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Roberto Contreras

Por Ernesto González Barnert

Roberto Contreras (Santiago, 1975) da en “Siberia” (Lanzallamas Libros) una obra hecha más bien de poemas de una dignidad fortísima, súper cercanos, algo instintivos y anárquicos, algo limitados técnicamente pero no menos profundos y verdaderos que la propia vida, una aproximación como pocas al sentir de los 90, poemas que siempre me atrajeron profundamente desde que hojeé su libro años atrás. Sin duda, el autor no se agota ahí, posee un buen número de obras, de varia elección, potente, cuya agudeza crece como una hoz, es generosa si vemos su trabajo en Lanzallamas, celebramos el tesón con que pone a la palestra al gran Carlos Droguett, etc. Pero en Siberia cuaja algo que a mí me encanta, y perdonen lo reduccionista, trataré de verbalizarlo -ya saben que ningún autor se agota por lo que digan otros de él, la poesía (sea en narrativa o en verso) se defiende sola, el poeta no- tiro:  Siberia es un libro que sabe finalmente que la escritura es resistencia, no convertirse en un producto, sino que es la porfía de luchar por la excelencia de las cosas y no los números. Es también un libro que no olvida los muertos, se hace cargo de la dictadura y a la vez de la frágil sutura de los 80, sabe que ahora es peor: tácita. Es un libro consciente de sus límites pero también de sus voces, circundado de literatura, vitalidad, sangre. Un autor valiente que no teme quedarse sólo, ni bajar la voz. Un poeta que nos recuerda la soledad de la revolución y la perdición, la ternura de los sobrevivientes; la conversación inteligente pero también desesperada; las canciones y anécdotas con que nos apartamos para mirarlos con rigor.  Escribir para Contreras: es empuñar la espada pero sin armadura. Y eso es precioso, te da esperanza, pese a todo.

ii

No me pude resistir a comentar 2 libros más.

“Poemas en el Yeco” es un libro maravilloso que a su tiempo hablaré con más profundidad de él. Con la concisión millanesca, la ternura y comprensión carveriana y el brío teilleriano –lecciones aprendidas en torno al tema- da comienzo a una serie de poemas sobre el Yeco:  “una mancha de arcilla y eucaliptus/entre Algarrobo y Tunquén.” Así entremos a la experiencia vital de un tirón:

 Desde una varilla encendida
volutas ondulantes desplazándose.
Recojo cebollas en la huerta
Una yegua y su potrillo me ven hacerlo
y el silencio de siglos reconoce
su naturaleza en ese acto:
Vivir de lo sembrado.

El Virgilio de las Bucólicas y Geórgicas, el Haiku, El Hesíodo que vence con los “Trabajo y los Días” a Homero por recordarnos un canto distinto,  etc. Son aquí libros de cabecera para el poeta de la casa en la loma –que junto a esos autores que nombra más abajo en la entrevista- lee y relee y ensaya a reescribirlos a su manera. Con esa libertad profunda de quien se oye latir el corazón. Conoce el látigo del sudor de la frente por nombrar o sacar el fruto de la tierra. Sin duda, alguien que sabe que hay inclinarse para que pase el amor, hay que cerrar los ojos a veces para observar con belleza. Todo eso y más es: Poemas en el Yeco.  Por supuesto, la salida natural a lo que significaba Siberia - y no lo digo ni como escape ni redención- en tanto también como su propia perdición y revolución posibles, personal, familiar(esposa e hijo). La consciencia de una espiritualidad ganada por las ramas y también por las raíces. La  insistencia sosegada, tolstoiana, en que el autor somete su vara, abre el puño para soltar el guijarro. Eso por ahora.

iii

“Empleo mínimo” es libro bisagra a mi entender entre los citados, queda muy bien ubicado a partir de la nota aclaratoria. Libro situado, aguerrido, aclaratorio. Libro muy en la esfera Cuevas. Y no como carga sino aporte. Un poemario que termina enrostrándonos:

ENFERMOS TERMINALES

Una ciudad que cada 100 mts. nos recuerda
Lo enfermos que estamos
Cuadras tan llenas de farmacias,
supermercados,
bandejones y pasarelas
sitiando un infeliz laberinto:
Los trabajos y los días.

