Nacido en Buenos Aires en 1973, Mariano Rolando Andrade es un escritor, poeta, traductor y periodista que ha tejido su obra entre diversas geografías y lenguajes. Actualmente radicado en Montevideo, ha publicado libros de poesía como Los viajes de Rimbaud (1996), Canciones de los Mares del Sur (2018), Aristas, relatos en los confines de Europa(frag) (2021) y Baladas de los Mares del Norte (2023). Su libro Canciones de los Mares del Sur ha trascendido fronteras, siendo traducido al italiano (Canzoni dei mari del sud, 2023) y al francés (Chansons des mers du Sud, 2024).
Como editor, Andrade se ha destacado por compilar los dos primeros volúmenes de la poesía reunida de Luisa Futoransky, con las ediciones Los años argentinos (2019) y Los años peregrinos (2022). Además, ha traducido obras fundamentales como Poesía Beat (2017), Testamento de François Villon (2022) y Al norte del futuro de Christophe Manon (2023).
Reconocido internacionalmente, obtuvo el Premio Juan Rulfo de Radio Francia Internacional en 2001 y su obra ha sido incluida en múltiples antologías, tanto en Argentina como en Europa. Sus poemas, publicados en países como Marruecos, Grecia y Venezuela, han sido traducidos a más de seis idiomas, confirmando su lugar como una voz clave de la poesía contemporánea.
En esta entrevista, exploramos los viajes literarios y personales que han moldeado la obra de Andrade, sus influencias y su constante diálogo con el mundo a través de la poesía y la traducción.
La escritura se presenta en la obra de Mariano Rolando Andrade como una actividad múltiple, una convivencia entre géneros que, aunque a veces parecen resistirse entre sí, acaban complementándose. Andrade describe su trayectoria literaria y periodística como un corpus heterogéneo, una suerte de enciclopedismo en constante expansión. De sus relatos y crónicas en Aristas, relatos en los confines de Europa, pasando por la ficción histórica de Los viajes de Rimbaud, hasta la poesía de Canciones de los Mares del Sur o Baladas de los Mares del Norte, la escritura encuentra su cauce en la forma que mejor la contiene. Incluso en su práctica periodística, marcada por más de 25 años cubriendo conflictos y eventos excepcionales en diversos rincones del mundo, prevalece la búsqueda de lucidez y objetividad en circunstancias de alta intensidad.
El viaje, tanto geográfico como emocional, constituye otro eje central en su obra y vida. Andrade reflexiona sobre la manera en que desplazarse por el mundo activa líneas de pensamiento y sensaciones que alimentan su escritura. Desde su primer viaje a Europa en 1996, que coincidió con la escritura de Los viajes de Rimbaud en su natal Temperley, hasta largas travesías por Asia, Oriente Medio y Oceanía, el movimiento físico y existencial ha sido un motor creativo. Para él, el viaje implica salir de la zona de confort, enfrentarse a la otredad y encontrar respuestas en las periferias. Estas experiencias, cruzadas por su situación personal y emocional, se convierten en una disciplina para cuestionarse y construir nuevas narrativas.
En su poesía, se percibe una influencia notable de geografías y tradiciones anglosajonas. Canciones de los Mares del Sur, concebido como un renacimiento literario, surge de un viaje solitario por el Pacífico Sur que llevó al autor a lugares asociados con figuras literarias icónicas como Stevenson, Rimbaud y Conrad. El resultado es una obra que mezcla introspección y homenaje a esos ancestros literarios. Por otro lado, Baladas de los Mares del Norte continúa esa exploración, pero con una poética distinta, más narrativa y diversa en sus paisajes. Andrade, además, encuentra en la traducción literaria una extensión de su búsqueda creativa, como lo demuestran su trabajo con los poetas beat y con Christophe Manon, experiencia que califica como un proceso de comunión literaria que ha enriquecido profundamente su imaginario.
