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Oscar Barrientos Bradasic
Por Ernesto González Barnert
Oscar Barrientos B. ( Punta Arenas, 1974) arrastra en su verso o prosa una carga lírica, atmosférica y literaria profunda. Una lengua que deshizo una tierra natal para descubrirla y nombrarle a su manera: Puerto Peregrino. Sin duda, una escritura que no olvida la belleza y el sentido común. Dar con un imaginario logrado. Espetar –sobretodo en su poética- por un país mejor. Mi crítica: que no tema radicalizar más su posición, hiriendo y desnudando aún más a sus personajes, próximos, hablante. Que los trate con dureza, menos amor. No sólo él sufra los embates de la tinta y sangre. Sé que es difícil hablar de lo que se ama. Que busque pasar la verdad de contrabando. De todas formas hay escritura y buena, tanto en su narrativa como en sus libros de poesía, y se agradece y se lee con placer, aplauso muchas veces, consciente que le falta muy poco para hacer un trabajo cumbre aquí y en la quebrada del ají.
- ¿Cómo comenzaste a escribir? ¿Qué hecho en particular detonó la decisión de ser poeta?
- En mi casa tuve la suerte de tener libros siempre y tempranamente entré en contacto con el mundo de la novela de aventuras. Imagínate que algunas novelas de Salgari describían el estrecho de Magallanes y yo vivo a dos cuadras de ahí, así que se produce un diálogo experiencial, un punto de fusión entre la fabulación y los dominios de la realidad. Marryat, Sabatini, Melville, Stevenson y posteriormente Coloane están presentes en mi memoria como fantasmas tutelares.
Le guardo mucho respeto a los comic y a la ciencia ficción en ese proceso de búsqueda y de desencuentros. Me parece una pedantería injustificada quienes observan fenómenos como la literatura fantástica o la literatura policial en tanto subgéneros. Muchas de esas respuestas están en el prólogo de Borges a La invención de Morel de Bioy Casares.
Con el tiempo fui construyendo mi propia biblioteca y explorando otros espacios de construcción textual.
Desde entonces he sido un lector compulsivo. El primer poeta que me marcó profundamente en la adolescencia fue Pablo de Rokha, el huaso de Licantén que en su literatura unifica tanto a Marx como a Nietzsche, en el amplio horizonte de la épica social. Encontré la antología de Editorial Nascimiento en la biblioteca del liceo y esa puerta abrió todas las otras. Esos versos como
“Posiblemente quepa todo el mar en tus ojos/
y quepa todo el sol en tu actitud de acuario;/
como un perro amarillo te siguen los otoños,/
y, ceñida de dioses fluviales y astronómicos,
eres la eternidad en la gota de espanto.
Huidobro, Teiller, Alberto Rubio también aparecieron en mis lecturas por aquella época.
Luego emigré a Valdivia para estudiar Pedagogía en Castellano y los años de estudio en la Universidad Austral fueron muy hermosos. No sólo porque eduqué mis desbocadas fuentes de lectura, sino porque tuve la oportunidad del diálogo, de crecer, de distinguir. Apenas terminé la carrera publiqué un libro de cuentos titulado “La ira y la abundancia” al que le guardo un especial cariño por la época en que fue publicado. Una suerte de saga protagonizada por un narrador al cual nunca se le conoce el nombre y que configura una cofradía conspiranoica llamada la Liga de la Virtud. Se trata de literatura fantástica, género que todavía practico.
También albergo muy buenos recuerdos del poeta Jorge Torres a quien conocí en Valdivia por aquel tiempo. Con Jorge hicimos varias obras de teatro, él como director y yo de actor. Montamos esencialmente farsas en el Cine Club de la Universidad. Jorge tenía un carácter muy fuerte y una mirada muy crítica de los procesos creativos, y justamente por ello, le debo varias lecciones valiosas en el oficio escritural. Por cierto su libro “Poemas renales” me parece muy importante en el panorama literario nacional.