Una ciudad que nos grita lo pobres que somos
para que escondamos en el consumo
el deseo de adquirir
Bienes Materiales.

Y así vamos mudos por ella
en micros sentados en hilera
donde nadie habla a nadie
Encerrados en problemas infinitos
del tamaño de nuestras culpas,
sin cruzar siquiera una mirada
que provoque el accidente
de una conversación.

Una ciudad más parecida al infierno
Un lugar solitario
consumiéndose a sí mismo.

O

SIMULACRO

La lucha de clases se acaba
bajo el rigor de la obediencia,
la responsabilidad y
el sentido del deber
Ese pavor al desempleo
que ha fundado el simulacro.

Lucha de clases perdida
en las puertas del Mall y los Megamercados
Vitrinas, pasillos y cajas
donde ganancia y necesidad
se dan peligrosamente la mano.

Tras leer estas joyitas entendemos nuestro silencio mientras esperamos transantiago, recibimos una educación y salud de mierda – porque creen estar haciéndonos un favor- . Nos hacen darle agua a sus burros mientras descansan y persignan el domingo. Sin duda, nos tiene tapados de deudas, pero más de miedos,  arribismo, de publicidad y estadística, de cosas realmente que a la hora final ni recordaremos ni importaron, no digas que no te avise. Y que tantos libros de poesía –como éste- no lo han dicho hasta desangrar a sus poetas –ángeles mestizos del sentido común pero también de la gratuidad y humanidad esencial- la verdadera casa donde mora el ser.

iv

A modo de remate me viene bien esta frase sacada del diario de Cheever y que también sentí al pensar en como ve la escritura Roberto Contreras ( a propósito principalmente de Siberia y Poemas del Yeco): “La escritura es uno de los pocos lugares -una de las contadas formas- donde podemos registrar la complejidad del ser humano, la dignidad y fuerza de sus deseos; el sitio donde se describe, paso a paso, minuto a minuto, nuestra lucha, nunca del todo ingrata, por conseguir una relación viable y devota con el mundo nuestro, un mundo confundido al que amamos [...] La literatura, así me lo parece, acaba dando más de lo que quita; y yo he sentido eso escribiendo”. He ahí el meollo de estos libros, lo que nos hace releerlo con entusiasmo ayer, hoy y de seguro, mañana.

- ¿Cómo comenzaste a escribir?
-
La respuesta debo darla a partir de algunas circunstancias. Nací en una casa sin libros. Lo que es también una condición, si agrego que soy nieto e hijo de obreros y comerciantes. Sin embargo, en eso no existe ningún resentimiento, al decirlo. Hace poco le escuché decir a mi hermano (Jko Contreras) que su gusto por el diseño de una publicación y la tipografía, le llegó por medio de los libros que, a comienzos de 1994 comenzaron a llegar a la pieza que compartíamos en un pequeño departamento, donde vio la impactante portada de Patas de perro de Carlos Droguett, las sencillas portadas de las novelas de González Vera o una deletreada Historia Breve de la Literatura Chilena escrita por Manuel Rojas, todos con la ineludible firma de Mauricio Amster, gran mentor de la edición nacional del ‘39 en adelante. Ahora en mi casa hay libros, y no es una condición para que mi hijo sea un gran lector, ni mucho menos que llegue a ser escritor. Habiendo tantas ocupaciones no quisiera tuviera esta como opción, es pedregoso el camino y es mejor evitarse esos baches, o al menos no buscárselos. Sin embargo, frente a todo, está en una mejor situación que muchos de mis propios alumnos o conocidos, para los que leer es una rareza, muy alejado de sus prácticas y preocupaciones diarias.

