De la Sonoridad y el Amor en Arte Tábano
Fernando Ortega
Santiago, septiembre 2010
El arte del ayuno y de la resistencia busca, como todo buen arte, satisfacer la necesidad interior; y en este poemario se exhibe con generosidad esa llaga abierta, la necesidad creada para nunca ser satisfecha. Impotencia que se traduce claramente en la forma: fue necesario el uso de palabras con un sonido interno tosco y seco: tara, tendal, palme, rajo, sonido ya probado en la entrega “Higiene”. A estas palabras se suman otras con un dejo de viscosidad: gamo, abulia, escudilla, lo que abre la percepción durante la lectura y la condiciona para recibir golpes y sentencias al hueso: énfasis en la Verdad que atraviesa el libro.
Notables resultan las frases en donde la descomposición de la escritura (postulada en el mismo libro), y quizás discontinuidad, genera una textura que refuerza y consolida el espíritu presente en las palabras: “Ahora saca el pie con calceta. / Se ancla”; “Yo su da”; “Y madre lo regurgites”; “quizá palme”, versos cuya tensión interna devela el estado del autor al momento de la escritura, extraña mezcla de sosiego, arrojo y control:
“Costas no,
intermitente”.
Este ritual auditivo contrasta con frases más figurativas, que complementan y dan un equilibrio a la forma, además de concebirse concientemente como ‘pasadizos de aire’ dentro del túnel en donde la respiración resulta entrecortada. Abundan los versos que sacados de su contexto quedarían como una pulga en el desierto, frases sacadas de una conversación a mediodía que el autor eleva a categoría estética: “buenos días a todos”; “no hay problema”; “después confías en que te llamen a comer”; “no bajarás la mirada ahora que la tetera de hervir agua silba”. Todas frases como flores comunes y silvestres, pero que puestas en la cabellera de una mujer se tornan relevantes y le dan una belleza contundente, que con prestancia y exactitud refuerzan el tono seco y sombrío del libro.
*
Los poemas de amor de pareja representan un 6% del conjunto, pero en su contexto tienen un peso específico mayor al resto muchos de los poemas; son como una pasa dulcísima que encontramos al degustar una empanada con mucha carne. El amor, sentimiento válido hasta en las más complicadas condiciones de existencia (como da cuenta en varios episodios la Humanidad del autor), no sólo se muestra explícitamente hacia la compañera; también está implícito en formas menos convencionales hacia ‘los demás’, a manera de compañerismo, martirio, o como consejos generosos hacia los que vienen. El poeta dice “no puedo escribir sin amor”. Estamos frente a un libro de amor en una piel de oso. Sin esos poemas de amor nos hubiéramos quedado con una noción limitada del autor. Quien le exige al amor puede exigir una Poesía como humanidad en Dios.
Como en su libro “Higiene”, Ernesto nos permite entrar en su casa, en lo íntimo de su habitación, a la hora de almuerzo y en la hora misma en que el poema se concibe. Nos deja entrar en su pensamiento tal cual fue, sin pulir, sin demasiado brillo para no encandilarnos con el proceso mismo. No nos importa el proceso acucioso que se observa en los poemas acabados a manera de arreglo floral, en otros poetas. Ernesto lo sabe demasiado bien, y tiene la pluma calibrada con el ejercicio de cientos de lecturas y escrituras. Esto y sus momentos de ebullición, son suficientes para dejar una marca redonda sin mucha oficiosidad, por decirlo de algún modo.
Esto último deja una ancha puerta al tratamiento de otros temas que el autor descubrirá en el mediano plazo, cuando más de una generación de salmones pasen río arriba bajo el puente. Con Arte Tábano, ya quedamos representados los pinos cargados de nieve incapaces de sacudirnos por nosotros mismos, los que echando raíces de palabras tratamos tozudamente de empujar el concreto, los que hacemos todo esto, porque sí. Y además de la curiosidad por lo que vendrá a sumar, queda un profundo sentimiento de gratitud por la generosidad demostrada.
Sigo el ejemplo. Buenos días a todos. Ayuno.