
        De “Arte tábano”
        Ernesto González Barnert 
        
          
            A Juan  Pablo Pereira.
          
        
         
         
        Se ríen de ti, a tu espalda,
          en las sombras
          por tu inutilidad, por esos libros que no te enseñan a arreglar un  enchufe,
          poner un pan en la mesa.
          Se ríen de tu confianza en las palabras: “su humanidad”, “en  salvaguardarlas”,
  “Ah tus palabras: algo que no te ha dado nada
          ni te lo dará”.
          Y haces como que no pasa nada
          o sí: constatas.
        Después confías en que te llamen a comer.
         
         
        Raro frío cuando el tipo  pide una colaboración
          por tal o cual motivo (micro, tópico) 
          y le niegas socorro con esa miradita de la próxima,
          en tanto, dentro del  saquillo  -monedas que no sobran 
          ni son de vida o muerte-.
         
         
        A los viejos se les pone una  cortina.
          A su gusto... a veces.
          Pero es una cortina. 
          Mientras avanzamos a empellones
          esperando un te quiero porque sí.
         
         
        Lo real es que esperas un  abrazo que te retenga un poco más.
          Cada noche. No importa donde.
          Alguien.
         
         
        Ves un pino cargado de  nieve,  
          incapaz de sacudirse por sí mismo
        Aquí.
         
         
        No me da esta soledad para seguir  escribiendo.
          Estos años piedras negras
          que pule mi saliva río abajo.
        No me dan ganas y borro con el codo.
         
         
        Se juntan los años con estos  días y caigo en la trampa,
          da todo igual.
          Mi pie en los dentones. 
          El oído en las perras que se acercan.
          Las ganas que no siento de resistirme más
          al circo, 
        al numerito por galleta.
         
         
        Pon los dedos dentro de mi  boca y tantea mi falso fondo,
          el grito que no viene con la muerte.
         
         
        Ya no abrazas sitiales sino  distinciones con el rigor de un oso lleno
          que solo pide ahora cabezas de salmón.
         
         
        Un animal hambriento no  cazará más
          -tizna- 
          y se entrega a sus próximos
          y a los temores fundados, por cierto, que de escribir
          los arrastraría al descrédito, romperá el pacto. 
          Más tarde busca un aviso de trabajo
          como quién subraya su epitafio.
         
         
        Bien afilados mis lápices  por si de pronto pacto una coma, alivio,
          rajo.
         
         
        Naturalmente a Gladys 
        Aquí no hay rotiserías
          ni bares para escritores que se marean con garbo lánguidamente.
        Solo supermercados con ofertas del día.
          Comida rápida.
          Gente transitando rápido. Jovencitas proporcionando volantes.
          Escaramuzas entre vendedores ambulantes y carabineros.
        Esta no es la vida nueva ni el anteparaíso.
         
         
        Al fondo veo un oso de  gastado pelaje
          en calzoncillos.
        A tientas, ensimismado.
         
         
        Siempre busco las cicatrices
          en lo oscuro del día y la noche;
          rozo lo que no dices, constato lo que no cierran.
          Y duele y revisto abriendo,
          sangras, escribo.
         
         
        Gamo en ti me paralizo
          y no muerdas;
          si salto y echo a correr
          quizá palme.
        Todavía el amor
          la ley del más fuerte.
        Brinco.
         
         
        De ser luz
          que entre la ascensión de cuya raíz me crezco 
          y la orilla que golpeo
          -mientras marchito, mientras después al plexo-
          doy. 
          Porfío hasta dar con mi olvido.
          Agrego:
          narcisos que de blancos no son color
          sino transparencias.
         
         
        Las sobras en el plato de  comida
          te hablan
          de sentimientos que no agotaste.
          Días en que estático más no tranquilo
          te consuela un poco de esto o lo otro.
          Unir o separar indistintamente
          con el tenedor
          restos de ti para nadie.
         
        La vida
          este mosquete
          o látigo con que corto
          el aire.
          No más.
         
         
        Apagando pogo a pogo
          el fulgor
          de calmos días a tu vera, chupando lento el cigarrito
          que apagarás en mis pliegues de cebra
          y respiros ceniza,
          lío pequeño en el cosmos
          o como bien dices: agüero. 
         
         
        A veces algo
          como una cabeza de fósforo húmeda
          que en tus dedos
          raspas inútilmente.
          Yo.
         
         
        Escribe bien tu poema. Solo  eso. Y alguien
          estará agradecido.
          Aunque hoy tengas frío. Un frío de mierda.
          Ninguna imagen.
         
         
        Te fijan del tamaño de un  tábano 
          y te cortan las alas
          y te ponen un palo en el culo
          por volar y joder,
          por poeta.
         
         
        Tras leer la respuesta del  fondo de creación literaria
          por segundo año consecutivo
          encuentro otra razón para encerrarme en la pieza hasta dar con Kafka
          pero desde adentro ahora.
        Comenzar por descascarar este blanco invierno con la lengua,
          joder alimaña.
         
