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Jorge Polanco

Por Ernesto González Barnert

 

 

Una poética escorada por las ideas, despeñada desde la hendidura, concisa. Hebras balbuceantes que son mantenidas a raya por la mudez, están heridas por la lucidez que ciega (y siega). Y que en la fragua posterior a “Las palabras callan” (Ediciones Altazor, 2005) dan cuenta no solo de una personalidad metida en el pellejo del oficio, que habla desde adentro de él, sino que lo proyecta sobre todo lo demás. Otro poeta -Jorge Polanco (Valparaíso, 1977)– que sin aspavientos nos recuerda la diferencia entre escribir bien frente a los que solo son atrevidos.

- ¿Qué significa para Jorge Polanco escribir Poesía?
- La poesía ha significado para mí un ejercicio de lucidez. Una transformación vital en algunos momentos, una observación constante y una indagación en mis propias obsesiones en otros; la mayoría de las veces en seguir intuiciones ciegas con las que salgo renovado, y también fracasado. Por eso en algunas ocasiones he forzado la vida hacia el horizonte del poema, y así persistir en los umbrales que puedan traer consigo las palabras.

- ¿Para quién escribes?
Creo en la imagen que ocupa Celan del poema como botella de náufrago. Varias son las razones para ello: la gratuidad que implica respecto a la escritura, la sana falta de dominio que imbrica la relación entre el poeta y el lector a través del poema, que pueda, tal vez, llegar –como afirma Celan-  “a tierra de corazón”, hacia ese Tú al que se dirige la página. El énfasis está puesto en lo incierto, en ese “tal vez” que conlleva la escritura poética. Hay una ambigüedad radical en esta perspectiva: la incertidumbre, la desconfianza e incluso una cierta desazón si acaso se es leído, pero también una esperanza iluminadora de la escritura que sobrepasa al mismo creador, porque ciertamente lo más importante de la poesía no somos los poetas. Al mismo tiempo, esa imagen de la botella de náufrago presupone que estamos en una época de naufragio. Creo que allí se muestra otro aspecto del lugar desde donde se escribe hoy. Tanto el poeta como el lector se encuentran en un naufragio, en la dificultad de comprenderse mutuamente, puesto que las palabras cada vez tienen menor relevancia social. Hay que pensar en la forma cómo se manipulan, reemplazan o violentan a partir de los eufemismos. Chile es un ejemplo eximio de aquello. Además se suma que estamos en una época del fetichismo y el espectáculo. En este panorama hay que persistir, seguir escribiendo para ese Tú al que posiblemente pueda llegar acaso significar algo lo que uno traza en el papel.

- ¿Cuándo escribes necesitas algo a tu alrededor, alguna cosa, haces algo en particular, etc.?
- Mis libretas son la extensión de mi mano. Escribo en cualquier momento, es más, mientras veo un video en un bar o hago clases, voy hablando y redactando mentalmente, trato de que no se me olvide un verso o una idea, aunque algunas veces las tinieblas de la memoria nublan el recuerdo antes de llegar a la libreta. No existe tiempo libre para la poesía; sólo necesito de un lápiz y algo para anotar.

- ¿Cómo es tu proceso escritural? ¿Cómo trabajas hasta concretar un poema?
- Resulta difícil explicar de una sola manera la escritura de un poema. En rigor uno debiera preguntarse: ¿Cuándo comienza un poema?, ¿la escritura en el papel es el inicio de la poesía?, o ¿cuándo comienza la escritura? Creo que allí está el dilema con el cual comienza la pregunta por lo poético, porque muchas veces un poema empezó en uno mucho tiempo antes de poner la mano en la hoja, y eso hace que algunos poetas piensen que la poesía no se escribe, se vive;  o dicho de otro modo, la poesía no son los poemas. Esta pregunta me la he cuestionado en varias oportunidades, puesto que al revisar mis apuntes me doy cuenta de que he estado dando vueltas en un poema sin percatarme, y cuando creo efectivamente comenzarlo, era que ya estaba inserto en su “atmósfera”. El mismo caso lo puedo plantear para Las palabras callan, libro que no contiene más de dos  o tres poemas en el formato tradicional, puesto que la mayoría de sus páginas inscriben versos de dos, tres o hasta de una sola línea (aunque yo siempre lo he pensado como un solo poema, guijarros de realidad que dan pie a una constelación). La escritura de Las palabras callan significó para mí una radicalidad absoluta, punzadas redactadas con todo el cuerpo, que indagaban en mí  mucho antes de darle su forma final. 

La segunda pregunta me resulta un poco más asequible.  Escribo en mis libretas, tomo apuntes, y luego viene la parte de la escritura que pone en tensión dichos apuntes. Cuando anoto por primera vez en la libreta intuyo que lo escrito es un poema; por decirlo así, sé que el poema está, lo que hago después es esculpir el borrador. Aunque creo que esta parte podría continuarla al infinito. Por eso dejo el texto por un tiempo, pues vitalmente necesito pasar a otra preocupación, casi olvidarlo por completo para insistir después. En general, como para la mayoría de las cosas, soy bastante lento, me demoro y le doy vueltas a lo que estoy escribiendo. Además me gusta esa sensación de estar envuelto en la escritura de un texto. Esa es la razón por la que nunca participé de un taller, mis ritmos no se adecuan a la rapidez que te exige una cronología precisa. Ahora, a diferencia de otros textos anteriores, en los últimos poemas que he escrito la redacción ha sido más afiebrada, inclusive dislocada. Debe ser porque son poemas largos, que requieren de ese ejercicio de la memoria fragmentada, en la yuxtaposición del tiempo en que se da la vivencia. De todos modos, conservo la idea de darme la oportunidad de la demora,  la lentitud que la vida te roba cotidianamente.

- ¿Es necesario que el escritor sea un hombre comprometido?
- Esta pregunta no puede responderse sino es desde el lugar poético en que uno supuestamente escribe. En este sentido, no renuncio a la idea de que la poesía esté ligada a la vida, no como reflejo sino como fogonazo de lo real. Para mí, esta es una exigencia ética, exigencia que está tensada a la vez con el lenguaje. Por eso la vida no es un reflejo, sino un horizonte siempre presente desde donde parte la escritura, y que al mismo tiempo la poesía responde como una herida. Ives Bonnefoy plantea algunas reflexiones al respecto que comparto sobre la poesía contemporánea: “hay mentes que apuestan por el lenguaje, pero hay otras que son sensibles de entrada a las insuficiencias y a las trampas de ese lenguaje al que sin embargo no dejan de amar –y que tal vez sean incluso quienes más lo estiman, como presencia herida, precaria”. De ahí que en la labor poética exista una persistencia, una terca necesidad: “en el centro mismo de la escritura -continúa Bonnefoy-, hay un cuestionamiento de la escritura. En esta ausencia, como una voz que se obstina”. Ciertamente, en la poesía pervive una pérdida, un fracaso constitutivo, pero también en la equidistancia una terca obstinación por decir, una insistencia humana en testimoniar lo real, punzada por el lenguaje. A menudo se piensa que el poeta es un ser excedido de palabras, pero también puede pervivir en él una pobreza de la cual parte, un desierto en el que  retumba un murmullo inicial. O dicho en términos de René Char, “el poeta, con ayuda de secretos imposibles de calibrar, da tormento a la forma y la voz de sus manantiales”. De allí, y solamente desde allí, creo que puede surgir la resistencia política (que es el supuesto de esta pregunta) en el artista. Porque el poeta puede tener en mira no sólo decir, sino al mismo tiempo cómo decir, ocupando ese lugar de fisura de lo singular que el tiempo erosiona, aunque a la vez la palabra convierte en una grieta de luz.

