
        
        Presentación del libro de poesía
            Juana  de Lestonac (Calabaza del Diablo, 2010)
            de Gabriel Silva
        Por Ernesto González Barnert
        
         
        Desde un comienzo, es decir, a partir del  título, Juana de Lestonac es una pista tan falsa como verdadera. Me explico, no  es un libro sobre la religiosa de Burdeos, Juana de Lestonac (1), que vivió  las guerras entre católicos y protestantes y de ellas logra un síntesis de cuño  jesuita notable en la formación educacional de muchachas, valiosa, para la  época. Más bien el nombre del libro proviene de la calle(cita) “real” ubicada  entre Seminario y Bustamente donde el poeta plantea la ocurrencia del libro (eje). Sin perjuicio de que El Compañía de María esta a la vuelta de  este libro o casa. 
        Ahora que viene a mi cabeza –a propósito de  este libro y su llamativo nombre-, la carta de Barthes al cineasta Antonioni  llamada “caro Antonioni” donde hace una distinción -vía Nietzsche- entre la  figura del sacerdote (“tenemos más que suficientes de ellos”) y la del artista.  “Al revés del sacerdote”, escribe, “el artista se asombra y admira. La mirada  del artista puede ser crítica, pero no es nunca acusatoria y resentida”. Interesante  notar que en pocos años, con la baja de sacerdotes, los poetas se han ido  “acerdotando”. Pero el libro de Gabriel Silva, no se deja llevar por la  pontificación ni acusatoria y resentida, rara avis, a su época.
        
          
            El juego comienza.
              Ustedes se preguntarán ¿Cuál juego?
              El de recorrer una casa en dicha calle
              que no tiene nada de juego.
          
        
        ¿Qué es una casa? A veces ante las preguntas  más sencillas nuestras respuestas no dejan de ser torpes y oscuras. 
        Aquí la casa es propiamente un piso, en sentido  estricto, Un piso que repetidamente se llama casa, lo que nos hace saltar a la  condición de signo de tal, metafórica si se quiere. 
        Juana de Lestonac de Gabriel Silva trata  básicamente sobre una casa ubicada en dicha calle. Donde el propio “narrador”  de este libro (Sí, escucho bien, el propio narrador) de poesía va dando cuenta  de su posición, estado, deterioro, tensión, restablecimiento. Claro, lo hace  metafóricamente sosteniendo un tridente de significados, sin perjuicio, de los  que trae cada texto en particular o le procura a otro lector. No agoto aquí sus  sentidos, llamo la atención sobre tres puntos que me parecen cruciales en la  poética yacente y subyacente del texto sobre el que discurrimos a modo de  presentación crítica.
        Tridente
        a) La casa como tal y todas sus aristas y  cargas significativas.
          b) La casa como lenguaje figurado de sí mismo,  es decir, del cuerpo del hablante. 
          c) La casa como ser en el lenguaje (la casa  donde mora el ser es en el lenguaje señala Heidegger). De ahí que este libro  tenga un dejo metapoético en cada texto que lo compone.
        Por cierto, este tridente o triple alegoría  avanzando como una trenza pone a Gabriel, por cierto, en el lugar que le  corresponde entre los buenos poetas de su generación. Cada vez más difusa.  Donde se han ido colando nombres con obras de peso como Carlos Henrickson,  Camilo Brodsky, Antonio Silva, Lorena Tiraferri (extrañamente inédita como el  caso de Virginia Gutiérrez B. en la siguiente promoción), David Bustos,  Christian Formoso, Herrera, Jaime Pinos, Cristián Gómez, Paulo Huirimilla,  Julio Espinosa, Juan Cristobal Romero, Fischer (poeta fuera del país), entre  nombres que ahora se me quedan en la punta de la lengua. Desfigurando una  carrera que parecía dominada por muchos cuerpos por Germán Carrasco, Jaime  Huenún, Andwanter, Leonardo Sanhueza, Folch, Chico Figueroa, Julio Carrasco,  Yanko González, Armando Roa, Marcelo Rioseco, Marcelo Pellegrini, Véjar (veáse  su antología a modo de primer apronte de mapeo), Sergio Madrid, Sergio Muñoz,  Ismael Gavilán, Adán Mendéz, Octavio Gallardo, Oscar Barrientos, Pedro Araya,  Javier Bello, Lienlaf, Alejandra del Río, Verónica Jiménez, etc. Esto recién  comienza. Por supuesto, esto es una lista al voleo, sin pretensiones de  cerrarse o llamarla definitiva, sino de llamar la atención a ciertos nombres  que conviven y me han deparado gratas lecturas en estos años. Faltan muchos que  también y se me escapan en mi tecleo veloz… ya iremos nombrando a medida que  hablamos de estos autores y sus obras los restantes (2). 
        Volvamos a la idea de casa y digamos que esta  es una con las páginas abiertas. Eso, a mi juicio, es la tensión que mueve el  eje del libro de principio a fin. 
         No es una casa cerrada. Es siempre un recorrido  al interior de ella, por sus alrededores.
No es una casa cerrada. Es siempre un recorrido  al interior de ella, por sus alrededores. 
        Una casa para recorrerla sin olvidarla jamás.  Un recorrido que parte siendo real y concreto y termina dejando un sabor  espectral y opaco, descarnado y severo.  
        El habitante de esta casa no es el hombre  elefante sino un cirujano plástico operando su monstruoso malestar, “filetero  de su propia tripa”. 
        Y lo hace con un estilo clásico y con eco de  sabiduría oriental. Sin forzar nada. Todo fluye por la sangre de este galeno de  sí, por la corriente de esta casa. Un fluir reposado adobado por el imperio de  la experimentación. Una experimentación del tipo Poundiana en su ABC. Tensionada  por el conflicto interior de la casa, el ser y la palabra.
        Narrado con un lenguaje sobrio, preciso, lleno  de sutilezas y alcances. Pero ceñido por el salvajismo e inconciente del jardín  interior, las afueras, el parque incendiado, la dulcería. Que empuja a la  repetición de palabras, ecos, diálogos de sordo, apuntes en cursiva. Una mano  capaz de podarlo todo… de planear o hacer planos de todo. 
        Sea desde el cuarto con libros, con espejos,  cerrado. O en la primera planta.
        En fin, un libro, casa o poema que siempre es  una vida vuelta para sí. Una manera, por cierto, criminal de contenerse. Una  mancha de sangre que va creciendo proporcionalmente a la desaparición de un  hombre -un hombre que en el tercer piso golpea su cráneo contra la pared, su  voz: el ritmo que domina su obsesión-. Sin duda, un poemario que solo puede destruirse  desde su interior. 
        Enhorabuena la reedición de este magnifico  volumen. 
        Ñuñoa, Santiago de Chile, Jueves 16 diciembre de año  2010.
         