De ahí, en adelante he seguido escribiendo y realizando encuentros, iniciativas culturales, de manera especial en Magallanes.
Alguna vez la poesía se dibujó en mis derroteros como un efrit que se había olvidado de retornar a la lámpara. Ni siquiera imaginaba que aparecería en la forma del anémico y oscuro río de las Minas que atraviesa Punta Arenas llevando sus lágrimas sucias hasta el estrecho.
- ¿Qué ha significado para ti la Poesía?
- La poesía siempre se resiste a ser definida y en esa crepitante amalgama radica su belleza siempre dialéctica y creadora de nuevos significados. Pero sin evadir la pregunta te diría que para mí ha sido una exploración al conocimiento por la vía del lenguaje, un abordaje a miradas y señales, es la sensibilidad de la razón y el corazón de la mente simultáneamente. La buena poesía siempre está al servicio de la lucidez y debido a ello se produce inevitablemente una huida y un encuentro con la palabra. Por una parte la necesidad de cuestionar la arquitectura comunicativa, de acusar la precariedad de la palabra al momento de definir la realidad y por otro lado, la imposibilidad de vivir sin la palabra, ya no vista como una visión redentora sino como una tabla de náufrago. Parafraseando a Blake la trastienda utópica y el pensamiento crítico se han unido en matrimonio.
Por si fuera poco, la poesía me ha dado la posibilidad de esculpir mi asombro y mi escepticismo (ignoro si bien o mal) y en esa necesidad imperativa de diálogo me ha dado a mis mejores amigos.
- ¿Para quién escribes?
- Me cuesta pensar en lectores, de manera especial si nos ha tocado habitar espacios precarios en términos de difusión creativa. No obstante, ha significado un estímulo bonito saber que por ahí existen algunos lectores que siguen mis cuentos ambientados en Puerto Peregrino y que de repente, queda cierto recuerdo de algún verso en una lectura poética. Como comprenderás hay una buena dosis de precariedad, pero unas pequeñas y bellas certezas.
- ¿Cuándo escribes algo necesitas algo a tu alrededor, alguna cosa, haces algo en particular?
-
Ante todo silencio, ese precioso veneno que ensimisma y revela. Y después de aquel breve naufragio, me gusta el estruendo, la conversación, música de fondo, una par de copitas, los amigos. Ojalá escuchar a Miles Davis.
- ¿Cómo es tu proceso escritural? ¿Cómo trabajas hasta concretar un poema o una narración? ¿Es un proceso análogo?
-
Tengo un cuento titulado “El hombre que tenía dos sombras” y que es protagonizado por el nunca bien ponderado poeta Aníbal Saratoga (este vate algo enamoradizo y pasado de copas suele aparecer en mis cuentos). Allí intenté traducir la idea de convergencia entre lo narrativo y lo poético como sombras que están atadas a una idea fija y que en cierto momento forjan una entelequia que acaba en un duelo. No creo que puedan existir buenos narradores que no sean lectores de poesía, por ejemplo. Los poetas memorables también asimilan algo de la progresión narrativa. Al fin y al cabo los géneros se pueden entender como puntos de fuga y no como cárceles conceptuales.
Creo que el cuento y el poema participan de la síntesis, de un grado importante de concentración semántica. La novela se me antoja como una casa con muchas habitaciones y balcones, cuyo desarrollo exige una persistencia escritural importante, una guerra de resistencia que fatiga las maquinarias del lenguaje.
- ¿Es necesario que el escritor sea un hombre comprometido?