Entrar a estudiar literatura a la Universidad de Chile, fue por entonces, la confirmación de que un libro si no puede cambiar tu vida, cuando menos provoca cambios que no habrían llegado tan pronto de no haber sido por su lectura. Un solo caso, el Ernesto Sábato de El túnel, de la carta al Querido y remoto muchacho, donde decía: “Escribe cuando no soportes más, cuando comprendas que te puedes volver loco. Y entonces escribe, vuelve a indagar con mayor experiencia y desesperación en lo mismo de siempre. Los fantasmas que suben desde nuestros antros subterráneos, tarde o temprano se presentarán de nuevo.”

De esa escena universitaria surgió a los meses mi amistad con Jaime Pinos y Marcelo Montecinos, junto con los que publiqué mi primer libro, Ahora es cuando, por la reciente Editorial La Calabaza del Diablo, y comencé a visitar la casa de Marcelo, donde los libros ocupaban piezas enormes y altas, a pocos metros de donde estaba la imprenta y empezamos a finales de 1998 a publicar la revista homónima que duraría hasta el 2003. Por esa misma época subían y bajan la oscura escalera de caracol de la ex Biblioteca de Ñuñoa, Jacinto Bustos por entonces historiador, Germán Carrasco, Kurt Folch, estudiantes de Literatura Inglesa, y una curiosa compañera de nombre Francisca Lange quien ya se juntaba con un espigado Alejandro Zambra, en tiempos cuando éste escribía poesía y nosotros con Pinos narrativa y hablábamos más de la cuenta, creo ahora, de Julio Cortázar y Juan Carlos Onetti. Supongo que todos, a su modo, querían ser escritores. Y como la peste, eso se termina pegando.

Bajo esa amistad se forjó mi gusto por la literatura. El resto es una historia que ya no se detuvo. Actualmente sigo trabajando con Jaime Pinos, Jko, David Bustos y ahora también con el diseñador Nico Sagredo, en el proyecto Lanzallamas.com, que bajo los mismos principios de antes, con más experiencia creo, siempre he creído como fundamentales para cualquier proyecto cultural, entendido como un espacio de difusión creativa, autónomo, autogestionado y con una clara propuesta político-social. Si eso no es un correlato de mis lecturas, he vivido equivocado por bastante tiempo y juntándome con gente que no debí nunca haber saludado, compartido un café o un trago.

- ¿Qué hecho detonó en particular la decisión de ser poeta?
- Un posible hecho, que haya detonado, como dices tú mi decisión de ser poeta, lo respondo con los versos que abren Siberia:

“Mis oídos de entonces, mis ojos de ayer, a partir de se invierno de 1984, supieron que ya nunca más verían lo mismo.
Una ráfaga de balas borró mi realidad”.

Escribo (no sólo poesía) pensando en dibujar ese paisaje de la infancia: destruido, olvidado, fragmentado. Me dispongo a proyectar de esa manera un futuro posible para mí y los míos. Escribo para olvidar, supongo, creyendo que en ese ejercicio, por muy equivocado que esté, puede haber algo de verdad y, espero, también de felicidad. No veo la escritura como algo tormentoso, ni trágico, mucho menos pesimista. Otro es su sacrificio y dificultad, pero no está en uno ese fracaso. No totalmente. Hace poco leía una entrevista a Claudia Apablaza, donde decía que el trabajo de un escritor no es no escribir, sino que es escribir. Es de una obviedad tremenda, pero no pareciera estar tan claro para todos. Yo sigo viendo la escritura como un medio, nunca como un fin. De ahí que no crea en lo hermético, en lo críptico, en un manual de instrucciones para abordar una obra. Más bien sostengo, hacer una literatura ligada a la realidad inmediata. Aprender a trabajar con los materiales de la realidad, los residuos del habla, las capas profundas y superficiales de la condición humana, en todas sus variantes, con sus contradicciones y apuestas. Ése es el ejercicio en que debemos empeñarnos. Trazar un proyecto de puente que aúne múltiples realidades. La literatura en sí misma es presuntuosa. De los escritores ni hablar. Marcel Proust lo describió muy bien: “Cada lector cuando lee, es el propio lector de sí mismo. La obra del escritor no es más que una especie de instrumento óptico ofrecido al lector para permitirle discernir lo que, sin ese libro, no hubiera podido ver en sí mismo”.

