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Tres poetas argentinas
Por Ernesto González Barnert
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Es un gozo y experiencia leer de un tirón los libros de Rosina Lozeco (Cómo perder un trabajo), Nerina A. Durán (El efecto es malísimo) & Belén 
Iannuzzi (Encenderé un fuego) de la editorial La Carretilla Roja del poeta y editor trasandino Mauro Quesada. Tres poemarios, no lejanos del término plaquette. Volúmenes que por breves y precisos no dejan de lado la contundencia y la expansión de su mensaje poético.
Rosina Lozeco, desenmascara sagaz e irónica ese ruido de fondo en el trabajo, ese terror de clase media con una mano por delante y otra por atrás en esta economía neoliberal a quedar cesante. Sus historias mínimas extraen del apunte o del diario vivir, la poesía (la carga poética) que vuelca en pequeños relatos. Y que dan cuenta –entre otras muchas cosas más-, de una mujer como tantas que saben salirse del estereotipo y la fórmula universitaria para plantearse desde el mismo “campo de batalla”, con naturalidad y solvencia discursiva, mostrando su capacidad de lucha, entrega, contra viento y marea en los grises de la existencia de ordinario de una clase media con sus virtudes y defectos, haciendo eco del terror de ese limbo que es la cesantía personal y 
donde todos hacemos más allá del género el aguante, sobrevivimos no sin grandes pequeños sacrificios e incluso levantamos la voz. Y en este caso particular sin dejar de ser bella y valiente en el retrato o descuidada y aburrida. Un poemario que recoge en definitiva esa voz que se aferra con uñas y dientes de una existencia compleja en días en que la clase media brega entre la espada y la pared en nuestras economías sudamericanas, así también van armándose de un sentido mayor dentro de toda esta pedacería de situaciones que compone nuestro cotidiano.
En el libro de Nérina Á. Durán nos sumergimos en otra historia a escala humana -personal, 
familiar y del país- en la que confluyen las experiencias personales y colectivas que se entretejen en este volumen rico en capas emocionales y de sentido en la vorágine que impera en estos patios traseros del mundo occidental. Además de que Nérina con inteligencia capta esa nostalgia que sobreviene con la adultez, inmerso en el tejido social del barrio y los amigos, la familia
y de su generación.
Y por último "Encenderé un fuego" que saca agua del pozo de la gran y potente letrística del rock argentino de las últimas décadas, con esa capacidad de abstracción lírica. Así Belén Iannuzzi habla de lo vivido, lo personal, lo que le incumbe sin dejar de apelar a un nosotros, agazapado, en los mismas vivencias de las que escribe con belleza. Y por supuesto, evitando –como las poetas anteriores-, el subirse
al cajón de tomate en la plaza pública. Porque los poemas también son una manera de hacer cariño, de limpiar un espacio para que otros descansen ahí de sus propias vidas y no se sientan solos, como lo fueron para en mí estas diáfanas y urgentes voces esta semana.
Tres trincheras femeninas, que dialogan entre sí, suman cada una con sus acentos a una misma y clara visión de época, con sencillez en el lenguaje pero también con emoción e inteligencia donde me sentí no solo a gusto, sino que admirado de la poesía transandina actual de la que soy fan.
Volver como el tango, de Rosina Lozeco
el árbol de navidad
costó aproximadamente 400 pesos
entre una cosa y la otra
podría haber gastado menos.
hoy cociné milanesas de berenjena
el cielo se puso negro
a las cinco de la tarde.
me seco las lágrimas,
espero que las papas se cocinen
para descargar los nervios haciendo puré
y pienso que si pude hacer todo lo que hice
aunque no haya hecho todo lo que quise
algún trabajo voy a conseguir.
La mochila, de Nerina Álvarez Durán
Es increíble cómo
se puede hacer tanto
en la vida
y que el mérito sea
tan poco,
como ese nene
que va sólo al colegio
que carga en la espalda
además de la mochila
todo el peso
del siglo XXI,
como quien es poeta
y sabe que
la propia poesía
es una bomba,
que no va a explotar
ahora
ni va a explotar
mañana
sino el día
en que ya no espere nada.
Los hombres, de Belén Iannuzzi
Los hombres que admiro
llevaban barba:
Kropotkin
Darwin
Jesús.
Nadie entiende que
tuve que construir
mi Edipo al revés,
como un espantapájaros.
Porque ahora que
entramos solas
a los cuarteles
cuando es de día
y ya no hay soldados,
mi padre se pregunta
sorprendido, qué es lo que hizo mal,
cómo es posible que hayamos salido
tan zurdas y friolentas.
