Coronación  de Enrique Brouwer (Ediciones Kultrún, 2007)
            de  Clemente Riedemann
Por  Ernesto González Barnert
            
        Leer  a Clemente es leer una de las voces poéticas que se agradece  nunca se rinden, ni van por menos. Este librazo es prueba de ello. De  su porfía, su ética a escala humana, un golpe de puño  a la mesa cuando a muchos les basta con arreglarse los bigotes,  tragar, acomodarse donde no los jodan o joder donde no duele.  Contra  tantos a nuestro alrededor que se conforman con ejercer magisterio en  su pequeña tiranía doméstica, meterle el palito  al que sigue en alguna universidad o institución educativa,  para seguir escribiendo su revolución en papel oficial. Por  eso y más aconsejo leer este libro pirata, tan de temer a los  arribistas y tecnócratas de la capitanía general, esos  nuevos racionalistas que ha terminado bautizándonos en la  dialéctica del vende o compra (en síntesis  consumidores), donde todo y cada uno de nosotros tiene su precio.
Contra  tantos a nuestro alrededor que se conforman con ejercer magisterio en  su pequeña tiranía doméstica, meterle el palito  al que sigue en alguna universidad o institución educativa,  para seguir escribiendo su revolución en papel oficial. Por  eso y más aconsejo leer este libro pirata, tan de temer a los  arribistas y tecnócratas de la capitanía general, esos  nuevos racionalistas que ha terminado bautizándonos en la  dialéctica del vende o compra (en síntesis  consumidores), donde todo y cada uno de nosotros tiene su precio.
        Bien  lo dice Jack London a propósito de este libro que nos convoca:  “El hombre moderno vive más miserablemente que su antepasado  salvaje, siendo que su poder productivo es mil veces superior, no  cabe otra explicación que la de una mala administración  de la clase capitalista; que sois malos administradores, malos amos,  y que vuestra mala gestión es imputable a vuestro egoísmo”  o se despacha esta flor de mil años: “la clase media es como  un corderito que tiembla entre el león o el tigre, condenada a  asumir una disyuntiva digna del príncipe de Dinamarca: Unirse  a las reivindicaciones de los desposeídos o ser absorbida y  aplastada por las clases pudientes.” Clemente que lo sabe, abre las  velas en la tibieza del ciudadano medio, contra la tiranía de  la moderación, esos tecnócratas teniéndonos en  permanente crisis cuando solo es un problema económico grave.  Hay que dejar de ver la vida con una lectura económica  excluyente. Esa que busca tenernos sanos siempre y cuando sea para  producir más, no para pensar diferentes o discutir. Estudiosos  siempre y cuando sea para darle más utilidad a las cosas y no  valor. Ciudadanos siempre y cuando andemos con el rebaño y la  ideología marketinisada de hoy. Nos comportemos como el pobre  poeta de morandé con compañia. Un pirata lo sabe,  Riedemann también y este libro es una verdadera educación  sentimental, una poesía fiel al impacto de la realidad externa  y sensible a las leyes interiores del ser del poeta. Y contra ese status quo se revela con alta gracia poética, pone la  bandera negra con una calavera de la poesía.        
         
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           De Coronación de Enrique  Brouwer (2007)
           
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            Ya  avistado el enemigo, mandé poner a tope la bandera negra y me  alisté para el mortal ataque. Recordé, entonces, la  primera vez que fui a tu casa.
              
            Volteó hacia el NO. la  nave sorprendida, como tú, entonces, procurando huir, pero  ansiando un asalto de mi parte.
              
            Concluida la cena el cielo se  despejó: el viento propiciaba un abordaje. Puse la proa en  recto hacia el horizonte, medio a medio del corazón de la nave  madre.
              
            Un par de cañonazos fue suficiente para acabar  con el orgullo de aquellos infelices : arrodillados sobre  cubierta, rezaban a sus dioses y a sus ángeles, mientras  recibían la descarga mortal.
              
            Tú también  sollozabas, entonces. Y, como éstos, era la única  resistencia que oponías. Un juego de niños fue para  este Almirante coger lo que era menester para su peculio.
              
            Como  tú, también éstos al demonio en mi silueta veían  y no al hombre dispuesto a ofrendar la vida por un beso. Como ellos,  también tú me diste pena entonces, pues prefiero vencer  con honor, que no con imágenes ni enseñas.
              
            Así  que en ambas contiendas no hubo perdón. Enloquecidas de pánico  y de placer, rodaron nomás las cabezas de uno a otro lado de  la cubierta. 
              
            Después sobrevino la calma: un poco de  sangre quizás; otro poco de humo; unos cuántos gemidos.  Y un oleaje de sábanas revueltas.