- Absolutamente. Es un compromiso que establece con sus propios fantasmas, con sus obsesiones, con sus ansias de transformación, con sus paradigmas estéticos, con el espacio que le tocó habitar. La literatura también abarca ciertas zonas de la complejidad social. Ahora, la palabra “comprometido” tiende a acumular sentidos cercanos a la idea de praxis político- revolucionaria, que tampoco es un abordaje que excluyo a priori, pero que no es el único, ni es lo que define en su totalidad la palabra “compromiso”. En la literatura existe la reserva crítica de la historia y en importante medida, el negativo de la realidad. La escritura literaria ha trabajado esa dimensión por medio de procedimientos muy complejos, que desde una primera mirada pueden parecer no muy aparentes, debido a que una parte importante y significativa de la producción literaria se ha insertado en una relación positiva con los discursos del poder. Si pensamos en ciertas formas del discurso épico durante la antigüedad clásica, se suponía la representación o encarnación de ciertos valores ciudadanos propios de una colectividad, de un pueblo, de una sociedad y por eso no es de extrañar que los primeros líricos grecolatinos produjeran precisamente un discurso a contrapelo de las grandes epopeyas, a la manera de Anacreonte: “Dadme la lira Homero pero sin sus cuerdas manchadas de sangre”
Esto porque la literatura es, en sí, una ideología. Todos los aspectos que se pueden construir en torno a la historia de la teoría literaria se vinculan a la historia político - ideológica de la humanidad, y eso es innegable, porque cualquier reflexión sobre los referentes del significado, el poder, las relaciones mismas de los seres humanos, tanto individual como socialmente constituyen el núcleo fundamental de sus ideas, sus ansias del futuro, su visión del presente, sus maneras de organizar la vida, en definitiva, el componente ideológico se puede observar tanto en el producto estético mismo, en la crítica que se haga de él y en su enseñanza. El ejercicio de la escritura literaria siempre es revelador en estos tiempos de pensamiento único, de inmovilismo, de democracias con herencias dictatoriales, de economistas que organizan nuestra vida con una lógica del todo siniestra, de transición con transacción, de imperios hegemónicos y capaces de destruir culturas completas. A veces pienso en una ciudad como Bagdad que nos habitó a todos en el imaginario de las Mil y una Noches destruida por la abyección de un reyezuelo que financia su propia película western. Creo que la buena literatura siempre revisita las paradojas.
- ¿Qué poetas, escritores, artistas o experiencias han marcado tu cocina literaria y también la propia vida?
-
Yo le debo a cada santo una vela. Hubo un tiempo en que me fascinó la novela gótica de la tradición británica y también la novela francesa posnaturalista, autores como Huysmans, por ejemplo. Pero bueno, vamos al grano. Borges para mí inaugura una forma de entender la literatura y es el gran minotauro de la literatura hispanoamericana, el espejo refractario donde se avizoran los contrastes de nuestra identidad cultural.
En mi cocina literaria tampoco pueden faltar Lord Dunsany, Poe, Blaise Cendrars, Víctor Hugo, las hermanas Brontë, Melville, Conrad, D.H. Lawrence.
Un autor que se me reveló en la universidad fue Alvaro Mutis, tanto en su poesía como en sus novelas de Maqroll, el Gaviero. Me escribió alguna vez una carta muy generosa que conservo con entrañable cariño, a propósito de un libro de cuentos que le envié. Luego tuve la oportunidad de conversar con Alvaro Mutis en Madrid y bueno, es uno de los autores más queridos para mí.
En poesía hay muchos nombres, pero en el difícil trance de nombrar siempre aparecen autores como Ernesto Cardenal, Roberto Juarroz, Roque Dalton o Jorge Boccanera. Pero el poeta que ha sido más influyente en mi propia reflexión del oficio poético es, sin duda, Enrique Lihn. Me parece una poesía de una lucidez desgarradora, casi suicida, sobre todo en el plano de la conciencia cabal de la naturaleza contradictoria de la poesía. Tengo una cercanía enorme con Lihn y puedo decir que es el poeta que más me interesa, sobre todo en libros como “La musiquilla de las pobres esferas”, “La Estación de los Desamparados” y “Diario de Muerte”. Ojo que su narrativa también despierta zonas de mucho interés, de manera especial “Agua de arroz “ y “El Arte de la Palabra”.
Si hablamos de narrativa chilena, en mi equipaje siempre están presentes Juan Emar, Manuel Rojas, Salvador Reyes, Carlos Droguett, Alfonso Alcalde y Roberto Bolaño.
