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En off de Astrid Fugellie, un testimonio sublimado
Por Ernesto González Barnert
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Al leer En off (Ediciones Torremozas, abril del 2015) de Astrid, así como el Libro del mal morir (Ediciones Asterion/La Trastienda, agosto del 2015) percibo a una poeta que viene en proceso claramente de indagación mental y balance afectivo/espiritual de la mujer que es, fue y no fue, la que soñó ser, siempre inmersa en la cicatriz de sus heridas bajo una mirada sellada por el talante poético del testimonio sublimado. Por consiguiente, es la confesión la fuerza que punza cada una de estas páginas marcadas por la concisión del poema breve y la hondura del dolor y la proximidad también de la muerte en el vaivén de la propia vida en la que se ha debatido con múltiples rostros, máscaras, anhelos, esperanzas en tanto esposa, madre, hija, empresaria o poeta. El resultado son estos volúmenes de balance existencial en que aparece una voz marcada por la sublimación poética, acorazada en el rigor de la lengua madre y literaria y el testimonio lírico sobre el paisaje yelmo de lo que resta y sobrevive, puja en resistencia.
Así interesa como En off instaura un diálogo abierto en contraposición con Altazor de Vicente Huidobro y con ella misma en la toma de posición de la voz mediante la hablante “Asteriza” de su escritura, oscila bajo una aparente normalidad que nunca es tal en un vivir y desvivirse atormentada, a fuego en el río subterráneo de la poesía y el amor. Sin duda, una asteriza que hilvana con un “yo” dividido en un patente Jekyll & Hide. Así con exactitud emotiva y sequedad lacerante, bajo el velo de la soledad narra poéticamente su sino, en un ascenso sublimado del propio desencanto en una bajada lírica a su pequeño infierno personal.
El dormitorio
destrozado a la espera
de nadie
con el televisor retratando
tus lágrimas
y ese espejo
recostado
en el abandono.
A los pies de este poema también podemos sugerir un diálogo del mismo calibre y desesperación con el notable poema Televidente de Óscar Hahn. En fin, en Off se deja ver todas esas preguntas sin respuestas que tiene una vida, las equivocaciones y sueños de Asteriza, el temblor de la mujer que cree (y jugó su vida) en la palabra y la infinitud del desgarro poético (real o imaginario) desde donde brota su escritura como su aullido oculto de animala, su certeza de monja fragmentada, donde Dios es un vínculo celestial que nunca la inundó en tanto cuerpo y mujer. Albert Camus dijo, si mal no recuerdo, que vivimos en los tiempos del miedo, la época del miedo, hay mucho paño que cortar bajo esta premisa que calza también con el descenso y agonía, con el insomnio terrible de los días en Asteriza. ¿A qué voy? A que no se escapa de este marco de lectura de época porque detrás de cada poema hay una lectura hiper-consciente de sí y del oficio, los signos de su tiempo. Y también esta premisa de Camus es subrayada, creo, cuando con una claridad la poeta suelta: “tuviste miedo de ser dos, tres, los cuatro rincones del espejo”. O en un poema como “Acabarse en este viaje” (p. 33), poema genial en tanto la fuerza de su desgarro y brutalidad, el descaro cruento de su testimonio. O el poema “No te acogen las ciudades” demoledor en cuanto a su descarga de falta de consuelo y fe, de esperanza. Por supuesto, su madre es en este poemario su Virgilio en este viaje por la muerte y la culpa, el descenso y la agonía personal, a la hora del balance y apagar las luces. Con el horizonte como un funeral por venir, que fue, que avanza sigiloso tras cada poema arrojado en sordina. Por otra parte, también subrayo el poema “Te has acostumbrado” (p. 49), y los dos siguientes que componen un tríptico logrado en días de soledad y mordaz autorreflexión. En Insomnio, una especie de coda en clave literaria del descenso de Asteriza, se desarrolla con eficacia la tormenta personal del no dormir. Aquí cito de inmediato este tremendo poema breve (p. 70):
Abandonar mis máscaras enlodadas.
Me abandono de mí para estrujarme.
La noche es oscura: mandíbula
antigua llena de caries.
Un poema acotado en su rango de alcance, pero colosal en el marco de un insomnio ominoso en que la voz poética comienza a imaginarse muerta, se equilibra apenas al límite. O en una especie de “entierro” que podríamos llamar de otra forma “el derrumbe de un modo de vida”. Pero también a duras penas, no sin ironía, deja ver un destello de luz bajo el poema de la página 80 que encuentro notable o en su reverso cínico el de la página 85 como una salida humana demasiado humana de un poemario en el que su autora gritó descalza por la oscura página en blanco su pena. Y no pocas veces esos poemas se quedaron conmigo en el silencio de mi propia lucha, estrellas en una noche sin luna.