
          
          BATALLA SONORA (de  Manual Ediciones, 2009) 
          de Valeria Tentoni
        Por Ernesto González Barnert
         
        Es cada vez menos raro, gracias a Dios, ver  publicaciones de poetas argentinos en Chile y chilenos allá, jóvenes y ya no  tanto, contraviniendo el dejo cargante del loro atrofiado de la educación que  enseña la literatura como una disciplina nacional. Más irracional aún si se  comparte el mismo idioma. Y viene a romper el cliché tan nefasto como absurdo  con que se desembucha que la narrativa argentina es muy superior a su poesía,  al revés en el caso nuestro. Clichés con que el poeta del montón hace gárgaras. 
        Creo que la poesía argentina es un continente a  descubrir, estudiar con ahínco, con acentos que en Chile bien nos valdría  fortalecer y jugar. Es mucho lo que tiene que ofrecer a nuestra tradición  ombliguista si miramos, claro, hacia los peores escritores de nuestra  generación que siempre es la mayoría. Contra los menos que se esfuerzan, no solo en generar lazos y redes, que  es el camino fácil. Sino en leer al otro. Abrir a los suyos al forastero, el  extraño, que habla el mismo idioma. Así fue como recibí años atrás la  invitación al festival Salida al mar,  después de haber leído una decena de poemas gracias a la lectura que hizo en la  antología de Santa Rosa 57, C.  De Nápoli, sin saber quién era yo realmente. Y que significó que me alojara en  su casa y presentarme a los suyos. Esa fe en la literatura, en la palabra es la  que vale. Donde días después en pleno ajetreo festivalero coronamos una charla  poética sudamericana regada de cervezas sobre las características poéticas de  Chile o Argentina, llegando a las siguientes pistas, más que como dogmas  incontrarrestables, como pie forzado lleno de lagunas mentales, buenas  intenciones, poetas que escapan a la regla, pero no por eso mellan la  respuesta, un ejercicio lozano de tal. Y en la que coincidimos cada uno de los  presentes con sus aportes y agudezas y distancias. Me ahorraré más anécdotas. Y  guardaré los nombres. E iré al pto, me explico, la “diferencia” entre ambas tradiciones  poéticas y garrapateándola con comillas, porque no parece la palabra adecuada,  esta dada por los énfasis propios de cada tradición, que son ramas de un mismo  árbol, el castellano.  En nosotros, el  sustrato religioso-patriótico. En ellos, los argentinos, el sustrato  laico-político social que, en general, a favor o no de tal énfasis procura o deviene en un acento intimista, muy  privativo, que tiende a privilegiar una relación invisible o, en el caso de la  poesía, nada bulliciosa con el lenguaje. La pequeña verdad ante la gran verdad que  perseguimos acá. Por supuesto, ninguna de las dos sirve sin la otra o vale más.  Acá es raro el poeta que no escribe “Chile” “mi país” “Dios” en un poema.  Cuesta mucho, desamarrarse de esa modulación grandilocuente, de retórica  religiosa y épica, con sabor a letanía o sermón cristiano y romántico con que  la mayoría nos desayunamos o atora. Aquí Zurita es más que Millán. Nos guste o  no. Pero Gonzalo es nuestra única posibilidad de evolución y desarrollo. Es  cosa de ver los epígonos de cada cuál.   En Argentina, al enfrentarse en esos términos, son mucho más los que  defienden la individualidad, la intimidad, bajan la voz, sea el poema con  moñito o no, acodan lo civil y laico, da más con lo privativo de cada quien.  Alcanzando esa rara sabiduría de los pequeños benditos detalles, secularizadas  epifanías, sin cargar tanto la mata. Más placer y menos culpa. Más sonoridad  que sermón. Los poetas argentinos preservan por sobre todo el espacio interior  que público, sin tanta carga religiosa, muy concientes en lo político y social,  a escala del hombre y la historia personal, más a salvo de ese tono  confesional, creamos o no en Dios, tan propio del chileno. Bueno, son muchas  más las aristas y los poetas grandes que siempre están por sobre lo uno y lo  otro, lo expuesto acá, sobre cualquier consideración reduccionista o  jibarizante, sobre cualquier fumigación, que vuelve papel picado nuestra  crítica, los acentos  y toda  racionalización de la poesía. Pero es bueno sopesar de vez en cuando nuestros  dejes no vaya a ser que ya estén muertos.