- ¿Cómo ves el panorama poético de Punta Arenas?
-
Tiene un asidero poético y mitológico que se remonta al lenguaraz Antonio Pigafetta que viaja en la travesía como escriba de la expedición de Hernando de Magallanes “Relazione en torno al primo viaggio di circumnavegazione, noticia del Mondo Nuevo con la figure del Paesa scorpeti”. Ese diario fascinante describe desde la mirada europea de aquel entonces, la furia de los elementos, la magnificencia del paisaje, dejando la crónica muy cerca de la literatura fantástica. De ahí en adelante hay un caudal que desemboca en narradores de gran calado como Francisco Coloane.
Neruda en su libro “La Espada encendida” imagina la sobrevivencia de un pareja pos- apocalíptica en la Patagonia y creo que los magallánicos hemos heredado algo de ese sueño fundacional.
Yo creo que el gran poeta magallánico es Rolando Cárdenas, que aporta al imaginario lárico desde un Magallanes metafísico, realmente sorprendente, pienso en un libro tan revelador como “Vastos imperios”. También me parece un gran poeta Marino Muñoz Lagos, de manera especial en su libro “Los rostros de la lluvia”, que obtuviera el Premio Municipal de Santiago en 1971 y fuera ilustrado por Andrés Sabella.
Poca gente sabe que Alfonso Alcalde también nació en Punta Arenas, aunque claro sus preocupaciones están más cerca de su querida Galaxia de Tomé. También hay narradores como Nicolás Mihovilovic y dramaturgos como Domingo Tessier.
José Miguel Varas, es un escritor muy vinculado a Magallanes.
Otros poetas son muy valiosos como Astrid Fugellie, Juan Pablo Riveros y de generaciones más recientes se destacan autores como Jaime Bristilo y Cristian Soto. En los noventa surgió la voz de Pavel Oyarzún que aportó nuevas miradas al tema de la ciudad y al tópico del exterminio étnico en la zona austral, aspecto bastante soslayado e incluso omitido por el discurso histórico. Desde otra arista, la poesía de Christian Formoso es muy relevante y me parece una de las propuestas más originales del país en estos momentos, además de una gran capacidad de gravitación y versatilidad en términos de proyecto poético, va desde un libro como “Los coros desterrados” donde explora los dominios de la muerte hasta “Puerto del hambre” que alegoriza la tragedia de Sarmiento de Gamboa.
Pedro Paredes es un poeta de Puerto Natales que manifiesta una poesía viva, de muy buena factura. Hay también narradores de primer nivel como Ramón Díaz Eterovic y Juan Mihivilovic, que – dicho sea de paso- vivieron en mi calle. Así que prepararemos alguna vez la antología de la calle Carrera. El caso particular de Díaz Eterovic es muy importante, ya que su saga de novelas policiales ha dado cuenta de la historia política y social durante la dictadura, e incluso se ha llevado a Heredia a Punta Arenas en su novela “Nunca enamores a un forastero”. Aquella vez probablemente Aníbal Saratoga y Heredia se toparon en algún bar portuario de Puerto Peregrino.
Hay muchos poetas y narradores interesantes que no he nombrado en esta apresurada revisión, pero bueno, así son las entrevistas. No hay malquerencia en ello.
En la actualidad sé de gente joven que está trabajando muy afanosamente como Raimundo Nenén y eso me alegra mucho. Hay autores de muy corta edad que manifiestan una conciencia importante del oficio. Yo mismo dirijo un taller literario al que asisten muchachos de enseñanza media y es siempre gratificante acompañarlos en su navegación. Ahora, no quiero parecer un vendedor de pócimas milagrosas, como en toda provincia (Santiago también es una provincia) igual existen tristes ateneos regionales, personajes monologantes que se emborrachan con su propia retórica, guerrilleros de papel, señores corales que animan circos harto destemplados, artistas cachorros aficionados al pisco Limarí y diatribas perfectamente olvidables. Pero como se gasta tanto tiempo en polémicas baratas me quedo con destacar las cosas que me parecen buenas.
