Alicia Salinas Álvarez, nacida el 9 de agosto de 1954 en Lautaro, Región de la Araucanía, es una figura destacada en el ámbito literario chileno. Poeta, narradora, traductora y profesora de Literatura, su obra ha dejado una huella profunda tanto en la literatura nacional como en la educación intercultural. Su vida está marcada por una infancia en el sur de Chile, un exilio obligado tras el golpe militar de 1973 y un retorno al país que la encontró más fuerte y comprometida que nunca con las letras y los derechos humanos.
Hija de Raquel Álvarez, una profesora normalista, y de Gilberto Salinas, quien fue Alcalde y Gobernador de la Provincia de Cautín, Alicia es la menor de ocho hermanos, entre ellos, el músico Horacio Salinas, conocido por su trabajo con Inti-Illimani. Su infancia en la Araucanía estuvo impregnada de los paisajes verdes y lluviosos del sur de Chile, así como de las historias y tradiciones de su tierra natal.
El 12 de septiembre de 1973, a los 19 años, fue detenida y llevada al Estadio Chile. Tras su liberación, fue perseguida por la policía secreta, lo que la llevó a exiliarse en París y luego en Moscú, donde cursó estudios superiores en la Universidad de Moscú y se graduó como Profesora y Traductora de Literatura y Lengua Rusa. Su regreso a Chile en 1985 la encontró trabajando en derechos humanos y educación, especialmente en programas de educación intercultural bilingüe y en la creación de recursos didácticos para la enseñanza de lenguas indígenas.
Alicia Salinas ha publicado una vasta producción literaria que abarca desde poesía hasta cuentos para niños y jóvenes, con obras traducidas a varios idiomas, incluidos el inglés, francés, holandés, quechua, aymara y ruso. Su trabajo ha sido reconocido con numerosos premios, como el Premio Pablo Neruda en 1994 y el Premio Juvencio Valle otorgado por la Sociedad de Escritores de Chile.
En esta entrevista, exploraremos su vida, su exilio, su retorno a Chile y cómo estas experiencias han influido en su escritura y en su compromiso con la literatura y la educación. Alicia Salinas no solo es una poeta de la Generación de los 80, sino también una voz comprometida con la memoria, la identidad y los derechos culturales en Chile.
Su obra poética ha sabido siempre ir al grano, ser clara y precisa, captar sagaz el fulgor de la experiencia personal, social, femenina, política y hacerla parte del río universal en el que nos reflejamos más humanos que bestias. Una poesía que sabe hacer leve lo profundo, amar el silencio, darnos esperanza en el dolor, nos pone en guardia y resistencia, atentos.
—Infancia y orígenes:
¿Cómo influyó tu infancia en Lautaro y la Araucanía en tu desarrollo como poeta y narradora?
—Viví en Lautaro hasta los 6 años, crecí en Santiago con la siempre secreta esperanza que regresaría al sur, a la Araucanía, porque ese es el lugar dónde necesito vivir. Tal vez es el profundo silencio del viento que sopla entre los árboles, lo que añoro, o son los espacios lluviosos o simplemente el ir y venir del río Cautín que cruza el pueblo justo a la mitad.
A pesar de la modernidad que se observa en sus calles, aún se oye el fluir del Cautín, el trac trac del tren que hoy solo se desliza hasta Victoria y el tañer de las campanas que se escuchan en la poesía de Jorge Teillier.
Mis primeros años fueron entonces de lluvia y melodía, el haber nacido en la puerta de entrada al sur del territorio, bajo la mirada blanca y profunda de los volcanes níveos, dónde el verde abruma y emociona, permitió seguro que la palabra entrara en mi interior, a veces en forma de poema, otras como un largo relato sobre territorios ancestrales que habitan la tierra.
El año sesenta partimos en tren a la capital, completamos casi el vagón. Éramos más de diez personas, entre tías y primos que aprovecharon nuestro viaje para conocer Santiago. Partimos días después del gran terremoto de Chile, con epicentro en Malleco, (Araucanía). Se dice que fue el más potente en la historia de la humanidad. Este fue el primer sismo en mi vida, vendrán dos más (1973, 1985) tan importantes como ese.
—Familia y tradición:
¿Qué impacto tuvieron tus padres, especialmente tu madre como profesora y tu padre como figura pública, en tu visión de la educación y la literatura? También pienso en ellos como padres del gran músico chileno, Horacio Salinas, de Inti Illimani?
—La literatura y la música ocuparon siempre todos los espacios de la casa, soy la menor de ocho hermanos y tuve la suerte de tener a mi madre muy cerca mío, tal vez más que a mis otros 7 hermanos, eso se resumía en que cada noche antes de dormir, ella recitaba o relataba algunos de los infinitos textos que sabía de memoria. Ella para mí tenía versos, estrofas o poemas completos que me ayudaron siempre a mitigar alguna tristeza.
Mis padres eran alegres, “catarines” dice mi hermano Horacio. En nuestra casa nunca hubo una “mesa del pellejo”, el lugar de encuentro era una mesa ancha y expedita donde algunas veces había que hacer esfuerzos de parte de ellos, por repartir equitativamente el plato de comida, no obstante, nunca faltaba una anécdota, un verso que encajaba en el contexto o un pasaje del Quijote para enmendar alguna conducta inadecuada de nosotros, los más pequeños.
Mi madre se formó en la Escuela Normal de Angol y trabajó incansablemente, educó a sus 8 hijos y murió un amanecer, acompañada de la música que tarareamos sus hijos y nietos para que partiera tranquila en busca de mi padre, su primer y único enamorado.
Mi padre tuvo una corta vida y sin embargo intensa, murió a los 57 años, apenas. Mi hermano Gabriel (Músico y filósofo) lo recuerda como un hombre culto y sobre todo, respetuoso del prójimo. Un demócrata ferviente, indefectiblemente laico y decidido amante de los valores de la república. Eran frecuentes en él, las sentencias cervantinas, de modo que ante hechos o circunstancias que le llamaban a pronunciarse, con aprobación o rechazo, siempre tuvo a mano algún refrán sanchezco, o alguna reprimenda quijotezca.
