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Trabajos de luz sobre agua: de Ernesto González Barnert
Por Breno Donoso Betanzo
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Estos poemas -torrente que el lenguaje sintetiza de forma cromática y sonora- disputan sus márgenes de sentido entre las discordes y a fines imágenes de la realidad.
Poesía contingente: desde sus caprichos, se acerca lúcida e irónicamente hacia el oficio de la escritura: la artesanía asoma y acumula en los cuadernos, sirve al otro, pues arroja destellos a identificarse, sobre el compartido hartazgo y conflicto -por el mendrugo que se concede al espacio de las artes-, así uno puede llegar a identificarse en el sentir, vivir, de cualquier sujeto que transite y crea desde ese inútil e insustancial espacio, sintiéndose “otro mediocre que pide dinero para vivir como mis enemigos, mejor que muchos de mis enemigos. Amén”.
El afecto desaforado en estos poemas se vuelve aforo desvariado en: “letras, letras sin sentido” como dice por ahí un verso de Elvira Hernández. Sí, letras sin sentido, pero que de repente acuchillan, con verso crudo, sencillo. Sincerándose. Talvez por este ejercicio, juego, trabajo, el cromo y el sonoro de las palabras no se petrifica en sonsonete, en carcasa vacía de la realidad, sino que abre trincheras y puertas desde su casa poética para dialogar con convergentes y divergentes poéticas; la riqueza de los distintos modos de hacer, decir y sentir.
El autoboicot, se reconoce cuando el poeta se envuelve y devela, para forjar un puente entre otros palabreros: “Bástenos escribir, los caprichos / de una obra menor, / este joderse al servicio de lo inútil”; se vuelve cercano, comparte el riesgo de quedarse sin aire por inmersión en el torrente al crear una obra propia, de ser en la escritura y quedarse sin valor, por invalorable oficio de la poesía.
En estos Trabajos, de súbito, uno se encuentra con una visión autocrítica, que derriba al ego íntimo con las luces de los tiernos, quedando sin temor al cliché ni a romanticismos: “Te ofrezco lava, amor de veras, mi cortejo perpetuo apenas sofocado por estas paladas de tierra.” Es cosa de recordar al Neruda de “quien huye del mal gusto, cae en el hielo”.
“El ego se acostumbra pronto / a bajar su expectativa, no ilusionarse / en una garita de camino a Isla Negra / rayada por novatos”. “Novatos” Imagen de otros poetas, quizá subestimados y confinados en la espera de oportunidades, de espacios; o quizá la voz más distante del poeta, que se posiciona en su experiencia, aconsejando no ilusionarse, ni quemarse en fuegos fatuos. De todas formas, canto-conseja sobre el no logro o la no realización porque el ser improductivo (sabiendo que lo productivo es una característica elevada del sistema actual) es visto con ojo cargante y cerrado por los quehaceres más fácticos y racionales. Quizá esta voz que sabe de las ilusiones y faramallas, y que decide poner en tensión su lugar con el de otras voces contingentes, sea más bien una arenga hacia la ruta a seguir y no detener. Una batalla sobre la complejidad de lo sencillo.
El patético vuelto animalización del poeta sale sin más contenciones en estos poemas transparentes. Ejercicio necesario, saludable.
Reconozco haber leído con prejuicio títulos como La sombra del humo en el espejo de D´Halmar, Lenguas de humo trasparente de Sergio Muñoz, o Aire Visible de Sáez, pensando en lo insustancialidad de esas palabras, pero ya estando adentro de sus lecturas, derribado todo prejuicio. Esa es la invitación, a no formar prejuicios ante la literatura; a despojarse, del mismo modo, de juicios vagos y primeras impresiones, y finalmente, a leer, releer las riquezas del pensamiento y la imaginación. También –o todavía- cuando el lenguaje fracasa, constata, salva, se ancla.
Villa Alemana, 2018