—Has publicado poesía, relatos y traducciones, además de tu trabajo en periodismo. ¿Cómo definirías tu relación con la escritura? ¿Es distinta según el género literario o la actividad? —Es una pregunta que se plantea siempre, y para la cual siempre propongo una aproximación, carente de certezas. Los géneros coexisten, con sus dificultades. A veces se llevan mal pero, como los viejos matrimonios, no saben vivir solos. Escribo. La escritura encuentra sus formas, fluye por donde mejor se siente. Hay relatos, crónicas quizás, como en Aristas, relatos en los confines de Europa. Hay una novela basada en hechos históricos manipulados, como Los viajes de Rimbaud, hay un poemario como Canciones de los Mares del Sur, que tenía todo para ser un libro de crónicas pero terminó encontrando la forma del verso. Están las Baladas de los Mares del Norte, un poemario más tradicional si se quiere. Y así puedo seguir con otros inéditos que se acumulan en casa.
En el periodismo, en una trayectoria de más de 25 años, me quedo con la búsqueda de cierta objetividad, la urgencia y la colaboración, con la cobertura de situaciones excepcionales en lugares inesperados: un conflicto como el de Libia, la llegada de un huracán a Nueva York, una matanza en un colegio en el interior de Estados Unidos, los atentados en Londres. Momentos en los que apenas hay tiempo de pensar y es necesario conservar una lucidez sin espacio para la imaginación.
Ahora, después de 30 años escribiendo, entiendo que se va armando un corpus que refleja esa heterogeneidad o enciclopedismo en el que me gusta moverme. La traducción literaria, desde hace unos cuantos años ya, forma parte también de ese conjunto. La traducción alimenta mi imaginario y me abre nuevos caminos ahí donde quizás mi lengua o mis capacidades a la hora de manejar mi lengua se empantanan.
—A lo largo de tus libros, desde Los viajes de Rimbaud hasta Baladas de los Mares del Norte, hay una exploración de los viajes y los confines. ¿Qué papel juega el viaje en tu poética y cómo ha evolucionado esta relación a lo largo de los años? —La escritura es anterior al viaje, pero ambos son dos líneas directrices de mi existencia o de mi forma de entender la vida. Creo que hay escritores que desarrollan su obra desde una posición más "estática" por decirlo de algún modo, y otros en los cuales la obra se desarrolla en el movimiento. Pienso en Rimbaud, claro. En la generación Beat, en Pound, en Bolaño, en Joseph Roth, en Stevenson, por nombrar algunos. Hay un linaje que si queremos podemos llevar hasta La odisea, sin saber por supuesto si Homero era o no un gran viajero.
La geografía cambiante me permite desplegar líneas de pensamiento, ideas, sentimientos, sensaciones.
Está la literatura y están las ganas de vivir una vida literaria como la entiendo, esto es vagando y conviviendo por el mundo con esos escritores, vivos y muertos, con los cuales uno siente una suerte de hermandad. Eso es lo que a mí me da la literatura, lo que significa para mí la literatura. No solo la escritura o la lectura, sino también la acción. La acción que dispara.
Desde mi primer viaje largo, y por decirlo de alguna manera iniciático, a Europa en 1996 y que coincidió con Los viajes de Rimbaud, una novela que se desarrolla en la Francia del siglo XIX pero que fue escrita en una habitación en Temperley, en los suburbios de Buenos Aires, antes de que yo saliese de Argentina, me encuentro en un proceso de exploración permanente que continúa, aunque de manera un poco diferente, desde el nacimiento de mi hija en 2019. En ese largo capítulo de grandes viajes por Europa, Asia, Oriente Medio, el norte de África, Oceanía, surgieron un montón de proyectos literarios. Algunos han dado lugar a libros, otros están en cientos de hojas apiladas en armarios, cajones.
Cuando miro hacia atrás, intuyo que el motor ha sido y es buscar respuestas en la periferia, alejarse del centro, cuestionarse y ponerse en el lugar del extraño, del outsider. Esto es algo tanto geográfico como emocional o intelectual. El mundo tal como lo conocemos está contado y organizado desde el centro. Según el posicionamiento de uno, periferia o centro, cambia la visión de la vida, de la historia.
