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Intemperancia (Ediciones Tácitas, 2007)
de Héctor Figueroa (Santiago, 1969)

Por Ernesto González Barnert

 

ORACIÓN PARA BORRACHOS
Dios da bebida a esos borrachos que se despiertan al amanecer
Farfullando sobre las rodillas de Belcebú, totalmente destrozados,
Cuando una vez más espían a través de las ventanas
Acechando, el terrible puente cortado del día.
Malcolm Lowry

 

Aristocracia barrial, corte ebrio al hipotálamo de una generación dándose aires de marginalidad en aulas universitarias, sobajándose sin arte ni parte, cansándose mutuamente en lecturas por quien es la más víctima del sistema. Cosa rara cuando los ves correr el último día de plazo a pedir su migaja estatal somatizando cualquier pizca de bronca con proyectos saturados de moda y amenes a la institución. Por eso, intemperancia. Ante todo, intemperancia. Que las sombras sean más que las luces, bien. Pero que las luces cieguen y sieguen.

Ahora que pocos sospechan de la poesía, complacientes, aburren con sus generalidades y encadenamientos infantiles. O creen que por llevar la cuchara a la boca al igual que Yevtushenko son de la misma fragua, no. Vaya este libro que destaca por no perder la autocrítica y el humor en la deriva. Esa risa con que dejamos llorando a nuestros cercanos por una porfía tan extraña como demandante. 

Esa ebriedad hipster o bop con que acechamos el terrible puente cortado del día.  

 

MEDIOCRE

Eres un mediocre que apenas pudo aguantar la enseñanza media
Un mediocre que no pudo publicar ninguna cosa
Un mediocre que nunca va poder entrar a la universidad
–ella me reprocha esto como si todo esto me quitara el sueño–
Y más encima canalla: le arruinaste el matrimonio a un amigo
Mediocre que no te gusta la vida, no sabes ser hombre
Y por si fuera poco
dejaste esa pega que era la única pega que te pertenecía
–se refiere a mi trabajo como lector de medidores, 5 años
borracho y sin plata–
Solo faltó que me dijera «falso enano mentiroso»
Y todo este discursito
por culpa del famoso compromiso.
Imagínense,
con todas estas cualidades
qué me voy a querer casar.
Los cobardes siempre se quedan solos
–un año en cama juntos y eso fue lo último que dijo,
de ahí nunca más la vi.
Lo cierto es que no me veo paseando el cochecito
o sacándome la cresta para comprar pañales.

 

Edipo
                                                Sí; la vida es mujer.
                                                                       Nietzsche


De adolescente que tengo un problema que me encanta:
obnubílanme las mujeres mayores, 
no todas por supuesto,
pero sí las maravillosas, de rostro o cuerpo 
o simplemente de conmovedores gestos.

De aquel etáreo grupo fantástico
me gustaron y síguenme calentando, una que otra vecina,
las madres de mis amigos, las suegras de mis hermanos
(aunque también a veces tengo rarezas, como la de encontrarme 
masturbando con mujeres más jóvenes o cercanas a mi edad
como son la raza de las cuñadas, yo que tengo cuatro,
cuatro cuñadas que no me pueden ver
pero que por esto mismo me las violo mejor,
con rabioso orgasmo de ellas inclusive).

Se sabe, hay mujeres de las que uno se enamora
por su pura voz o la forma de callarse, su forma de sentarse
o de sus movimientos lentos de pantera nocturna e insatisfecha;
¡hay mujeres de las que uno se enamora por cualquier cosa!

Maduritas mamacitas, de rostro ojos o piernas prodigiosas.
Mis imposibles son: Paloma San Basilio, 
Faye Dunaway, Gloria Ana Chevesich, Jessica Lange, etc.
Pero mejor no ficcionar, sigamos en lo real:
en la intimidad, las cuarentonas son lo mejor,
mujeres de un placer tranquilo, satisfecho, sin culpa.

¡Ah, si ustedes hubieran conocido a Lucy, mi peluquera loca!
Una verdadera bruja, un hechizo de placer en la cama,
un encanto del baño a la cocina, de pie en el pasillo o bajo el parrón del patio, 
en cualquier parte humedecíamos el cielo 
(¡regálame tu lechecita, chico maricón!).

Fue un largo idilio, una borrachera intensa.
Hasta el día de hoy me arrepiento de haberla echado
con temor a que me pillara mi madre 
haciendo de su antigua casa un lenocinio
con mujeres mayores que ella.

 

 

 

 

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Intemperancia (Ediciones Tácitas, 2007) de Héctor Figueroa (Santiago, 1969).
Por Ernesto González Barnert