La Derrota del Paisaje (Edic. Inubicalistas, Agosto-2009)
de Antonio Rioseco Aragón
Por Ernesto González Barnert
Prefiero los discursos que le hacen a la Dra. Bachelet que seguir los de la Dra. Carolina Muñoz que me sorprendieron tanto de que aún existieran. Que ni siquiera atiné a reír. Hace tiempo que no me sorprendía tanto el fracaso de la educación literaria. Supongo que ya ni siquiera importa leer los clásicos, comparar peras con manzanas. Y eso siendo tan dadivoso como un cuidador de auto que espera la vuelta para cobrarte. Pero bueno, no tengo auto ni me interesa manejar, así que saltemos a lo nuestro.
Es grato leer un libro ateniense, es decir, porteño. Aquí en Esparta las cosas se han puesto duras para quien no parta su libro declarándose gay o mapuche siempre y cuando no se ponga a tirar piedras, escriba en papel oficial. Y algunos cortesanos mal agradecidos chocheen con que Lihn y Teillier nada dijeron de la dictadura, ahora que ellos no pudieron hacerse de su halo. Nicanor, préstales tu Shakespeare a ver si captan el chiste. Sin duda, nos merecemos esta transición eterna.
Éste libro se llama “la derrota del paisaje”
Rioseco (Los Ángeles, 1980) nos propone un libro que conocimos en su versión cuaderno, y que claro, nos gustó mucho, desde un principio. Y que hoy ya podemos comentar, terminado el segundo tiempo.
Por supuesto, se adscribe a lo que entendemos por “Dirty realism” que, en términos generales, pretende reducir el poema o narración a sus elementos fundamentales. Se trata de una derivación del minimalismo que tiene características propias. Al igual que aquél, el realismo sucio se caracteriza por su tendencia a la sobriedad, la precisión y una parquedad extrema en el uso de las palabras en todo lo que se refiera a descripción. Los objetos, los personajes, las situaciones deben hallarse caracterizados de la manera más concisa y superficial posible –es decir, imágenes extraíbles de la realidad. El uso del adverbio y la adjetivación quedan reducidos al mínimo, dado que estos autores prefieren que sea el contexto el que sugiera el sentido profundo de la obra. En cuanto a los personajes típicos, siempre tienden a retratarse seres vulgares y corrientes que llevan vidas convencionales. Aquí no es la excepción, dado que Chile esta lleno de poetas. No de poesía como dijo Dios cruzándose de piernas. Y claro, Antonio Rioseco Aragón lo logra a la perfección. Agregándole su cosecha a la marca. Ahora desmenucemos los sabores que perduran en el buqué.
Impresiona la capacidad de Antonio Rioseco para no hacer eco de cualquier posibilidad de esperanza en el mañana. Embota cualquier salida religiosa. Su poética devela una conciencia racional, no fría, que siempre tiene claro sus debilidades y riesgos, con una amargura ascética si las palabras me lo permiten. Pero nunca patética o irracional. Un poemario cuyos paisajes están (des)sintonizados por el yo. A primeras, destaco esa sensación de reciedad de la voz de Rioseco Aragón, sobretodo como remedio a esa impostamiento actualisisímo de victimizaje y autocompasión con que algunos rellenan la página. Sin hacer pornografía de la pobreza o del paisaje –cosa importante esta última para los que pertenecen a Valparaíso o la provincia-.
Y logra dar con la inflexión de una existencia donde las cosas parecen perder su sentido, las alegorías están intoxicadas por eufemismos, las ciudades a desaparecer, sigue la retórica [me refiero aquí a un procedimientos de trabajo literario, nunca peyorativo] carveriana sin que tengamos que remitirnos al maestro, ni echemos en falta a sus sobrinos chilenos: Gladys González y Raúl Hernández entre los mejores. Y como ellos recoge la potencia de los pequeños gestos, la tensión emocional en situaciones comunes, el detalle como eje narrativo y poético, la humanidad en la desgarrada existencial, en el no sentirse de ninguna parte, a ratos, que la de los libros que va leyendo. Atento a lo que se dice y deja de decir, a no olvidar, al sentido común con que atizamos la profundidad inmediata de la vida, el pulso vital con que contrarrestamos el diario sobrevivir en Tontilandia.
LA DERROTA DEL PAISAJE
Sobrevolando los Andes
se ve la frontera
trazada sobre las rocas
y, hacia el Pacífico,
el recuerdo de un país
distinto a éste.