Compartió con la familia el gusto por la música, la poesía, la buena mesa y el amor por la amistad.
Horacio es músico porque mis padres estuvieron justamente con él, el día en que la melodía del bosque y las aves del sur, ocuparon su corazón de niño.
En mi caso, desde pequeña supe que sería profesora como mi madre, que aprendería a recitar como lo hacían mis padres en cada encuentro familiar y que intentaría compartir la palabra, la poesía y la prosa, porque esa fue la enseñanza, así fue mi niñez. Aprendí de ellos que la palabra es siempre la mejor manera de pararse en esta tierra que habitamos y salvar más de una vez, con vida.
—Memorias de Lautaro: Aunque viviste en Lautaro hasta los seis años, ¿cómo describiría la conexión emocional que siente con ese lugar y cómo ha influido en tu poesía? ¿Jorge Teillier es un referente tardío en el encuentro con ese “sur”?
—Mi madre fue profesora de Jorge en sus primeros años de escuela. Cada libro suyo se festejaba y se leía para los más pequeños de la casa, en voz alta. Desde entonces leo y habito las páginas de los libros de nuestro querido poeta Lautarino.
Sus libros fueron un refugio en el exilio, lo que el poeta de los lares intentaba en su poesía, eso de regresar al paisaje e integrarse en él, para mí ni siquiera era una ilusión, era un desvarío. Los poetas nuevos, decía Teillier han regresado a la tierra, sacan su fuerza de ella. Y yo casi sin fuerzas no podía regresar. Las tardes en que la nostalgia se agolpaba en las esquinas frías de Moscú, recordaba algunos versos de Jorge que guardaba en la memoria:
Un desconocido silba en el bosque.
Los patios se llenan de niebla.
El padre lee un cuento de hadas.
Y el hermano muerto escucha tras la puerta.
Esa fue mi manera de retornar, de acercarme, de volver al paisaje del sur a través de su poesía. Después de varias lecturas comprendí que la poética del lar no era precisamente el espacio sereno y cálido que algunos creen, sino un lugar complejo y diverso, en el que la palabra siempre conlleva un sutil desafío y una profundidad que estremece. Mientras uno avanza en la lectura de su obra, se va dando cuenta de su transformación, es decir, desde esa visión idílica del lar, a una mirada más compleja, desgarradora y algunas veces oscura. Su poesía es capaz de capturar instantes perecederos y sutiles que pueden ser inefables. Por otra parte, el regreso a la tierra, esa búsqueda que hace el poeta hacia lugares insondables, que solo en textos escritos por él son posibles y por último su voz poética siempre diversa es lo que desde el primer libro que leí de Jorge, cautivó mi interés.
—Exilio y educación:
¿Cómo marcó tu vida el exilio forzado tras el golpe de 1973? ¿Qué rol jugaron tus estudios en París y Moscú en tu formación como escritora?
—Salí de Chile como todos los que en esos años fuimos perseguidos, creyendo que regresaríamos “el próximo verano” y regresé un verano, es cierto, pero casi 13 años después. Este fue mi segundo terremoto, uno político que remeció y separó a mi familia. El poeta alemán Bertolt Brecht, en su poema Reflexiones sobre la duración del exilio, aconsejaba:
No pongas ningún clavo en la pared y tira tu abrigo en el diván.
No hagas planes para más de cuatro días,
mañana mismo estarás de regreso.
No riegues el pequeño árbol,
¿para qué sembrar otro árbol?
Antes de que alcances, la altura de un escalón
harás tus maletas y te irás.
(…)
El exilio es lo mismo que la guerra, se sabe cuándo empieza pero jamás cuándo termina. Una, ingenua siempre, guarda en la maleta un trozo grande de esperanza, a medida que pasa el tiempo, ese trozo se va convirtiendo en pequeños pedazos, en hilachas apenas. “El destierro, dice Neruda, es redondo: un círculo, un anillo: le dan vuelta tus pies, cruzas la tierra, no es tu tierra, te despierta la luz, y no es tu luz, la noche llega: faltan tus estrellas, hallas hermanos: pero no es tu sangre”.
Antes de vivir en París, viví unos meses en Costa Rica, hermoso país, sin ejército y con gente amable y alegre “pura vida”. Intenté entrar a la universidad, postulé, quedé pero debía cursar tres años de estudios generales y a mis 20 eso era una eternidad.
En París entre a estudiar Urbanismo, aún no sé por qué tomé esa decisión. Averigüe cuáles eran los requisitos, di una prueba de admisión, que era un diseño de unas avenidas y fui aceptada.
Nunca quise tomar el estatuto de refugiado político, lo que implicaba salir cada tres meses de Paris para renovar la visa. Además de estudiar, trabajaba. La Universidad me ayudó a mejorar el idioma, a aprender a vivir lejos de los míos y a desenvolverme como una adulta de veinte años en un país que no era en el que yo quería vivir. Trabajé en las oficinas de DICAP, en París (Discoteca chilena del cantar popular) con sede en Francia. Por razones de salud tuve que buscar un lugar en el pudiera estudiar becada y eso solo fue posible en Moscú. Partí con la idea de que al final de cuentas nada es seguro para el exiliado, como no “sea la hora y el día de llegada a tierra extranjera, porque la última palabra no ha sido pronunciada”. B.Brecht
—Experiencia en Moscú: ¿Qué recuerdos tienes de tu tiempo en la Universidad de Moscú, y cómo influyó la literatura y lengua rusa en tu obra?
