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C. Rodríguez Büchner: “Desde Coetzee en adelante, escribir acerca de lugares socialmente fracturados,
como las periferias de Chile o de Sudáfrica, ya no es excusa para escribir pésimo”

Por Ernesto González Barnert

 

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Christian Rodríguez Büchner (8 de marzo de 1985, Temuco) no lucha tanto contra sus demonios como contra déspotas –esas ideas matrices o personas– interiores o exteriores, sociales o económicas en su ópera prima: Constelaciones (Autoedición, 2011). Un libro que, por fin, retrata el sur que conozco, al que no volvería ni cagando, repleta de esas existencias –grises, opacas– boicoteándose día a día, llena de entelequias y clichés, esa medianía que cala hasta los huesos. Y donde los que van en sentido contrario, no alcanzan a ser un rayo de luz cuando ya está oscuro, nieva.

Rodríguez opera con maestría en el gris o frío azul del infierno de todos los días y este libro de 6 cuentos son el brasero que caldea en esa desidia y falta de futuro, en esa desconfianza y torpeza emocional con que las relaciones y las experiencias se van sucediendo. Por supuesto, sabe que la línea que separa el bien del mal no pasa entre Estados, ni entre clases, ni entre partidos políticos sino que atraviesa cada corazón humano y que lo esencial se resiste a ser contado. Al menos que no sea aburrida la vida es lo mejor a lo que se puede aspirar.

Espero volver más adelante sobre algunas escenas memorables, sobre una edición que le haga justicia a esta ópera prima que derrochó ganas, la puso contra el piso, perfectible en su letra chica, indudable en su capacidad de sujetarnos de cabo a rabo.

Y lea como respondió amable esta mano abierta de preguntas. 

- ¿Cómo fue el proceso de creación?
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Si bien puedo rastrear los orígenes del libro en un par de relatos que escribí hace siete años atrás, terminé la mayoría de ellos poco después de haber quemado las últimas municiones de mi primera juventud; viajé demasiado lejos, intenté demasiadas cosas, gasté todos mis ahorros, pasé por pegas miserables, y agoté demasiadas posibilidades con las que uno debería desengañarse mucho más adelante. Y al final de ese periodo tan corto, sentí que ya había envejecido. Una estudiante muy sagaz me dijo que yo parecía de veintitantos, pero que tenía el aura de un hombre de cuarenta. Y tenía razón. Terminé de escribir el libro en medio de esa perplejidad.

- ¿Cuál es el fragmento que más te gustó?
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“No echaba de menos a mis colegas, ni a los peatones, ni a mis parientes, ni tampoco a mi propia casa. Disfrutaba estar allí, solo, tranquilo, acoplándome al espacio infinito y a la frescura de las estrellas. Siendo yo mismo pero más grande y mejor. ¿Por qué los habitantes de la isla habían elegido quedarse tan lejos? Aún no lo sabía con certeza, pero presentí la respuesta”.

- Es interesante el panorama narrativo que está emergiendo en Temuco, pienso en Luis Marín y su desternillante novela Ciudad Sur, los adelantos notables de Piel de gallina de Claudio Maldonado o tu debut ¿Qué significa escribir en la frontera, Temuco?
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Claudio Maldonado y Luís Marín son dos escritores notables, y me sorprende que me tomen en serio como narrador. Son dos tipos que desbordan experiencia, calle y lecturas, y que pueden hablar del infierno sureño y de la irracionalidad de la clase media con un desparpajo alucinante. Pero detrás de sus personajes excesivos hay una formación literaria de una rigurosidad que he visto en pocos autores, y que va desde la Biblia hasta la poesía joven. Entre los tres hemos aprendido muchísimo, y ellos han sabido soportar mis juicios erráticos y mis ataques de romanticismo con una paciencia que raya en la caridad.

En cuanto a Temuco, hace décadas que no aparecían tantos libros de narrativa, lo cual es casi mágico, puesto que no hay nada que lo fomente; hay pocos lectores, hay una o dos librerías, los espacios culturales están tomados por malos poetas que no van más allá de Neruda y Teillier, y que zigzaguean entre la estupidez y la negligencia. Y a pesar de tener más de diez universidades públicas y privadas, el peso literario de todas sus facultades juntas es menor al de un carro de sopaipillas. Y en cierta forma está bien que sea así. Por supuesto que me encantaría que hubiera editoriales regionales, revistas de arte y más puntos de encuentro; más que nada para no sentirme tan solo. Pero, paradójicamente, esa falta de instituciones crea un pésimo lugar para publicar, pero uno perfecto para escribir. En ciudades donde el aparataje cultural funciona, hay escritores que piensan sus libros en medio de tres mil presiones acerca de qué no hay que hacer, qué literatura “necesita” el país, que si escribes con la mano derecha eres fascista, etc. No sé cómo lo hacen. Eso debe ser asfixiante. Debe ser como respirar gelatina todo el día.

Me gusta poner en un mismo libro un relato de pasión eludiendo todas las reglas del género (excepto lo del amor imposible), luego poner un relato escolar lleno de puñetazos, fracturas, barro y litros de orina, y luego incluir un relato panteísta sin tener que darle explicaciones a nadie acerca de por qué mi libro no intentó salvar a Chile. Trabajar en los extramuros de los círculos de validación te otorga una libertad tremenda. De otra manera, no podría escribir.

- ¿Qué libros han sido significativos en tu vida y por qué?
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Son decenas. Pero para no esquivar el bulto, te nombraré los seis libros que más releo. Primero, las Elegías del Duino, de R.M. Rilke (en la formidable traducción de Otto Dörr). Porque no puedo estar más de dos días sin hojearlo. Representa el tope de lo que una consciencia humana puede percibir respecto a su propio límite y trascendencia. Recuerdo haberlo leído en una tarde de otoño, caminando a través de un campo de cebada que estaba al lado de mi casa. Fue una experiencia estremecedora. Cuando cerré el libro me dije; así que esto era.

Segundo. El Gallo Rojo Vuela Hacia el Cielo, de Miodrag Bulatovic. Por el cariño con que retrata la pobreza rural de Europa del este, y porque tiene las mejores descripciones de paisajes decadentes que jamás se hayan escrito.

Tercero. Hamlet; porque me enseñó que el conflicto es una ficción que el protagonista le impone al mundo, y no al revés.

Cuarto. Todo Enrique Lihn; porque Lihn no fue sólo un deconstructor lingüístico-literario; fue un poeta que supo canalizar sus experiencias más concretas y tangibles (sexo, viajes, infancia, política, artes visuales) en una fustigación a la poesía por su insuficiencia para comunicarlas. Y eso me parece conmovedor.

Quinto. Todo Camus. Por defender a personajes que toman posiciones indefendibles frente a la historia y la política. Por abrazar ese suicidio intelectual.

Y por último, la lección literaria más importante la encontré en todas las novelas de J. M. Coetzee. Desde Coetzee en adelante, escribir acerca de lugares socialmente fracturados, como las periferias de Chile o de Sudáfrica, ya no es excusa para escribir pésimo.

-¿En qué estás hoy?
- Escribiendo artículos y poemas, leyendo a Gombrowicz y a Lamborghini, y pensando en encontrar un lugar donde pueda profundizar mis inquietudes acerca de teología y filosofía.





 

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Entrevista a C. Rodríguez Büchner, autor de "Constelaciones".
Por Ernesto González Barnert