- ¿Qué significa la Poesía para ti?
-
“Una imagen posible del instante”, diría José Lezama Lima, y Enrique Lihn: “Palabras que se acoplan unas a otras hasta perder el sentido/ en esos excesos/ El estilo es el vómito.”      
     
A mi modo de ver, sería la acción de golpear dos piedras bajo el agua y quedarnos oyendo su resonancia. Seguir esa frecuencia intranquila que viaja bajo la superficie. O también, como lo pongo en unos versos de mi inédito, Poemas en El Yeco: “escribir como el viento/ formando minúsculas dunas de arena entre los pies”.

En todos los casos, más que una definición de poesía, más me interesaría aproximarme a una forma de entender la escritura en general. Esa es una pega. Las definiciones con su verbo Es o Son terminan por matar la realidad a la que refieren. Creo cada día más en la enunciación como una posibilidad de nombrar. Digamos que escribir es enunciar –esbozar, señalar, aludir, representar– un estado de cuestiones en el mundo. Escribir como una epistemología, como la última mirada que hacen los sobrevivientes de un país en llamas, los habitantes de un país de las últimas cosas.

- ¿Para quién escribes?
- Me gusta creer que uno lo hace porque le resulta inevitable. Enrique Lihn escribió “porque escribí estoy vivo”. Yo diría que la literatura me ha ayudado a vivir. El placer de escribir no es otra cosa que el placer por leer. Cada escritor, por malo o bueno que sea, siente un profundo gusto por lo que escribe. Porque todo escritor es primero un lector de sí mismo. Si entonces publica lo que escribe esa es otra determinación; si decide hacerlo es porque cree en sus escritos. En ese sentido, siempre he pensado que escribimos los libros que quisiéramos leer, o cuando menos acercarnos a esos que tanto nos han gustado, nos han marcado, nos han volado la tapa de los sesos. Si esa coincidencia se da: la de leer lo nuestro, al decir de Jorge Teillier, como si fueran escritos por otro, entonces nos estamos acercando a algo parecido a un escritor. Aunque eso muy pocas veces pasa por uno. Quizás por eso no sirve decir que escribir sea personal. Escribir nunca es personal. Es un acto social. Claro, entendido en su más ancha definición: una intervención pública, un atentado a la razón, un golpe a la cátedra, una provocación desde la vereda, una convivencia familiar, una carta de amor, lo mismo que un coche-bomba entrando a un Mall o quemarse a lo bonzo frente a la Moneda. Sentir que llevamos una carga explosiva en nuestros corazones, esa imagen me gusta mucho.

- ¿Cuándo escribes necesitas algo a tu alrededor, alguna cosa, haces algo en particular, etc.?
- Una hoja y un lápiz. Tengo decenas de libretitas y croqueras. Eso como base material. Pero creo que la verdadera escritura se logra cuando conseguimos recomponer lo que hemos estado pensando o soñando o imaginando, en aquellos momentos dentro de un momento, cuando nos levantamos, caminamos por la calle, nos duchamos, conversamos, hacemos el amor, regamos el pasto, estamos enfermos, o no queremos nada con la vida, y sin embargo seguimos vivos, creyendo que todo tiene sentido. Incluso escribir y hasta teorizar en torno a ese proceso.

