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"Venado tuerto", de Ernesto González Barnert

[extracto]




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Compartimos 16 poemas del libro “Venado tuerto”, recientemente aparecido en EEUU, por el sello Nueva York Poetry Press, del poeta chileno, cineasta y productor cultural, Ernesto González Barnert [1978, Temuco]. Gracias a que el libro obtuvo la Mención Honorífica del Concurso Internacional de Poesía Nueva York Poetry Press 2020. La obra poética de Ernesto ha recibido numerosos reconocimientos, entre los que destacan: Premio Nacional Pablo Neruda de Poesía Joven 2018, Premio Nacional de Poesía Mejor Obra Inédita 2014, Premio Nacional Eduardo Anguita 2009, entre otras premios, menciones y becas. Entre sus últimos libros está: “Éramos estrellas, éramos música, éramos tiempo” (Mago Editores, Chile, 2018), la reedición de “Playlist” en EEUU (Floricanto Press, EEUU, 2019) y en Chile, esta última bilingüe (Plazadeletras, 2019), además de la antología: Ningún hombre es una isla (BuenosAiresPoetry, Argentina, 2019) y la plaquette, con un extracto de “Trabajos de luz sobre el agua" [Lima Lee, Perú, 2020].

 

 

TRABAJÉ AÑOS
un poema donde caerme muerto.
Apenas contenido
dentro del saco de piel
deshaciéndose en consciencia,
atento a mi respiración
sobre la tierra.
Como los nómades
que corrieron por mi sangre
y apenas dejaron huella,
gas carbónico, algo de excremento.
Cuando franquear otro día
a pesar del hambre o miedo,
las inclemencias del clima,
tras el jadeo del amor,
era mucho y divino.

 

 

QUÉ SERÍA DE ALGUNOS DE USTEDES SIN LA SOSPECHA,
ese bastión de los desesperados
mientras el pelícano de sus corazones pasea por la rambla
harto de sobrevivir en su piedra golpeada por la mierda.
No les fue dada la caridad ni la ternura.
Las manecillas del tiempo no les permitieron leer la eternidad
ni compartir el duro pan del arte.
Toda crítica fue un puñal en sus manos
que clavaron por la espalda sin otro deseo que causar dolo,
mezquindar gloria a cualquiera que lo intenta
en las sombras de las sombras del litoral de los poetas,
en sueño y obra, con malas artes, en picada.

 

 

EL AMOR ES DEVASTADOR EN SANTIAGO DE CHILE.
Todo termina peor que en otras ciudades o pueblos.
Arde sin arder, quema de frío, nos deja a oscuras en el dolor
como si cobrara una vieja venganza. 
El amor aquí no nos busca, necesita o espera.
Amamanta de luz a los extranjeros.
Es un grito de la razón o la fuerza.
Un silencio bruto y vinagre que nos refriega poemas tristes,
soledades como piedra, canciones lóbregas.

 

 

VENGO DE MUJERES DE HIERRO
con vestidos de verano,
que ponen una hoja de laurel
en una olla de agua hirviendo
sabiendo que eran los caballos
y no los jinetes
quienes recibían la corona.
A veces se tienden a mi lado
sin miedo o frío bajo techo.
No estoy seguro de qué es lo que aman
cuando me abrazan,
siento su corazón latir con fuerza.
Tampoco lo qué desean
cuando me observan en la oscuridad
con los ojos abiertos.

 

 

TOMA ESTA PIEDRA
y corona un montículo de tierra
barrido por el viento.
Donde la encuentres
es la tumba del poeta que obedecí
siguiendo una corazonada 
y deje continuar hacia el abismo
sobre el cadalso del amor.

 

 

NUESTROS LIBROS SON MUJERES
que nos empujan por la espalda
de la rama más frágil de la literatura.
Madres que nos observan a los ojos
tras leer cualquiera de nuestras páginas
y no se aguantan de susurrarnos al oído
que tarde o temprano perderemos,
seremos derrotados,
al igual que nuestro padre.

 

 

DÉJAME EN EL SILENCIO,
en lo que no dices
y pasa como un pájaro oscuro
una noche sin luna
dentro de la boca.
Sí, guárdame de algún modo
como una piedra
muy grande para patear
de cerca, lejos
a este río que cruzas
tan lejos de mí, con ganas de nadar
pero es invierno. 