Otro posible eje es la búsqueda del otro, el encuentro con lo diferente como punto de partida para que uno se mueva de su zona de confort, aprenda, se libere, se despoje. Correrse del eje, salir. Creo que eso es para mí otro tema fundamental en mi literatura. La enajenación, por llamarla de algún modo.
Una tercera y última línea podría ser el viaje como disciplina multidimensional para hacerse preguntas y quizás encontrar esbozos de respuestas. Mis viajes empiezan mucho antes del viaje mismo y después se ven cruzados por mi situación personal, psicológica y emocional del momento. A partir de ese momento se activan difierentes elementos, internos y externos, que construyen el verdadero viaje y en el cual se despliega un abanico de experiencias que intento plasmar en la escritura.
—En Canciones de los Mares del Sur y Baladas de los Mares del Norte, parece haber una influencia notable de la poesía anglosajona. ¿Qué inspira tu conexión con estas geografías y culturas? —Canciones de los Mares del Sur fue concebido como una peregrinación de “renacimiento" literario. Para ello elegí un largo viaje en solitario de cien días por el Pacífico Sur que me permitiese desarrollar ese recorrido mental y emocional. Pudieron haber sido crónicas o relatos en prosa, debieron haberlo sido quizás, pero sin que lo sepa explicar se convirtieron en estas Canciones, en un derrotero poético, un regreso a las fuentes. Es la historia de un hombre, "el poeta de las manos rotas", que huye para volver a "cantar", emulando a sus ancestros literarios, que también cantaron antes como una forma de rebelión y cura ante la brutalidad de los tiempos. Este hombre moderno derrotado busca inspiración y fuerza de esa energía que tienen "las almas de los grandes muertos". Para salir del desengaño o el abandono se requiere voluntad, pero también algo de fe, de mística, de una "mano amiga" que nos ayude. De ahí la "romería" a Yakarta (Rimbaud), al centro de Australia de Bruce Chatwin, Tasmania (donde yace el pecio del único barco que capitaneó Conrad), Apia (donde están la casa y la tumba de Stevenson), la Tahití de Victor Ségalen, Nuku Hiva (donde Melville escribió Taipi).
Antes y durante el viaje dediqué mucho tiempo a la lectura. Pero no todos los libros inspiraron explícitamente visitas a lugares o poemas. Es el caso por ejemplo de Relatos de los Mares del Sur de Jack London, que sin embargo disfruté mucho. Otro, como Leyendas de las islas Cook de Jon Jonassen, que descubrí en Rarotonga, dio lugar en cambio a dos poemas.
Las Baladas de los Mares del Norte son una continuidad y una ruptura trabajadas de manera expresa. Están los paisajes interiores y exteriores anglosajones y nórdicos, pero también los bosquejos de la Europa mediterránea y fugas rotundas, como Kabul o Pashupatinah. La poética es diferente. No se trata de un poemario orgánico, sino de una colección artificial de poemas. La narratividad está mucho más presente. Pero más allá de las diferencias, funcionan como espejos, al menos para mí, ya que así fueron concebidos. Las Baladas envuelven a las Canciones, por así decirlo.
—Como traductor, has trabajado con figuras tan variadas como los poetas de la generación beat y el francés Christophe Manon. ¿Qué desafíos has encontrado al traducir poetas de estilos y épocas tan distintas? —La traducción es una aventura que me fascina, difícil y arriesgada. Creo que es también un gran aprendizaje y un disparador de ideas. Es, por último, una satisfacción: la de sentir que uno ayuda a su manera en la circulación de los libros.
En el caso de los poetas beat, dio lugar a una extensa antología de 40 autores que no existía en nuestra lengua y fue muy bien recibida, en particular a partir de varias traducciones inéditas. El estilo de los beat —del collage al cut-up, del pensamiento no lineal a la exploración de los límites de la palabra y la sintaxis—planteó muchos desafíos pero también abrió muchas alternativas.