—Llegué a Moscú en pleno otoño del año 1975, cada uno de los chilenos y chilenas que desembarcamos en la ciudad durante ese año, cargaba una historia de sangre en la espalda y la marca que deja la tortura, la cárcel e incluso la muerte. Todos y todas éramos demasiado jóvenes (25 años era la media) también había menores de edad cuyos padres o hermanos estaban desaparecidos, muertos o encarcelados. Ese era el entorno, y aunque se lee triste y desgarrador, éramos un grupo de estudiantes alegres, estudiosos y plenos de proyectos. De mi generación, todos nos graduamos y con excelencia.
Estudié Filología e hice un magister en lingüística. Durante el primer año (preparatoria) solo se estudiaba el idioma ruso. Los cursos eran pequeños y se hacía esfuerzo por parte de la dirección, para que en cada sala de clases hubiera estudiantes que hablaran diferentes idiomas. El primer gran esfuerzo era pasar de la preparatoria a la facultad. Comencé a escribir mi tesis a partir del primer año de carrera. Tuve la suerte de contar con una profesora rusa que conocía y amaba la literatura latinoamericana y con ella fui avanzando año a año, capítulo a capítulo en mi tesis sobre El Canto General.
La cultura en Moscú era absolutamente posible. El Teatro, el Ballet y la Ópera eran opciones a nuestro alcance. En la Facultad, la literatura rusa la estudiamos hasta la saciedad, en especial a los escritores clásicos, porque además de influir en el panorama literario universal, fue una puerta de entrada a la historia y cultura rusa, abordando temas universales con una sensibilidad profunda. Turgueniev, Gogol, Tolstoi y Dostoievski hicieron pública la realidad en que vivían los campesinos y escribieron sus obras con el objeto de convencer a una sociedad pequeña y privilegiada que ellos (los campesinos) también tenían el derecho a ser “rusos”. Luego los poetas románticos como Lermatov y Alexander Pushkin, y su obra Eugenio Oneguin, delineaba con agudeza la vida rusa; sus infortunios y glorias. Por cierto, una como estudiante asimilaba y absorbía cada párrafo, cada lectura. De los escritores rusos, me quedo con Chejov, siempre fue mi preferido. Sus obras dramáticas son una fina crítica de la sociedad rusa anterior a la revolución de 1905. En ellas refleja la frustración de sus personajes por crear un mundo mejor. Fue quien introdujo la técnica de "acción indirecta", enfocándose más en la caracterización e interacción de los personajes que en la acción directa. Muchos eventos importantes ocurren fuera de escena, y lo que se omite tiene más peso que lo expresado. Chejov fue un escritor de una sensibilidad extrema; se enfermó de tuberculosis desde muy joven y, a pesar, siempre mantuvo un gran sentido del humor.
Pero nos faltó conocer y estudiar a las escritoras disidentes como Anna Ajmatova, Wisława Szymborska, Marina Tsvetáyeva, más una lista interminable de escritores que sufrieron la censura y el destierro. A esos escritores los leíamos en la residencia universitaria, “lejos de las salas de clases”.
Otra experiencia que quisiera compartir sobre esos años, fueron los recorridos y paseos a distintas ciudades, pueblos aledaños, pequeñas aldeas, donde siempre era posible encontrarse con museos o espacios en que se honraba a héroes de guerra. En esas visitas supe de todas las tragedias; las que vivió el pueblo ruso en la época de los zares, la lucha del pueblo ruso en la Primera Guerra Mundial, luego la Revolución de 1917 y la Segunda Guerra Mundial. Recorrí cada uno de estos edificios, en los que se relataban pasillo a pasillo cada reyerta, combate o triunfo. No obstante, nunca supimos de la valentía, la entrega y la entereza de la mujer rusa en esas batallas. Las conocí 40 años después, tras leer a Svetlana Alexievich en su libro llamado, "La guerra no tiene rostro de mujer."(pdf)
—Rol de la traducción: Como traductora, ¿cómo ves la relación entre la traducción y la creación literaria? ¿Cómo ha influido tu trabajo de traducción en tu propia poesía? —En las clases de teoría de la traducción aprendí que la labor del traductor va más allá de una simple transcripción de palabras de un idioma a otro; implica una comprensión profunda del texto original, de sus matices, su contexto cultural y emocional. Traducir no es un ejercicio mecánico, sobre todo si se traduce literatura. Hay que buscar la manera de transformase en intermediario, uno debe navegar entre el respeto por la intención del autor y la necesidad de hacer que el texto resuene en el nuevo idioma, no obstante nada asegura que el traductor haya cumplido con su labor.
Cuando hablamos de textos en los que el autor deja ver su propio estilo, traducirlos se complica muchísimo. De hecho, se necesita casi el mismo talento que el que se usa para escribir un texto original. Por eso no es raro que algunos de los escritores más conocidos también hayan sido traductores de grandes poetas, novelistas, cuentistas o dramaturgos.
Lo óptimo es que el traductor sea también un artista que coloque al servicio de la traducción su creatividad, es decir, dar vida a las palabras del autor en un nuevo contexto. De una u otra manera, rendir homenaje al texto original sin dejar de lado la impronta del traductor, a veces en apenas un comentario tenue y personalsobre la obra que está traduciendo. En última instancia, tanto el autor como el traductor son elementos esenciales en el ciclo de la creación literaria, aportando cada uno su propia voz y su singular perspectiva al mundo de las letras. Personalmente he traducido mi poesía al francés y al ruso, pero he guardado ese trabajo siempre pensando que alguna vez ordenaré todas las traducciones de mis textos y de otros poetas que he traducido a la fecha. De Anna Ajmatova he traducido bastante porque no me satisface su lectura en castellano, pero ya habrá tiempo para ordenar esa tarea. Mientras viví en Buenos Aires y esperaba autorización para ingresar a Chile, trabajé haciendo traducciones, no fue un trabajo grato, había que traducir del ruso al español documentación técnica, resistí unos meses porque había que pagar las cuentas, pero no era lo mío.