 

 

NUESTROS POEMAS
son como esas tortugas pequeñitas
volviendo al mar
en una playa atestada de turistas
en medio de los flashes.
Un improvisado ruedo en el que se agolpa
lo que quise decir y lo que no dije.
No tengo mucho más que agregar
sobre estas criaturas prehistóricas
o del amor, sin avergonzarme,
volarme la tapa de los sesos.
Sí, espero no sea mucha la chatarra,
el plástico,
que tragan esos testudines
de cabeza a su destino,
en la estacada de la noche
bajo la luna en cuarto menguante
mientras pisan la escena del crimen
sin pudor.

 

 

EL AMOR, ES UN ARCA DE NOÉ
donde nuestras bestias
nunca dejan de sentirse prisioneras.
Apenas se contienen de devorarnos
al entrar a sus jaulas para alimentarlas
con delicadeza, a la deriva de Dios,
no sé si para salvarnos o salvarlas.

 

 

COMO UN PADRE DE LA PATRIA,
con una mano por delante y otra por atrás
camino estas alamedas.
Pienso en un verso de Rumi
“Salvo el amor tierno, salvo el amor tierno,
no siembro otra semilla”.
Así concibo poemas y poemas
a los pies de la literatura
un día cualquiera, otra noche salvaje,
al corazón realista o patriota.
Con agallas de peleárselas al sol,
al páramo sin estrellas y luna
que es la poesía chilena.
Donde cualquier cancerbero
te quiebra o desaparece
si jodes o la cagas demasiado,
por envidia al cerrar los ojos, abrirlos
con esta pobre semilla
en la mano empuñada.

 

 

VAN GOGH SABÍA QUE EL AMARILLO
también puede ser frío,
nunca tenemos suficiente con acabar la obra
y cada vez que te cortes la oreja,
retrátate vendado.

 

 

LA POESÍA CHILENA
es una plancha caliente
con la que avanzo por la camisa
de la literatura
que no termino de alisar
y ya quemé en descuido
insolente o torpe
con el noticiario de fondo.
Una de esas camisas
recién estiradas
que ojalá tú o yo
pudiéramos producir
sacándolas con la mano
de este cielo blanco
para los niños pobres
como decía en “Otoño”
el poeta antofagastino
Andrés Sabella.

 

 

NUESTRO AMOR ES UN CAMPAMENTO MONGOL
entre la caza y la guerra.
Un pobre toldo no lejos del agua
en el que con nuestras manos
hacemos una fuente
para que beban sedientos y perdidos,
yendo y volviendo insomnes
de la conquista y estepa,
asedio y embocada.
Una precaria instalación
donde cada uno aguarda al otro
para galopar,
con sus herraduras y cuchillos
listos y afilados para el lance.
Un refugio de paso
en el que despertamos latiendo al unísono
como un halcón que vuelve al puño
de Gengis Kan.

 

 

ADIÓS CALÍOPE, SOY UN ASTEROIDE
deshaciéndose en llamas antes de llegar a tierra.
Una piedra que arde desde los ventanales
de un tren de juguete que atraviesa valles invernales,
picos nevados, estaciones vacías.
Una locomotora quebrando una y otra vez
la barra de detención
bajada por el guardavía de la literatura,
que sueña hace días
con una luciérnaga llamando a las demás
con su última luz, el último destello.

 

 

LA POESÍA ES UN POCO DE TIERRA EN EL ATAÚD.
Una mujer hermosa que nos vio pasar detrás del visillo.
Una risa incontrolable en el lugar equivocado.
Alguien que en mitad de una canción o película
parte un chocolate, nos lleva un trozo a la boca
y después pone otro en la suya, delicadamente.
Una araña de patas largas en la pared
que aprendimos a reconocer, no matar.
Unos mocosos decididos y fuertes que gritan al unísono
¡Remen! ¡Remen! ¡Remen! Contra la corriente.

 

 

EL AÑO EN QUE NUESTROS VIEJOS
y no tan viejos morían solos
con dolor, achaques
que envician el alma, el espíritu.
Además de perder el apetito,
gusto, olores.
El año en que nuestros viejos
y no tan viejos morían
faltándoles el aire, sin poder respirar,
con jaquecas terribles,
angustiantes muecas.
También eran cachos que nadie llamaba nunca,
no sabían retirarse,
mejores abuelos que padres,
mejores muertos que hombres
y mujeres.
Y tapaban con el ruido que podían
el corazón.






 



 

 

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"Venado tuerto", poemas de Ernesto González Barnert.
[extracto]