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          Luis Antonio Marín (Lota, 1972), Ciudad Sur (Del Aire Editores, 2011)
        Por Ernesto González Barnert
          
          
         
        
 
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        Nos pone de buen humor abrir un libro que va en  dirección contraria al deber ser y a lo políticamente correcto; una colección  de relatos o más bien de crónicas, a duras penas camufladas no sé si por la  cobardía o por la prudencia del autor, ante la posibilidad de un ataque a  mansalva de sus protagonistas y vecinos. Chile es un país chico, un infierno  grande. Y Marín el más literal de sus cronistas se disfraza de bufón en Ciudad Sur y nos desternilla de la  risa,  con el estilo escritural de un  poeta fracasado, de cuarta, infectado de ese espíritu autodidacta que lo lleva  siempre a estar haciendo gala de lecturas, bien bocaza, muy grandilocuente. 
        Es un dilatante enterado ya de que no son los  mejores tiempos para las bellas palabras o grandes hazañas. Y en su frustración  vuelve con todo contra los suyos. Apenas manteniendo a raya el ímpetu y la  necesidad de llamar la atención. Con ese toque, Marín, larga estos relatos que van dando cuenta de un deep south en el que todo pasa aunque  realmente no a nivel de las grandes ligas, es decir, la capital, para los  provincianos. Y desde esa injusticia tan cara al sentir aldeano instala una  serie de sujetos condenados a codearse, hacer fortuna o llanamente sobrevivir,  que hacen del arte su último recurso en la abulia de los días, en la bilis de  creer que todo ocurre siempre más allá de sus narices, en una capital  indiferente y narcisista. O como escriben en contrapa sobre Ciudad Sur, primero Leonardo Sanhueza:  “…un carnaval de esperpentos culturales: engendros salidos del libertinaje  económico, la egolatría demente, las miserias de los artistas y las  fanfarronerías literarias.” Y después Álvaro Bisama, “… una novela que se cuela  en los rincones oscuros de la identidad chilena.” Yo hubiese puesto novela entre signos de interrogación. En  resumen, el pan de todos los días en la oscura provincia o en este Chile que  sigue siendo un pueblo chico de cabo  a rabo. Y que ni siquiera saliendo de Ciudad  Sur o Parición e instalándose en  Santiago uno encontrará saneada sus querellas.  
        Marín huele la desesperación, la paranoia, la  desfachatez, sin anestesia. Y nos hace sentir la necedad desde el corazón de  los involucrados, la mediocridad e ignorancia supina de la autoridad ejercida  por mandos medios, la dejadez estudiantil y artística. Y sobre todo que en  Chile con plata todos los monos bailan. Y el mejor ejemplo fue esa Universidad  privada a propósito de Biografía de un  emprendedor. 
        Por tanto, Luis Antonio nos lega un panorama  regional deprimente pero también vivo en su fragilidad, en su deseo de ser un  polo de atracción, un sur,  convengamos, para todo el año. Solo que no le quita el rencor, la violencia, el  desmadre. Ese acento soldadesco, bruto, pero también cursi e ignorante.  Forzando la comparación de mi parte, sin rebuscar demasiado, pienso en un Detectives salvajes sin hilo,  deshilachado al fragor del paisaje, la paz armada, el mosto corneliano. Más  patético. O una Conjura de los necios donde el infierno son los demás y no solo el protagonista de estos relatos.  Colada por la sabiduría cunetera, es decir, de la cita directa. Y la fineza de  un Borges de bolsillo y literatoso para esconder la tristeza de no vivir donde  las papas queman. Súmale la lectura de la Biblia de los que la leen a pedazos,  seriamente, y no la de los que la repiten como loros sin entender nada de nada  en el templo… 
        Sin duda, no debió partir con tres citas, es  novato. Tampoco debió hacernos reír tanto sobre nuestros amigos, conocidos y  enemigos con un libro a la altura de sus hombros, un metaforón genial, gárrulo  y pertinaz que debiera ponerlo al frente de un panorama inexistente y donde las  piezas blancas y negras están muy bien en tabla desde que murió Roberto  Bolaño.