En cuanto a la obra de Manon, la diferencia más grande, además del idioma, radica en el hecho de que se trata de un poeta contemporáneo. Esto nos ha permitido trabajar juntos el espíritu general de los textos y examinar casi palabra por palabra los poemas, tanto en Testamento (siguiendo a François Villon) como en Al norte del futuro. Sin querer sonar exagerado, creo que con el tiempo hemos avanzado a un estado de comunión (con Christophe tradujimos al francés mis Canciones de los Mares del Sur, que acaba de publicarse en Francia) que es una suerte de gracia, algo por lo cual estoy inmensamente agradecido. Con los años, el vínculo se ha hecho tan fuerte que hay algo que escapa a la razón, una fuerza que está ahí, invisible y poderosa.
—Has sido editor de las obras reunidas de Luisa Futoransky. ¿Cómo describirías el impacto de su obra en la literatura argentina y qué te motivó a llevar adelante este proyecto? —Con Luisa nos conocemos desde hace unos 25 años. La admiro enormemente como poeta y escritora y tengo un profundo afecto por ella como amiga. La idea de recopilar su poesía surgió como una necesidad y un deber. En Futoransky se condensa lo más argentino de la lengua española y lo más universal de las tradiciones literarias, una suerte de Arca de Noé de nuestra poesía, un delicado ejercicio de equilibrista entre lo arltiano y lo borgeano. Sus poemas van del hablar de los arrabales y su Santos Lugares natal a un lenguaje más lírico y elaborado. Esto provoca en el lector una sensación simultánea de intimidad y extrañeza.
Con ella tenemos una exquisita erudición, un infatigable carácter de exploradora de la palabra y un oído musical. Su permanente andar por latitudes y decorados lejanos le ha permitido encontrar pasadizos para decirnos aquello que se encuentra en lugares a los cuales muchas veces no podemos acceder.
En el primer volumen Los años argentinos, partimos de 1963 y su primer poemario, publicado en una pequeña editorial en Bolivia, y completamos los tres restantes hasta su partida de Argentina en la década de 1970. Luego, en Los años peregrinos, nos centramos en sus poemarios premiados en España desde fines de los 70 hasta mediados de los 90, incluyendo uno inédito que por esas cuestiones del mundo editorial nunca llegó a las librerías. Ahora, se encuentra en proceso de edición final Los años Leviatán, por el nombre de la editorial que ha sido su casa desde inicios del siglo XXI.
Ha sido y es un trabajo lento y minucioso durante el cual hemos pasado muchísimas horas juntos. Es una inmensa satisfacción para mí, es mi humilde aporte al corpus de la poesía argentina y universal.
—En tu experiencia, ¿cómo ves la recepción de la poesía argentina en otros países? ¿Notas alguna diferencia en cómo se percibe fuera de Argentina en comparación con el ámbito local? —Me cuesta dividir en compartimentos la poesía en español, en particular la creación en América Latina. Siento que son más los puntos de contacto que las diferencias. Esto puede deberse al intenso movimiento de circulación que existe en el continente, desde México hasta Argentina. No nos hemos leído todos, ni mucho menos, pero nos conocemos, sabemos de la existencia del otro, nos llegan ecos y latidos de lo que surgen en otras latitudes.
Argentina, Buenos Aires en particular, tiene su forma de hablar, sus constelaciones de poetas, sus mundos, estructurados por lo generacional, lo geográfico, lo estético, las influencias. Me apasiona esa diversidad. Creo que es una gran riqueza. Y admiro enormemente a los poetas que escriben en mis antípodas. Siempre hay algo para descubrir, y un poeta siempre está cambiando, experimentado. Intento leer tanto como puedo, en papel o en las redes.
—Has mencionado en entrevistas pasadas la importancia de la “sensación de extranjería” en tu obra. ¿De qué forma se refleja esta experiencia en tus textos y en tu vida como escritor que ahora reside en Uruguay? —Creo que parte de la respuesta a esta pregunta la escribí al inicio de esta entrevista. En el caso específico de Uruguay, adonde llevo menos de un año, diría que aplicó un poco el mismo funcionamiento activado en otros países en los que he vivido (Francia, Bélgica, Estados Unidos): un baño total de inmersión, tanto en lo físico (caminar una ciudad tan literaria como Montevideo, recorrer parajes de un país casi oculto para el extranjero) como en lo intelectual (lectura intensa de autores uruguayos, cine, música, historia, descubrimiento de la escena literaria). Todo esto manteniendo la mirada de un forastero que se siente en un lugar lejano y extraño.