 idioma. Así fue como recibí años atrás la  invitación al festival Salida al mar,  después de haber leído una decena de poemas gracias a la lectura que hizo en la  antología de Santa Rosa 57, C.  De Nápoli, sin saber quién era yo realmente. Y que significó que me alojara en  su casa y presentarme a los suyos. Esa fe en la literatura, en la palabra es la  que vale. Donde días después en pleno ajetreo festivalero coronamos una charla  poética sudamericana regada de cervezas sobre las características poéticas de  Chile o Argentina, llegando a las siguientes pistas, más que como dogmas  incontrarrestables, como pie forzado lleno de lagunas mentales, buenas  intenciones, poetas que escapan a la regla, pero no por eso mellan la  respuesta, un ejercicio lozano de tal. Y en la que coincidimos cada uno de los  presentes con sus aportes y agudezas y distancias. Me ahorraré más anécdotas. Y  guardaré los nombres. E iré al pto, me explico, la “diferencia” entre ambas tradiciones  poéticas y garrapateándola con comillas, porque no parece la palabra adecuada,  esta dada por los énfasis propios de cada tradición, que son ramas de un mismo  árbol, el castellano.  En nosotros, el  sustrato religioso-patriótico. En ellos, los argentinos, el sustrato  laico-político social que, en general, a favor o no de tal énfasis procura o deviene en un acento intimista, muy  privativo, que tiende a privilegiar una relación invisible o, en el caso de la  poesía, nada bulliciosa con el lenguaje. La pequeña verdad ante la gran verdad que  perseguimos acá. Por supuesto, ninguna de las dos sirve sin la otra o vale más.  Acá es raro el poeta que no escribe “Chile” “mi país” “Dios” en un poema.  Cuesta mucho, desamarrarse de esa modulación grandilocuente, de retórica  religiosa y épica, con sabor a letanía o sermón cristiano y romántico con que  la mayoría nos desayunamos o atora. Aquí Zurita es más que Millán. Nos guste o  no. Pero Gonzalo es nuestra única posibilidad de evolución y desarrollo. Es  cosa de ver los epígonos de cada cuál.   En Argentina, al enfrentarse en esos términos, son mucho más los que  defienden la individualidad, la intimidad, bajan la voz, sea el poema con  moñito o no, acodan lo civil y laico, da más con lo privativo de cada quien.  Alcanzando esa rara sabiduría de los pequeños benditos detalles, secularizadas  epifanías, sin cargar tanto la mata. Más placer y menos culpa. Más sonoridad  que sermón. Los poetas argentinos preservan por sobre todo el espacio interior  que público, sin tanta carga religiosa, muy concientes en lo político y social,  a escala del hombre y la historia personal, más a salvo de ese tono  confesional, creamos o no en Dios, tan propio del chileno. Bueno, son muchas  más las aristas y los poetas grandes que siempre están por sobre lo uno y lo  otro, lo expuesto acá, sobre cualquier consideración reduccionista o  jibarizante, sobre cualquier fumigación, que vuelve papel picado nuestra  crítica, los acentos  y toda  racionalización de la poesía. Pero es bueno sopesar de vez en cuando nuestros  dejes no vaya a ser que ya estén muertos. 
        C. De Nápoli, poeta argentino, apunta sobre la  poesía trasandina, para ampliar esta conversación. Algunos puntos interesantes  y a considerar. Puntos que tampoco nos parecen tan ajenos o distintos de cara al  Pacífico, sobre el quehacer literario en su tierra. Y de paso sobre la nuestra. 
         “El mundo de la poesía argentina (…) no tiene,  específicamente hablando, artistas, audiencia y gestores, ni en forma estable  como el ballet ni eterna mientras dura el contrato, como en la plástica.  Prácticamente todos los que lo integran son curadores y son público además de  poetas y al tiempo que poetas.”
            …
        “El que lee poesía es porque escribe”, se repite  en las coyunturas, a mi juicio, más favorables; en otras, como la chilena o  mexicana actuales, la situación es distinta: allí hay gente que lee y no  escribe, son sobrevivientes de otro momento de la cultura occidental o, más  bien, mantienen vivos (ellos, esos individuos, pero también esos Estados por  medio de premios y distinciones) un modo ilustrado de “ser en la cultura”. Sin  embargo, en estos países hermanos muchos escriben poesía fundando su orgullo en  el hecho de no leer (menos si son versos, menos que menos si los escribió un  desconocido), de modo que a la tendencia a la desaparición del “lector puro” se  suma, en virtud de estas nuevas oleadas de malditismo, la escasez de diálogo  entre lectores viciados.
        En la poesía argentina, en cambio, el espíritu  gremial está más vivo que nunca y con todos sus “acuerdos naturales” en  funcionamiento: no hay libro que no tenga sus agitadores además del editor (y  agitadores concientes de que hay que comprar el libro), no hay ciclo de  lecturas sin participantes fieles (y digo participantes, no seguidores), no  faltan terceros que tomen parte en toda discusión pública entre dos. Pero lo  singular es que esos agitadores, aquellos participantes o estos terceros en  discordia son, más allá de las distintas gotas de reputación, reconocimiento o  prestigio adquirido, los mismos que poco antes o después ocuparon la posición  del poeta leyendo en público, estampando sus nombres en la tapa de un libro, en  el flyer de un ciclo o en el nuevo giro de una polémica.” 
        Pero volvamos al libro que nos convoca, esa  pequeña llave de papel.
             