A pesar de que hoy existen puentes como Internet o los encuentros literarios, los problemas del centralismo que agobian la economía de nuestras regiones, que condicionan nuestras búsquedas identitarias, también repercuten en el ámbito de la cultura y por cierto, de la literatura. El diseño que padecemos, centralista y monolítico, con un Estado fofo que termina apagando los incendios que provoca, hace casi imposible completar la idea de país, incorporar visiones que vengan de otros ángulos, de nuevos sincretismos y formaciones culturales.
- ¿Qué opinión te merecen los talleres literarios?
- Me parecen vetas importantes de interlocución y espacios donde se forja una idea colectiva de la creación literaria. Yo asistí a talleres literarios en la enseñanza básica y luego en la Universidad Austral a uno que dirigió Oscar Galindo donde descubrí que podía escribir cuentos y conocí a compañeros de ruta que han desarrollado un derrotero literario importante como Antonia Torres o Paulo Henríquez. También he impartido talleres y he revisado con atención experiencias muy interesantes como el Taller de Escritura de la UNAM, como los Talleres de Reggia Emilia y los talleres literarios que se desarrollaron en Nicaragua después del triunfo del Frente Sandinista. En Chile, valoro los talleres de la Fundación Pablo Neruda que trabajan con jóvenes autores y por cierto, la impronta del Taller Aumen que fundaron en Chiloé Renato Cárdenas y Carlos Alberto Trujillo, semilleros de muchas generaciones de escritores. Pienso que deberían existir más y más talleres literarios.
- ¿De tu obra si tuvieses que elegir un poema o fragmento narrativo, cuál sería?
- “… es que la utopía nos ha engañado”
- ¿Qué libros nunca has podido terminar de leer?
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Hay una extensa colección de libros inconclusos. Habitualmente quien se respete como lector trata de no andar leyendo libros de autoayuda o Lobsang Rampa o El Código Da Vinci. Pero hay cierta presión, te preguntan en los cumpleaños si Jesús se casó con la Magdalena, si Adán tenía sabañones o te hacen la pregunta de quién robó el queso, qué opinas de eso, etc. Al final, alguien te empieza a hablar de la “inteligencia emocional” y te prestan esos libros que nunca empiezas a leer y que por ende, nunca terminas.
- ¿Cuál es para ti el gran libro olvidado de la poesía chilena y de la narrativa?
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Sería una lista larga y de pronto algo injusta, porque quedarían afuera títulos que me parecen fundamentales. Así que optaré por hablar de libros que me parecen notables. En poesía “La defensa del ídolo” de Omar Cáceres y “El orden visible” de Carlos de Rokha.
Recomiendo a los lectores tres novelas chilenas actuales que encuentro formidables: “El Informe Tapia” de Marcelo Mellado, una sátira genial y despiadada de las endogámicas instituciones aldeanas; “Crónica del niño lobo” de Cristian Vila Riquelme, este relato conmovedor y sorprendente acerca de Vicente Cau- Cau configura a un narrador de excepción y “Casas de agua” de Guido Eytel, una historia irónica acerca de la hegemonía del discurso histórico, ambientada en la Araucanía.
- ¿Cuál fue el último libro tanto de narrativa como de poesía que leíste?
-
En narrativa “Cómo me hice monja” de César Aira y en poesía “Oficio de carroñero” de Niall Binns. Dicho sea de paso Aira me parece un narrador magistral.
- ¿Qué libro estás leyendo ahora?
- Una autobiografía de Boris Pasternark.
- ¿Cómo ves la industria editorial? Como autor ¿qué solución le darías al problema?
- En Chile las editoriales independientes hacen lo suyo y más todavía. Emprenden verdaderas cruzadas por dignificar el libro y por hacer un trabajo cultural y ciudadano. No existen editoriales estatales, ni colecciones como en el pasado se hizo con Quimantú que vengan desde el propio aparato estatal. Ahí aparece la lógica del “proyectito”. Antes yo pensaba que era una tentativa premeditada por redes de poder, por sistemas semióticos llevados a planos organizacionales. Ahora pienso que les interesa un rábano y que mejor ni gastar medio minuto en cuestionarse porqué hay gente que quiere que el país se convierta en el Líder.
