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Romería (Del Aire editores, edición Kütral 2010)
de Juan Huenuán Escalona

Por Ernesto González Barnert


Romería es, tanto un viaje digno y poético, como una peregrinación y festejo bien tallado, seguro de sí mismo, emocionante y perceptivo. Sabe que el asado del poema -para empezar a hablar de literatura, en serio-,  se hace con las brasas y no con el fuego. Y así templa y prepara un libro de 73 páginas imperioso, firme y cortante. Que trata sobre un chileno de origen mapuche, marcado por el mapa roto de su estirpe, en la frontera, escudriñando o reconciliándose en la figura del salteador de la memoria entre su ralea. Donde reconstruye -desde los vestigios de su propia memoria, sobre la tradición fragmentada de su pueblo e historia, atento a las voces muertes y vivas que arden en su comarca-, un canto oscuro, vivo y poético donde maldice y perdona a la vez anudando al que es. Todo esto más bien sobre una “comarca” interior y mental que concreta y asible. Y con un lenguaje en el que confluye una metaliteratura de raíces surrealista “a la chilena”, dejos nerudianos, la tradición poética mapuche.

Ciertamente, Juan Huenuán Escalona (1977, Temuco) nos lega en su primer libro una obra madura y viva, entroncada con las raíces de la poesía chilena y mapuche, hija de su tiempo, donde perito se vale de un castellano castizo e incisivo, que saca chispas a la lengua invasora y le agrega la profundidad atmosférica de la mapuche sin utilizar nunca una palabra en mapuzugun, lo que no sé si es bueno o malo, pero constata la ruptura y pérdida de la cultura del hablante lírico con inusitada fuerza crítica. Por eso, se me antoja, equivocado el gesto de hacer éste un libro bilingüe.  Pero eso es harina de otro costal. Por otra parte, la factura material del libro, es atractiva, ideal, a pesar, incluso, de la falta de índice. Lo que en días en que proliferan auto-publicaciones descuidadas y sin editor, constituye una gracia.

Romería no sólo es un buen libro de poesía (más allá de los subtítulos o apellidos), es un libro que no los necesita en lo más mínimo. Y a su vez el libro de un amigo, un compañero de ruta generacional y de frontera y al que no puedo dejar de aplaudir por su primera y voluntariosa entrega desde esta tribuna, ya con ganas de ver el siguiente paso en su poesía donde espero este autor siga entusiasmándonos y mejorando de camino al corazón de los aficionados.

 

 

De “Romería”

 

                     ROMERÍA

I

Se quebró el mapa en las patas de la bestia
y el galope se deshizo al sueño del corral
que contuvo tu vejez.
La única puerta de ceniza que el caballo huele,
es la salida a la comarca que maldice y que perdona
en el mismo canto.
Entonces llegaste con la huella del río,
como peregrino que esconde su lepra
y ve acercarse y alejarse las naciones
y ve que sus catres nunca hospedarán tu ira.

 

II

Y la panza de la noche abriste con guadaña,
vaciándose de pueblos semejantes al silencio.
Sus hombres te vieron como un santo desgranando rosarios
para darles la carne del milagro.
Así bebiste con ellos hasta la preparación del lecho,
bellos cueros manchados por el canto de sus hijas,
viejo tajo que se adora cada vez que el plato
se rompe por el calor de la sangre,
pulso innato que reconoces como gotera
en la caverna de tu estirpe.

 

 

              BOCA ADENTRO DEL CERRO

Boca adentro del cerro
el pulmón del lodo sopla su canto.
La vértebra de la miseria
apaga su antorcha en los ojos
                                         de la niña
y los zaguanes con sus piedras
y las rendijas de la tabla
custodian sus sueños
como a los huesos del cielo.

 

                    

              AJÍ AL FUEGO

Colgada está la guitarra en la pared de la rancha.
El hombre talla el madero,
mientras se ahúma de la cara los surcos.
El mosco verde entona la copla de los muertos
zumbando en la boca del instrumento.
Afuera pasó el jinete a romancear la memoria del ganado.
El hombre deja a un lado el madero y arroja un ají al fuego
para alejar las malas presencias,
                                                   dice.

 

            

 

              EL MAPA ROTO DE LA SANGRE

Cuando la queja madura cada tarde,
de vuelta al catre y a su signo polvoriento,
las piedras de tus ríos se cubren azarosas
en las rutas que escarban tu morada:
              
               Canto que tu mano va sellando,
                ya quebrado el acertijo de la infancia.

Solo el viento te siguió como perro,
en esas tardes sin fogón ni caldo tibio,
en su hocico portando el recado de la trilla
y tu sueño en ancas del muelle de paja.
Hecho está el mapa roto de la sangre.


 

 

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