   Sobre  todo porque el libro de Valeria Tentoni (1985, Bahía Blanca, Argentina) no solo  sorprende, gusta. Ha bebido de ambas tradiciones, tiene una música que  engancha, un ritmo que sacude, sin necesidad de chapotear sobre palabras o  constructos que significan nada. Y lo que más agrada, no necesita cortar tela  para ganar peso, hablar como víctima, chambonear teóricamente para darle valor  a lo que dice. Es un libro honesto, elegante, personal pero a la vez amplio,  práctico en el sentido de aterrizar el imaginario y el uso salvaje del lenguaje  que despliega y utiliza a su antojo, con soltura pero no con descaro, adecuado  al peso de los hombros de Valeria, que leemos sin movernos de nuestros  asientos. Tampoco nos obliga a cambiar de vida a la salida. Pero vamos, logra  que queramos seguir leyendo y escribiendo sobre su batalla sonora, su primer  poemario, además publicado en una casa editorial de Rancagua, Chile. 
        Batalla sonora de Tentoni, repito, se lee de  principio a fin, se paladea precisión y fineza, una sonoridad seca, pero nunca  aburrida o hueca, inteligente pero sin la arrogancia del poeta menor. Un  batalla ganada en todos los frentes con un pop elegante, funcional, que siempre  tendrá un público fiel y expectante, no de masas. Que administra bien sus  habilidades y flaquezas. Manual Ediciones se ha anotado un punto en serio  mientras las editoriales chilenas de peso confían más en sus redes de poder  para instalar sus lecturas que en la calidad de la obra. Pan para hoy en día,  hambre para mañana Virginia. Apostando por una poeta que sólo puede mejorar  dada su juventud y que, sin duda, “trabaja” sus materiales y talento. Acá  tenemos poetisas de fuste incapaces de armar un poema con principio y fin. Una  pequeña historia, estructura. Mucha potencia discursiva y poética pero poca habilidad  técnica. Bien les haría leer a Tentoni. Urdirse de este libro, esa oscilación  lograda entre el sonido y el sentido. Algo que parece muy básico, pero que muy  pocos logran en un primer libro. Y más encima con dominio y claridad y  destellos de gran poesía sin subir la voz, sin falsa estridencia. Haciéndola  parte de ese ramillete de nuevas poetas argentinas que viene pisando fuerte, sonando  con fuerza también acá, me refiero a Marina Mariach, Verónica Viola Fisher  (publicada en Calabaza), Florencia Castellanos, Mercedes Gómez de la Cruz, Romina Freschi, Cecilia  Pavón, Paula Jiménez, Claudia Masin, Ana Wajszczuk, Sol Prieto, Clara Muschietti, Nurit Kasztelan, Mori Ponsowy, Paula Peyseré, Beatriz Vignoli, Valeria Meiller, Amalia  Gieschen,  entre muchas otras. 
         
         De  Batalla Sonora, Valeria Tentoni, Manual Ediciones, Rancagua, Chile, 2009
         
        
          
            Flecha
            Todo lo que no fue armisticio
              tendrá por deuda
              habernos sido batalla.
            Postergaremos la mansedumbre para  tiempos
              en los que no podamos recordar
              la noche como una guirnalda de  luces.
            De retomar el pasadizo
              ya no estaríamos perdidos.
            El quiebre amaina.
            La lluvia sabrá limpiar
              las calles de sangre.
             
            Nosotros, los Otros.
             