Respeto mucho el trabajo que desempeñan editoriales como Cuarto Propio, Lom, Ril, Calabaza del Diablo, Ediciones del Temple, Mago, Mosquito, Bravo & Allende, etc. Y conozco la experiencia de la Casa de Barro en San Felipe y del Kultrún en Valdivia.
Con especial cariño a Cuarto Propio que ha sido mi casa editorial en la saga de narraciones sobre Puerto Peregrino.
- ¿Qué piensas de los premios literarios?
-
Son buenos y estimulantes, sobre todo cuando el que los gana es uno. Es platita que cae del cielo y certezas que arroja el texto en medio de la parodia cotidiana de la sobrevivencia. Si los gano, celebro y si no los gano, también. Aunque no me creas, me alegro mucho cuando un escritor valioso es premiado.
- ¿Quién te gustaría que recibiera el Premio Nacional de Literatura?
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Manuel Silva Acevedo, Waldo Rojas, Germán Marín, Ramón Díaz Eterovic, Clemente Riedemann.
- ¿Qué te parece este Chile ad portas del Bicentenario? ¿Su política cultural para con la poesía?
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Ojalá no termine en zancos y batucadas. Ojalá el poder político entienda que la poesía es uno de los discursos que persiste porfiadamente en el imaginario de un país para descubrir su secreta e indómita belleza, su oscuridad y su historia vedada. Ojalá el país no se transforme en una productora de eventos ni en la cruzada caritativa que los dioses del Olimpo hacen cada cierto tiempo a regiones para consolar a los abandonados por todas las deidades de la república. Alguna vez Zurita dijo que Chile antes de ser un país fue un poema y le encuentro toda la razón. Ahora es momento que quienes deciden le encuentren la razón. Pero bueno, los que hemos estado siempre en este “ocio increíble del cual somos capaces” seguiremos trabajando en lo que amamos.
- ¿Cómo ves la poesía chilena?
- Yo creo que la poesía chilena es un sistema y su comprensión cabal implica una lectura múltiple y razonada. Desde los pilares fundacionales (Mistral, De Rokha, Neruda, Huidobro) nace un caudal poderoso que a su vez se conecta con variadas raigambres, con zonas no completamente exploradas, con archipiélagos de perplejidad. Cuando Huidobro concluye “Altazor” con las nociones de “antipoeta y mago” demarca dos polos donde se decantan las poéticas que se incorporarían a la sensibilidad literaria nacional de forma más totalizante: Nicanor Parra y Gonzalo Rojas.
Es imposible hablar de poesía chilena sin Jorge Teillier y Lihn. Ambos, desde poéticas distintas manifiestan una desconfianza importante en el lenguaje. Dos poetas fundamentales, dos premios Nacionales no otorgados. En fin, hechos que ya forman parte de la historia nacional de la infamia.
En el tránsito de los sesenta a los setenta hay grandes poetas como Hahn, Silva Avecedo, Omar Lara, Gonzalo Millán, Quezada, por nombrar algunos.
Pero bueno, la idea no es hacer historiografía literaria, sino presentar propuestas que me interesan y que viven en mi poética. Un libro como “Cipango” de Tomás Harris me influyó notablemente no sólo en mi poesía, sino también en mi prosa, esa constante antiutopía y la degradación sistemática de las ciudades, alegorizando los estilos de la crónica de navegación me parece magistral. Clemente Riedemann me parece un poeta muy sólido, de manera especial en “Karra Mawn”, un libro siempre vigente que revisa los paradigmas de una historia engañosa en el proceso de colonización del sur de Chile y por cierto, sus lectores estamos atentos a “La Coronación de Henry Brouwer” que fue finalista del Casa de las Américas hace poco tiempo.