- ¿Cómo es tu proceso escritural?
-
Transcribo al computador lo que rescato de mis anotaciones. Work in progress, siempre.
Abrir archivos y cerrar archivos. Otras veces cut & paste, titulando. Me cuesta mucho borrar.
Durante años no hacía más que escribir una novela eterna, a la que fui agregando más de lo que puedo ahora ordenar y corregir. No sé cómo es un proceso, lo que sí sé, es que escribo siempre en lo que sea. 
En todo caso, mientras te respondo, no dejo de encontrar de una gran soberbia, vanidad y burguesía que se defina o revelen estas miserias personales. ¿A quién podría importarle? Imagino a quienes necesitan algún estímulo, porque son principiantes en esta vocación, nada más. O también a los que se preocupan del procedimiento técnico de un escritor, más que sobre de lo que se escribe. Debe haber escritores, me imagino, con muchos ritos, condiciones, garantías, respaldos y sobre todo mucho tiempo para ver la hoja en blanco a la espera de inspiración. Yo creo ser de los otros, me ubico en las antípodas de esa realidad. Aunque indudablemente me gustaría llevar o haber llevado una vida aburguesada, que me permitiera dedicarme sólo a leer y a escribir. 

De todos modos, ya lo dijo Roberto Arlt, y terminó siendo un verdadero mandamiento: “Cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier parte. Sobre una bobina de papel o en cuarto infernal. Dios o el Diablo están junto a uno dictándole inefables palabras”.

- ¿Es necesario que el escritor sea un hombre comprometido?
- Sí. Para mí no podría ser de otro modo. Primero, con un proyecto personal, el que en el mejor de los casos define una ética como escritor y una moral como persona. Roberto Bolaño, de manera muy temprana, lo definió así en el Manifiesto Infrarrealista: “Nuestra ética es la Revolución, nuestra estética la Vida: una-sola-cosa”. Suscribo plenamente a esa consigna.

- ¿Cuál es tu mayor defecto como escritor?
- Llevarle la contra a Juan Rulfo y no saber cortar. Eso de podar también lo decía Gonzalo Millán y en muchos poemas lo logró de manera excelsa. Ahora no tengo claro si la Mistral también quiso referirse a eso en su libro Tala. Tampoco sé si lo logró. Para mí cortar es un problema mayúsculo.   
(Estoy viendo crecer esta entrevista en ese mismo sentido.)

- ¿Qué piensas de la afirmación de Gustavo Flaubert, cito: “¡Qué sabios seríamos, si conociéramos a fondo no más de cinco o seis libros!”?
- Comparto su afirmación. Que es también una postura o una perspectiva para abordar la utilidad de los libros y cómo los acercamos a nuestra experiencia. Pero podría responderla con otra cita a Arlt, pero a la inversa, porque él reconoce su inutilidad: “No conozco un solo hombre feliz que lea. Y tengo amigos de todas las edades. Todos los individuos de existencia más o menos complicada que he conocido habían leído. Leído, desgraciadamente, mucho”. Ahora si me remonto a mi época de estudiante, a comienzos del ’90, debo haber logrado –imagino sin quererlo– una forma de lectura que, con los años, sólo me ha confirmado lo que dice Flaubert, que debemos leer sólo un par de libros. Leí con obsesión (iba a decir con devoción) todo lo que encontré del mismo Arlt, todas las novelas y los cuentos de Juan Carlos Onetti, todo cuanto hallé de Carlos Droguett, las novelas y los Cuentos Completos de Cortázar, todos los libros de Raymond Carver, incluyendo sus libros de poesía. Leí, en definitiva con cierto orden o continuidad, todo lo que estuvo a mi alcance en esos años y que luego continúe leyendo a medida que seguí montando mi biblioteca. Por lo mismo, a pesar de haber estudiado literatura, reconozco que hay muchos de los clásicos y de los contemporáneos de esos mismos autores que no leí, ni creo leeré. Y la sensación es la misma todavía: meterme con un autor a fondo, en lugar de andar picando de un lado a otro. Así me ocurrió con Roberto Bolaño a finales del ’90. O con Ricardo Piglia y en poesía, como con ningún otro, con Enrique Lihn. Bajo esa misma condición de lector es que me siento, en muchas ocasiones, hablando de ellos con soltura. Imagino que oírme en una clase con mis alumnos debe ser esa misma pontificación con “conocimiento de causa”, supongo. Lo que me deja tranquilo, al no estar especulando o improvisando cualquier cosa.

