TRABAJÉ AÑOS 
                    un poema donde caerme muerto.
                    Apenas contenido
                    dentro del saco de piel
                    deshaciéndose en consciencia,
                    atento a mi respiración
                    sobre la tierra.
                    Como los nómades 
                    que corrieron por mi sangre
                    y apenas dejaron huella,
                    gas carbónico, algo de excremento.
                    Cuando franquear otro día
                    a pesar del hambre o miedo, 
                    las inclemencias del clima,
                    tras el jadeo del amor, 
                    era mucho y divino.
                   
                   
                  QUÉ SERÍA DE ALGUNOS DE USTEDES SIN LA SOSPECHA,
                    ese bastión de los desesperados
                    mientras el pelícano de sus corazones pasea por la rambla
                    harto de sobrevivir en su piedra golpeada por la mierda.
                    No les fue dada la caridad ni la ternura.
                    Las manecillas del tiempo no les permitieron leer la eternidad
                    ni compartir el duro pan del arte. 
                    Toda crítica fue un puñal en sus manos
                    que clavaron por la espalda sin otro deseo que causar dolo, 
                    mezquindar gloria a cualquiera que lo intenta
                    en las sombras de las sombras del litoral de los poetas,
                    en sueño y obra, con malas artes, en picada. 
                   
                   
                  EL AMOR ES DEVASTADOR EN  SANTIAGO DE CHILE.
                    Todo termina peor que en  otras ciudades o pueblos. 
                    Arde sin arder, quema de  frío, nos deja a oscuras en el dolor
                    como si cobrara una vieja  venganza.  
                    El amor aquí no nos busca,  necesita o espera. 
                    Amamanta de luz a los  extranjeros.
                    Es un grito de la razón o la  fuerza. 
                    Un silencio bruto y vinagre  que nos refriega poemas tristes,
                    soledades como piedra,  canciones lóbregas.
                   
                   
                  VENGO DE MUJERES DE HIERRO
                    con vestidos de verano,
                    que ponen una hoja de laurel
                    en una olla de agua  hirviendo
                    sabiendo que eran los  caballos
                    y no los jinetes
                    quienes recibían la corona.
                    A veces se tienden a mi lado
                    sin miedo o frío bajo techo.
                    No estoy seguro de qué es lo  que aman
                    cuando me abrazan,
                    siento su corazón latir con  fuerza.
                    Tampoco lo qué desean
                    cuando me observan en la  oscuridad
                    con los ojos abiertos. 
                   
                   
                  TOMA ESTA PIEDRA
                    y corona un montículo de tierra
                    barrido por el viento.
                    Donde la encuentres
                    es la tumba del poeta que obedecí
                    siguiendo una corazonada  
                    y deje continuar hacia el abismo
                    sobre el cadalso del amor.
                   
                   
                  NUESTROS LIBROS SON MUJERES
                    que nos empujan por la  espalda
                    de la rama más frágil de la  literatura.
                    Madres que nos observan a  los ojos
                    tras leer cualquiera de  nuestras páginas
                    y no se aguantan de  susurrarnos al oído
                    que tarde o temprano  perderemos,
                    seremos derrotados,
                    al igual que nuestro padre.
                   
                   
                  DÉJAME EN EL SILENCIO, 
                    en lo que no dices
                    y pasa como un pájaro oscuro
                    una noche sin luna
                    dentro de la boca. 
                    Sí, guárdame de algún modo
                    como una piedra
                    muy grande para patear
                    de cerca, lejos
                    a este río que cruzas
                    tan lejos de mí, con ganas  de nadar
                    pero es invierno.  
                   
                   
                  NUESTROS POEMAS 
                    son como esas tortugas pequeñitas
                    volviendo al mar
                    en una playa atestada de  turistas
                    en medio de los flashes. 
                    Un improvisado ruedo en el  que se agolpa
                    lo que quise decir y lo que  no dije.
                    No tengo mucho más que  agregar
                    sobre estas criaturas  prehistóricas 
                    o del amor, sin avergonzarme,
                    volarme la tapa de los  sesos.
                    Sí, espero no sea mucha la  chatarra,
                    el plástico, 
                    que tragan esos testudines
                    de cabeza a su destino,
                    en la estacada de la noche
                    bajo la luna en cuarto  menguante
                    mientras pisan la escena del  crimen
                    sin pudor. 
                   