De la misma forma, en un país donde tanta gente parece escribirle a cosas eternas la poesía de Pepe Cuevas manifiesta un singular atractivo, por su contingencia y su escepticismo creador. La poesía de Cuevas tiene mucha llegada en la gente joven.
Hay otros autores que me gustan mucho como Rosabetty Muñoz, Raúl Zurita, Bertoni, Jorge Torres, Alexis Figueroa, Juan Cámeron, Cristián Vila, Maha Vial, Diego Maquieira, Hernán Miranda. De generaciones más recientes me parece muy significativo el trabajo de Jaime Huenún y de Víctor Hugo Díaz. ¿De mi generación? La palabra “generación” es un poco vacía, después de tantos manifiestos que terminaron con los dedos en el enchufe. No creo estar tampoco en ninguna tripulación, sino navegando en una tabla en el estrecho de Magallanes que, como bien se sabe, es bien dado a los vientos encajonados y a los anónimos naufragios.
Pero a falta de una palabra mejor, usaremos la idea de generación para referirnos principalmente a los noventa. Creo que hay poetas excelentes y señeros como Javier Bello, Cristián Gómez, Andrés Anwandter, Verónica Jiménez, Germán Carrasco, Leonardo Sanhueza, Christian Formoso, Damsy Figueroa, Antonia Torres, David Bustos, Kurt Folch, Armando Roa, Cristián Cruz.
En narrativa, destaco la lucidez y la gran inteligencia literaria de las dos novelas de Alejandro Zambra, de manera especial “La vida privada de los árboles”, realmente una novela muy lograda. De la misma manera, Cristian Labbé es un narrador audaz e infrecuente.
Por ahí he escuchado el término despectivo y muy simplificador de “generación académica” o “académicos”, para referirse a los noventa. Eso debe ser porque en la nebulosa y poco digna transición democrática uno de los espacios que se pudo recuperar estaba en las universidades para realizar encuentros. Lo curioso es que ese epíteto lo profieren seudo marginales líridas universitarios que hacen post- grados y que sacan a Lyotard y a Derridá hasta para referirse a sus caries. Esa cosa media majadera de colocar apellidos me parece tan vacuo como esos lugares comunes de que el poeta debe ser marginal, que debe tomar pipeño adulterado y comer tachuelas, debe despreciar lo académico, la universidad de la vida y otras yerbas. En todo caso, no vayas a creer que es una apología de nada, sólo que huelo demasiado malditismo de primera comunión, mucho Duchamp mal digerido, mucha performance.
La generación del noventa – a diferencia de lo que algunos sostienen- sí captó las fisuras del pasado dictatorial. En cuanto, a lo más reciente, te diría que descreo del cualquier lectura fundacional. No creo en la literatura como sinónimo de fundación, ni antes ni ahora. Será por mi sesgo borgiano, pero tengo la sensación de una gran caja de resonancia de la cual asimilamos voces y lecturas en un viaje más cercano al espiral que a los círculos concéntricos o las líneas rectas, es decir, se reestructuran viejos tópicos a través de un ejercicio prospectivo, en gran medida, catafórico. Alguna vez Maquieira dijo que en este tiempo se podría escribir “La Divina Comedia” y daría igual. Concuerdo plenamente con él. Estamos demasiado cerca de algunos procesos textuales y los vínculos con el canon tendrían que ser más sigilosos, menos vociferantes.
Eso no niega en sentido alguno que encuentre en el escenario inmediato poetas muy destacables, que han tenido el mérito de construir sus propios espacios, como Paula Ilabaca, Héctor Hernández Montecinos y Pablo Paredes. Son los que leído más detenidamente. Ojo, me interesa mucho la poesía de Roxana Miranda Rupailaf y sostengo que las antenas de la crítica debieran estar más atentas a su escritura.
Tampoco tengo una versión panorámica tan amplia de todo lo que se está produciendo, salvo por la Antología de Raúl. Por lo demás, son sólo opiniones y no un estudio filológico lo que estoy planteando.