—Retorno a Chile: ¿Cómo fue tu regreso a Chile en 1985 después de más de una década en el exilio? ¿Qué desafíos enfrentaste al reintegrarte a la vida académica y cultural del país? —En marzo de 1985, un tercer terremoto sorprendió a Santiago, devastando barrios enteros y dejando un rastro de destrucción. Justo en esos días, yo debía regresar a Chile, tras recibir una autorización del Ministro del Interior de la época y sin la letra L en mi pasaporte, que indicaba mi exclusión de una "lista" que restringía mi paso por la cordillera. Regresar fue motivo de alegría, rodeado de abuela, familia y un sinfín de seres queridos, después de haber vivido los últimos años, junto a mis hijos, en una soledad abrumadora. Sin embargo, esa felicidad se entrelazaba con una triste sensación. En la década de los 80, la oposición al régimen comenzó a organizarse en la clandestinidad, y la presión popular para que el gobierno emprendiera una transición democrática crecía cada vez más, mientras las acciones de los militares se volvían cada vez más brutales. Sin embargo, vivir en mi país era un sueño cumplido. Ese mismo año comencé a escribir.
Empecé a trabajar en la sede del Colegio Médico, donde desempeñaba diversas tareas, entre ellas, la de habilitar espacios y proporcionar las condiciones necesarias para la realización de talleres culturales. Uno de estos talleres era dirigido por la poeta Cecilia Casanova, quien, aunque no recuerdo cómo, terminó convirtiéndose en mi maestra y, hasta el día de hoy, en mi escritora favorita. A pesar de que ya no está en este mundo, me gusta pensar que en alguna parte continúa presente a través de sus breves pero profundos textos, siempre con su delicada esencia. Ese mismo año, conocí a mi marido, juntamos a los hijos con que contábamos y decidimos continuar con vida en el Chile de esos años, tan confuso como incomprensible.
Cambié de trabajo varias veces, mi intención era hacer clases. Me presenté en la Universidad Andrés Bello que recién comenzaba con su Bachillerato en Ciencias Sociales. Trabajé en esa Casa de Estudios, haciendo clases de Lenguaje y Expresión Escrita durante seis años.
—Contribución a la educación: Has trabajado intensamente en programas de educación rural e intercultural bilingüe. ¿Cómo ha sido su experiencia en estos ámbitos, y cómo ve el futuro de la educación en Chile? —Trabajé durante 21 años en el Ministerio de Educación, una experiencia que considero la mejor etapa de aprendizaje en mi vida. Durante ese tiempo, tuve la oportunidad de involucrarme en casi todos los programas que despertaban mi interés. Sin embargo, el Programa de Educación Rural, un proyecto emblemático de los años 90, fue el que siempre soñé con integrar. Su objetivo era mejorar el aprendizaje de los estudiantes, sentando las bases para las oportunidades futuras de los niños en la educación básica en Chile, especialmente aquellos que más necesitaban recursos y apoyo pedagógico. Recorrí diversas regiones del país, capacitando a docentes, diseñando materiales didácticos y sumergiéndome en el campo de la educación de una manera que jamás habría imaginado.
Luego trabajé en el Programa de Educación Intercultural Bilingüe, fuimos un equipo diverso, lo conformaban profesionales aymara, mapuche e hicimos programas de estudio quechua, aymara, mapuche y rapa nui. Estuvimos en casi todos los territorios trabajando con educadores y hablantes de las lenguas y aprendiendo desde la cultura y la lengua de estos pueblos ancestrales.
—¿Cómo ve el futuro de la educación en Chile? —Después de trabajar en educación y compartir con docentes y estudiantes pienso que urge garantizar el acceso equitativo a la educación para todos y todas independiente de su origen socioeconómico e implementar políticas que reduzcan las brechas existentes. A su vez, la educación debe ser inclusiva y que reconozca y valore la diversidad cultural y lingüística del país. El futuro de la educación dependerá de la capacidad del país para abordar estos desafíos de manera integral y de implementar cambios que aseguren una educación de calidad para todos.
—Colaboración con UNICEF:
¿Podría compartir algunas de sus experiencias más significativas al trabajar con UNICEF en la elaboración de recursos didácticos? —Durante mi gestión como Coordinadora Nacional del Programa de Educación Bilingüe del Mineduc, junto a un grupo de profesionales, propusimos la elaboración de guías pedagógicas para la enseñanza de cuatro lenguas indígenas: quechua, aymara, mapudungun y rapa nui, en colaboración con UNICEF. Este material se convirtió en una valiosa herramienta educativa para la enseñanza de estas lenguas. Trabajamos en el desarrollo de los contenidos en estrecha conexión con expertos de UNICEF y, posteriormente, imprimimos el material para distribuirlo en las localidades y escuelas donde se enseña estas lenguas. Durante nuestras visitas, colaboramos con educadores tradicionales, quienes son los hablantes responsables de la transmisión de las lenguas en las aulas. Cabe destacar que estas guías se han consolidado como un recurso de consulta para profesores y educadores interesados en el tema.
—Revista "Palabra de Mujer": En los años ochenta fundaste la revista "Palabra de Mujer" junto a la poeta Heddy Navarro. ¿Qué significó este proyecto para ti y cómo influyó en la visibilización de la voz femenina en la literatura? —La revista Palabra de Mujer fue una iniciativa de la poeta Heddy Navarro, y tuve el honor de ser subdirectora en sus inicios. Heddy me invitó a colaborar en la creación de la revista y en la realización de algunos talleres que impartía en la Universidad Andrés Bello. Conocí a Heddy cuando regresé a Chile. En ese entonces, la vida era muy difícil: no había trabajo, pero sí hijos, y la poesía no proporcionaba ingresos suficientes para pagar las cuentas. No obstante, ella y el poeta Bruno Serrano contaban con una editorial y me ofrecieron la oportunidad de publicar mi primer libro, lo cual representó un apoyo incalculable.
