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          Por Ernesto González Barnert
        
        “Cavamos una fosa en el aire” escribe Celan y este libro precisa ser el vaho que desprende la cita inicial. Esa placenta/ crisálida donde sucede la poesía: éste libro. Ópera prima de Rodrigo Morales (Stgo, 1980) por Ediciones Alquimia (2009). 
        Heinrich Böll apunta: ser escritor es ocupar una de las últimas posiciones de la libertad, el último refugio de la fantasía, y llegar a una realización de la propia personalidad. Y Rodrigo, que bien lo sabe, suma en esta dirección. Constituyendo una bitácora poética, señales de ruta de un viaje que va del parto al respirar. Del respirar a la conciencia de la muerte. Y como todo primer libro también es un poemario de amor en su máxima expresión [entonces enciendo la mitad de mis ojos     a tu lado   que es un ojo desnudo en el corazón del viento]. 
        Atendamos a este buzo con lenguaje de escafandra. Este suave y cadencioso entramado de espuma y orilla. Ventura pulcra y sosegada por las aguas frías de la poesía chilena, estela del espejo agrietado de la propia biografía. 
        O como diría Simón Villalobos “un libro reflexivo, conducido por la indagación en el propio ejercicio creativo. Donde apunta al despliegue de una superficie en la que las palabras no alcanzan a encadenarse sino rompiéndose, fallando en sus relaciones, abriendo otras a partir de sus cortes. Superficie que, instalada en el extrañado paisaje de una bahía, es contrapuesta a una vida sumergida, pues bajo la línea de flotación está la plenitud, el tiempo detenido, la memoria llena de sentido y en silencio”.
        Celebremos la bocanada con que irrumpe en nuestros pulmones, la profundidad con que penetra el frágil vaho de la muerte –mientras en la superficie- “los pelícanos se pelean las cabezas entre las rocas”…