- ¿Cuéntanos un poco de tus inicios en la poesía, las lecturas que te inclinaron, etc.?
- La poesía llegó a mí tempranamente. Ahora al recapitular puedo darme cuenta, porque en esa época obviamente no lo sabía. Mi padre era marino, pasaba largas temporadas de viaje y no lo veíamos. Mi madre comenzó a pedirme que escribiera cartas, y las añadía al sobre de la familia. Esa fue la primera instancia, el genero epistolar. Posteriormente, la amistad con mi amigo Leandro, me permitió compartir y conversar nuestras respectivas lecturas, en las cuales la poesía ocupaba un lugar central. La primera que dejó una huella indeleble, donde percibí que alguien me decía lo que yo, en ese momento, sentía como propio, algo así como una especie de captura, fue la poesía de Jorge Teillier. No creo ser el único al que le sucedió este acontecimiento con Teillier, es decir, aquello que pasa cuando la poesía llega a ser una respiración y deja una huella en tu memoria diaria (a mi parecer, no existen personas que no entiendan la poesía, sino que todavía no leen el poema que los identifique).  Me llama la atención que muchos conocidos y amigos poetas –o lectores- en sus comienzos tuvieron presente de algún modo a Jorge Teiller. Creo que es un poeta con el cual uno siente la existencia de un lenguaje verdadero, la sencillez de una escritura que refulge en su belleza cotidiana. Eso puede tal vez explicar su huella, aunque este acontecimiento de lectura es individual. Por último, no puedo dejar de consignar que haber conocido a una poeta como Elvira Hernández resultó ser fundamental. Creo que para una persona que recién se inicia en la poesía es crucial toparse con un poeta auténtico, esos que no sólo son importantes debido a su escritura, sino que también constituyen un ejemplo de vida y pensamiento poético. Con Elvira aprendí a situarme estrictamente en relación con la poesía, y minimizar la polvareda que te intenta decir: “esta es La manera de escribir poesía”. 

- ¿Qué poetas, escritores, artistas o experiencias han marcado tu cocina literaria y también la propia vida? ¿Y tu trabajo –imprescindible- dentro de los estudios sobre Enrique Lihn: “La zona muda”?
- Como ya dije, Elvira Hernández ha sido una poeta importante en términos vitales y poéticos. Recuerdo la conversación que tuvimos en un café de Santiago, cuando me ayudó con sus observaciones en la revisión final de Las palabras callan. Estuvimos horas conversando, y entre cada vuelta de página había un silencio en que la poesía estaba presente, como si el libro cobrara vida. Esa ha sido la conversación más intensa que recuerde con un poeta (ahora que lo pienso no creo que hubiese podido lograr aquello en un taller). Las circunstancias vitales colaboran ciertamente en la escritura, y constituyen un solar irrevocable e imponderable, donde las lecturas conforman asimismo una experiencia. En cuanto a estas últimas, podría dar una larga lista que no tendría sentido enumerar, porque de todo lo leído he aprendido algo, creo. Prefiero mencionar aquellos creadores que reúnen una potencia artística ineludible, y que los tengo como “escritores” liminares, esto es, como umbrales a los cuales es necesario volver para ubicar algunos puntos cardinales. Es decir, darse cuenta que lo que uno hace siempre es insuficiente. En esta perspectiva, César Vallejo y Juan Luis Martínez constituyen dos escritores del límite que crean una poética del abismo, al borde de la posibilidad de lo humano -en el caso de Vallejo- donde “Un hombre con un pan al hombro” paraliza la poesía y le interroga por su sentido frente a la injusticia hasta el día de hoy; mientras que en Martínez, la desaparición de las palabras bajo el dominio de las imágenes da un paso hacia el vacío y deja tambaleando la posibilidad de lo político. Walter Benjamin y Violeta Parra conforman otro referente, el primero en cuanto al problema del fetiche, la mutilación de la experiencia y la reproducción técnica (un contrapelo interesante a esto último es el gesto de la firma de la hoja doblada en el libro de Rodrigo Arroyo, que tuve la oportunidad de presentar hace poco), y en cuanto a Violeta, considero que es un ejemplo de consecuencia poética y política que nos hace salir del embotamiento,  enunciando lo que su hermano nunca hubiese podido hacer con su placentera y cómoda “antipoesía”.  Otro margen que veo importante es el que crea la poética de Tarkovski y Menashe Katz, el poeta ruso elabora un cine que dice “todavía” a una zona que nunca sabremos si existe o no, pero que está allí en las imágenes como utopía del arte; mientras que Menashe Katz extrae literalmente una pintura de la sospecha, la insinuación, que hace vacilar al observador en su capacidad de decir algo certeramente. Y por último, Céline y Rexroth también son poetas que me parecen relevantes porque posibilitan una salida a la asfixia verbal; el francés a causa de ese baile de las palabras –parafraseándolo- que implica una narración escrita desde el viaje que culmina inevitablemente en la noche; y el poeta norteamericano por esa cotidianidad que en su aparente simplicidad dice otras opacidades de la vida. En los dos, me parece que la prosa permite un horizonte que colabora frente a los umbrales configurados por la poesía contemporánea. Ahora bien, que estos poetas indiquen algo sobre lo que uno hace, es relativo, porque hay un desfase, un punto de fuga donde la poesía está más allá del propio creador. Eso es aliviante, puesto que  los veo como puntos cardinales, vale decir, con admiración, pero no como una directa determinación de la propia escritura.  Ahí es sumamente importante la irrupción de las experiencias vitales, no como reflejo, insisto, sino como sustrato de escritura que provoca una diferenciación.