             
             
            Esdrújula
            Las esdrújulas tendrán que ceder  algún día
              hacia las vocales.
              Una mano abierta palma huerto,  trepadora
              un junco débil meciendo la tarde  entre sus hojas un
              tartamudeo imberbe, sempiterno.
            Todas las cosas de tu cuarto se  tuercen hacia
              una invocación tardía de estirpe.
              Tu padre te trae el rostro desde  la puerta, asoma la herencia
              -lo congénito del sillón verdeazul  donde estaba-.
            Y proseguirás tu camino de lava
              hincando las hojas.
              Papá creerá que juegas a los  rompecabezas y tu madre
              sospecha de los desarmaderos.
            Ahuecarás con tinta las palabras
              como un orfebre;
              dirás que estás en silencio.
            Dirás de mí, que callo.
            El limonero aquél.
             
             
             
            Números  Romanos
            De habernos acordado antes
              deberíamos haber pedido
              ser jabalíes.
            Aspas
              de un molino de provincia.
            Tétanos, tuberculosis,
              fiebre.
            Todos los alientos del incendio.
            Un milagro, querida,
              que no hayamos muerto en batalla.
            Los heridos se cuentan
              con números romanos.
            Nosotras,  la Otra.
                  Aquella  otra en el espejo.
                  -Ésta-.
             
             
             
            A  Mujica Láinez en agradecimiento por Bomarzo
            Nos hemos embrutecido
              como Vicino,
              hasta perder la giba
              salvando
              por única gracia
              la agilidad suficiente
              (y no más)
              para dar una vuelta carnero
              frente al último bufón.
             
            Él, lo Aquello.
             
             
             
            Vicio  Redhibitorio
            Desdichada de mí, he despoblado  los atriles
              sin intención de posguerra.
            Cuando nos icen, descubrirán
              que las polillas deglutieron el  género ya.
            Habrá que esperar
              hasta que el viento.
            ¿Será un olivo o un coronado de  muérdagos
              el que nos reciba el vientre  denudado?
            Sería tan inútil,
              tan estúpidamente cierto:
            La enormidad no nos cabe dentro.
            Los  nenes aquellos.
                  Los  que se hunden en el horizonte.
                  Los que horizontan el hundimiento.
             
             
             
            Rumiante
            Mi nombre me ridiculiza al punto  tal
              de tergiversar fonemas hacia
              una tímida definición olímpica.
            No termina en la vocal.
              No considera este tiempo vivo de  noche aquilatada.
              No intuye,
              Y en nada delibera sobre los  claveles
              las cítaras, los ancestros.
            Mi nombre muere en mí, como un  anagrama.
              Cruza mis piernas, se tuerce en mi  espalda,
              gira el néctar breve en mis oídos,
              como una llave.
            Se trenza en el aire como una  asfixia.
            Me mimetiza con la palabra,
              me plagia.
            Nos arremolina en tu boca,
              rumiante.
            Un hombre que son todos los  hombres
              y todas las calles
              y todos los nombres, las cítaras,  los claveles.
            Mi estirpe, mi herencia,
              un silabario congénito.
            La  aquella otredad.
                . .. .. .          - Un  nombre-
             
             
             
            Interdicciones
            Un hueco-tajo en los zapatos de la  maestra
              de quinto grado.
              El cuero ya vencido
              fija la marcha por los corredores
              como una cantata de ajedreces.
            La señorita nos dirá:
                  «Por aquí el río Uruguay,
                  más allá los Ranqueles,
                  la pampa húmeda,
                  y el desierto incendiando
                  las frentes de la gauchada»
            La señorita señalará:
                  «Estas son las vocales,
                  los sujetos tácitos del habla,
                  los parapentes de la palabra;
                  las comillas, los asteriscos.»
            La maestra,
              la Señorita Maestra,
              también anoche tuvo sexo.
            Los niños correrán el recreo
              de lado a lado
              como una maratón de hormonas,
              y el último que llegue al pupitre
              tejerá el odio del bedel
              con fiestas patrias.
            La directora anunciará:
                  «Allí está la bandera
                  la flameante pululación del aura
                  las águilas, los ejes,
                  los mulatos cargando sal
                  en las espaldas»
            Los muchachos esperarán
              a las colegialas en el quiosco de  en frente
              con ramilletes de flores tabaco
              y promesas de inocuidad.
            Nada de esto va a dolerte.
            La señorita fumará escondida
              en la sala de profesores,
              mientras titila el segundero hacia
              una definición del tiempo,
              en cuartetos de decenas.
            Los niños sospecharán de Rosas
              y de Sarmiento.
              Urdirán un escape prístino,
              con artilugios de madera balsa.
            Los urinarios
              harán de  la horda
              una manada por igual primitiva.
            La educación supone
              un aprendizaje anterior:
            Sobre cómo tolerar las  correcciones.
            Los  flameantes
                  –flamantes-
                   aquellos.