—A lo largo de tu trayectoria, ¿qué libros o autores consideras fundamentales en tu formación como poeta y escritor? ¿Hay algún libro o poemario que haya sido particularmente revelador para ti? —Sin dudas, cuando vuelvo a los inicios, están Rimbaud y Lautréamont, Lautréamont y Rimbaud. Hay una vida antes y después. Todavía recuerdo cuando encontré Una temporada en el infierno en la biblioteca de la casa paterna y el inicio que leí en aquella traducción que ya no tengo y me sigue estremeciendo:
“Antaño, si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde se abrían todos los corazones, donde todos los vinos corrían.
Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. —Y la encontré amarga.— Y la injurié.”
De Lautréamont, también tengo el recuerdo vívido de la noche que compré Los Cantos de Maldoror en la traducción de Aldo Pellegrini. Salía del Círculo de Periodistas Deportivos en Buenos Aires y fui hasta la avenida Corrientes (la vieja Corrientes aún, la de la nocturnidad infinita) y entré a una librería al lado de la parada del colectivo y lo vi brillando atrás del librero, la tapa roja. Lo devoré, primero sentado en el 12 y luego en el tren desde Constitución hasta Temperley. Hace poco un amigo me regaló la edición de La Pléiade que tenía abandonada en una biblioteca en su casa. Llevaba años sin leerlo. Fui a un parque, me senté y la emoción me llevó por delante. Increíble…
En todos estos años, desde aquellas dos experiencias iniciáticas, la vida, por circunstancias misteriosas, o no tanto, me fue colocando delante de ellos en varias oportunidades. En París, primero, claro, donde al llegar fui a parar a la Fundación Periodistas en Europa que quedaba justo enfrente del 7 de la rue du Faubourg Montmartre, donde se encuentra el último domicilio conocido de Lautréamont, que murió allí. Habiendo tantos lugares en una ciudad interminable, me encontré yendo todos los días durante un año entero a esa dirección, donde además comienza mi novela Los viajes de Rimbaud, escrita sin haber pisado nunca París.
Más tarde fue el turno de Bruselas, donde viví cuatro años. Pasaba casi noche por medio por la esquina donde se encontraba el hotel en el que Verlaine le disparó a Rimbaud. Bruselas es además la ciudad donde Ducasse y el propio Rimbaud encontraron editor para sus libros, que apenas circularon al momento de ser publicados y que quedaron más bien abandonados en depósitos.
Y después Charleville, peregrinación rimbaldiana obligada, Pau (donde estudió Lautréamont enviado por su padre desde Montevideo), Londres (la casa de Verlaine y Rimbaud en Camden), Yakarta (adonde llegó el mercenario Rimbaud contratado por el ejército neerlandés, abandonada ya la literatura), Chipre (otro lugar en el que estuvo trabajando Rimbaud en su vida post-literaria), las islas Feroe (el único punto geográfico real que menciona Lautréamont en todos Los Cantos de Maldoror).
Cuando surgió la posibilidad de venir a Montevideo, la señal no podía ser más clara: Lautréamont vuelve, pensé.
—Si tuvieras que nombrar diez poemarios imprescindibles en tu vida, ¿cuáles serían y por qué?
A Una temporada en el infierno y Los cantos de Maldoror, le sumaría, no por orden de importancia:
La odisea La divina comedia La poesía completa de François Villon Iluminaciones Los Cantos de Pound La balada del viejo marinero La poesía completa de Dylan Thomas
Son nueve, lo sé, El décimo lo comparto entre varios.
—¿Existen libros, géneros o autores que, por el contrario, no han resonado contigo o que incluso detestas? ¿Qué es lo que te aleja de ellos? —Me ha ocurrido de intentar abordar ciertos libros y descubrir que no era el momento adecuado para hacerlo. A veces los he dejado dormir en la biblioteca y al volver, mucho después, el libro se abrió a mí, o más bien yo me abrí al libro. Esto vale tanto para la poesía como para la novela, o el ensayo. La lecturas van formando circuitos y vasos comunicantes que escapan a nuestra razón o conciencia.
