He sepultado el terror dentro de mi gabinete
Caligari . Ripio Ediciones, 2010, de Raúl Hernández
Ernesto González Barnert
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Siempre es un placer leer a Raúl Hernández, encontrarse con esas vistas escuetas, duras y pulcras sobre el diario vivir, inmersas en la cotidianidad, sin adorno o gestos ampulosos, con sencillez y al grano. A contramano del que nada ve y de un país en la dirección equivocada.
Ahora bien, en su nuevo libro Caligari, sorprendente, sin retroceder o avanzar en su línea poética, sino haciéndola más maniaca y oscura. Profundizando, no me cabe duda, el lazo con los que venimos leyéndole, atrayendo nuevos lectores, arropándose del expresionismo alemán como modus operandi para darle forma a su estertor y afección [1]. De esa manera exorciza su problemática existencial y de paso abre una puerta oscura en la coyuntura política [2] y hacia su espíritu, en medio de las luces y sombras, en la recargada y angulosa escenografía del corazón.
Un libro donde refleja su estado anímico, propenso por lo general a la melancolía, a la evocación, a un decadentismo de corte neorromántico. Y donde el arte es un modo de cura, de catarsis, de desahogo espiritual de la angustia vital de ser escritor y de la vida actual. Donde no se corre o esquiva o se resta de una estética de lo feo, lo perverso, lo deforme, lo grotesco, lo apocalíptico, lo desolado, como nueva forma de expresión personal.
Creo que, por sobre todo, Raúl, antepone un arte más personal e intuitivo, enfermiza si se quiere, donde predomina la visión (expresión) interior del artista frente a la plasmación de la realidad (impresión). Con sus colores violentos y su temática de soledad y miseria, haciéndose eco de una amargura antes del desastre, pero acentuando la libertad individual de esa angustia mediante la primacía de la expresión subjetiva, el irracionalismo, el apasionamiento y temas como lo morboso, demoníaco y sexual, fantástico o pervertido. En fin, la propia deformación emocional de la realidad, sobre un lenguaje abierto a los sentidos del mundo interior y que plásticamente cobra en sus intersticios cierta significación metafísica.
Con un lenguaje conciso, penetrante, desnudo, con un tono patético y desolado, anteponiendo la expresividad a la comunicación, sin reglas lingüísticas ni sintácticas. Buscando lo esencial del lenguaje, liberar la palabra, acentuando la fuerza rítmica del lenguaje mediante la deformación lingüística, la sustantivación de verbos y adjetivos y la introducción de neologismos. Así como el efecto del simultaneísmo, la percepción del espacio y el tiempo como algo subjetivo, heterogéneo, atomizado, inconexo, una presentación simultánea de imágenes y acontecimientos.
Una obra temperamental y emotiva, con un fuerte sentido simbólico, una escritura del yo a otro yo, sin tarima de por medio o micrófono. Prima de esos poetas que nos siguen apasionando como Georg Trakl, Gottfried Benn, etc. Donde toda la fatalidad de la vida sigue sujeta a la fuerza del destino, embutida de nuestra naturaleza dual. Su Caligari, nuestro Caligari, en este ambiente tan opresivo y angustioso, tan desquiciador, al que Raúl llego un par de meses antes con este aviso oscuro.
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NOTAS
[1] “El expresionismo suele ser entendido como la deformación de la realidad para expresar de forma más subjetiva la naturaleza y el ser humano, dando primacía a la expresión de los sentimientos más que a la descripción objetiva de la realidad. Entendido de esta forma, el expresionismo es extrapolable a cualquier época y espacio geográfico. Así, a menudo se ha calificado de expresionista la obra de diversos autores.”
[2] Así -como el artista alemán del período-, Raúl, se encuentra deprimido por las condiciones políticas, la brutalidad que no puede expresarse limpia, define el arte también como descontento.