Respecto a La zona muda, es un libro que comencé a los veinte, cuando estaba en el quinto semestre de la Universidad. Durante los cinco años que lo escribí, concentrado en Diario de muerte, me propuse pensar hasta el último las tensiones que imponían los poemas de Lihn, tanto así que pasada la escritura del texto tuve que dejar –por sanidad mental- de leer su poesía. Ese trabajo fue un gesto de pasión y aprecio a su escritura. Aunque constituyó mi tesis de grado, siempre lo pensé como libro. Y está escrito como tal. Pero es necesaria una aclaración: no es una monografía sobre Enrique Lihn, tal como se ha señalado a veces, sino una reflexión que discute varios aspectos de la poética contemporánea a la luz de Lihn. En este sentido, quise que la zona muda fuera un libro filosófico y poético al mismo tiempo, que habitara ese intersticio, siguiendo el ejemplo de los modos de expresión de Octavio Paz y Nietzsche. Porque en cuanto escritura tanto los ensayos de Paz como algunos libros de Nietzsche conservan esa extrañeza propiciada por la indefinición,  donde la poesía y la filosofía colindan. Aquí creo que es necesaria otra aclaración: a mi modo de ver, tal como muestra la disolución de los géneros literarios desde el romanticismo, no existe más que una diferencia de estilos escriturales entre filosofía y poesía.  ¡Porque los poetas también piensan! Ese prejuicio mutuo que domina tanto a ciertos filósofos y poetas no es más que un malentendido que proviene, en último término, de Platón. Y es la idea de que el arte es solo un “juego perceptual o sensitivo”, en el arte no habría pensamiento. Ese prejuicio afecta todavía a algunos poetas y filósofos, aunque existen muchos ejemplos contra aquello (baste nombrar al mismo Lihn, Borges, Baudelaire, Duchamp, Hölderlin, Dostoievski, Raúl Ruiz, Juan Luis Martínez, Celan, Valery, Eliot, Shakespeare, entre otros). Es más, el arte contemporáneo se ha conformado como una crítica constante a y desde sí mismo. Frente a esa mirada perceptual prejuiciosa de la poesía, Ezra Pound ayuda a dilucidar de mejor modo tal disyuntiva. Pound distingue tres tipos de poesía: la falopeia (poesía de imágenes), la melopeia (poesía musical) y la logopeia (poesía del logos). Por lo tanto, no existiría un solo tipo de poesía, es decir, la poesía concebida de manera  sensitiva al modo de Platón.  A pesar de que la logopeia podría, en una primera mirada, enlazarse más fácilmente con la reflexión filosófica, las otras maneras del decir poético también se donan para ese tipo de pensamiento. En Chile, la historia de la poesía está colmada de ejemplos de logopeia que facilitarían el vínculo con la filosofía. Entre ellos podemos nombrar a Eduardo Anguita, Humberto Díaz-Casanueva, Gabriela Mistral, Luis Oyarzún, Cecilia Vicuña, Armando Roa Vial, que son los primeros que se me vienen a la cabeza, descontando a los mencionados anteriormente. Pero no sólo el estilo de la logopeia permite vincular poesía y filosofía.  Toda poesía que se precie de tal contiene la posibilidad de ser pensada filosóficamente. Porque, ¿en qué consiste la poética de un autor? Pienso, por ejemplo, en varios de mis amigos poetas; todos ellos desarrollan un pensamiento que va incorporado en las obsesiones de su escritura, y que en algunos también se desplaza a otros modos de expresión como el ensayo, la crítica o la crónica, donde la poesía persevera en sus textos. Uno sabe que quien escribe ahí es un poeta. Con esto no quiero decir que un poeta escriba igual que un “filósofo profesional”, puesto que su poesía está atravesada en el nivel de la expresión por sus obsesiones y pasiones, y obviamente un interés por el lenguaje desnudo que requiere de disposiciones verbales distintas ¡Pero los poetas no son retrasados mentales! Por otro lado, y como contrapartida, creo que también existen filósofos-poetas de primer orden. Ese es el caso de Benjamin, Nietzsche, Séneca, Marco Aurelio, Pascal, Montaigne, Heráclito o irónicamente el mismo Platón, por citar algunos que la mayoría puede ubicar. Me parece que finalmente esto se trata de una cuestión de intensidades. 

Volviendo a La zona muda, derivado del prejuicio descrito, sucedió algo interesante cuando fue publicado, relacionado tanto conmigo como con el libro. Primeramente, en el año de su edición el 2004, me gané la beca de creación literaria con Las palabras callan, y fui invitado como “pajarito nuevo” a lecturas, eso que ya había recibido algunos reconocimientos en poesía como escritor joven (aun cuando tampoco confío en los premios como instancia de legitimación; lo consigno solo para situar lo sucedido). Entonces se generó una circunstancia que me llamó la atención. Por parte de algunos poetas, era considerado como “filósofo”; mientras que por parte de algunos profesores de filosofía, era “poeta”. Vale decir, comencé a ser desplazado por ambos lados, y eso, creo, debido al prejuicio mutuo existente. Me di cuenta que Platón había penetrado profundamente en los estereotipos de ambas “riveras”, validando implícitamente –incluso por los mismos poetas- su expulsión de la polis (aunque debo reconocer que algunos “escritores” se merecerían, en términos humanos, no solo ser expulsados sino también apaleados), porque el poeta “no piensa, sólo siente”. Afirmación que ni siquiera el romanticismo toleraría, como muestran los hermanos Schlegel, o incluso Novalis.    Tal vez, y en eso estoy de acuerdo, el ambiente de la intelectualidad chilena no colabora mucho en derribar prejuicios. Hay bastante de charlatanería y, al mismo tiempo, pedantería soterrada, donde predomina el autoritarismo lingüístico. Pero eso se debe a un fenómeno mayor en Chile de lumpenización heredado de la dictadura... pero bueno, Chile hoy en día no existe. En segundo lugar, relacionado con el libro, me llama la atención  eso de “imprescindible” con que me enuncias la pregunta. He recibido buenos comentarios, incluso algunos amigos han escrito reseñas sumamente interesantes, pero salvo esas personas a quienes agradezco sinceramente, creo que es un libro que ha sido poco leído en términos de querellas y discusión. Es más, me parece que exceptuando a Bruno Cuneo y Fernando Van de Wyngard que estudiaron filosofía (descuento al par de amigos que fueron mis compañeros o profesores como Francisco Sazo), a nadie más del área le interesó. Lo que sucede, me parece, es que hay un colonialismo tan grande, que si se habla de algunos poetas en algunas escuelas de filosofía tienen que ser aquellos que se están estudiando en Francia o Alemania. Es decir, los que han conformado su tradición y han respondido a su realidad.  Eso que la poesía chilena presenta grandes poetas como para reflexionar, tal como hacen los franceses o alemanes con los suyos (la gran excepción la constituye Patricio Marchant que dedica sendos trabajos a Gabriela Mistral). La palabra fundamental para mí sigue siendo aquí “realidad”, pese a todo lo que pueda implicar, porque en el ámbito de las escuelas filosóficas si se discute, por ejemplo, del dolor en la historia o la catástrofe, se habla del “holocausto”, los campos de exterminio nazi, y lo que dice el pensador de turno, como si acá no hubiera pasado nada de mayor importancia, como si el 73 no existiera. No quiero negar la importancia de Auschwitz, sino al contrario, ese horror implica que no podemos obviar nuestro pasado ni dejar de reflexionar las catástrofes en la historia.  Esa actitud es una especie de indolencia radical, donde se subentiende que la realidad no pasa por Chile ni Latinoamérica. Todorov nos recuerda que en América las ruinas de las víctimas tienen la altura de una hecatombe. Por eso también debiéramos echar de la polis a unos cuántos profesores de filosofía... Más allá de esta ironía, que es una defensa de la poesía en realidad, lo que debiera hacerse, creo, al menos en parte, y eso ya significaría bastante para empezar, es reconducir las reflexiones de aquellos filósofos a lo que sucede aquí y confrontarlas. Quizás, y no lo quiero dejar de mencionar, uno de los escasos lugares donde ocurre algo interesante es en la escuela de estética de la Universidad de Chile, pues he visto entre la gente que pulula ahí una reflexión que puede exceptuar lo dicho.  Pero, en general, los intelectuales chilenos –salvo los historiadores por su mismo objeto de estudio- le han entregado todo el campo político y de opinión a los ingenieros comerciales y periodistas, y ya sabemos a lo que conducen. En cambio, el esfuerzo contrario de pensar a partir de Chile, sí lo han hecho habitualmente los poetas tanto en el plano de la poesía como el ensayo, y el caso paradigmático es Enrique Lihn.