- ¿Qué palabras le dirías a alguien que está comenzando en esto de la poesía o escritura, alguien que ha decidido ser poeta?
- Que se ajuste el cinturón de seguridad y que lea mucho, porque lo necesitará para desgarrar el holograma.
Que la literatura es mester de contumacia.
Que se habitúe a saltar al vacío.
- ¿Cuáles son los 10 libros que recomiendas leer?
-
Gargantúa y Pantagruel de Rabelais.
El licenciado Vidriera de Miguel de Cervantes.
Los trabajadores del mar de Víctor Hugo.
Los gemidos de Pablo de Rokha.
La musiquilla de las pobres esferas de Enrique Lihn.
La conjura de los necios de J. Kennedy Toole.
El largo adiós de Raymond Chandler.
El corazón de las tinieblas de Conrad.
La broma de Milan Kundera.
El arcoiris de D.H. Lawrence.
- ¿Qué opinas de las nuevas formas de difusión literaria por Internet como revistas electrónicas, blogs, etc?
-
Las encuentro muy útiles. En especial lo que hace generosamente Luis Martínez en letras.mysite. com, que esperamos tenga larga vida en los monitores.
- ¿Qué cosas te quitan el sueño?
-
Creo que la sensación de constante incertidumbre con respecto al futuro.
- ¿Qué te escandaliza?
-
La abismante desigualdad económica chilena, la vida y obra de Daniel López todavía oficiando de estampita en ciertos descerebrados, a los que decían antes “venceremos” y ahora dicen “venderemos”, la AFP, los programas de televisión donde pesan a los gordos, el cura Hasbún después de almuerzo. Bueno, por lo menos todavía me escandalizo.
- Me gustaría que te hicieses una pregunta a ti mismo y la respondieras
- ¿Por qué te gusta Punta Arenas?
-
Porque se parece a Puerto Peregrino. Sobre todo sus bares.
- ¿ A que le tienes miedo?
Al bajón después de una noche de juerga.
A la pérdida de sentido que nunca falta a la cita.
- POEMAS -
VOCACIÓN DE NÁUFRAGO
Coloco estos versos en una botella de plástico
y los arrojo al río
como el náufrago de los relatos,
con la esperanza incierta
que algún merodeador de las orillas
encuentre en su interior
este sueño sucio
el cadáver de mi sombra
descomponiéndose en tinta.
DIÁLOGO ENTRE EL RHIN Y EL RÍO DE LAS MINAS
R. Pero qué desarreglado os encontráis
M. qué más da, yo casi soy agua servida
R. triste surco que pasa por la vida...
M. ...sin un poeta que pregunte cómo estáis.
R. Que nace mi afluente en San Gotardo
M. y el mío en el orín de los borrachos.
R. Sigfrido me surcaba sin empachos
M. a mí un guarén tiñoso de ojo pardo.
R. Es linda la vida. M. Sí cuando llueve.
R. Pareces triste. M. Estoy acostumbrado.
R. Escucha Wagner. M. Mejor Lucho Barrios
Que todo el mundo vive como puede
Es que la utopía nos ha engañado
Son sólo signos, momentos, estadios.
LA CORRIENTE DEL RÍO SE LLEVA UNA LATA DE COCA-COLA
Es de un color rojo,
Que el río destiñó entre sus bielas de piedra
Y arena.
Es una gota de sangre que ha perdido la vida
De tanto rodar por la corriente.
Y yo te veo desde la baranda,
latita de aluminio,
ya sin aquella coquetería de casa de muñecas,
por primera vez derrotada...
...porque bebí en mis años de tu caldo oscuro
como quien accede al cáliz del rencor,
al país de las maravillas
que se nos desintegra día a día.
La sonrisa tan generosa comprada en la juguetería
de Santa Claus
(tus letras estilizadas en la cafetería del colegio)
Coca- Cola siempre Coca- Cola,
la letanía de tu paraíso perdido,
esa cuota de posteridad
que el río sepultará
en barro.