                   
                  EL AMOR, ES UN ARCA DE NOÉ
                    donde nuestras bestias 
                    nunca dejan de sentirse  prisioneras.
                    Apenas se contienen de  devorarnos
                    al entrar a sus jaulas para  alimentarlas
                    con delicadeza, a la deriva  de Dios,
                    no sé si para salvarnos o salvarlas.
                   
                   
                  COMO UN PADRE DE LA PATRIA,
                    con una mano por delante y  otra por atrás
                    camino estas alamedas.
                    Pienso en un verso de Rumi
                    “Salvo el amor tierno, salvo  el amor tierno,
                    no siembro otra semilla”.
                    Así concibo poemas y poemas
                    a los pies de la literatura
                    un día cualquiera, otra  noche salvaje,
                    al corazón realista o  patriota.
                    Con agallas de peleárselas  al sol,
                    al páramo sin estrellas y  luna
                    que es la poesía chilena. 
                    Donde cualquier cancerbero
                    te quiebra o desaparece
                    si jodes o la cagas  demasiado,
                    por envidia al cerrar los  ojos, abrirlos
                    con esta pobre semilla
                    en la mano empuñada.
                   
                   
                  VAN GOGH SABÍA QUE EL  AMARILLO
                    también puede ser frío,
                    nunca tenemos suficiente con  acabar la obra
                    y cada vez que te cortes la  oreja,
                    retrátate vendado. 
                   
                   
                  LA POESÍA CHILENA
                    es una plancha caliente
                    con la que avanzo por la camisa
                    de la literatura
                    que no termino de alisar
                    y ya quemé en descuido
                    insolente o torpe
                    con el noticiario de fondo.
                    Una de esas camisas
                    recién estiradas
                    que ojalá tú o yo
                    pudiéramos producir
                    sacándolas con la mano
                    de este cielo blanco
                    para los niños pobres
                    como decía en “Otoño”
                    el poeta antofagastino
                    Andrés Sabella. 
                   
                   
                  NUESTRO AMOR ES UN  CAMPAMENTO MONGOL
                    entre la caza y la guerra.
                    Un pobre toldo no lejos del  agua
                    en el que con nuestras manos
                    hacemos una fuente 
                    para que beban sedientos y  perdidos,
                    yendo y volviendo insomnes 
                    de la conquista y estepa,
                    asedio y embocada. 
                    Una precaria instalación
                    donde cada uno aguarda al  otro
                    para galopar, 
                    con sus herraduras y  cuchillos
                    listos y afilados para el  lance.
                    Un refugio de paso
                    en el que despertamos  latiendo al unísono 
                    como un halcón que vuelve al  puño
                    de Gengis Kan.
                   
                   
                  ADIÓS CALÍOPE, SOY UN  ASTEROIDE
                    deshaciéndose en llamas antes  de llegar a tierra.
                    Una piedra que arde desde  los ventanales
                    de un tren de juguete que  atraviesa valles invernales,
                    picos nevados, estaciones  vacías.
                    Una locomotora quebrando una  y otra vez
                    la barra de detención
                    bajada por el guardavía de  la literatura, 
                    que sueña hace días
                    con una luciérnaga llamando  a las demás
                    con su última luz, el último  destello.
                   
                   
                  LA POESÍA ES UN POCO DE  TIERRA EN EL ATAÚD.
                    Una mujer hermosa que nos  vio pasar detrás del visillo. 
                    Una risa incontrolable en el  lugar equivocado. 
                    Alguien que en mitad de una  canción o película
                    parte un chocolate, nos  lleva un trozo a la boca
                    y después pone otro en la  suya, delicadamente. 
                    Una araña de patas largas en  la pared
                    que aprendimos a reconocer,  no matar.
                    Unos mocosos decididos y fuertes  que gritan al unísono
                    ¡Remen! ¡Remen! ¡Remen!  Contra la corriente. 
                   
                   
                  EL AÑO EN QUE NUESTROS  VIEJOS
                    y no tan viejos morían solos
                    con dolor, achaques
                    que envician el alma, el  espíritu.
                    Además de perder el apetito,
                    gusto, olores. 
                    El año en que nuestros  viejos
                    y no tan viejos morían
                    faltándoles el aire, sin  poder respirar,
                    con jaquecas terribles,
                    angustiantes muecas.
                    También eran cachos que  nadie llamaba nunca,
                    no sabían retirarse, 
                    mejores abuelos que padres,
                    mejores muertos que hombres
                    y mujeres.
                    Y tapaban con el ruido que  podían
                    el corazón.