daba la caricia del perdón: una bofetada dulce y sin palabras, una quemazón en la mejilla, un sentimiento parecido al amor, para luego sentir ese abrazo caliente en nuestros cuerpos pletóricos de paz.

Con las más bellas prodigaba versos y palmaditas en las nalgas. Con el resto el dicho clásico: "Ya saben, del nicho al libro hay mucho trecho. Si quieren la platita convenzan a los niños a que vengan más seguido. Don Huense sabe lo que tiene, una trompa grande y loca para todo el que se quiere educar en el local.. Y a que no saben, les tengo una noticia, tengo al Chupalla y al Rolo amarrando a unos chanchitos regorditos pa’ comer y pa’ llevar. Si se portan bien, hoy mismo en la tarde los carneamos y le damos al buen diente.

Entonces, cansados de tanta realidad nos mirábamos con sonrisas de hienas apaleadas y marchábamos mudos rumbo a los salones de las clases, pensando en que nuestro patrón vendía cosechas enteras por la educación, y que quizás nosotros éramos los Judas, los letrados sin fe que no podíamos sacar del templo a futuros Huenses, a brillantes leguleyos y concejales  honrados ¿Cómo él, con sexto básico cursado había llegado tan lejos a ver la luz?

En cuanto a mi, el profesor de Lenguas de Valle del Sol, debo decir que fui el traidor oculto de la historia. Cuatro décadas sirviendo me habían enseñado a confiar en los poderes prácticos. Si el jefe quería circo, de payaso me vestía, si la monja quería rezos, como a un buda yo le oraba. Ya sea en la educación Normalista de los 60, en el progresismo fiero de la UP, en la instrucción de bala de la dictadura, en la Reforma de los tiempos nuevos. Y al final, en el delirio de Don Huense, la llaga de un designio anterior al brillo de una pensioncilla con gusto a sangre y a cigarros apagados en las noches de futuro insomnio.

Por lo pronto don Huense era mi jefe, y aquel día lo teníamos que afrontar. A eso de las 9 aparecieron las dos chatarras humeantes. Como un tropel de cebras, los niños salían por las puertas y ventanas, explosión de risas de horizonte invadieron poco a poco los pasillos tapizados de humedad. Fatigando el viejo libro de gramática, me disponía a dar la charla del sintagma cuando el bruto apareció en la puerta.
     —Oye Marmolejo, parece que ya empezaron los problemas, el alcalde me dio el soplo. Los del ministerio vienen en camino. Uno de los profes me acusó en Santiago.
     —No hay problemas jefe, las maletas ya están listas, ya lo esperan en Mendoza. El avión sale temprano.
     —¿Y los chanchos estarán con la triquina Marmolejo?
     —Pero claro jefe, el que come no vuelve por otro pedacito.
     —Ya, deja a los niños que jueguen en el patio. Anda al chiquero que el asunto nos apura.
     Y estalló la campanilla del recreo. Los hombrecitos del aseo se afanaban en sacar las tripas con serruchos y alicates. Yo los miraba sin alma, como quien mira a un calendario o a una hoja de papel secante. Miré las piedras y el barro verde de la porqueriza. Ya casi no había rastros de ratón, los cerdos lo habían hecho bien. Y yo, mejor. Me había entregado dichoso a los últimos designios de Don Huense. Durante  una noche, y en la penumbra obscura de un silencio sin estrellas, me di a la tarea de cavar surcos en el huerto y taparlos con charqui de mula y de caballo. Lo hice. Los ratones llegaron a la cita y con talento. La noche previa a la desaparición de mi patrón yo debía reunir cuatro tarros de ratones muertos. Lo hice. Los cerdos lo pudieron apreciar. De las trampas y el veneno, de la forma en que los cerdos festejaron el convite no hablaré, pues sería escudriñar en lo grotesco. Tara obscura, que ni el tiempo ni el fracaso me han podido arrebatar.

Los hechos posteriores se volaron como treilles. En la zanja de las brazas los marranos ensartados en un palo se doraban como un sol de Enero. La campana de la tarde no cantó el encierro de las aulas y los niños confundidos se marcharon en los buses. Para nunca más volver a Valle del Sol.

Queridos compañeros, Don Huense fue a buscar los sueldos. ¡Somos libres esta tarde!. Las mujeres que preparen el mesón, los varones que destapen las bebidas, que en media hora se vienen dos cerditos que tragar.

Mis colegas se abrazaron con lujuria. Extasiados de tanta irrealidad se lanzaron papelitos y empujones al ritmo de los juegos del trencito y del pillar. "Quien es el matador, Don Huense es el campeón", chillaba agarrotado el director arriba de un estante, mientras yo, la Rata de Judas, esperaba destrozado la llegada de los del ministerio, para contarles las penurias, para morir como un valiente o quizás, si es que el milagro era completo, esperar el cheque de la absolución final.

 

 




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