- ¿Qué me puedes decir de la poesía de Valparaíso actual? ¿Qué autores destacas?
- En primer lugar, me parece importante señalar algo que mencioné en una presentación, es un dato histórico que la mayor parte de la poesía chilena se ha escrito, o ha provenido, de la provincia. Salvo algunos destacados ejemplos, la mayoría de los poetas han desarrollado su imaginario primigenio en las regiones, y después han emigrado a Santiago. Ese fenómeno creo que es crucial, porque ha posibilitado –a diferencia de otras áreas- que la gran parte de los poetas sean buenos lectores, nutriéndose y sabiendo que requieren estar informados acerca de sus pares, o los creadores muertos que han conformado la(s) tradición(es). Este hecho marca la búsqueda constante en la que están los poetas, sabiendo que Santiago es un pequeño ámbito nacional en el contexto general, aunque es el más “brillante” debido a su cercanía mediática. Y este es el segundo aspecto a destacar, esta mediatización de Santiago crea, me parece, una obsesión por el espectáculo,  que perjudica la escritura de algunos poetas jóvenes –y otros no tanto- que apuran la madurez de su trabajo. Sumando a ello que, frente a la necesidad de destacar, se intenta aparecer de distintas maneras, entre ellas la asociación a poetas viejos que requieren a su vez, para no sentirse todavía más viejos quizás, de la prolongación en los jóvenes. Ese apadrinamiento provoca relaciones enrarecidas donde uno observa a menudo -como decía Lihn- poéticas sin poesía.  Pues hay una urgencia  por publicar, y como los medios de comunicación apuran ese desgaste propio de la novedad, las niñas lindas –como constata el poeta Felipe Moncada- comienzan prontamente a sentirse desplazadas al envejecer con rapidez. Y eso se debe a que no se han preocupado de algo infinitamente más simple y complejo: darse tiempo a escribir una obra. En todo esto que estoy diciendo hay también exageración y excepciones, pero lo que pretendo es ilustrar lo que sucede.

Ahora bien, el caso de Valparaíso es completamente lo contrario, que tiene un lado también negativo y criticable. Existe una tradición vital de invisibilización, una desconfianza innata al espacio público, que trae consigo un retraimiento que ha generado obras interesantes, pero que frente casi a la desidia de sus creadores no salen del ámbito donde ellos son conocidos. Es un fenómeno extraño también, que no me logro fácilmente explicar. ¿Será la teoría del mar que he escuchado tantas veces? Porque hubo un tiempo en que hasta de los suicidios le echaban la culpa el mar, creando la famosa melancolía porteña. Pues no es sólo Juan Luis Martínez quien se tacha. Existe una cantidad de autores que tienen una actitud de vida radical. Rubén Jacob no sale casi de Quilpue, y es uno de los grandes poetas vivos de Chile (baste preguntarle a un lector como Pedro Lastra), o Ennio Moltedo, los hermanos Ximena y Guillermo Rivera, Sergio Madrid, y así hasta los más jóvenes. ¿Por qué sucede? No lo sé.

Ahora bien, existen poetas jóvenes sumamente interesantes, que comenzaron a publicar sus primeros poemarios y que están configurando, como ya dije, una poesía que puede desarrollar una obra. Además hay que sumarle los poetas de San Felipe, que también destacan poéticamente. Así, si me preguntas por nombres, dentro de los más jóvenes que tienen dos libros, uno o que están a punto de publicar -a partir de los que conozco-, llaman la atención Eduardo Jeria, Bruno Cuneo, Rodrigo Arroyo, Marcela Parra, Antonio Rioseco, Alberto Cecereu, Florencia Smith, Diego Alfaro, Sara Jordán, Pedro Godoy, Claudio Faúndez; entre los poetas de San Felipe, Patricio Serey, Felipe Moncada, Camilo Muró, Cristián Cruz, Marco López, Carlos Hernández, María Paz Tadres y Rodrigo Martel, de los que recuerdo en este momento.  Hay muchos más de los cuales conozco poemas por revistas o antologías, pero sería demasiado largo de detallar, sobre todo si no sé si ya tienen armado el poemario. También se me pueden escapar algunos, porque afortunadamente la poesía no requiere de directores técnicos para salir en la alineación final.

- ¿Cuál es tu relación con los poetas de tu promoción?
- No sé si tengo relación con poetas de mi promoción. Desde siempre me han molestado las masas, las conductas colectivas que la mayoría de las veces son peligrosas. Desconfío además de la palabra “generación” instaurada desde la actualidad, me parece siempre una manera soterrada de buscar poder, y la pregunta es ¿para qué?... Sospechoso. Lo que sí me interesa es relacionarme con personas precisas, amigos poetas con quienes uno pueda compartir lecturas y críticas para repensar lo que se está haciendo. Las personas más importantes que conocí en un principio fueron Elvira –como ya dije- y Armando Roa Vial. A ese último lo había leído, y después –no recuerdo bien cómo- empezamos a comunicarnos por mail. Lo que me llamó la atención fue su enorme gentileza y amabilidad, combinada con un vasto conocimiento que escasamente lo he visto en otras personas.

Posteriormente, a partir de la premiación en un concurso de poesía, conocí en Santiago a Felipe Moncada. Desde el principio me impresionó la imaginación y capacidad satírica de Felipe, dando la sensación de que es la encarnación de la revista que dirige: La piedra de la locura. Después en Valparaíso, cuando ya había publicado Las palabras callan, fui invitado a participar por Ismael Gavilán al seminario de reflexión poética de La Sebastiana. Me pareció una instancia interesante, así es que acepté,  y allí conocí a otros poetas de Valparaíso. En Ismael y Sergio Muñoz (el dúo dinámico), observé otra vez la generosidad y rigurosidad poética, caracterizada en el primero por sus extensas intuiciones históricas sobre la literatura, donde uno puede hallar extrañamente explicaciones sobre lo que uno hace. En Sergio, pude constatar el humor y la musicalidad que trae consigo la poesía (y a veces, con sus comentarios, no sólo la literatura). En ese espacio conocí a su vez a Rodrigo Arroyo, con quien escasamente nos entendemos, pero podemos llegar a ciertos acuerdos. A veces pienso que hace a propósito eso de hablar en difícil, porque así puede crear una imagen de “misterio”. A las reuniones también concurría (lo digo en pasado, porque no puedo asistir hace tiempo debido a mis exigencias laborales) Antonio Rioseco, paradigma del buen amigo y del poeta que hace de la amistad un lugar de la poesía. Creo que en él se encarna el temple y algunos poemas precisos de Teillier, que prefiero no mencionar para no hacerle mala fama. En todo caso, Antonio ya tiene preparado un poemario que debiera ser publicado pronto.  Otros poetas con los que pude entablar conversación son Gonzalo Gálvez y Eduardo Jeria, quienes son el ejemplo –junto con Enrique Winter, que es abogado igual que Gonzalo- de que se puede ser poeta a lo Goethe, es decir, no ser atrapado por el demonio y llegar a ser buenos creadores. Si no fuera por poetas como ellos los proyectos editoriales quedarían entrampados o lisa y llanamente fracasarían entre tanto inútil –me incluyo entre ellos- que rodea la poesía. Asimismo, a las reuniones asistían Mariela Trujillo y Marcela Parra, las musas del grupo (a las que se sumó más tarde Carolina Celis y América Merino), que intervenían llevando sus reflexiones a la esfera de las artes visuales.  Además con ellas hemos compartido algunas mesas de lectura donde he visto la continuidad de su escritura. Asimismo, desde el año pasado he entablado amistad con Enrique Winter, quien ahora es poeta porteño, y Guido Arroyo, quien algún día lo será, y desde la lejanía, con Roxana Miranda. Partiendo por ella, tengo una amistad y aprecio por sus conversaciones y anécdotas que siempre sorprenden; me parece además que su escritura onírica traspasa el género de cualquier rotulo étnico, y sería una mala pasada leerla desde ahí. A veces me pregunto si su manera de contar situaciones también proviene de un sueño.  Con respecto a Enrique, aunque no comparto su poética, sí me interesan sus poemas, y más aún lo que está escribiendo ahora. Lo que digo, creo que hace valorar más su poesía. Y en relación con Guido, pasa un fenómeno similar, pese a que hemos discutido bastante, porque a él le interesa la crítica y está constantemente planteándote cuestionamientos, esas diferencias no me impiden reconocer que tiene poemas excelentes. Además compartimos una lectura notable en Buenos Aires, donde sus consecuencias se han extendido hasta el día de hoy...