        * * * 
         (1) Su  padre fue Ricardo de Lestonac, miembro del Parlamento  de Burdeos y consejero en asuntos religiosos, defensor de la fe católica,  conocido por su integridad y probidad. Y su madre Juana Eiquem de Montaigne,  comprometida con el calvinismo, participante de reuniones clandestinas en la  que se resistía, a su manera, a los viejos moldes. Mujer culta, atrevida, capaz  de divergir con su marido en la tumultuosa cuestión religiosa. Y como sospechan, sobrina de Michel de Montaigne. Él mismo  la instruyó con fuerte acento renacentista cosa no tan común y sobre todo a una  mujer. Piénsese que la educación en la época partía a los siete años. Los niños recibían educación separados  de las niñas. Las niñas podían recibir alguna clase particular o aprovecharse  de las lecciones o el preceptor de los hermanos, si les dejaba el padre. En resumen, una época de matrimonios mixtos, educación en las dos  confesiones. Pero nunca dejó de sentirse católica.
        Se  casó, tuvo varios hijos, algunos   murieron, etc. A los 46 años y cuando los hijos ya no la necesitan y  fallecido su marido un buen tiempo atrás, entra en las Fuldenses-Cister de  Toulouse. Goza con su nueva vida. Largas horas de oración. Penitencias.  Silencio y abnegación. Paz. Meses de duro aprendizaje. Sus ansias de entrega a  Dios se afianzan, pero su cuerpo se debilita. Debe renunciar. Al pedir a Dios  una respuesta, obtiene una doble visión. Un montón de jóvenes caen por un  precipicio. Y entiende que su papel será tender la mano a aquella juventud  amenazada y vivir con las actitudes de María. 
        Así  acaba fundando La Compañía de María. Instituto que tratará de llenar una  carencia concreta de Francia del siglo XVII: La educación integral femenina.
         (2) 
Este  es un párrafo que merece más exactitud y trabajo. Pero tengo que escribir mi  carta al viejo pascuero antes que sea muy tarde. Y todavía hay mucho más que  decir sobre Juana de Lestonac. Y que, por supuesto, no agotaré en mi  presentación.