La revista Palabra de Mujer también me permitió conocer, leer y explorar la poesía que se estaba produciendo en Chile. Se trataba de textos escritos en las cárceles, en los lugares de tortura, entre otras muchas realidades. En esos años, todo era necesario: la poesía, las lecturas en voz baja, el compartir lo que estábamos escribiendo; todo ello era un incentivo para seguir adelante. La poesía brotaba en las calles, en pasillos clandestinos y en cada persona que lograba escapar con vida de la tortura y la represión.
—Escritura y exilio: Tu primer poemario se tituló "De amor, exilio y retorno". ¿Cómo se reflejan estos temas en tu obra y cómo han evolucionado a lo largo del tiempo? —De amor, exilio y retorno, fue un poemario que presenté al Concurso homenaje al poeta César Vallejo, organizado por Ediciones Sur de Concepción. Algunos de estos versos, cruzaron conmigo la cordillera. Publicar un primer libro siempre representa un salto al vacío, pero es, al fin y al cabo, un salto. Hay algo misterioso en el proceso: el deseo de publicar se enfrenta a la invitación de quienes están cerca de ti o han leído tus textos. De repente, esa necesidad se convierte en una urgencia que demanda valentía. Los poemas de este libro eran mis primeros, y la idea de que las personas pudieran conocerme a través de ellos, resultaba difícil de asimilar. Recuerdo que durante el lanzamiento, estaba tan afectada emocionalmente que temblaba. Leí mis textos esforzándome por no mirar a las personas que me acompañaban esa tarde en la SECH. Como telón de fondo, el rostro de Mistral, capturado en una fotografía que colgaba detrás de mí, me observaba con recelo. Este libro comprende poemas que, como lo indica su título, abordan el amor, el exilio y el retorno. Estos temas han evolucionado en los libros que he publicado posteriormente; sin embargo, siempre permanecen presentes, como el exilio, el regreso y, por supuesto, el amor. Al seleccionar poemas para alguna antología, siempre incluyo uno de los primerísimos.
—Generación de los 80: Se te considera parte de la Generación de los 80 en la literatura chilena. ¿Qué caracteriza a esta generación y cómo ves tu legado en la literatura contemporánea? —Los años 80 marcaron un momento estelar en la literatura, donde escritores y escritoras de esa generación nos vimos obligados a buscar espacios para crear, en medio de una dictadura que se encargó de silenciar muchas de las voces. La creación se convirtió en una vía para expresar el dolor y las vivencias cotidianas, un medio esencial para dejar testimonio de la realidad. La poesía emergió como un refugio de resistencia y un acto de libertad en el contexto más oscuro, donde cada día se enfrentaba la incertidumbre de lo que vendría. En medio del sufrimiento, recogimos las hilachas de esa dura realidad y construimos un mundo poético que aliviara nuestra angustia. Aunque intentaron arrebatarnos la voz, encontramos formas de comunicarnos. Fueron años de secretos y represión total, donde la amistad se susurraba al oído; sin embargo, logramos dar vida a una generación que, a pesar de los esfuerzos por silenciarla, dejó una huella imborrable en la historia literaria.
¿Cómo veo mi legado en la literatura contemporánea?
Creo que no soy yo la que tendría que responder.
—Literatura indígena: Has trabajado en la promoción de la literatura indígena y la enseñanza de lenguas como el quechua. ¿Cómo ves el papel de la literatura indígena en la identidad cultural de Chile? —La literatura indígena es clave para mantener y expresar la identidad cultural de los pueblos originarios. No solo refleja la diversidad cultural, sino que también ayuda a reafirmar identidades a través de relatos y tradiciones ancestrales. Estas narrativas transmiten conocimientos y valores y permiten que las voces indígenas se escuchen de manera más amplia. Las obras de autores indígenas desafían estereotipos y promueven una representación equitativa en la sociedad chilena.
Además, la literatura aborda temas importantes como la resistencia a la colonización y la lucha por los derechos territoriales, sirviendo como una herramienta de reivindicación y empoderamiento para las comunidades. Fomenta el diálogo multicultural y el entendimiento entre diferentes grupos, ayudando a construir puentes entre culturas. También juega un papel importante en la educación, aumentando la conciencia sobre los desafíos que enfrentan los pueblos indígenas y contribuyendo a una sociedad más inclusiva y respetuosa.
—El poder de la poesía: ¿Qué crees que puede aportar la poesía en tiempos de crisis política y social? ¿Cómo ves el rol de los poetas en la sociedad actual? —Los escritores siempre han desempeñado un papel crucial en la sociedad porque son portadores de una voz colectiva, desafiando el statu quo y fomentando la conexión humana a través de la palabra. La poesía es esa forma de arte que nos ayuda a expresar emociones y a celebrar la sinceridad de lo que vemos a nuestro alrededor. Su rol es clave porque enseña una manera distinta de ver las cosas que todos conocemos. La poesía es una manera de existir, es un binomio casi perfecto- el poeta y su texto-.
Se escribe porque la soledad es abrumadora, la felicidad es escandalosa, la vida, es la vida y camina junto a una. Se escribe porque es obligatorio denunciar el horror de la guerra, se escribe porque a veces el amor escapa por el cielo raso de la casa y se hace inalcanzable.
Para mí la poesía ha sido siempre una herramienta de resistencia, el único espacio en el que me he sentido verdaderamente libre.
Un verso, un poema, un libro completo de poesía, no arregla nada en realidad; no reparte comida, no trasforma a las personas, ni siquiera es posible vivir de ella. Pero nos recuerda que no estamos solos. Su creación es un espacio de reflexión y búsqueda de una verdad íntima.
Ya lo dijo Jorge Teillier: “ninguna poesía ha calmado el hambre o remediado ninguna injusticia social, pero su belleza puede ayudar a vivir contra todas las miserias”.