- ¿Cómo ves la poesía actual chilena?
- La poesía chilena, junto a la peruana, me parece una de las tradiciones más importantes del continente.  Es difícil de explicar por qué sucede así, que la poesía constituya un referente ineludible en nuestro país. De hecho, Patricio Marchant emprende una extensa y rigurosa investigación preguntándose por el inconsciente generante de poesía en Chile y la urgencia, en términos de necesidad, que ha existido de poesía a diferencia de otras áreas del saber. Esa necesidad es bastante inexplicable, incluso Armando Uribe señala que los historiadores chilenos que hicieron caracterizar su disciplina como la fundamental en el siglo XIX eran, en efecto, poetas.  Sin embargo, a pesar de esta urgencia de poesía, me parece que Chile no se  merece los creadores que ha tenido. Basta observar lo sucedido con Violeta Parra, Gabriela Mistral, Jorge Teillier, Alfonso Alcalde, Enrique Lihn, y así podemos continuar una larga lista.

En este contexto de la necesidad de poesía, Chile no ha cesado de tener excelentes poetas debido, quizás, a su tradición, que demanda implícitamente a quien escribe leerse en ella y autoexigirse.  Por eso quizás siguen apareciendo libros valiosos, y sobre todo los que he leído en los últimos años. Y más aún este mismo año, que en lo que va corrido del semestre me parece importante. Aquí quisiera hacer un ejercicio de contrapelo, y destacar algunos textos que habitualmente no son nombrados, pero que me parecen relevantes. De hecho, dejaré de lado poetas que son suficientemente mencionados, incluso algunos que son amigos míos y hasta vecinos, y que respeto mucho como creadores. Me referiré a poetas y textos que me han llegado ahora último, y nadie los consigna. Eso para hacer notar que los olvidados de la historia no son solamente aquellos a los cuales se discrimina positivamente, como los poetas mapuches o queer. Por el contrario, éstos tienen un espacio subalterno posibilitado por la academia norteamericana, a la cual algunos brindan lo que ellos quieren se les dé; es decir, estudios culturales. El gran contraejemplo que conozco como gesto es el libro Puerto Trakl de Huenún, donde el poeta desencaja la idea del mapuche intocado por la literatura (una especie de traslado del “buen salvaje” al plano poético), y crea una escritura que desestabiliza las expectativas de un poeta “originario”. Ese gesto es primordial porque así uno vuelve a exigirle lo que importa, que sea buena poesía y no un testimonio fácil de lo que se espera de su lirismo; esto es, otra forma de discriminación. Tal vez existan más libros de esta índole, pero lo desconozco porque no ubico todos los poemarios que han salido, aunque estoy al tanto de algunas antologías donde la lista se ha extendido a más poetas.

De los autores que he recibido sus libros últimamente, quisiera mencionar el excelente poemario de Ricardo Herrera Alarcón Sendas pérdidas y encontradas, publicado el 2007 por editorial Kultrún. Es un libro francamente importante, que continúa la ruta emprendida en su primer poemario Delirium Tremens el 2001. Estos dos libros me parecen de una escritura maciza y consolidada. También del 2007, el libro de Guillermo Riedemann Hombre muerto (Calabaza del diablo) es un libro que me impresiona por la continuidad lograda, que no decae en su respiración durante las 147 páginas que contiene. Otro poemario notable es Mi preterir de Camilo Muró, Ediciones Casa de Barro, 2005, en el cual madura el trabajo escritural de Álamo –su primer poemario-, a partir de un desgarro y soledad frente al paisaje y la vida, lo emparenta a Mistral y Vallejo. Asimismo, Con la razón que me da el ser vivo y De profesión ahogado (casa de Barro), 2002 y 2008, respectivamente, de Patricio Serey, son dos poemarios apasionantes que también habitan el desgarro, pero desde una vertiente más lihneana en su caso ( y no lárica, como lo leyó un “poeta” conocido por su analfabetismo funcional). Otros libros que guardo en la mente son los de Jaime Bristilo, Hippodrome circo y Campo santo, pero no tengo las referencias a mano debido al desorden de mi biblioteca. Son dos libros que leí interesado, principalmente el último, donde se nota una maduración progresiva en su poética. Igualmente, A R.W. Fassbinder de Carolina Lorca, Ediciones El Retiro, 2002, es un texto atrayente, inclusive arriesgado, que alude al cine y a la imposibilidad amorosa a la luz del cineasta alemán, donde la poeta agrega un aspecto visual conformando un objeto libro que remeda las fotocopias. De los poemarios que me han llegado últimamente -algunos tuve la oportunidad de comentar-, ya son conocidos (la mayoría son excelentes, pues creo que ha sido un buen año en publicación de poesía). Por eso quisiera mencionar tan solo dos de ellos: primero, Silabario, mancha de Marcela Parra, recientemente publicado por editorial El Temple, conjunto de poemas que pude conocer hace ya varios años en lecturas públicas. Me parece que Marcela elude el rotulo de “escritura femenina”, creando una poética que sigue la huella de Martínez, pero que la desplaza más cerca a las referencias visuales y la contingencia vital, debido también a su formación de pintora.  Y, por último, aunque al parecer es más conocido, el poemario de Rafael Rubio Luz rabiosa publicado a fines del años pasado, pese a no pertenecer a las poéticas con las que más me siento vinculado -o justamente por eso, que lo hace más notable-, es un libro que he leído con franca pasión. Me han encantado las elegías referidas al padre, y en general los poemas largos, que me han emocionado desde la primera vez que los leí. Cuando pienso en sus poemas se me viene a la cabeza la bondad y el desgarro de Miguel Hernández. Es un poeta de la formas clásicas excelente, y me parece importante que existan creadores de esa estirpe, puesto que paradójicamente posibilitan algo nuevo.  Podría haber mencionado muchos más, sobre todo de este semestre, pero son suficientemente conocidos, o bien los poetas, o bien los textos, o en otros casos he tenido la oportunidad de escribir sobre ellos. Me parece más relevante dar cuenta de aquellos desconocidos, y que son poco mencionados a pesar de ser poetas admirables.

- ¿Qué opinión te merecen los talleres literarios?
- Como dije anteriormente, nunca participé de un taller debido a mis ciclos vitales y escriturales. Sin embargo, creo que lo que debería aportar un taller es desarrollar la poética de quienes participan en él, y no prolongar los dictámenes de quien lo dirige. Para eso se necesitan personas con intuición, que estén atentos a lo que están indagando los poetas más jóvenes, entregándole lecturas adecuadas a sus necesidades personales y dándole observaciones que vayan más allá de la acomodación de palabras. Porque eso es fácil de hacer, lo complejo es llegar a una poética; y en ese camino quien dirige el taller debe ser sumamente intuitivo y observador. Si eso se cumple, creo que es una muy buena ayuda. Me da la impresión que el trabajo realizado en Valparaíso en el taller de La Sebastiana por Ismael Gavilán y Sergio Muñoz, ha traído resultados interesantes. De allí salieron algunos poetas jóvenes que han logrado configurar una escritura, y que están publicando sus primeros libros como los que se han presentado últimamente. Lo que sí me parece dudoso, es la forma en que hoy en día funcionan ciertos talleres y lo que persiguen quienes entran a ellos, esto es, buscan una manera de ingresar a la “carrera literaria”, como si se pudiera “ingresar” primeramente, y después continuar la competencia al modo de una carrera de caballos de escritores, donde se puede alcanzar una profesión o, peor aún, un lugar en el espectáculo.  Debe ser la obsesión por el canon, el ring de boxeo en el que participan los escritores a lo Harold Bloom. Por eso, a contrapartida, me pregunto: ¿la poesía triunfa alguna vez?