—¿Hay alguna novela o autor en prosa que te haya influido en tu forma de escribir poesía o en tu visión del lenguaje? —Uno tiene algo de todos los autores de los que se ha nutrido, aunque al final lo que cuenta es encontrar la voz propia. Siento que he desarrollado muy lentamente un estilo que se encuentra en algún lugar entre la narración y la poesía. Un lugar que no es ningún lugar. Quizás como mi propia vida.
—¿Podrías recomendarnos alguna obra reciente que te haya sorprendido o que creas que merece ser más leída y valorada? —Sin dudas recomendaría a Christophe Manon. Una de mis grandes satisfacciones es servir de puente para que su poesía llegue a los lectores hispanohablantes. En su obra se combinan el trabajo de la memoria colectiva, la oscuridad y el humanismo, la rebelión y la ternura, lo estético y lo lírico, el modernismo y las raíces de la tradición poética francesa y occidental.
—Tu obra ha sido traducida a varios idiomas y publicada en diversos países. ¿Qué significa para ti, como poeta y traductor, ver tus palabras reinterpretadas en otros idiomas? —La traducción crea la sensación de una obra nueva —quizás incluso lo sea—, alejada por completo de mí. Si me ocurre, como a muchos escritores, que lo escrito dejó de pertenecerme una vez publicado (me cuesta muchísimo releerme una vez impreso), la traducción provoca un doble distanciamiento. Al mismo tiempo, desde el punto de vista del texto en sí, es una oportunidad extraordinaria de que el libro comience una nueva vida, con lectores con una sensibilidad diferente, rumbo a una dirección desconocida.
—¿Qué proyectos tienes en mente para el futuro? ¿Continuarás explorando en tu obra el viaje, la traducción y la poesía de otros territorios? —Soy un poco supersticioso. Te diré, simplemente, que tengo proyectos en marcha en varios géneros. También otros ya listos desde hace un tiempo que me gustaría ver publicados. En este último caso, traducciones.
—Para cerrar, ¿podrías compartirnos cuatro poemas de tu autoría?
HOMBRE EN LA VENTANA
Un día, dentro de muchos años,
vendrás y te pararás en la librería
con rejas verdes de la rue Gay Lussac
y mirarás enfrente,
a las ventanas del tercer piso del 49
y le contarás a alguien,
o te contarás a vos misma
que ahí viviste llegada de Argentina y recién nacida.
“Era un dos ambientes chico, mi cuna estaba
entre las cortinas y la cómoda del cuarto de mis padres”.
Con tu índice señalarás las ventanas,
y alguien te preguntará,
o vos misma lo harás,
cómo fue que te trajeron hasta acá
si tan solo dos meses antes
salías de un hospital en Buenos Aires
una mañana de sol de marzo apenas fresca
para entrar en un dos ambientes también,
allá donde se rozan Palermo y Almagro.
No lo vas a ver,
no tendrías por qué hacerlo,
pero desde hace años
—desde hace todos estos años—
el hombre que fue tu padre está con un bebé en brazos
de pie detrás de la ventana del pequeño salón
y los dos miran hacia la librería abajo,
a la chica de pie en la puerta.
Son muchas las horas que te han mirado
mañanas enteras de verano,
y también cuando llegó
la brisa gris que anuncia el otoño boreal.
Con las cortinas blancas plegadas
los dos en silencio, el hombre de pie,
hasta hacerte dormir lentamente
con los ojos rojos aún de ese llanto tuyo.
No lo ves, pero una vez que te dejes ir
y descanses libre de pena en la habitación,
volverá a la ventana.
Volverá a mirar la librería y a esperarte, . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . a esperar el futuro.
JANIS
Yo conocí a Janis, sí.
Fue en Nueva York, o antes, bastante antes, en París quizás.
No lo sé con certeza; hay cosas que uno no quiere recordar.