Al final, la poesía solo tiene que rendir cuentas a sí misma.
—Participación en ferias y congresos: Has participado en numerosos congresos literarios y ferias del libro tanto en Chile como en el extranjero. ¿Qué importancia tienen estos espacios para el desarrollo de la literatura y el intercambio cultural? —Estos espacios son relevantes para el desarrollo de la literatura y el intercambio cultural, ya que promueven la lectura y ayudan a generar entusiasmo por la literatura, especialmente entre las nuevas generaciones.
Son tambiénplataformas que favorecen el intercambio de ideas y perspectivas, enriqueciendo la producción literaria y fomentando la diversidad cultural. Además ofrecen
oportunidades a escritores emergentes y permiten la creación de redes de colaboración entre escritores. Generalmente estos eventos incluyen espacios de discusión de temas relevantes sobre la literatura lo que fomenta.
—Premios y reconocimientos: Ha recibido varios premios a lo largo de tu carrera, incluyendo el Premio Pablo Neruda. ¿Cómo han influido estos reconocimientos en tu trayectoria literaria? —Estos reconocimientos son una fuente constante de motivación para continuar escribiendo. Además, han contribuido a promover mi trabajo literario y me han impulsado a embarcarme en proyectos más audaces.
—Proceso creativo: ¿Cómo es tu proceso creativo? ¿Tienes algún ritual o práctica específica cuando escribes poesía o narrativa? —Escribo por las tardes, nunca lo he podido hacer de mañana, necesito arreglar todo antes de mediodía. Necesito además tener mi tiempo ordenado, la tarde siempre ha sido mía.
Escribo, reviso, corrijo, los dejo, los vuelvo a revisar, una y otra vez. Esto requiere de tiempo, nunca me apuro. Los leo en voz alta hasta que logro el ritmo, el mío.
—Maternidad y literatura: ¿Cómo ha logrado equilibrar tu vida como madre de cuatro hijos con tu carrera literaria y académica? ¿Ha influido la maternidad en tu escritura, digo esto, teniendo en mi mente, el poema “Salas” de tu autoría? —Nunca fue fácil equilibrar la vida con cuatro hijos en medio. Hoy ya los cuatro partieron de casa, pero no de mi vida, los tengo siempre rondando conmigo. Pero como dije antes, fui y soy muy ordenada con mis tiempos. Siempre terminé lo que debía hacer con ellos y luego me sentaba con mis papeles y mis versos. El rigor era necesario. Hoy sigo con la misma rutina.
—Influencias literarias: ¿Cuáles han sido sus principales influencias literarias, tanto chilenas como extranjeras, a lo largo de tu carrera? —No sé si han sido mis principales influencias literarias pero siempre amé leer a Gabriela Mistral, mi madre me la enseñó, todo lo que leía de ella me fascinaba, gozo leyéndola en voz alta. Alfonsina Storni, Rubén Darío, Juana de Ibarbourou y Jorge Teillier, fueron mis primeras lecturas, aprendí de memoria sus textos y los recitaba con voz temblorosa. Después me encontré con estas tres tremendas poetas, Anna Ajmatova, Wisława Szymborska, Marina Tsvetáyeva, que me enseñaron a mirar, leer y sentir la poesía desde otro prisma. Aunque con estilos y temas muy distintos, sus poéticas se sumergen en lo profundo del ser humano. Usan un lenguaje que toca el corazón y hace pensar. Cada una de ellas ha dejado una marca única en la poesía del mundo, hablando de cosas que todos sentimos, pero desde puntos de vista muy propios.
No puedo no nombra a Emily Dickinson y su economía del lenguaje, esa manera breve, directa y concisa de estructurar sus textos. La muerte, la inmortalidad, la naturaleza, el amor y la subjetividad humana son temas presentes en su poética y por cierto la ambigüedad que conlleva su palabra y que invita a imaginar múltiples interpretaciones.
Hay otros poetas que los llevo siempre entre mis lecturas, la poesía de Jaime Huenún, Leonel Lienlaf , Elvira Hernández, Óscar Hahn, Juan Cámeron, Gonzalo Rojas, Rosabetty Muñoz, Verónica Zondek, Heddy Navarro, Juan Gelman más una lista interminable.
—Proyectos actuales: ¿En qué proyectos literarios o educativos está trabajando actualmente? ¿Qué podemos esperar de tu próxima obra? —Recién supimos la notica que mi libro Susurros Ancestrales (editado por Planeta Sostenible) fue adquirido por el Ministerio de las Culturas para ser repartido a todas las Bibliotecas públicas del país, este libro fue publicado el año pasado, entiendo que haremos su lanzamiento en breve. Terminé un poemario que ya está en manos de la editorial Planeta Sostenible y por último estoy haciendo las últimas correcciones a un libro que pretendo terminar antes que finalice el año.
Independiente de la escritura, realizo consultorías a editoriales sobre textos escolares y pueblos originarios.
—Legado y futuro: ¿Cómo te gustaría ser recordada en la historia de la literatura chilena, y qué legado esperas dejar a las futuras generaciones de escritores y lectores? —Espero que mi palabra anime a otras y otros a encontrar su propia voz, a escribir con libertad y sin tapujos en el vasto paisaje literario. Y que si es posible, mi poesía sirva de puente entre las generaciones, fomentando el diálogo y la reflexión.
Muestra poética:
EL LUGAR DE LAS COSAS Inédito
Alicia Salinas Álvarez 2024
ABEDULES
Afuera la lluvia brama y en la evocación de un tiempo vivido
nace este poema.
La nieve se deja caer sobre las ramas marchitas.
Y en el silencio de la noche
se oye a la escarcha cortando el sendero.
En la estación del invierno
son abedules los que crujen.
Son las cúpulas frías del cielo
las que se deslizan desde lo alto.