- ¿De tu obra si tuvieses que elegir un poema o fragmento...cuál?
De mis textos, prefiero escoger de los últimos poemas que he escrito como una forma de adelantar lo que estoy haciendo actualmente. De una serie llamada por ahora “una especie de insolación”, copiaré el siguiente que también tiene un título provisional:

Cuarenta años

Eres un hombre de cuarenta años
con la vaga sensación de una juventud ruinosa
No has conseguido mayores logros,
salvo el apego incomprensible
y desesperado de una mujer que te observa
en la oscuridad. Eres un cuarentón,
y esta palabra también te abruma,
porque al finalizar el día piensas en el agotamiento
que debieron sentir todos los hombres a esta edad,
cuando un hijo te llama antes de dormir
 y no tienes certezas que decirle sobre el futuro,
salvo tal vez un beso en la frente,
recordando a tus padres a la misma edad
y con las mismas incertidumbres.

Eres un hombre que despiertas en la mañana
con la sensación de tu brazo estrangulando otros labios,
atrapado en una pieza vieja de Valparaíso
donde el amor es una mancha de humedad
de la que se quiere escapar a la primera luz del sol,
y luego a la noche
vuelves al mismo cuarto sin ventanas
sentado, borracho en una acera,
sacándote los calcetines para no meter bulla.
Al pasar observas el espejo del comedor, que eres tú,
cuando unos pájaros emprenden su vuelo,
y uno de ellos se queda atrás
con una herida en su pie.

Seguramente en las pesadillas recuerdas la infancia,
esas tardes de inseguridad con los padres,
los vidrios rotos, los platos sucios y el vino por todas partes,
limpiando al otro día, como de costumbre,
las suciedades silenciosas que dejan los gritos y los sollozos
impregnados en los muros y las habitaciones.
Esos secretos que todos guardan en los rincones de la casa,
sobre todo en la casa de los padres,
arrendada en la actualidad a otras familias
que pasarán tardes semejantes a las tuyas.

¿Cómo decirle a tus hijos que has deseado revertir
todo ese rencor en amor hacia ellos
pero que apenas puedes contigo,
en esos instantes de lucidez
cuando abrazas un vaso de alcohol antes de dormir?

Ya llegaste a la mitad de la vida
suponiendo que no se extenderá a los cien
-demasiado innecesaria-, hábito de la biología
en prolongarse y reproducir la especie
A estas alturas no fuiste lo que te destinaban,
algo pasó en el camino: un extravío, una mujer,
una especie de insolación,
mientras vives con una familia de tramoya,
en el silencio de una casa
en la que todos quisieran dormir.

A veces te sorprendes murmurando,
y sales a la esquina con la camisa, la corbata,
los calcetines revueltos del armario.
Y vuelves la vista atrás con una lentitud pasmosa,
a la cama compartida donde ella dice tener depresión
y tú sólo escuchas la musicalidad de sus palabras
pensando que la casa está repleta de vidrios rotos.

Haces memoria de los golpes en la ventana,
las murallas raspadas por el sol
y la televisión encendida toda la noche.
La depresión tiene la imagen de una montaña
en la que se repite un extenuante monólogo,
como un apretón de surcos en las manos
o una línea infranqueable dibujada en la frente.

Pero vuelves otra vez allí
con la vista perdida en la pared, el mentón temblando,
los brazos al costado, aguardando una respuesta
al otro extremo de la cama.

- ¿Qué libros nunca has podido terminar de leer?
Si bien soy bastante desordenado en mis lecturas, perseverando, dejándolas o retomándolas, de acuerdo a mis posibilidades de concentración, hay un libro paradigma: El Ulises de James Joyce. Siempre llego a la misma parte, y quedo ahí merodeando la posibilidad de seguir.  Eso sí, nunca me he arrepentido de que me pase esa paralización, creo que el propio Joyce lo contemplaba como condición del libro. De lo que sí me arrepiento es haber terminado un libro que no me gustó, y que continué la lectura por intentar ver si acaso mejoraba, y no fue así: La insoportable levedad del ser de Milan Kundera.

- ¿Cuál es para ti el gran libro olvidado de la poesía chilena?
- The boston evening transcript de Ruben Jacob.

- ¿Cuál fue el último libro de poesía chilena que leíste?
- A propósito del libro:  El Diablo en la música. La muerte del amor en El gavilán de Violeta Parra de Lucy Oporto Valencia, que tendré la oportunidad que presentar en julio, he estado releyendo la antología que hizo Alfonso Alcalde Toda Violeta Parra, además de escucharla como de costumbre.

- ¿Qué libro estás leyendo ahora?
- En verdad soy bastante desordenado y paso de una lectura a otra, por eso estoy revisando a la vez la Correspondencia de Paul Cézanne, el poemario La conversación de Daniel Muxica, las antologías Vida de un hombre de Ungaretti y 37 poemas de Eugenio Montale; y por razones de estudio, estoy releyendo el apasionante libro  Imágenes, pese a todo de Didi-Huberman en relación con La política de las imágenes de Alfredo Jaar (Realmente, Jaar y Menashe Katz son dos artistas visuales impresionantes, que a uno lo hacen pensar y cuestionarse muchísimas cosas acerca de este mundo arrasado por las imágenes).

- ¿Qué nos puedes decir de las antologías “Carta de ajuste” y “El mapa no es el territorio”. Y anteriormente de la antología de Carlos Henrickson? ¿Ese afán antológico de qué fenómeno da cuenta a tu parecer?
- Resulta complejo responder esta pregunta, porque de las tres antologías aparezco en dos. Entonces todo lo que diga puede ser cuestionado, y además me parece de mal gusto comentar un libro en que uno mismo aparece. Por eso prefiero responder a la segunda pregunta referida al afán antológico. Creo que esta coincidencia de publicaciones tiene que ver con la necesidad de visibilizar la poesía de Valparaíso, que –como dice Bisama- ha configurado un campo reconocible. Es una medida de contramano al retraimiento de los poetas de la “zona”, que no son solamente del puerto. Yo mismo, que nací en Valparaíso, me críe toda la vida entre Villa Alemana y Quilpue. Y la experiencia vital es diferente en esas ciudades, incluso musicalmente. Pero bueno, más allá de esos detalles, las antologías vienen a mostrar una cantidad de poetas relevantes que pululan en la región, y que eran poco observados en conjunto hasta ese entonces. Además se suma el trabajo editorial que ha realizado Gonzalo Gálvez con la revista de poesía Antítesis, donde se han congregado en su escritura una variedad de poetas a la luz del rescate, la traducción o la crítica. La revista se ha configurado, sin pretenderlo me parece, como un testimonio de la labor de escritura que ocurre en Valparaíso. Por otro lado, entre los meses de mayo y junio se realizó un ciclo de lecturas organizado por Enrique Winter llamado “30 años de poesía en Valparaíso”, donde varios poetas leyeron durante cuatro semanas, y pudo constatarse la cantidad de escrituras que han aparecido. Y eso que faltaron los poetas de San Felipe, que conforman otro polo importante. Ahora, siempre me parece que un poeta sobrepasa la zona donde nace, vale decir, que su escritura no sólo puede quedar dentro de un registro territorial; y eso seguramente sucederá con el tiempo de acuerdo al espesor que cada obra ofrezca por sí misma.

