
        Aproximación a Bruto y líquido (Am  libros, mayo 2010) de Juan Manuel Silva Barandica
        Por Ernesto González Barnert
        
        
         Hablemos  del poemario Bruto y líquido como un  rayo luz que devela el polvo en suspensión a la portentosa hora en que el día  se va o la mañana comienza. Un rayo de luz que cruza la intimidad llana de la  familia y los días, el pasado. Con epifánico aliento contemplativo se cierne  sobre esas motas de polvo, cálida luz sobre la literatura y los objetos, sobre  lo observado. Y  lo hace con mucha sensibilidad y clase, sin exageración ni  golpes bajos. Con un tremendo número de versos de factura y fineza. Poemas que  empujan placida y cordialmente por los vericuetos propios de su caza y alcance.
lo hace con mucha sensibilidad y clase, sin exageración ni  golpes bajos. Con un tremendo número de versos de factura y fineza. Poemas que  empujan placida y cordialmente por los vericuetos propios de su caza y alcance.
        Cuyo  sello si se me permite “esbozar” sería la maña de Juan Manuel Silva Barandica  (Santiago, 1982) para acusar el paso del  tiempo en cada texto, sean dos amantes comiéndose un helado, una palta, el  gato que lame la tarde de sus pelos, etc. Así lo paladea, deja en la punta de  la lengua, lo bebe como un mate lento y reposado –por supuesto- con arte. Con  el arte de saber cebarlo y sorber. O la manera de enraizar sus textos en  profundas y sensibles vueltas de tuerca hacia su desenlace o capitulación.  Claro, sin perder lo grácil y reflexivo, lo imaginativo e intelectualmente  afable. Aunque a veces la soltura de paso a lo descosido o derechamente  innecesario.  
        Sin  duda, un poemario con ciertos tics y obsesiones que todavía no construyen una  voz en todo su potencial y sitio, pero da cuenta de estar a la vuelta de la esquina  de lograrlo. Si es que no lo consiguió ya con la otra obra que trabaja en la galera  de pruebas, al presente, y que oigo fraguar día y noche en mi atalaya.  Y de la cual algunos destellos oídos al pasar  en lecturas me parecen luminosos.  
        Pero  aquí bastan poemas como Legoland, 1991, Té, La tumba de las luciérnagas, Bruto  y líquido, Limpieza, etc. para celebrar un poeta que vino para quedarse hasta  el final, juega en serio, tiene hábito, sabe que un poema empieza en deleite y  termina en una escorada sabiduría.