A la nieve.
Al viento inmutable en el rostro.
Al piso resbaladizo.
Al deshielo.
A los abedules los conocí cuando habité la estepa rusa.
Antes fui una mujer en la sombra.
(La autoridad iba por mi huella)
Después los míos me declararon indivisible.
Y culminé el trayecto en una sala moscovita donde se estudiaba literatura.
La tumba de Lenin.
El Coro del Ejército rojo.
El Parque Gorki.
Aprendí que el verano es frío sin embargo luminoso.
Que los abedules se muestran eternos en cada estación del tiempo
y que el río de Moscú se congela lentamente
formando un delicado y oscuro espejo sobre tus pies.
Que los poetas rusos se suicidaban jóvenes y a las poetas las excluían.
Y entonces no sabes cómo amar a este extraño país.
No solo se repasaba a los clásicos.
No obstante
lo que mejor aprendí fue
a deslizarme sobre la nieve
sin medir las consecuencias.
EN EL VENTANAL
En el ventanal de mi casa
hay tres moáis ubicados de espaldas al mar.
Desde el cielo raso cuelga un velero rojo y blanco
sin posibilidad de navegar.
En la pared principal hemos instalado una pintura
de una mujer con cabeza de jaguar.
En el piso
Una tropa de matrioskas diminutas
acechan las habitaciones.
Izamos la bandera mapuche
para que todo el que nos visite
tenga claro
que en esta casa
hay un lugar
para cada cual.
LO QUE SABEMOS
Hay algunas cuestiones que ya sabemos.
El lugar del Budi inmenso
donde danzan los cisnes
con sus crías invisibles
entre las alas.
Sabemos de lafkenche que habitan los espacios marinos
de la Frontera.
Del trayecto de las olas que van de mar a mar
sin cambiar de océano.
De las bandurrias
que atraviesan el jardín de la casa
con descaro.
PORQUE SON AMANTES
Desde siempre ha estado el mar en el quehacer de los amantes.
Con sus rompientes.
Sus olas tramposas
Siempre el mismo mar
ante sus ojos.
El sol poniéndose al final de la vida.
El hombre bajando los párpados.
En el rostro de la mujer una lágrima rodando. ¿Y el amor?
El amor
escabulléndose entre el oleaje.
Desde siempre es el mar el que se refleja.
El impetuoso
primitivo.
El que carcome los cimientos
El que se abre en tormentas llevándose el rostro de la mujer colmado de lágrimas
entre moluscos y corales.
DESTELLOS
No logro divisar el recorrido de la mariposa.
Solo sé que aletea cerca por su destello.
Y sé también
que no será capaz de alcanzar la flor del ciruelo.
Ni siquiera logrará su aroma
IMAGINA
Imagina que entras al tugurio donde se baila los sábados.
Entras cuando suena la voz de Lennon.
Justo en el momento que un brazo te toma de la cintura.
Y una voz suave y grata te susurra - bailemos.
Y tú aceptas.
Y lo haces porque sí.
Porque te crees irresistible.
Estás irresistible hoy (los hechos lo demuestran).
Y porque te gusta esa música,
y porque no recuerdas la última vez que hiciste un amago
por mover sin medida, las caderas.
Imagina que sigues el ritmo y le abrazas.
Se miran.
Se sueltan y aprietan.
Sueltan y aprietan.
Te dejas.
Es Lennon modulando en tu oído.
Imagina que sales de ahí aún con la melodía.
Y Lennon te sigue hasta la pieza que arriendas.
Y entran en la habitación y no advierte tu pobreza.
Y te despiertas abrazada a cuerpo ajeno
sabiendo que se irá en cuanto abra los ojos.
Y se vestirá incómodo o incómoda.
Y no sabrá decirte nada.
Ni siquiera tú sabes lo que se dice.
Porque hasta ahora nadie había pasado
una noche completa
enredada contigo.
TIEMPOS
No es que ya no quede nada
lo que pasa es que ha cambiado todo.
Las frambuesas que maduraban en primavera
hoy se saborean en invierno.
Las lluvias de invierno lavan los campos en verano.
Los niños han hecho su lar en la calle
y no saben de buenos amores.
Los nuestros sobreviven en el extravío.
Y los damascos que crecían presuntuosos
envejecen en las ramas.
Hoy es tiempo de madres como niñas.
Y de niñas que juegan
a ser madres.
EL CURSO DE LOS DÍAS
Hay hombres que lanzan misiles.
Y aseguran que un verso no cambia el curso de sus días.
Ni le altera el calendario.
Y un poema puede ser apenas un brote que intenta y no se atreve.
Y pasan las estaciones y ahí permanece como niño mimado.
Con una estrofa.
Con un poema completo.
No llegas
No alcanza ni para migajas -dicen-
Yo digo
Prueba y susúrralo suave.
Verás cómo se alargan unos brazos para estrechar otros
en ellos.
Y las estrellas.
-Siempre que ellas así lo quieran-
Podrán enseñarte -entre gemido y suspiro-
El infinito y cada una de las constelaciones.
Hay mujeres que no lanzan misiles.
Solo disparan a quema ropa.
MÁS ALLÁ DE LA LUNA
Más allá está la luna.
La küyén rotunda entre el ramaje envuelta en un halo de luz.
Si la miras verás lágrimas de la küyén que sufre.
Caminos cercados.
Vehículos blindados.
No es calmo el trayecto.
Las aguas de este mar son desvelo.
Esparcidos entre arrayanes luminosos
se anida.
Aunque no maduren como antes
las avellanas
el maqui y la murta.
El viento se escabulle.
Brama.
Silba.
Por las noches es la mitad de la luna la que asoma.
Y los antiguos espíritus en busca de almas que no mueren.
En cada tramo anidan las estrellas
y en cada ruedo un limpio lazo con el infinito.
Si observas se divisa a la muerte.