- ¿Cómo ves hoy por hoy la industria editorial? Como autor ¿qué soluciones le daría a este problema?
- De verdad, para solucionar este problema habría que cambiar el sistema neoliberal, porque la poesía todavía no es una empresa, una industria o una máquina de vender helados. La palabra “producto” no está bien aplicada a su manera de creación, porque todavía sigue siendo importante la mano. Y además su forma de espectáculo es tan reducido en Chile, que el valor exhibitivo redunda en unas cuantas querellas ridículas, sin una importancia social efectiva. Hay que ver quiénes son consultados sobre los asuntos públicos en la actualidad: nunca una persona educada en las humanidades. Para resolver esa pregunta habría que buscar una forma hoy en que la poesía tuviera una importancia pública, sin llegar a ser una mercancía. Y eso, es todo el arte contemporáneo.

- ¿Qué piensas de los Premios literarios?
- La literatura de Bolaño y Lihn ha hecho bastante acopio de este tópico, y uno podría sacarle provecho críticamente a este tema. Pero quisiera llevarlo más allá a través de los extremos. Conozco el caso patético de escritores que han participado en todos los concursos por haber, y que ciertamente reciben algunos premios, incluso el caso verídico de un poeta que ganó un concurso  del centro de madres de Con Con que no tenía límites de edad, donde participaron niños de 8 años hasta abuelitas que desempolvaron sus apuntes de vida; y otros en que poetas importantes que han participado en algunos concursos no han recibido ningún reconocimiento. Afortunadamente, haciendo un paréntesis, a Javier Bello se le hizo justicia el año pasado cuando recibió el premio Pablo Neruda a los menores de 40, porque es uno de los buenos escritores chilenos que se pasa por alto.  Más allá de que estos ejemplos muestren obviamente que los premios no validan nada, recordando los casos históricos –por citar dos- de Hölderlin o Büchner, que en su época pasaron inadvertidos, y que en el siglo veinte fueron los poetas que fundaron la discusión acerca de la poética contemporánea; lo que evidencian en Chile es que los premios literarios son una mascarada que intentan “remediar” el lugar precario del escritor. No sólo por el reconocimiento que tácitamente se encuentra en ellos, sino también porque muchos poetas los ven como una forma de sustentar la vida, al menos por unos cuantos meses. Esa precariedad que está detrás de los premios tiene que ver con el lugar que ocupa la poesía en la sociedad; es decir, casi nulo, porque si no fuera por los dos premios Nobeles, sería tal vez peor, debido a que la poesía no se ubicaría dentro de la imagen corporativa de Chile S.A.

- ¿Quién te gustaría que recibiera el Premio Nacional de Literatura?
- A mi parecer existen tres alternativas: por trayectoria, Efraín Barquero, por importancia y riesgo de su poética, Elvira Hernández, y por el mejor libro, Ruben Jacob. Quisiera además explicarme respecto a los últimos dos, porque quizás requiera justificar mi opinión debido a que los conozco. Elvira es una escritora que ha creado una poética que se pone en riesgo y configura un pensamiento poético, que ha sido relevante en la manera en que se desplaza el arte temporalmente. Y Rubén Jacob ha escrito un libro fundamental, The Boston evening trascript, que seguramente perdurará como uno de los grandes libros de la poesía chilena, tal como ha pasado con otros escritores de su estirpe; es decir, aquellos que hacen de su poesía un camino fuera de escena, en una persistente invisibilidad que es revertida por unos cuantos lectores atentos. En todo caso, los tres poetas tienen una virtud fundamental: son escritores de una poética que traspasa el ámbito de la escritura, y constituyen un ejemplo de vida donde la poesía se inscribe éticamente. Eso es patente.

- ¿Qué te parece este Chile ad portas del Bicentenario? ¿Su política cultural para con la Poesía?
- La política cultural que domina en Chile consiste principalmente en el efectismo, porque el único proyecto serio que se ha hecho en esta materia fue la editorial Quimantú, y eso hace miles de años. Además nunca he entendido para qué se creó el Ministerio de cultura, todavía no me queda claro cuál es su propósito como ente autónomo. Y no sé qué opinarte respecto a la primera pregunta, me produce un nudo en la garganta.  Recuerdo un documental donde unos obreros hablaban en una asamblea en los años sesenta, con un lenguaje y nivel de discusión admirable, y lo contrasto con el día de hoy, no con los obreros sino con los profesionales, y duele el estómago de pensar que este país pueda seguir detentando el mismo nombre.

- ¿Qué palabras le dirías a alguien que está comenzando en esto de la poesía, alguien que ha decidido ser poeta?
- En primer lugar, no sé si alguien decide ser poeta, porque es una obsesión que nace sola, como haber nacido fatalmente chileno o tener un temperamento determinado. Decidir implica profesionalizarse en la poesía, como quien sigue una carrera de ingeniero comercial o abogado. Además otro aspecto que lleva implícito, es que en la poesía en algún momento ya se está; es decir, que se marca un estilo y de ahí se persevera en la repetición, como lo que sucede con Nicanor Parra; y a mi –personalmente- me interesan más los poetas que se plantean considerando todo de nuevo, que cada libro es una aventura de escritura, saliéndose constantemente de lo que se espera de ellos, como la poesía de Gonzalo Millán o el propio Lihn. Vale decir, que nunca renuncian a ser afectados por la vida o la historia; están siempre empezando como si fuera el primer poema que escribieran, no conformándose con lo hecho. De ahí que a veces me da sensación de que en cada cosa que escribo muriera un poco, o que incluso anunciara mi propia muerte. En este sentido, ¿qué podría yo aconsejar a alguien? Solamente podría dar un anti-consejo de acuerdo a mi experiencia: no creer en aquellos que te dicen cuál es la escritura correcta, o que se asientan con certezas en la poesía. Generalmente, los que se instalan en ese lugar, quieren prolongarse a sí mismos en los demás, sobre todo en los más jóvenes. Por eso es mejor seguir las propias obsesiones y conversar con los compañeros de ruta que parezcan adecuados. Por lo demás, queda mal que un poeta joven no sea en algún momento contestario.

- ¿Cuáles son los 10 libros que recomiendas leer?
- Quisiera indicar no una recomendación literaria, sino una lista de los textos-experiencias que significaron mucho para mí, incluso al grado de que algunos no los leería de nuevo. He dejado uno que otro escrito afuera porque me pasé de los diez:

1.-El retrato del artista adolescente, de James Joyce
2.-Las memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar
3.-La pieza oscura y Diario de muerte, de Enrique Lihn
4.-Los hermanos karamazov, de Dostoievki
5.-“El poliedro y el mar” y “Venus en el pudridero”, de Eduardo Anguita
6.-América, de Kafka
7.-“Ítaca”, de Kavafis
8.- La nausea, de Sartre
9.-“Utopía de un hombre que está cansado”, de Borges
10.-Esperando a Godot, de Samuel Beckett
11.-La señal de todas cosas, de Kenneth Rexroth
12.-“Odiseo le habla a Telémaco”, de Joseph Brodsky
13.- Poemas póstumos, de César Vallejo
14.- Crónicas de Berlin, de Walter Benjamin
15.-Ricardo III y Hamlet, de Shakespeare
16.-El grito silencioso, de Kenzaburo Oé
17.-Últimos poemas, de Huidobro
18.-La ciudad, de Gonzalo Millán
19.-“Transfiguración del mal”, de Georg Trakl
20.- Mil grullas y La casa de las bellas durmientes, de Kawabata

