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        Solsticios de David Villagrán Ruz
            (marea baja, 2009)
        Por  Ernesto González Barnert
            
                
            
        Es un libro difícil  de sopesar, no sólo por el gesto estético-político de escribir un libro a la contra de los tiempos, como si el agua no pasara bajo  el puente. Un libro tallado en vieja fragua, inflexible. Un libro como si fuera  una pieza arqueológica encontrada en estos montículos. Digamos un jarrón sin  colores. Pero que los tuvo. Y chillones. 
        Un solsticio en nuestras manos.
        Y aunque esos  colores ya no son chillones en sí. David Villagrán Ruz (Stgo,1984) nos hace  recordar y evocar aquellas pinceladas. Provocarnos  con su lengua ceñida al corsé del siglo de  oro y al canon clásico de la poesía, esencialmente, fluidamente, no únicamente.  Donde embiste una y otra vez la forma desde la forma, Sin duda, clasicista.  Pero también radical. Un gesto lo suficientemente inteligente y tajante como  para poner el acento a una época que, autocomplaciente en su falta de rigor, no  se esfuerza por marcarlo. Donde el verso libre ha terminado siendo un juego de  tenis con la red abajo  –siguiendo a Robert  Frost-. Y no podríamos decirle que no leyendo al último Premio Neruda. 
        Bueno, ¿Pero qué asunto trae a nuestro canto?
        Apuntemos: todo lo  que eleva el corazón. Glosa de una luz tensa por una idea que ama. 
        
          “Así confunde cielo claro y lecho abierto
            ambos, con el viento en su principio,
            y habla de una amante joven siempre,
            de una diosa que oye con el pulso.”
        
        Sondeo de engendrar  una forma en el temblor difuso de la lluvia. A manos vueltas cuenco en altamar.  Con sudor lavar nuestra violencia, herrero. Así en el ritmo de la fuga escoge la insistencia de una líneas. Soñándose  pastor de su desgracia. Aclara:
        
          “te llamas como yo”
        
        Pero también sabe  que ese rostro ya ha muerto suficiente. 
        Sin duda, este  libro habla de alguien enamorado de las palabras, sus golpes, sus sombras. Esa  literatura que nos llama a regresar de la muerte. En su espejo reflejarse. O  deberíamos decir: navegar. 
        Villagrán Ruz más  en su propia corriente que a contracorriente abre fuego a arcabuzazos. Y  digamos que hiere. Y en las heridas que deja, que abre en el fondo su libro, un  poema no es algo que se ve, sino la luz que nos permite ver. 
        
          “con el índice  apuntó diciendo: el mar.
            El mar nunca se  halla satisfecho.”
        
        Diciembre, 2009
          
          
        
        
            
              
          
        
        
          2 poemas de Solsticios
           
          
            
              
                
                  Prodigio de nave circular
                    que circunda y al par circunnavega 
                    
                    Incapaz de cavar en las olas
                    El pecho cóncavo sin motivo, late
                    Hurga el espacio como agua caída
                    Recurre a los esquemas de la mano
                    
                    ¡Madera! Madera que el círculo ama
                    La nave de sal donde la lluvia confía
                    Sin perfume el aire la levanta
                    Sin encontrar la noche, la domina
                    
                    Y avanza, con sus sueños en espadas
                    El ritmo de los remos, el oído del oleaje
                    Canta, sin guardar secreto
                    De cuando trazó la espuma, la luna llena
                    
                    Mares superiores carentes de memoria
                    Fuimos marinos antes de llegar el mundo
                    Años dando con estos años caza
                    Construyendo cada uno de los puertos
                    
                    Pequeñas ascuas
                    Pequeñas ascuas para la niebla
                    Antes el cielo fue extensión cuadrada
                    Alrai, Polaris, Boötes, pura piedra.
                    
                    Sin mayor condena que tocar la tierra
                    Hubo muerte donde vida no habría
                    Agua, en lugar de las palabras.
                    
                    Lejos de todo, tomamos posesión de la nave
                    Sí este sol es la idea del guía. 
                        
                        
                    ***
                    
                    
                    Aunque las lanzas arreciaron en torno  en tormentas
                      de hierro, su vano juego fue inocente de heridas.
                      
                    A la vista las redes descansan
                    Lo que oculta esperó la semilla
                    Un montón de huesos eludiendo la jornada
                    Y muros
                    Atestando con despojos la móvil hacienda
                    Que el canto pagó con sopor y fue sueño
                    Cambio seguro, hocico en moneda extranjera.
                    
                    Rápidos perros arrastran el carro dorado.
                    
                    Si calzan las horas el estómago de un cuervo
                    Que otro sueño
                    Otro sueño agencie a las aguas ventura
                    O de puerto a ribera se levante aurora negra
                    
                    Porque hay la noche castigada por el fuego
                    E incapaz discierne en bandos a la muerte
                    
                    Humo donde lucha la amistad
                    Tierras. Mares. Piras de cielos
                    Uncidos al yugo de los días
                    
                    Pon tu corazón en la balanza
                    Que nadie mida el púrpura de la siembra
                    Una estación entre estaciones cava
                    El surco que otro surco canta
                    
                    Hambre nueva, ceniza entre los dedos
                    Siembra y siega útil como tumba
                    Cuando el jardín es un olor que sobrecoge
                    Y viste monte claro, día tibio.