Aunque ahora volviendo a la pregunta, no creo que un método así –ni el mío ni el de Flaubert– nos haga más sabios.

- ¿Háblanos de tu cocina literaria, qué autores o creadores constituyen tus pilares fundamentales?
- Son muchos, y en la respuesta anterior señalé los que más me han marcado. Aunque si decir cocina es establecer una analogía o proyección de aquellos bocados que fueron abriendo mi apetito, podría nombrar rarezas en mi formación: Luis Brito García, Pierre Drieu de la Rochelle, Álvaro Mutis, Salvador Elizondo, Juan José Arreola, Heinrich Böll, Nicomedes Guzmán, Manuel Puig, José Lezama Lima, Severo Sarduy, Arthur Rimbaud.

Haciendo la lista me di cuenta que muchos de esos libros los compré en la librería El juguete rabioso que existió en Plaza Ñuñoa, en la Mimesis frente a la Facultad de Arquitectura de la Chile y en la Librería Milnovecientos de Irarrázaval con Macul. En la misma medida que en puestos de usados en el Persa del Bío Bío o en la calle Maipú de Concepción.   

- ¿Cuáles son los diez libros que recomiendas leer?
- Qué pregunta más terrible para un profesor de colegio. Intentaré responder pensando en la lista de mis favoritos y los que hago leer a mis alumnos. Acaso repitiendo la misma jugada de mis profesores cuando yo tenía 15 años.
1.         El juguete rabioso de Arlt.
2.         Patas de perro de Droguett.
3.         Nadie sabe más que los muertos de Díaz Eterovic.
4.         Vidas mínimas de González Vera.
5.         Los detectives salvajes de Bolaño.
6.         La escritura de Raimundo Contreras de De Rokha.
7.         A partir de Manhattan de Lihn.
8.         Proyecto de país de Cuevas.
9.         El veneno del escorpión azul de Millán.
10.        Cien poemas chinos (Traduc. Kennnet Rexroth).

- ¿Que libro te hubiese gustado escribir y por qué?
- Eloy de Carlos Droguett, porque concentra lo mejor de la literatura chilena, al recoger materiales sencillos –el campo de la zona central, un bandido asaltante de caminos– para hablar del crimen, la culpa, la traición, la soledad y la resistencia. Utilizando los recursos de la literatura contemporánea: lirismo, prosa poética, corriente de conciencia, aliteraciones, fragmentariedad, crisis de sujeto, vacío existencial, consiguió describir como un delirio, una noche de acecho policial. Sin duda un libro difícil de escribir tanto como de leerlo. Aunque se dice que lo escribió en una semana.

- Nabokov proponía a sus alumnos un cuestionario sobre las cualidades que debía de tener un buen lector. Proponía una lista de 10 y había que elegir 4:
1. El lector debe tener cierto sentido artístico.
2. El lector debe ser socio de un club del libro.
3. El lector debe tener un diccionario.
4. El lector debe identificarse con el o la protagonista.
5. El lector debe concentrarse en el punto de vista socioeconómico.
6. El lector debe tener memoria.
7. El lector debe preferir una historia con acción y diálogo a una que no los tenga.
8. El lector debe haber visto antes la película basada en el libro.
9. El lector debe ser un autor en ciernes.
10. El lector debe tener imaginación.

- ¿Cuáles son las 4 que consideras primordiales?
El lector debe ser un autor en ciernes.
El lector debe tener un diccionario.
El lector debe tener memoria.
El lector debe tener cierto sentido artístico.
No tengo muy claro el orden, casi en la misma medida que no sé si la condición de escritor sea una mejor situación para disfrutar de un libro. En muchos casos, puede ser un arma de doble filo, leer como escritor. Que no es lo mismo que decir, libros para escritores. Es un costo, ¿no?

Lo del diccionario, evidentemente, es un sano ejercicio que ayuda a incrementar la comprensión y el léxico. (Ya estoy hablando como profesor.) Al menos a mí me resultó, leyendo a Hesse, a Sábato y Camus cuando estaba en el colegio. Y es una costumbre que he seguido manteniendo.