- ¿Qué opinas de las nuevas formas de difusión literaria por Internet como revistas literarias, blogs, páginas sobre literatura?
- Debo confesar que siempre tuve un prejuicio grande. Por varias razones, uno por el papel que juega la tecnología en el mundo actual, y la ideología que hay detrás de ella (respecto a eso me extenderé  un poco más adelante); y también porque llego tarde a lo tecnológico, en un atraso de cinco o seis años. Lo cual en términos informáticos vale por un siglo. Pero en el último periodo, he conocido a personas que realmente hacen cosas interesantes con Internet. Primero, esta misma página destacada en el “Diario de poesía” de Argentina, donde se la ubica entre las más relevantes de Latinoamérica, junto con otras citadas en un reportaje; Letras.mysite.com ha posibilitado una desconcentración y una actualización de lo que ocurre casi cotidianamente con la literatura. Eso es innegable. En segundo lugar, el haber conocido lo que hacen algunos otros escritores con los formatos virtuales, principalmente argentinos. Mi amigo Funes de Buenos Aires tiene una serie de blogs que funcionan excelente allá, y están conectados para promover las lecturas u otras actividades literarias (www.lestroispetitscochons.blogspot.com/). Es interesante, porque el blog funciona en un lugar extraño, dispuesto entre el periodismo, la narrativa y la crónica. No es ninguno de los precedentes en términos de género, pero sí tiene relación con ellos. Es literatura, afiebrada quizás, pero literatura. Este fenómeno debe haber sido estudiado por los que se dedican a la investigación de los medios virtuales, y seguramente tendrá un nombre que desconozco. Asimismo he visto lo bien que funciona, también en Argentina, el blog de la revista La quetrófila (www.laquetrofila.blogspot.com). En este caso, el blog es, por un lado, el apoyo a la revista impresa en papel, albergando las noticias referentes a ella y la recepción de los trabajos de escritores jóvenes no muy conocidos. Igualmente, el blog aporta textos nacidos de la contingencia y la literatura de las autoras, todas mujeres (Marian Lutzky, Valeria Tentoni, Ximena Venturini y Pato Lattanzi, un verdadero matriarcado!) creando un espacio fresco y, a veces, hasta gracioso, como el mismo estilo dúctil de la revista. Eso lo he visto en Argentina, pero desconozco si aquí pasará algo parecido. Seguramente sí, pero entre los poetas que frecuento es mal mirado tener un blog.

Respecto a lo que dejé inconcluso, que es el tema de tecnología, me parece que existe una ideología detrás que proviene en Chile de la idea instalada de gestión. Vale decir, que los aparatos tecnológicos de por sí mejoran a las personas y los hacen crecer y aprender. Porque en el mundo de la información todos estamos al mismo nivel de conocimiento. Y allí se confunden los planos, desde el principio hay que entender que información no es lo mismo que conocimiento. El saber manejar un computador y tener supuestamente acceso a medios virtuales, no quiere decir que las personas aprendan. Esa ideología, instalada en Chile a partir de la reforma educacional de Frei, ha embestido a la pedagogía de modo tal que hoy los estudiantes tienen que ser solamente guiados por el profesor, debido a que por fiat lux conocen de antemano lo que éste les entrega. Pero todos sabemos, los que hemos sido profesores, que en el aula eso no ocurre, los alumnos llegan con serios problemas de lenguaje, conocimientos y disciplina que se viene abajo toda la teoría del contructivismo. Esto se debe a que se minimiza la importancia de enseñar a leer, porque allí creo radica el secreto primordial de la Educación. ¿Cuántas personas han salido de su medio agreste solamente con haber aprendido a leer un libro? Recuérdese que existe una estadística que dice que el 60 por ciento de los estudiantes universitarios no entienden lo que leen. En Chile se debiera volver a los cimientos de lo que eran, en pedagogía, los profesores  normalistas, los grandes educadores del país. Pero para eso, el Estado tiene que intervenir desde el comienzo la formación de profesores,  no cuando ya están hechos; y eso no lo van hacer.  Además se suma que el gobierno no sabe para donde dirigir la educación, la remite a ideas instrumentales como gestión, pero un objetivo de fondo que vaya en pos de un camino claro de, por ejemplo, autonomía, crítica  y conocimiento de sí mismo y del medio en que vive, no existe en términos efectivos. Lo que se quiere es seguir produciendo mano de obra barata que no piense. Un caso paradigmático es lo que ocurre con la filosofía, hace ya un tiempo que viene un proceso de extirpación de la Enseñanza Media, mientras que en los colegios de los sectores altos se implementa desde niños. Todos sabemos por qué: quienes dominarán la sociedad requieren pensar, mientras que los otros deben ser los borregos de esta estructura vertical. Y en este panorama la tecnología y los medios virtuales  constituyen ideológicamente “el medio de democratización de la sociedad”. Así, en este contexto, las revistas o páginas literarias no se construyen solas, requieren de un proceso más extenso para que no se pierdan los futuros lectores. Por eso plantear que internet per se es “una democratización de la información” no es sino una forma hegemónica de dominación; es necesario recordar que uno de los grandes potentados de los medios de comunicación ha escondido millares de fotografías en un bunker, como muestra Alfredo Jaar en su exposición El lamento de las imágenes, ocultando información sumamente valiosa sobre el siglo veinte. ¿No será eso un síntoma?

- ¿Qué cosa últimamente te quita el sueño?
- Literalmente sufro de insomnio, así es que realmente no sé. Trato de dormir, pero me cuesta... Ahora en el sentido figurado en que me preguntas, tengo muchos proyectos para el próximo año y quisiera que salieran bien. Y en términos poéticos existenciales, que debe ser la parte que te interesa, me ha obsesionado hace algún tiempo la memoria. Es más, pienso que muchos poemas que estoy escribiendo –si no es todo- tiene que ver de algún modo con el ejercicio del recuerdo. ¿Será que ya cumplí treinta años y uno comienza a mirar para atrás como evaluando?  No sé, es que en general no busco ficción sino precisión; y la memoria tiene que ver con eso, con esa búsqueda, puesto que la memoria es la única que nos da cierta continuidad en la vida: fragmentaria, atravesada por crisis o dudas, con involuciones o crecimientos, o como fuere, solo a través del recuerdo es que uno puede intentar darle ciertas explicaciones a lo vivido, y así lograr verse a sí mismo y a los demás. Ahora justamente hago memoria, y pienso en un pasaje de Las memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar, donde dice que “nada es más lento que el verdadero nacimiento de un hombre”. Es que llegar a ser hombre demora años, los chinos pensaban que la adolescencia duraba hasta los cuarenta. Por eso quizás todavía me gustan los textos de experiencia, esos que escribían los antiguos romanos como consejos basados en el tejido de la vida, y tal vez por eso nunca me ha interesado demasiado la poesía iluminada de Rimbaud. Prefiero a un Séneca que se pregunta por la brevedad de la vida, o a un Hamlet que se interroga constantemente por la existencia y cuando llega al último acto tiene alrededor de treinta, preguntándose todavía si la violencia se justifica o no. Debe ser porque me siento aludido, habitualmente tengo más dudas que certezas.

- ¿Qué te escandaliza?
- Chile.

- Y por último ¿A qué le tienes miedo?
- A dañar a alguien que estimo, o simplemente, tratar injustamente a una persona; a los sueños donde me caigo desde mi balcón en el noveno piso; y ahora, recientemente, que ¡más encima! Wanderers baje a tercera división.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Jorge Polanco.
Por Ernesto González Barnert.