Y además, las ciudades se parecen tanto.
Sí estoy seguro de dos cosas: no fue en el Chelsea y no se llamaba Janis.
Estaba sentada en la barra de un bar del Village,
sola de madrugada pidiendo jacks con coca.
Afuera, por la Sexta Avenida,
desfilaban jaurías de taxis vacíos.
No hablaba mucho, Janis.
No le hacía falta.
Tenía penas oscuras que no eran negras
pero brillaban como si lo fuesen.
Eso
y una inquietante sonrisa de media luna.
Yo conocí a Janis, sí.
Fue en Nueva York, o después, un poco después, en Buenos Aires.
Quién sabe; hay cosas que uno no quiere recordar.
Y además, qué importan los lugares.
Caminaba de madrugada por el empedrado de San Telmo
Y de repente se detuvo en una esquina y se quedó ahí.
Buscaba o esperaba algo, vaya uno a saber qué.
Tan intensa y quieta que daba pavor.
Ella, que en un segundo estallaba como una supernova.
No hablaba mucho, Janis.
O hablaba en una lengua indescifrable.
Un idioma de uñas pintadas de negro recorriendo el vidrio.
Una lengua de pies jugando con las patas de la banqueta.
Nunca sabías qué estaba pensando.
“Cosas mías”, decía, y callaba.
Yo conocí a Janis, sí.
Fue en Nueva York, o en París, o en Buenos Aires.
Pudo haber sido en otra ciudad; hay cosas que uno no quiere recordar.
Además, los lugares se confunden en la memoria.
Manejaba como una condenada por una avenida
que se metía sin esperanza en el sur de una ciudad.
Ahí donde la civilización cede al arrabal y se gesta el suburbio.
Parecía una rockstar cansada de ser leyenda, Janis.
La sonrisa de media luna, las uñas negras firmes en el volante.
Había tomado cinco, seis, siete jacks con coca.
No sé cómo hacía, tan menuda y tan exquisita.
Escuchaba música y miraba de reojo el sol
asomando entre los escombros y los edificios desparejos.
El pelo se le acomodaba sin artificios sobre los hombros.
Los músculos se contraían en las piernas desnudas.
El sur no tiene límites; me hubiese ido lejos con Janis.
Pasamos estaciones de tren vacías y fábricas cerradas,
puentes mutilados, largos paredones con grafitis.
Recorrimos kilómetros ficticios planeando huidas.
El viento de la mañana nos resbalaba por la frente.
Y en un semáforo en rojo, después de mirarme y cerrar los ojos,
ella, la que nunca hablaba o hablaba en otros idiomas,
se puso a recordar en el alba inmaculada del suburbio.
Habló de su primer trabajo, atendiendo en un locutorio de Constitución.
Tenía 19 años, dijo, y acababa de terminar la secundaria.
El negocio era del padre de una amiga, el barrio era filoso
y ella una chica bien de Adrogué, una chica rebelde de Adrogué.
Los chicos nos querían, comentó, y pisó el acelerador.
Al final de cada día, un rato antes de irnos,
poníamos la música alta mientras limpiábamos el lugar.
Los Stones, Janis, los Doors… Otras cosas también.
Mientras la escuchaba, traté de imaginarla a esa edad,
metida en un caos de cumbia y vendedores ambulantes,
putas, vagabundos, laburantes, travestis,
dealers, policías, colectiveros, pibitos solos.
No sin cierta vanidad —porque ella también era vanidosa—,
recordó entonces a un chico en particular,
un chico que se cruzó una vez en el tren a Glew.
"Vos sos Janis, la del locutorio", le dijo él, y se le declaró.
Yo conocí a Janis, sí.
No importa demasiado en qué ciudad ni en qué circunstancias.
Sí estoy seguro de dos cosas: no fue en el Chelsea y no se llamaba Janis.
Pero lo entendí al chico aquel.
Lo entendí perfectamente y lo envidié.
LAUTRÉAMONT VUELVE
Habla sentado a la mesa de cara
a la cuesta de Villiers de L’Isle-Adam.