         
        Un ángel eres donde no hay  un creyente
          o paciencia;
          donde tengo que hacer un esfuerzo por creer que respirar
          no es oler a un pasamanos de micro, 
          al pucho que desesperados aspiramos antes de apiñarnos de un lugar a  otro.
          Al vuelto que me pasa silenciosa una cajera de supermercado.
          Un ángel eres donde llego a tus brazos como un juguete sin pilas
          y no entiendes lo que estoy tratando de decir
          pero te quedas. 
          Y no rezo.
         
         
        Francisca
        Hoy mi cabeza lenta retrocede en vino.
          Va dejando atrás la parte del mundo donde amanece.
          donde el sol está para que puedas alimentar a tus gatos, 
          observes tu pequeño jardín fumándote un cigarro.
          La parte del mundo a la que no le tienes miedo y sonríes.
          La parte del mundo que sigue su curso.
          Hoy mi cabeza lenta retrocede en vino, sigue la noche eterna.
          Va dejando atrás la luz para seguir a la poesía.
          Oh dulce amor
          perdona si nunca te dije suficientes veces que te amo.
         
         
        Todo aquí te inclina a  resumirte como otro más
          en año de nacimiento y año de muerte.
         
         
        Tan vasta la vida que solo  te salva nombrarla 
          como una herida que te coses con el lápiz
          sin concesiones, estupideces, zurullos.
          A modo de una visita guiada a un derrumbe en el camino.
          Pero antes de que suceda.
         
         
        Escribo como si estuviera  muerto.
          Peor: como si recordara a un muerto.
  ¿Hay una razón? Sí, hay una razón:
          La poesía no se incrusto en la vida.
          No es más que una flor barata, mustia,
          sustraída de otro nicho para este nicho.
          Y si me preguntan qué haces loquito
          escondo olímpicamente la cabeza.
         
         
        Las últimas monedas de este  mes, de mediados de este mes
          van al único recurso que me queda: un golpe de suerte.
          Y después entrar a una Iglesia, esperar en la última banca de una  Iglesia
          mirándote en la cruz. Sintiéndome otro mediocre
          que te pide dinero para vivir como mis enemigos, mejor que muchos
          de mis enemigos. Amén.
         
         
        Bástenos escribir, los  caprichos
          de una obra menor,
          este joderse al servicio de lo inútil.
          Demasiada luz ha golpeado
          en el agua liosa y la noche arrecia.
          Bástenos escribir, echar de ver:
          Nadie aprendió de nuestros errores.
          Vivir es otra lengua.
         
         
        Poner una bandera negra 
          en el pozo más oscuro
          del ser
          ha sido escribir de amor donde el silencio
          lo dice más fuerte.
         
         
        Nuestra mirada más dura
          es también una mirada cansada de pelear.
          Pero que peleará si hostigas, acorralas
          con tu mayoría necia.
          Mientras llueve y siento como reman, caminan
          pesadamente hombres, niños 
          de un país a otro.
         
         
        Hemos devenido en animales,
          pobres bestias gordas
          en las que la luz no da en la piel.
          No extingue.
          Y oscuras erizamos las superficies de esta huida por la página
          con amor y odio, odio si elegimos
          esta mañana.
         
         
        Retrocedimos Rimbaud,  retrocedimos,
          delirantes, jodidos, hirientes
          por sus paredes:
          lagartijas al sol de la belleza.
          Y si nos arrancaban esta cola de poema a piedras, 
          dimos otra, no menos bella
          días más tarde.
         
         
        Escribir es mi cacería,
          la mano desobediente que desaboza este perro 
          frente a esta liebre blanca y ciega,
          no por hambre y en plena noche.
          También el grito que sobrevive irreconocible
          a la presa, perro, cazador.
         
         
        No puedes seguir martillando
          el mismo tema.
          No puedes, definitivamente, hacerlo mejor.
          Taponado por tus propios recursos
          en la perfecta medianía de la vida.
          Cansas. Crispa. Ya estas malo:
          sólo de literatura.
         
         
        Todos mis libros conocen la  derrota,
          el erizo que se abre y se cierra en caldo tibio.
          No hay otra forma para llevar el plato.
          Y madre lo regurgites.
         
         
        Poco ha de pitar en los  oídos,
          estampar.
        Estampar es no decir
          y decir: escribir a 4 o 5 personas. No más.
          Dar a cachitos el corazón, 
          sintiendo finalmente que no estuve del todo bien.
          Y regreso al bosque
          a meter la cabeza en el horno.
        No olvides mi nombre y que amo a los niños,
          Y que tuve cuidado de lo escrito,
          de lo no escrito.
         
         
        img: Ernesto González Barnert, dibujo de Melba San Martín Lassalle.