Sobre la memoria, la respuesta me la da el mismo Nabokov, con su libro autobiográfico Habla memoria. Ni hablar de Proust, de Perec, Puig, toda la poesía de Lihn, Teillier, tantos más y, ya en narrativa chilena, por supuesto, nuestro memorioso Germán Marín.

Por último el sentido artístico, si comprendemos el Arte desde su constitución Estética e Ideológica, no me queda más que citar a José Martí, cuando se pregunta: “¿Quién no sabe que la lengua es jinete del pensamiento, y no su caballo?”. Cada vez que nos enfrentamos a un libro, y más todavía a nuestra propia escritura, estamos metiéndonos en las patas de los caballos, viene dado con el oficio. Esto último se lo escuché a David Bustos.

- ¿Cómo definirías al escritor?
- Como un animal que escribe. Y es la mejor definición que he encontrado de Hombre también. A lo que Droguett agregaría: “el ser escritor y el ser hombre, son cosas que no son separables en este mundo, ni en otro mundo, son en términos médicos, inoperables. Se es escritor en cuanto hombre y se es hombre en cuanto escritor”, y en ambos casos se intenta (cada cual sabe la insistencia con que se lo impone y lucha por lograrlo) ser lo más ético y moral posible.

- ¿Qué escribes hoy? ¿Qué proyectos escriturales no te dejan dormir?
- Siempre estoy escribiendo. A pesar de mis intenciones, al decir que quisiera leer más, dedico mucho tiempo a escribir. Tengo desde comienzos del 2001 una novela, como diría Macedonio Fernández, que se ha vuelto de la eterna. Son cerca de 400 páginas tamaño 12, por las que me cuesta caminar tranquilo. Es como sentirse perdido en un edificio, a ratos en ruinas, a veces, por pasillos largos, claros,  luminosos, con muchísimas ventanas. Se llama Ballesteros y creo que aun estando inédita, ha tenido muy buenos lectores: Pinos, Reyes, Montecinos, Díaz Eterovic, Apablaza. No deja de impresionarme y causarme algo de risa, el trabajo en que he sometido a mis amigos buscando sus opiniones. No sé, creo que hay que pensar como Valéry y convencerse de que no terminamos de escribir un libro, sino que lo abandonamos. Estoy en ese proceso.

Tengo terminado un libro de poesía, llamado Poemas en El Yeco que a mi parecer es lo que más me ha gustado. Son poemas muy íntimos, familiares y breves. Los fui escribiendo durante el 2007 a medida que nos arrancábamos con mi mujer e hijo a la costa central a una localidad entre Algarrobo y Tunquén, de nombre El Yeco. Es un refugio que, sin quererlo, derivó en la inspiración de un trabajo de escritura, por decirlo en simple: súper oriental, en el sentido contemplativo de ese oficio poético.

Y por último, hay dos trabajos, uno de poesía que preparé para una pequeña editorial mendocina, Empleo Mínimo, en alusión al PEM (Programa de Empleo Mínimo de la Dictadura), son versos antisociales o laborales que espero circulen de la manera más artesanal posible y de muy bajo costo en su producción. Gratuitos.

Lo otro es uno más raro, que lo pienso más como un tema, una situación de escritura más que como un libro de género: El precio de llamarse Chile, donde se concentren crónicas, relatos, poemas y anotaciones urbanas que permitan delimitar lo que evidentemente ya se anuncia en el título.

Si algo me quita el sueño es eso, poder terminar lo que me propongo. Algo tan iluso como esperar que siempre la vida te resulte. En ese sentido, sólo lo difícil me resulta estimulante.

Para pesadillas de escritura ya tuve bastante el 2006, mientras escribía la crónica “Bofe” que apareció en el libro Pozo, la antología que editamos en Lanzallamas con Jaime Pinos y mi hermano Jko Contreras. Esa publicación, mientras se fue montando, tuvo tanto de insufrible como de reconfortante. Mientras Lihn y su poesía situada nos repetía como un mantra: “La realidad es el único libro que nos hace sufrir/ La realidad es la única película que nos quita el sueño”. Ya estábamos desbocados, imposible parar.

