A veces me pregunto si la poesía es la armonía entre el azar y el bien. Así lo siento cuando las palabras fluyen como si hubiesen estado siempre ahí, esperando ser liberadas, pero también cuando se niegan, se retuercen, resisten. Es la poesía el espacio donde el caos y el orden se encuentran, y a veces, aunque no siempre, logran convivir en paz. Simone Weil dijo que "la belleza es la armonía entre el azar y el bien", y en la poesía lo siento como verdad. La palabra poética, cuando acierta, se sitúa en ese delicado equilibrio: lo que llega por casualidad y lo que busca incansablemente un sentido. Es ahí donde nace la belleza.
Pero el poeta, como todo ser humano, está inmerso en el desorden del mundo. Simone Weil me recuerda que "el orden social no puede ser más que un equilibrio de fuerzas", y en la poesía también existe una especie de equilibrio entre las fuerzas internas y externas. La poesía es mi refugio, mi trinchera, pero también mi batalla. En cada verso que escribo siento ese peso de la contienda, el roce con lo social, lo político, lo humano. El caos externo busca siempre imponerse, pero en la escritura intento resistir, equilibrar, dar sentido.
El trabajo poético es como la cruz que Simone Weil menciona: "Es preciso desarraigarse. Talar el árbol y hacer con él una cruz para luego llevarla todos los días". La poesía es una forma de desarraigo, de confrontar las raíces, pero también de abrazarlas. Cada poema es una cruz que cargo, un sacrificio, un recordatorio de la vulnerabilidad inherente a la existencia. Tal como Weil afirma que "la vulnerabilidad de las cosas valiosas es hermosa porque la vulnerabilidad es una marca de existencia", también creo que los poemas más valiosos son aquellos que se arriesgan a ser frágiles, que exponen el alma con todas sus cicatrices.
La poesía me permite hacer contacto con lo sagrado, con lo invisible. Hay una belleza, casi sacramental, en ese silencio que precede y sigue al poema. Weil describe que "la más hermosa música es aquélla que otorga la mayor intensidad a un instante de silencio". Así es la poesía: la palabra no es suficiente por sí misma, es la pausa, el espacio en blanco, el vacío que le sigue lo que otorga sentido a todo. En esos vacíos es donde la verdad se revela. La poesía es un acto de fe en ese sentido. Escribo como quien escucha el eco de algo divino, algo que no puedo comprender del todo, pero que me obliga a seguir buscando.
Como Weil sugiere, "lo que cuenta en una vida humana no son los sucesos que la dominan... sino el modo en que se encadena cada minuto con el siguiente". Creo que eso es lo que la poesía intenta hacer: encadenar momentos de existencia, darles una coherencia que, en el mundo real, parece inalcanzable. Cada verso es un intento de conectar con la realidad más profunda, de superar el ruido del mundo para encontrar esa verdad oculta en lo cotidiano, en el dolor, en el amor.
Escribir es amar lo real, y en ese acto, encontrar belleza incluso en lo más mundano. La poesía, en su esencia, es una búsqueda del bien en medio del azar, del sentido en medio del caos, y en ese sentido, es un reflejo de la vida misma. Como Weil dice: "La grandeza del hombre está siempre en el hecho de recrear su vida... con el trabajo produce su propia existencia natural". La poesía es mi forma de recrear la vida, de reinventar lo que me ha sido dado, de encontrar belleza en el sufrimiento, en el silencio, en la incertidumbre.
Al final del día, cuando la escritura me ha dejado agotado, siento que he sido "sometido a la materia", tal como lo describe Weil. Pero si he logrado mirar y amar lo real a través de mis palabras, entonces he cumplido con mi propósito. La poesía, en su fragilidad, en su lucha contra el caos y el azar, es mi manera de amar el mundo y de encontrar en él la huella de algo divino. Como Weil señala: "La belleza del mundo es la sonrisa de ternura de Cristo para nosotros a través de la materia". Mi poesía, en su mejor momento, no es más que un intento de captar esa sonrisa, de devolverle al mundo su belleza a través de las palabras.
*Ernesto González Barnert (30 de agosto de 1978, Temuco, Chile). Su obra poética ha sido reconocida con el Premio de Poesía Infantil de las Bibliotecas de Providencia por Hacia la Estación de Tokio, inédito (2023); el Premio Pablo Neruda por su destacada trayectoria con más de 12 libros publicados (2018); el Premio Nacional de Poesía, categoría Mejor Obra Inédita del Consejo del Libro y la Lectura, por Playlist (2014); el Premio Nacional Eduardo Anguita por Trabajos de luz sobre el agua (2009); y el Premio Nacional Pablo Neruda de la Universidad de Valparaíso por El tallador de Crucifijos (2007). Además, recibió una Mención Honorífica en el Concurso Internacional de Poesía Nueva York Poetry Press por Venado tuerto (2020) y varias menciones honrosas en concursos nacionales como el Concurso Nacional de Poesía Joven Armando Rubio; los Juegos Literarios Gabriela Mistral de la I. Municipalidad de Santiago; Primer Concurso de Poesía del Sur por Higiene y Arte tábano (2003 y 2005, dos veces, respectivamente). Licenciado en Cine Documental por la UAHC y Diplomado en Estética del Cine por la Escuela de Cine de Chile, González Barnert es también gestor cultural. Reside en Santiago de Chile. Actualmente, Playlist ha alcanzado tres ediciones, una de ellas en Estados Unidos. Asimismo, ha salido la segunda edición chilena de Venado tuerto tras su primera publicación en Estados Unidos, y Trabajos de luz sobre el agua ha sido publicado en Chile, Argentina y Perú. En Argentina además se han publicado las antologías: Equipaje ligero y Ningún hombre es una isla.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com La Belleza del Azar y el Bien en la Poesía
–Ensayo poético a la luz de Simone Weil sobre lo que reflexiono o busco en poesía–
Por Ernesto González Barnert