A los arroyos le han cambiado sus cauces.
El río del cielo envía señales.
El silencio se ha vuelto esquivo.
Aun así
esparcidos entre avellanos luminosos
se habita.
A los niños los nombran
Nahuel que es jaguar.
Aukan que es guerrero.
Amor que es Ayun
Y a las niñas.
Rocío de luna.
Mujer de buen corazón.
Y Yyilen que es alegría.
De madrugada se escucha el canto de la Machi.
y es el kulxung el que acompaña ese canto.
Es la Machi al final del camino
Es la luna en el bosque trémulo.
ACÁ LAS MUJERES
Acá las mujeres son espiga
Y se reflejan en los ojos de agua que va dejando la tormenta.
Aunque los árboles continúen en su vaivén inacabado.
Ellas escriben sus propias estrofas.
Porque supieron de verdades
de cuándo olvidar un mal presagio.
Y les nacieron hijos
y tejidos.
Con dedos de plata amasaron
señales que se cuelgan en el pecho.
Escriben para no perder el equilibrio
Algunas balbucean lenguajes secretos
Y deletrean baladas en su lengua que es propia.
y anidan donde solo crece hierba buena.
Yo quise ser una de ellas.
PRIMERA VEZ
Cuando mi padre murió tenía trece
y era mi primera vez frente a un difunto.
No le temí a su traje oscuro.
Ni al silencio del vidrio en el cajón.
Hay personas que depositan en la memoria
a sus padres vivos.
Lo mío fue el sigilo.
Cuando estuve frente al cajón de mi madre
y a través del vidrio vi su rostro quieto.
Recordé a la Mistral en su verso. Ahora Cristo bájame los párpados
En un texto que escribí a tientas.
Mencioné la vez que fui poeta con tres décadas de vida
y el modo en que un hombre contaba uno a uno
los huesos que sostenían mi espalda.
En un poema que escribí mientras dormía
revelé el secreto que guardo en mi pupila.
También fui una niña
que amaba el silencio.
ROSTROS
Cuando bajo las sábanas estamos cara a cara
y su respiración es calma.
Y de pronto me levanto
Y parto por el sendero de la noche
a espantar a los espíritus que no me dejan.
Y regreso fría cómo sus rostros
y despacio abro las sábanas
y me interno en la cama gélida.
Y ahí están sus brazos extendidos
y me aprieta
y respira por mi
porque sabe que vi a la muerte con mi perfil en sus rostros.
CLANDESTINOS
Bailábamos.
Me tomaba de las caderas
y nos balanceábamos al ritmo de una música que no conocíamos.
Yo no olvido su rostro.
Guardo la noche completa en la memoria.
Y lo hicimos apretados aquella vez.
Y fue él el que buscó en mi boca un beso.
La muerte en la penumbra rondaba la casa
y se oían disparos y lamentos.
Y nuestros nombres no eran los mismos.
Importaba llamarnos como ahora.
Nos desplazábamos por la pista.
Íbamos de lado a lado.
No recuerdo qué susurraba.
Si recuerdo nuestros miedos.
ELIJO LA POESÍA
Elijo la poesía que se delinea en las murallas de mi calle.
La que denuncia al desamor y a la infamia.
La que acusa al torturador y no perdona.
La que habita lo cotidiano.
La usual.
La de la esquina.
La que culmina en un acto en el que dos.
-no importa quienes-
Se tocan y abrazan
y se funden.
La poesía que no renuncia.
La que menciona al verdugo y no lo absuelve.
Esa que nace
mientras otros penan.
DEJARÉ LA POESÍA
Dejaré de hablar de poesía
y de escribirla.
De habitar en ella.
Olvidaré cada verso.
Renunciaré a los sonetos que sé de memoria.
No moveré los labios.
No tomaré esas hojas que se cruzan en mi mesa.
No trazaré figuras con pluma centinela.
Ni apilaré estrofas en mi cuaderno.
No volveré a leer a las poetas de mi tierra.
A mis queridos muertos de poesía.
Me dejaré de ella
Y
lloraré frente al mar como una cualquiera.
EN CADA SILENCIO
Hay un zorzal en la torre de control.
Los aviones se aprontan
y no hay hombre que lo advierta.
Hay un zorzal
en cada trecho,
en cada camino
en cada silencio.
Su canto suave.
La sutil armonía que emana de su pecho
sobrecoge.
Hay un zorzal que se yergue
cada mañana y anuncia lo indecidible.
Hay uno para cada estación del tiempo.
Hay uno por la noche
que anuncia el plenilunio.
Hay zorzales en cada edad de cada uno
y nadie lo advierte.
Hay uno.
El más próximo
Construye en la torre de control un nido suicida
y a nadie importa.
* Ernesto González Barnert (30 de agosto de 1978, Temuco, Chile). Su obra poética ha sido reconocida con el Premio de Poesía Infantil de las Bibliotecas de Providencia [2023], Premio Pablo Neruda de Poesía Joven [2018], Premio Nacional de Poesía Mejor Obra Inédita [2014], Premio Nacional Eduardo Anguita [2009], Premio Nacional Pablo Neruda de la U. de Valparaíso [2007], Concurso Internacional de Poesía Nueva York Poetry Press [2020], Concurso Nacional de Poesía Joven Armando Rubio (2003), Primer Concurso de Poesía del Sur (2005), Premio Juegos Literarios Gabriela Mistral de la I. Municipalidad de Santiago (2005), entre otros premios, becas y concursos de índole poético. Licenciado en Cine Documental de la UAHC y Diplomado en Estética del Cine de la Escuela de Cine de Chile. Gestor Cultural. Reside en Santiago de Chile.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Entrevista a Alicia Salinas Álvarez
(1954 Lautaro, Región de la Araucanía)
“Se escribe porque la soledad es abrumadora, la felicidad es escandalosa…”
Por Ernesto González Barnert