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Sobre Arte tábano de Ernesto González Barnert

Por Marcelo Pellegrini

 

 

Lo primero que debo hacer es excusarme. De un lado, por estar ausente (aunque no soy responsable de este hecho, ya que Ernesto me pidió presentar su libro sabiendo que yo no podía estar ahí, lo que lo hace, para todos los efectos, el único culpable) y de otro lado por ser breve, que será, para todos los efectos también, culpa mía y sólo mía. La otra excusa que les debo a los oyentes del público tiene que cer con que estoy haciendo que mi voz sea prestada y, por lo tanto, inapropiada, en el sentido doble del término, es decir, poco idónea para la ocasión y entrometida. Como esto nace de las dos circunstancias escritas recién, la culpa aquí es compartida por Ernesto y por mí. Además, inmerso como estoy en tareas no muy literarias en este momento, tareas que tienen que ver más bien con la burocracia de la literatura, mis afanes de lector/presentador están descalibrados más de lo que yo quisiera. Algo, sin embargo, intentaré hacer.

En una entrevista al poeta Jorge Torres publicada hace unos años, leí que, para ese autor, el poeta debía aspirar a ser “el tábano en el culo del caballo”. La metáfora se impone sola: el caballo es el establishment en todas sus formas, y el tábano el insecto que pica y molesta a ese caballo de la Troya burocrática. Pienso que a Jorge Torres le hubiera gustado un libro como Arte tábano, porque González Barnert cumple en él a cabalidad con esa verdadera prescripción que el poeta de Valdivia señaló. Un libro molesto que quiere provocar el enojo de todo aquel (aquellos y aquellas) que sabe dónde le aprieta el zapato. En ese sentido, muchos de los poemas de Arte tábano son manifiestos con visos de declaraciones de principios. Por ejemplo, el poema que dice:

Tras leer la respuesta del fondo de cración literaria
por segundo año consecutivo
encuentro otra razón para encerrarme en la pieza hasta dar con Kafka
pero desde adentro ahora.

Comenzar por descascarar este blanco invierno con la lengua,
joder alimaña.

Tábanos y alimañas; podemos ir adivinando que el bestiario de González Barnert no es ni utópico ni fabulesco, sino más bien bizarro, en el sentido que Baudelaire le daba a esa palabra que tanto amaba.

Otro poema tábano que encontramos aquí se mete –esa es la palabra- con uno de los íconos más sacros de nuestras letras: Gabriela Mistral, que de Virgen y Madre (Pedro Prado dixit) ha pasado a ser una especie de Safo contemporánea. No vino de Lesbos, pero vivió en su isla de Monte Grande toda su vida. Los dichos del poeta en este poema son, ciertamente, tabanescos. Cito los primeros versos.

Chile entero Mistral
Chile entero loca, borrascosas crestas de mierda plástica y mineral, estiércol
para que crezca una puta y patética flor
llamada poesía chilena.

¿Un poema en contra de Mistral, o a favor? Si es en contra, no puedo sino imaginarme que se trata de una contra productiva, como la que todo poeta elabora sobre otro poeta. Si es a favor, por cierto que no es nada complaciente. ¿Puede ser a favor y en contra al mismo tiempo?

Todo esto me lleva a pensar en dos breves poema de este libro, que resumen y reelaboran el tono de los poemas recién citados, a pesar de ser ambos muy distintos entre sí. El primero dice:

Te fijan del tamaño de un tábano
y te cortan las alas
y te ponen un palo en el culo
por volar y joder,
por poeta.

El otro dice:

            Mi única lealtad es con la poesía.
            Su impacto.

            No esperen de mí otra dirección.
            Mi timón está hundido en sus sombras.
            El oído a su orden.

            Todo lo que vaya en su contra va en mi contra.
            Es asunto mío.

            Se equivocan los que esperan otra cosa.

            Mi punica lealtad es con la poesía.
            Con la herida que cerrándose cauteriza y vuelvo abrir.
            No borra.

            Yo su da.

¿Qué hacer con el tono perentorio del poema y que prevalece en el libro entero? Se me ocurre decir que González Barnert es un poeta exigente que busca cierto perfeccionismo moral. No nos escandalicemos por el adjetivo moral. Como bien lo señaló Terry Eagleton, mucho antes que los adalides de las buenas costumbres se apropiaran de esa palabra, ésta no señalaba otra cosa que el arte de la convivencia humana. La moral de Arte tábano, entonces, sucede por la poesía, es palabra y acto, o sea, un verdadero acto de habla. Es una especie de nueva ciudadanía fundada en y por el acto poético. Difícil tarea, debo decir, porque, hasta nuevo aviso, esa labor está destinada a ser la lucha de unos cuantos solitarios que muchas veces no se comunican entre sí. Tan difícil es esto, que el último y enigmático verso del poema (“Yo su da”) puede ser visto como una imposibilidad, tanto sintáctica como semántica.

Por supuesto que no todo en el libro es reclamo y diatriba de alta temperatura poética. Si bien es cierto que creo ver en estos poemas el predominio de una escritura punitiva del mejor nivel, hay también alusiones a ciertos extremos de la tradición literaria occidental, como Rimbaud y Carver. Pero no nos olvidemos que ambos, a su manera, fueron el tábano en el culo del caballo. Tan distintos ambos, pero tan cercanos en ello, uno en París y en África, primero cambiando para siempre la poesía y luego traficando armas, el otro entre California y Syracuse (New York) peleando contra el demonio angélico del alcohol. ¿Y qué decir de Gabriela Mistral? No voy a decir aquí que era marginal ni mucho menos, pero la inagotable caja de pandora que son sus papeles inéditos nos está revelando a una figura muchísimo más compleja de lo que pensábamos, figura que estaba presentísima, por cierto, en sus poemas, incluyendo los de Desolación y Ternura. A su modo, Mistral es la madre tábana de nuestra república literaria, y,  por qué no, civil.

Ya termino. Arte tábano es un libro molesto, no molestoso. La rabia y el escándalo son los combustibles de su autor, y esas entidades nacen de su irrestricto apego a la poesía. No me queda más que saludarlo por el lanzamiento de su libro, y pedirle dos favores: primero, que lea esta noche el poema “El tallador de crucifijos”, donde aparece otro tábano egregio (Ezra Pound); y lo segundo, que cuando nos encontremos en mi próximo viaje a Chile me regale un ejemplar dedicado de su libro.

Gracias.


 

 

 

 

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