
        Meditación  acerca de la escena poética chilena
          Por  Ernesto González Barnert
          
          
        La  escena poética chilena esta empantanada en el academicismo, es  decir, en autores buscando la validación de sus profesores y  por los fondos de creación literaria del Eº. Todo se hace  llenando formularios, poetas adecuados a formularios. Lo que deviene  en un arte sumamente predecible y homogéneo, en definitiva,  una mosca que sirva a todas las pomadas. Justificada por esa batería  tardomoderna citada en la medida que asegura la subvención. 
        Así  en Chile más que destacarse por los méritos literarios  un poeta, destaca en la medida en que saca provecho de su procedencia  étnica, homosexualidad, regionalismo, condición  femenina, marginalidad, exilio, torturado, etc. Así logra  explotar el mercado folklóricamente. Lo que me parece  muy curioso, porque muchas veces es algo que gratuitamente se adhiere  al trabajo propio de uno. Resumamos en que es una decoración  conveniente que ayuda a mantener la comodidad de la subvención  y el respeto cuando no hay méritos literarios y por sobre todo  a darle exotismo a la propia escritura y al personaje en cuanto actor  social.
        ¿Por  qué dije actor social y no poeta en el párrafo  anterior? Porque en el sistema cultura chileno planteado de tal forma  en que las minorías con todo el respeto y atención que  merecen terminan acomodándose muy bien a las verdades  estatales, a escribir su propia historia en “papel oficial” y  sobrevivir en la migaja, entre la victimización y el rencor.  Lo que les obliga a presentarse ante las becas, las ues, el sist  cultural, como agentes de compromiso social. Siempre y cuando no  pongan en duda el modus operandi de subvención y la tolerancia  del Eº. Y a seguir procurando el estante rotulado literatura  “homosexual” o “mapuche” cuando en realidad nosotros los  deseamos ver en el de orden alfabético. O de los clásicos.  O entre las mejores críticas del año.
        Muy  bien lo dice Imre Kertész “El Estado es siempre él  mismo. También hasta ahora ha financiado la literatura para  liquidarla. El apoyo estatal a la literatura es la forma estatalmente  encubierta de la liquidación estatal de la literatura.”
        Y  hoy nos vemos expuestos a una movilización más  efectista que profunda de la escena poética, a una  politización de la literatura en cuanto prepondera hoy más  el actor social que el poeta y su mérito literario. Lo que a  mi juicio responde al exabrupto de un tipo particular de nuestra  clase media común, es decir, a ese pueblo a medio morir  saltando yque hoy se ha vuelto ferozmente aspiracional, exitista.  Y  por tal, viven con el terror de haber llegado tarde a todo, incluso  al fin. Y por supuesto, en vez de aprender a sobrellevarlo, viven  aporreando en el camuflaje y la cosmética, entre la  victimización o el resentimiento, el refrito pueril o el  profetismo amateur, atrincherados en una marginalidad libresca o  expresionista, en constante euforia guasona por dar con un amanecer o  un ocaso, severos inquisidores de esa línea poética que  predomino en los jóvenes poetas de los noventa mientras son  acechados tácitamente por la evidencia de no ser tan distintos  de lo que embisten. Esa evidencia que nos revela que se han sabido  ubicar muy bien en el mercado neoliberal, llenar formularios con su  batería teórica tardomoderna y ganarse sus buenas  becas, estar en sintonía con la masa crítica ilustrada,  obtener espacios, viajar y hasta establecerse por largo tiempo en  otros países a costa de folclorizar su exotismo y  victimización y de soslayo hacer creer que son los únicos  poetas jóvenes de Chile y además los últimos.  Claro, mientras sean duros, irreverentes, en una sala de la udp o  católica, un bar cercano de plaza Italia, vilipendiando el  clero u a otros nenes con argumentos archirelamidos, infantiles con  su currículo en la solapa. Sin atreverse jamás a  hacerse los chicos duros en su propia casa, en la intemperie  semianalfabeta o con los poderes de turno. En definitiva, muchachos -ya no tan jóvenes- que por unas no despreciables  migajas y el rotulo de ser denominados contracultura mantienen  muy bien el status quo.