- ¿Cómo ves la poesía castellana escrita en Chile? ¿A tu promoción?
- Muy bien. Lo de “castellana” no entiendo, supongo que es en castellano o en nuestro español chileno, pensando en Rodrigo Lira y su excelente transcripción de nuestra habla, entendida como una retórica torcida. Lira compuso, la más fiel muestra, de nuestra relación lingüística con un Chile real. Un espacio textual a continuar, y el que aunque se eluda en nuestros versos siempre terminará nombrándose. Ese es el costo de escribir en Chile.

Desde que empezamos nuestro proyecto Lanzallamas, mi visión de la poesía, remitiéndome a esa escena, ha crecido considerablemente. Claro, siempre he intentado estar al día en lo que están publicando mis amigos. Desde los ’90 en adelante siempre tuve conciencia de que un tipo de poesía se estaba haciendo, y eso tenía que ver con excelentes lectores también, con quienes aparte de unas copas, supimos conversar y mostrarnos nuestros escritos, saber de sus escrituras. Al pasar recuerdo los primeros libros de Alejandro Zambra, Kurt Folch, Verónica Jiménez, Carlos Soto Román, Enoc Muñoz, Jaime Pinos, en adelante las publicaciones de Germán Carrasco, David Bustos, Camilo Brodsky, ahora último de Víctor López, Cristian Aedo, Alejandra Fritz, Enrique Winter, Galo Ghigliotto, Carlos Henrickson, Guido Arroyo, y los poemas de los jóvenes Edson Pizarro y Daniel Toro a quienes leo con muchísimo interés. A medida que voy anotando nombres siento que se vuelve lo que tanto me molesta: los grupitos. El dar nombres para encasillar(se). No creo en la idea de generación, prefiero pensar en escrituras dentro de un contexto determinado de producción. Me siento tan contemporáneo de José Ángel Cuevas, Claudio Bertoni, como de Juan Radrigán y Ramón Díaz Eterovic. El tiempo es el mejor lector de una obra, y en ese sentido sólo perdura con los años la buena literatura, que no la hacen más de dos o tres dentro de una generación. Con suerte. De ahí que prefiera pensar en gente que escribe intentando describir su época. Al decir de Tolstoi, quien puede describir su aldea, será universal. Y eso hay que hacerlo bien. Con eso no ser condescendientes, obsecuentes, ni amables. Es lo mínimo que podemos exigirnos.
    
- ¿Qué libros no has podido terminar de leer?
- En busca del tiempo perdido de Proust, y supongo que es el que más me pesa. Aunque por supuesto son muchos, y están en esa lista de los que me impuse leer por formación más que por gusto. Ahí vuelve a confirmarse mi método de leer hasta la última línea a un solo autor. Aunque creo que eso es lamentarse en vano. Lo he pasado muy bien leyendo. Junto con Bolaño, creo que se es más feliz leyendo que escribiendo, de todas maneras.

Ahora si la pregunta fuera ¿qué libros no has soportado leer?, la respuesta se volvería más sincera y menos conciliadora. Existen más escritores que buenos libros. Eso todo el mundo lo sabe.

- ¿Qué te escandaliza?
- La injusticia, la traición y el individualismo. Primero si eso llegara a partir desde mí, porque lo propicio o porque permito que eso ocurra a mi alrededor. El resto lamentablemente es parte del menos común de los sentidos: el sentido común.

- ¿A qué le teme Roberto Contreras?
- A que la literatura y el amor me desilusionen. Creo que la segunda, en todo caso, es a la que más le temo. Aun cuando mucha de la mejor literatura se ha fundado en esa desilusión.
Termino, cómo no, citando a Raymond Carver:

“¿Y conseguiste lo que
querías en esta vida?
Lo conseguí.
¿Y qué querías?
Considerarme amado, sentirme
amado en la tierra”.




 

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