Lo había encontrado en una esquina lejana,
Corrientes y Rodríguez Peña,
una noche después del Círculo.
Tenía 19, 20 años.
La tapa roja de Pellegrini,
la primera lectura en el 12 hasta Constitución,
y después en el Roca hasta Temperley.
Las noches en la pieza. La novelita.
Ducasse, el endemoniado.
Al poco tiempo lo fue a buscar a París
al Faubourg Montmartre.
Todavía estaba la placa en la cour:
“¿Quién abre la puerta de mi cámara funeraria?
Había dicho que nadie entrase.
Sea quien sea, aléjese”.
Letras doradas gastadas con fondo negro.
Después siguió camino a Charleville.
Se creía rimbaldiano.
Pasaron unos años y volvió a estar
meses y meses enfrente de ese número 7.
Tendría que haber reconocido la voz.
Pero se habían perdido de vista.
O él se había perdido. Como su fe.
Tanto tiempo en los caminos polvorientos
del desencanto y el abandono.
Llegó a pensar que Maeterlinck tenía razón
y la belleza indecible de fulgores cegadores
eran ahora ilegible demencia voluntaria.
Se fue de París y regresó. Dos veces.
No sintió ninguna mano en el hombro.
Había vuelto del destierro del polvo, sí,
pero difícilmente diría que había vuelto a creer.
Alguien le entregó un libro de tapas verdes,
la primera Pléiade para un tipo de cincuenta.
Pensó en Maeterlinck; abrió la cámara.
Entonces, ahí, en la cuesta de Villiers,
estaba de pie el endemoniado
esperando bajo los focos pálidos de otro siglo.
Extraídos de Baladas de los Mares del Norte, Editorial Leviatán, Buenos Aires, 2023.
EL ENTIERRO DE STEVENSON
De pie ante tu tumba blanca,
veo el océano que te trajo
y la jungla que te amparó,
las montañas que quizás
te llevaron a Escocia.
Veo a los jefes samoanos
recibir la noticia
“Ha muerto Tusitala”,
que partió de la casa en Vailima
una noche de diciembre.
De pie ante tu tumba blanca,
comprendo tus dos deseos:
llevar las botas puestas
y ser enterrado
en lo alto del monte Vaea.
Pocos son los papalagi
que han merecido lágrimas
en estas islas y mares
saqueados sin descanso
por las plagas de Occidente.
De pie ante tu tumba blanca,
gran Tusitala del norte,
veo las antorchas y escucho
los brazos de doscientos
surcando la tierra cuesta arriba.
El resto de Samoa se pregunta
“qué desgracia nos ha caído”,
y en la morada de Vailima
alguien prepara tu mortaja
y viste tus pies desnudos.
Llega la temida mañana ya,
tus anfitriones te acompañan
y los más fuertes cargan
el ataúd a lo alto de Vaea,
la cima de la tumba blanca.
PUERTOS QUE SOÑÉ
Hay ciudades
que nunca despiertan,
somnolientas
por el bochorno,
el mar detenido
frente a costaneras
de niños y cemento,
frutas y mujeres
en mercado eternos.
Por Vila, Apia, Nuku’alofa:
puertos
que soñé míticos,
sin presente,
anclados en la nostalgia
de haber sobrevivido
al océano
y sus fieras embarcadas,
el fuego, ciclones.
Los rostros jóvenes
sedientos
atrapados por el futuro,
desgarrados
del vientre de sus islas.
Ukeleles y agrios
sorbos
de boles de kava,
loas a Iesu-Kerito.
En cada muelle
dormita un viejo carguero
de bandera incierta,
como en los bares
algún viejo occidental
que morirá solo y lejos
mientras el horizonte
prepara tormentas
y la bruma del calor nos seda.
Extraídos de Canciones de los Mares del Sur, Editorial Buenos Aires Poetry, Buenos Aires, 2018.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Entrevista a Mariano Rolando Andrade, un poeta de horizontes múltiples
“Pasaba casi noche por medio por la esquina donde se encontraba el hotel
en el
que Verlaine le disparó a Rimbaud”
Por Ernesto González Barnert